Salud
La aterosclerosis puede dañar tu cerebro décadas antes de los síntomas
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Un nuevo estudio observó que las arterias tapadas está implicadas en alteraciones típicas de la enfermedad de Alzheimer.
“La relación entre el cerebro y el corazón es un tema fascinante y con este estudio hemos visto que empieza mucho antes de lo que se creía“, afirmó Valentín Fuster, uno de los máximos referentes de la cardiología actual, al presentar los hallazgos de la última investigación en la que trabajó junto a su equipo del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) de España.
¿Qué hallaron? Que la presencia de placa en las arterias (aterosclerosis) sumado a otros factores de riesgo cardiovascular no solo ponen en riesgo al corazón, sino que también se asocian -aunque en menor grado- a alteraciones cerebrales típicas de la enfermedad de Alzheimer, la demencia más común.
¿Por qué dice Fuster que comienza antes de lo que se creía? Porque observaron que las condiciones que favorecen el daño cerebral se van gestando incluso décadas antes de que se manifiesten los síntomas.
¿La oportunidad? La detección, control y prevención temprana de los factores de riesgo comunes al corazón y el cerebro (y el cuerpo en general).
Corazón y cerebro, un vínculo estrecho
La conexión entre la salud del corazón y el cerebro está bien acreditada por la evidencia científica. Es que el cerebro se alimenta a través de los vasos más importantes del cuerpo y el corazón es el encargado de bombear la sangre para que llegue hasta él.
La aterosclerosis (la acumulación de grasas, colesterol y otras sustancias en las paredes de las arterias) y las enfermedades y condiciones asociadas (hipertensión, colesterol elevado, diabetes, tabaquismo, sedentarismo) complican ese flujo y suelen coexistir en muchos casos con la demencia en personas de edad avanzada (que es, también factor de riesgo para la aparición de ambas).
Por eso es muy probable que una persona de 70 u 80 años con Alzheimer tenga, además, patología cardiovascular.

¿Pero cuando empieza a gestarse esa relación? El vínculo en etapas preclínicas entre la enfermedad cerebral y cardiovascular está menos estudiado. Sin embargo, se sabe que puede remontarse mucho antes en el tiempo.
Descifrar si existe esa asociación en los años previos a la aparición de síntomas “es relevante para la clínica, ya que alude a la posibilidad de intervenir sobre un trastorno modificable, como las enfermedades cardiovasculares, para prevenir la evolución de una patología sin tratamiento, como el Alzheimer”, afirma Marta Cortés Canteli, que lideró junto a Juan Domingo Gispert, la investigación publicada en The Lancet Healthy Longevity.
Aterosclerosis y metabolismo cerebral
Las arterias carótidas están situadas en el cuello y son las encargadas de suministrar sangre al cerebro. En 2021, Cortés Canteli y Gispert ya habían descubierto que la presencia de placas en esas arterias se asociaba a un menor metabolismo de la glucosa cerebral en personas de mediana edad, enroladas en el estudio PESA-CNIC, un estudio liderado por Fuster desde 2010.
El PESA-CNIC evalúa la progresión de la aterosclerosis subclínica en más de 4.000 empleados del Banco Santander que tenían entre 40 y 54 años al inicio del estudio, sin patologías cardiovasculares previas.

