Sociedad
Fue monja de clausura 12 años, dejó los hábitos, se casó y tuvo una hija: “No me arrepiento, pero fue demasiado tiempo”
Publicado
7 meses atráson
Por
Admin
Cuando cumplió 20, Florencia Luce ingresó a un monasterio contemplativo, convencida de tener una vocación religiosa. Durante más de una década llevó una vida de aislamiento, obediencia y silencio, marcada por contradicciones que, con el tiempo, la empujaron a replantearse su fe. Años más tarde, transformó esa experiencia en una novela titulada “El canto de las horas”
Fue en 1981. Florencia Luce tenía 19 años y transitaba lo que hoy describe como una “crisis de identidad”. Mientras estudiaba Agronomía, una carrera universitaria que no le gustaba, empezó a pensar en una posibilidad que hasta entonces no se había planteado: convertirse en monja. “Tuve una sensación interna muy fuerte que, para mí, fue un llamado de Dios”, le cuenta a Infobae desde Morristown, Nueva Jersey, Estados Unidos, donde vive y actualmente escribe, enseña idiomas y traduce textos.
De la localidad bonaerense de Vicente López, Florencia (63) se crió en una familia de clase media con cinco hermanos y unos padres poco religiosos. Cursó el primario en el Franco Argentino y la secundaria en el colegio Labardén de San Isidro. Aunque la institución era laica, muchos de sus amigos eran católicos y terminaron acercándola a la Iglesia. “Comenzaron a invitarme a charlas y retiros. Empecé a creer en Dios y me volví medio fanática: iba a misa en secreto casi todos los días, leía sobre la vida de los santos y rezaba novenas”, asegura.
La noticia fue un cimbronazo para los Luce. Sus padres fueron los primeros en oponerse. “Me decían: ‘Esperá. ¿Por qué mejor no hacés un viaje?’. Pero yo estaba totalmente convencida. A eso se sumaba lo que me decía el sacerdote: ‘Si tu vocación es genuina, tenés que ir por ese lado’”, recuerda. Para sus hermanos y parte de su círculo también fue una sorpresa: “Les costó creerlo. No me relacionaban con ese tipo de vida”.

La vida contemplativa
La entrada al monasterio fue en enero de 1982. Florencia llegó con un bolso pequeño y acompañada por sus padres, hermanos, abuelos, tíos y primos. “Hubo una misa seguida de una pequeña ceremonia y después me fui por un costado hacia la clausura. Ahí me recibieron las monjas y me despedí de mi familia. Para ellos fue tremendo”, rememora.
Durante el primer año, como parte del proceso de adaptación, tuvo que vestir ropa laica: pollera larga y zapatos chatos. Más adelante le dieron el hábito. La vida puertas adentro estaba regida por normas estrictas que limitaban al máximo el contacto con el exterior: no se podía mirar televisión ni leer diarios y estaban, prácticamente, todo el día en silencio. Las visitas familiares, que al principio eran semanales, luego pasaron a ser mensuales. “Encima se realizaban detrás de un mostrador, así que no podíamos ni abrazarnos. Hoy lo veo y me parece anacrónico, pero en ese momento no me representaba un problema. Para mis padres, en cambio, era durísimo. Mis hermanos, de a poco, dejaron de ir. Les resultaba distante, no podían entenderlo”, cuenta.
Luego de unos meses comenzó a sentir cierta contradicción. Aunque le gustaba la rutina, el estudio, el canto gregoriano y el orden que proponía la vida monástica, Florencia convivía con una creciente incomodidad interior. “Empecé a tener crisis espirituales que copaban todo”, dice. “Mi fe siempre fue muy débil, casi como que me la impuse. Entonces, cuando estaba ahí adentro, me cuestionaba muchas de las cosas que se hacían, como por ejemplo la confesión. Sentía una resistencia. ‘¿Para qué?’, me preguntaba”.
Todo eso, explica ahora, desembocaba en una duda mayor: si no comulgaba con los dogmas de la Iglesia, ¿Tenía en realidad una vocación religiosa? “El problema era que no tenía permitido compartir esas inquietudes con nadie. Solo podía trasladárselas a la maestra de novicias, que era la responsable del acompañamiento espiritual. Y, cada vez que hablábamos, ella me decía lo mismo: ‘Ya se te va a pasar. Rezá, rezá, rezá’”, recuerda.
A las contradicciones internas, se sumaron las tensiones cotidianas. “Había celos entre novicias. Competíamos por el amor o la atención de la superiora, al punto de que me entristecía si a una de mis compañeras le asignaban tareas más importantes que a mí. Pensaba: ‘No puede ser que esté pendiente de estas pequeñeces. Esto no tiene nada que ver con Dios’”, explica. “Puede parecer ridículo, pero en un ambiente tan cerrado, donde pasás muchas horas en silencio, la cabeza no para”, agrega.

Más dudas que certezas
A los dos años de iniciar su vida monástica, Florencia comenzó a plantearse por primera vez la posibilidad de dejar los hábitos. “Quizá tenga que irme. Quizá esto no es para mí”, pensaba. Pero cuando le trasladaba la incertidumbre a su maestra espiritual, ella se la rebatía con argumentos que, de alguna manera, mermaban esa crisis. “‘Hay un montón de monjas que se cuestionan. Ya se te va a pasar. Vos tenés pasta para esto’, me decía. Y en un punto era cierto, porque a mí me gustaba el estilo de vida que se hacía en el monasterio. Creo que todo eso me llevó a estar confundida”, recuerda.
A los tres años de su ingreso, como marcaba la regla, a Florencia le tocó renovar su compromiso mediante los votos temporales: una promesa por otros tres años más, de castidad, pobreza y obediencia. “Si bien mantenía mis inquietudes, todas mis compañeras lo hicieron y estaban felices. Se ve que en ese momento yo era muy maleable e insegura, entonces seguí adelante”, explica.
Seis años después de su ingreso llegó la “profesión solemne”, el ritual que confirmaba su compromiso definitivo con la vida religiosa. “En teoría, una se vuelve a replantear todo y decide si quiere irse o seguir adelante. Es una ceremonia muy fuerte. La que hace los votos se tira en el piso boca abajo mientras todos cantan y rezan. Esa es una de las partes más impactantes”, describe. Sus padres estuvieron presentes, en primera fila.

Una revelación en Francia
De los tres votos —castidad, pobreza y obediencia—, el que más le costó cumplir a Florencia fue el último. “Sin ninguna duda, la obediencia fue lo más difícil”, asegura. A medida que pasaban los años, y ella dejaba de ser aquella joven de 20 años, el mandato de obedecer sin cuestionar empezó a hacerle ruido. “A los 26 ya era otra persona. Veía incoherencias y tenía interrogantes”, explica.
El problema no era solo el voto en sí, sino las contradicciones cotidianas que presenciaba puertas adentro. “Había un grupito selecto que podía hacer cosas que el resto no. Por ejemplo, durante la siesta, la abadesa te podía invitar a tomar el té con cosas ricas. Todo en secreto, porque el resto no lo sabía”, recuerda. Esa dinámica de privilegios —de la que formaba parte— la incomodaba cada vez más. “Pensaba: ‘¿De qué sirve rezar por el mundo y ser testigo de la injusticia acá adentro