Los resultados reportados en el nuevo trabajo, en el que se examinó y siguió durante al menos cinco años a un subgrupo de 370 participantes con una edad promedio de 50 años, confirman y amplían los hallazgos anteriores.
Los investigadores observaron que los individuos que mantuvieron un riesgo cardiovascular elevado durante el período de seguimiento sufrieron una disminución mayor del metabolismo cerebral.
“Hemos detectado un declive metabólico cerebral tres veces mayor que el de personas que se mantienen en bajo riesgo cardiovascular”, señaló en un comunicado difundido por el CNIC Catarina Tristão-Pereira, primera autora del artículo y becaria INPhINIT de la Fundación la Caixa.
“El cerebro es uno de los órganos del cuerpo que más glucosa consumen, ya que es su principal fuente de energía. La glucosa es uno de los nutrientes esenciales de las células neurales, gracias a la cual pueden desarrollar su función de manera adecuada”, explicó a Clarín la neurocientífica Cortés Canteli. Por eso el metabolismo de la glucosa se considera un indicador de salud cerebral.
En ese sentido, Gispert, experto en Neuroimagen del CNIC y del Barcelonaβeta Research Cente, destacó que “si el consumo de glucosa cerebral disminuye durante varios años puede limitar la capacidad del cerebro de lidiar en un futuro con enfermedades neurodegenerativas o cerebrovasculares”.
En paralelo a esa caída, en el grupo de alto riesgo cardiovascular los autores observaron un mayor aumento en las concentraciones plasmáticas de NfL, un biomarcador bien establecido de neurodegeneración.
“En conjunto, nuestros resultados sugieren que el declive observado en el metabolismo de la glucosa en personas asintomáticas de mediana edad con alto riesgo cardiovascular tiene un componente neurodegenerativo que es independiente de la patología del Alzheimer“, subrayaron.
“Este dato es particularmente relevante ya que la muerte de las neuronas es un proceso irreversible“, destacó Cortés Canteli, quien se encuentra abocada desde hace más de una década a estudiar el nexo cerebro-corazón en la enfermedad de Alzheimer.
Factores de riesgo para el corazón y el cerebro
Tanto la resistencia a la insulina como las concentraciones elevadas de colesterol se relacionaron con cambios en la captación de la glucosa cerebral, “pero la hipertensión arterial destaca con un papel importante en la reducción del metabolismo cerebral, a partir de la mediana edad, con secuelas posteriores en la cognición“, plantearon los investigadores.
No obstante, aclararon que la presión arterial alta “no explica por sí sola el descenso en el metabolismo” en las personas con alto riesgo cardiovascular, por lo que interpretan que un “efecto sinérgico de diferentes factores de riesgo, más que uno individual podría tener un impacto negativo en la salud cerebral”.
Aterosclerosis carotídea
Al efecto de esos factores de riesgo cardiovascular en la disminución del metabolismo en regiones cerebrales vulnerables a la enfermedad de Alzheimer, el equipo del CNIC descubrió que se le añadía la progresión de la aterosclerosis subclínica en las carótidas. Es decir, cambios en el volumen de las placas en las paredes de esas arterias.
“Estos resultados corroboran que la detección por imagen de la aterosclerosis subclínica aporta información muy relevante“, enfatizó Fuster, investigador principal del PESA.
¿Por qué a través de imágenes? Porque en la fase subclínica, ese taponamiento avanza silenciosamente sin que el paciente manifieste síntomas y las escalas riesgo no siempre son capaces de captarlo con exactitud. El corolario, años después, puede ser un infarto de miocardio, un ACV, o declive cognitivo, entre otros riesgos.
A la luz de estos resultados, los investigadores consideran que “el examen de la carótida tiene un gran potencial para identificar a las personas vulnerables a sufrir alteraciones cerebrales y deterioro cognitivo en el futuro”.
En ese sentido, sostienen que el trabajo podría tener importantes implicaciones para la práctica clínica “ya que apoya la implementación de estrategias de prevención cardiovascular primaria en etapas tempranas de la vida como enfoque valioso para una longevidad cerebral saludable“.
Antes, mejor
“Aunque aún no conocemos el impacto que esta disminución en el metabolismo cerebral puede tener sobre la función cognitiva, el haber detectado ya daño neuronal nos indica que cuanto antes empecemos a controlar los factores de riesgo cardiovascular, mejor será para nuestro cerebro”, afirmó Cortés Canteli.
—¿La prevención cardiovascular puede ser efectiva incluso cuando hay factores no modificables para la enfermedad de Alzheimer como la predisposición genética y la herencia familiar?
—Es cierto que determinados factores genéticos, así como la edad, el ser hombre o mejer, tienen un peso importante sobre el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, pero toda prevención cardiovascular es efectiva.
—Un trabajo reciente también del PESA-CNIC halló una asociación entre la ateroesclerosis subclínica y un envejecimiento acelerado mediado por la inflamación. ¿La inflamación crónica juega también un rol en contra de la salud cerebral?
—Sí, podría jugar un papel importante. La inflamación cerebral, o neuroinflamación, se sabe que juega un papel dual en las enfermedades neurodegenerativas ya que en un primer momento se activa para “limpiar” el cerebro de los depósitos proteicos tóxicos (por ejemplo, las placas amiloides en el caso de la enfermedad de Alzheimer), pero si la neuroinflamación perpetúa a lo largo del tiempo y se cronifica juega un papel dañino sobre las neuronas.
—El trabajo hace foco en la importancia de hacer cambios en etapas tempranas de la vida para prevenir daños cardiovasculares y cognitivos. ¿Hasta qué edad se pueden implementar esos cambios? ¿Hay un “techo” a partir del cual dejan de tener impacto?
—Como diría el doctor Valentin Fuster, “the sooner, the better”. Es decir, cuanto antes se implementen esos cambios, mejor. Y cuanto más tiempo se mantengan, mejor también. De hecho, la edad es un factor de riesgo tanto para enfermedades cardiovasculares como neurodegenerativas, por lo que cuanto mejor sea la salud cardiovascular cuando se llegue a la edad avanzada, mejor para ambos sistemas (cardiovascular y cerebral).
Es verdad que una vez que las neuronas mueren, no se pueden reemplazar, y ese daño es irreversible, de ahí la importancia de seguir un estilo de vida saludable en las etapas tempranas y de mantenerlo durante toda la vida.
—¿Cuáles son las medidas más importantes que favorecen la salud cardiovascular y una longevidad cerebral saludable?
—Hay que seguir un estilo de vida saludable: hacer ejercicio físico, comer sano, no fumar, controlar el peso, la presión arterial, el colesterol y la glucosa en sangre….Lo que es bueno para el corazón es bueno para el cerebro.
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Salud
Un cardiólogo que estudia a los “superancianos” identifica el único hábito que garantiza vivir muchos años y con buena salud: “Es lo único que reduce nuestro reloj biológico”
Publicado
5 días atráson
4 junio, 2025Por
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Tras analizar los factores que comparten los “superancianos”, el reconocido cardiólogo Eric Topol concluye que la longevidad depende, sobre todo, de una costumbre cotidiana
El doctor Eric Topol, cardiólogo y genetista estadounidense, lleva décadas investigando los secretos de la longevidad. Su reciente libro, Super Agers: An Evidence-based Approach to Longevity (Superancianos: una aproximación a la longevidad basada en pruebas), recopila los resultados de años de análisis sobre personas que superan los 80 años manteniendo la salud y la vitalidad. La publicación aún no ha salido en español, pero ya ha generado debate en foros especializados y en medios de comunicación de todo el mundo.
Pocas son las personas que consiguen cruzar la barrera de los 90 manteniéndose activos y en buena forma. Lejos de secretos inalcanzables o fórmulas mágicas, Topol defiende que la clave se encuentra “más cerca de lo que creemos” y apuesta por rutinas sencillas. En su recorrido profesional – es reconocido como uno de los diez principales expertos mundiales en longevidad -, el médico afirma que pequeños cambios diarios pueden prevenir enfermedades que encabezan la mortalidad global: cáncer, cardiopatías y trastornos neurodegenerativos.

El deporte es “lo único que sabemos que reduce nuestro reloj biológico”
“Sabemos que estas enfermedades tardan al menos 20 años en desarrollarse, así que estamos en condiciones de prevenirlas, sobre todo en personas con mayor riesgo”, afirma. “Tenemos una oportunidad de evitar esas patologías que surgen con la edad”. Para el especialista, modificar ciertos hábitos no supone un esfuerzo desmedido: “No se trata de pastillas ni de trucos mágicos. Podemos trabajar con lo que ya está en nuestras manos”.
El ejercicio – según Topol – destaca por encima del resto de recomendaciones. Basta con observar cómo se estructura la rutina diaria y plantear cambios sencillos en movimiento, dieta y ocio para encarrilar la salud a largo plazo. El cardiólogo recomienda especialmente aquellas actividades dirigidas a trabajar la musculatura en resistencia y los ejercicios de fuerza de prensión (la capacidad que tiene una persona para apretar o suspender objetos en el aire con las manos), dos prácticas que han mostrado una eficacia notable frente al deterioro físico vinculado al paso de los años.
“Resulta que el ejercicio es lo único que sabemos que reduce nuestro reloj biológico. El espacio entre tu verdadera edad y la edad biológica puede ampliarse”, destaca Topol. La recomendación estándar es realizar 30 minutos de ejercicio, cinco días a la semana, aunque el propio cardiólogo reconoce que incluso con dos sesiones semanales ya se obtienen beneficios. “No es sobre volverte más fuerte, es también sobre mejorar tu equilibrio”, insiste. “Nada de lo que podamos hablar supera al ejercicio si hablamos de reducir nuestro proceso de envejecimiento. No lo sabríamos si no hubiese toda esa ciencia detrás”.
Topol subraya que el ejercicio se ha revelado como el hábito más eficaz para mejorar la salud y prolongar la vida. Para quienes buscan una clave en la longevidad de los llamados “superancianos”, el mensaje queda claro: moverse no solo alarga los años, sino que también los llena de salud y vitalidad.
Salud
Qué es el síndrome del “hombro congelado”, la dolencia que afecta principalmente a las mujeres mayores de 40
Publicado
6 días atráson
3 junio, 2025Por
Admin
Durante la mediana edad, esta condición asociada a cambios hormonales interfiere con rutinas básicas y deteriora el bienestar general, advierten desde National Geographic. Cuáles son los síntomas y por qué es esencial el diagnóstico oportuno
Alcanzar el estante de la cocina, atarse el pelo o solo levantar los brazos pueden ser acciones que, aunque simples, se vuelven un desafío inesperado para muchas mujeres en la mediana edad, especialmente después de los 40 años.
Actualmente, esta condición ganó relevancia debido a su impacto prolongado y a la necesidad de repensar su diagnóstico y tratamiento desde una perspectiva informada y equitativa. Es que el dolor persistente y la rigidez en el hombro afectan de manera desproporcionada a mujeres de mediana edad, con una alta prevalencia e impacto en la calidad de vida.

El hombro congelado se caracteriza por una restricción progresiva y dolorosa del movimiento en la articulación, tanto en acciones activas como pasivas.
- Congelación: dolor y rigidez aumentan de forma progresiva.
- Congelada: disminuye el dolor, pero persiste la rigidez, lo que dificulta las actividades cotidianas.
- Descongelación: el rango de movimiento mejora de manera gradual.
Este proceso puede extenderse entre uno y tres años. En algunos casos, la recuperación total no se alcanza.
Vale destacar que, en la fase inicial, el dolor suele ser intenso por la noche y la movilidad del hombro se reduce. En la etapa intermedia, la rigidez se acentúa y puede producirse atrofia muscular. Finalmente, durante la recuperación, disminuye el dolor y mejora la movilidad, aunque no siempre se restablece por completo.
Desde Mayo Clinic advierten que, aunque en la mayoría de los casos se resuelven con el tiempo, la afección puede resultar incapacitante durante su evolución.
Cuáles son los factores de riesgo

Diversos reportes indican que entre el 2% y el 5% de la población desarrolla capsulitis adhesiva. Su frecuencia aumenta significativamente en mujeres de entre 40 y 60 años, especialmente en la transición menopáusica, profundiza National Geographic.
El mismo medio señala que cerca del 75% de los casos se presentan en mujeres, y más del 70% de quienes atraviesan la menopausia padecen síntomas musculoesqueléticos. Es más, una de cada cuatro desarrolla alguna forma de discapacidad funcional.
Aunque sus causas exactas no están completamente establecidas, se estima que el hombro congelado se origina por un proceso inflamatorio que provoca el engrosamiento y la contracción de la cápsula articular. Sobre este punto, el estudio de Climacteric vincula este mecanismo con la disminución de estrógenos durante la menopausia, lo que contribuye a la aparición de síntomas musculoesqueléticos como el dolor articular y la rigidez.
En cuanto a los factores de riesgo, Mayo Clinic identifica a los antecedentes de diabetes, trastornos tiroideos, enfermedades neurológicas o cardiovasculares, así como la inmovilización prolongada del hombro.
Vale destacar que la afección presenta mayor prevalencia entre personas de origen asiático, donde se la conoce como “hombro de los cincuenta años”, según relata National Geographic.

Por otro lado, un estudio publicado en Climacteric propuso el término “síndrome musculoesquelético de la menopausia” para describir síntomas asociados al descenso de estrógenos, como capsulitis adhesiva, artralgia y pérdida de masa muscular.
Al tiempo que una investigación publicada en Journal of Clinical Medicine documentó la alta frecuencia de dolor de hombro en mujeres menopáusicas y las barreras diagnósticas que enfrentan.
Contexto histórico y falta de investigación
Durante décadas, el hombro congelado fue una enfermedad poco comprendida y subestimada por la comunidad médica. National Geographic destaca que hasta hace poco existían escasos estudios sobre sus causas y tratamientos, en parte por un sesgo de género en la investigación.
La cirujana ortopédica Jocelyn Wittstein, citada por el medio, afirmó que “el solo hecho de ser mujer es un factor de riesgo para el hombro congelado” y señaló que la mayoría de los cirujanos ortopédicos no experimentan la menopausia, lo que contribuye a la falta de urgencia en el abordaje de esta afección.

En 2024, Wittstein y su equipo introdujeron el concepto de síndrome musculoesquelético de la menopausia, para describir síntomas como dolor articular, pérdida de masa muscular, disminución de densidad ósea y progresión de la osteoartritis. La revista Climacteric, en ese tono, subrayó la relevancia de esta terminología para aumentar la conciencia médica y social sobre los efectos musculoesqueléticos del climaterio.
Diagnóstico: criterios y relevancia de la detección temprana
Durante años, el hombro congelado fue poco atendido en la práctica clínica. National Geographic vincula esta omisión con un sesgo de género. En ese marco, Jocelyn Wittstein insistió en que el factor de riesgo de ser mujer fue históricamente desestimado y atribuyó esa omisión al desconocimiento clínico de la experiencia menopáusica.
Estas afirmaciones sobre el síndrome musculoesquelético en la menopausia adquirieron respaldo desde la revista Climacteric, ya que se documentó la frecuencia y el impacto de estos síntomas en mujeres en transición hormonal.
El estudio en Journal of Clinical Medicine reforzó esta perspectiva al mostrar la elevada prevalencia de dolor de hombro y la falta de estrategias diagnósticas eficaces, lo que prolonga el sufrimiento y retrasa el tratamiento adecuado.

Lo cierto es que el diagnóstico del hombro congelado es clínico. Se basa en la historia de dolor y rigidez progresiva, y en la limitación del rango de movimiento activo y pasivo. La Cleveland Clinic explica que el examen físico incluye la evaluación comparativa con el otro hombro.
Las radiografías permiten descartar patologías como artritis o lesiones óseas, y técnicas como la resonancia magnética o la ecografía ayudan a confirmar el diagnóstico.
Su identificación oportuna es clave. Intervenir en las primeras fases mejora el pronóstico y acorta la duración de los síntomas. Sobre este punto, y a modo de ejemplo, el estudio publicado en Journal of Ultrasound demostró que la hidrodilatación guiada por ecografía, combinada con fisioterapia, resulta más eficaz si se aplica antes de alcanzar la rigidez completa.
Tratamientos actuales y evidencia disponible
El tratamiento del hombro congelado evolucionó, aunque aún no hay un protocolo unificado. Las estrategias incluyen fisioterapia, analgésicos, antiinflamatorios no esteroideos, corticoides (orales o inyectables), hidrodilatación y, en casos refractarios (resistes a los tratamientos tradicionales), cirugía.
La fisioterapia es el pilar del abordaje conservador. Mayo Clinic y Cleveland Clinic coinciden en que los ejercicios de amplitud de movimiento, acompañados de un compromiso sostenido con la rehabilitación, son fundamentales para la recuperación.
Las infiltraciones con corticoides alivian los síntomas en las etapas iniciales, aunque su efecto es transitorio. La hidrodilatación —inyección intraarticular de solución salina y corticoides guiada por ecografía— mostró buenos resultados, especialmente al combinarse con fisioterapia personalizada.

El trabajo publicado en Climacteric cita estudios clínicos que muestran que estos tratamientos logran buenos resultados si se inician a tiempo, reduciendo la necesidad de intervenciones más invasivas.
Respecto a la terapia hormonal, National Geographic y la revista Climacteric señalaron que la terapia de reemplazo hormonal (TRH) podría prevenir o aliviar los síntomas musculoesqueléticos, incluido el hombro congelado.
La Dra. Kathleen Jordan, directora médica de Midi Health, afirmó a National Geographic que la TRH es una de las intervenciones más eficaces para el dolor articular vinculado al hipoestrogenismo, aunque debe evaluarse caso por caso.
Las opciones quirúrgicas quedan reservadas, entonces, a cuadros en los que el tratamiento conservador falla. El estudio de Journal of Clinical Medicine advirtió que muchas mujeres menopáusicas no acceden de forma temprana a tratamientos adecuados debido a la subestimación de su dolor, lo que retrasa intervenciones efectivas.

El reconocimiento del hombro congelado como parte del síndrome musculoesquelético amplió la investigación clínica y mejoró el enfoque terapéutico. National Geographic destacó, en ese sentido, que una nueva generación de especialistas en salud femenina favoreció el acceso a tratamientos basados en evidencia.
En paralelo, Climacteric resaltó el rol de intervenciones complementarias como el ejercicio de resistencia y la suplementación con vitamina D, magnesio y vitamina K2 para preservar la masa ósea y muscular en mujeres posmenopáusicas. La hidrodilatación guiada y la fisioterapia personalizada continúan como intervenciones de primera línea, sobre todo si se aplican en fases tempranas.
Salud
Andar en bicicleta o caminar, ¿qué es mejor para la salud cardiovascular?
Publicado
6 días atráson
3 junio, 2025Por
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Ambas prácticas tienen múltiples beneficios para el organismo. En el Día Mundial de la Bicicleta, un repaso por sus efectos en la prevención de enfermedades cardíacas, control metabólico y fortalecimiento muscular
Cada 3 de junio se conmemora el Día Mundial de la Bicicleta, una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que busca fomentar su uso por sus múltiples beneficios sociales, ambientales y de salud.
En 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un análisis al respecto de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien apuntó: “Caminar y andar en bicicleta mejora la salud y hace que las ciudades sean más sostenibles. Cada paso que damos y cada paseo ayudan a reducir la congestión, la contaminación atmosférica y las enfermedades. No obstante, debemos hacer que los desplazamientos a pie y en bicicleta sean seguros, para que más personas opten por estas opciones más saludables y ecológicas”.

Caminar o andar en bici: sus beneficios para la salud cardiovascular
Tras analizar a 82.297 personas durante 18 años, el trabajo concluyó que “en comparación con los desplazamientos no activos, el uso de la bicicleta se asoció con un menor riesgo de mortalidad por todas las causas, un riesgo un 24% menor de hospitalización por enfermedades cardiovasculares, prescripción de medicación cardiovascular y prescripción por problemas de salud mental”. En cuanto a la caminata, el mismo estudio señaló que las personas “que caminaban al trabajo tenían un riesgo 10% menor de hospitalización por enfermedad cardiovascular y de recibir medicación para tratarla”.
Sin embargo, el trabajo también advirtió sobre un riesgo mayor de lesiones entre ciclistas: “Quienes se desplazaban en bicicleta tenían casi el doble de riesgo de hospitalización por colisiones de tráfico en comparación con los no activos, aunque este fue un evento relativamente infrecuente (83 hospitalizaciones en 18 años)”. Estos eventos reflejan la necesidad de infraestructuras seguras para garantizar los beneficios del ciclismo sin aumentar riesgos viales.

En 2022, la OMS publicó un informe en el que apuntó: “Andar en bicicleta y caminar puede ayudar a combatir el sobrepeso y reducir la inactividad física. Los desplazamientos activos se asocian con una disminución de aproximadamente el 10% del riesgo de enfermedad cardiovascular y una disminución del 30% del riesgo de diabetes tipo 2″.
Fortalecimiento muscular, según la intensidad que se busca
Tanto caminar como andar en bicicleta activan los músculos de las piernas. Según una revisión de Public Health England, “el ciclismo se asocia con mejoras en la composición corporal” y permite reducir el porcentaje de grasa corporal cuando se lo realiza con frecuencia.
El mismo informe destacó que andar en bicicleta “beneficia la capacidad cardiorrespiratoria en adultos”, lo que implica también un refuerzo de la musculatura involucrada en la resistencia aeróbica. Por su parte, caminar actúa sobre músculos estabilizadores, fortalece los tobillos y las caderas, y mejora el equilibrio, especialmente en personas mayores o con movilidad reducida. Además, se asocia con mejoras en la salud musculoesquelética de mujeres posmenopáusicas y personas con dolor lumbar crónico, según precisó el análisis.
Si bien el ciclismo podría promover un fortalecimiento más marcado debido a la carga mecánica del pedaleo, caminar también ofrece beneficios relevantes, particularmente en términos de mantenimiento de la masa muscular con bajo impacto en las articulaciones, de acuerdo a los expertos.
Bajar de peso: ambas son buenas alternativas
Ambas actividades son aliadas eficaces en estrategias de control del peso. La OMS ha indicado que caminar “durante 30 minutos o andar en bicicleta durante 20 minutos la mayoría de los días reduce el riesgo de mortalidad en al menos un 10%”.

En el informe de Public Health England detallaron que caminar con regularidad genera descensos en el índice de masa corporal, el perímetro de cintura y el peso, particularmente en personas inactivas o con sobrepeso. El ciclismo, por su parte, está significativamente asociado con una menor grasa corporal en estudios de cohorte y ensayos clínicos, lo que lo posiciona como una herramienta útil para reducir el exceso de peso.


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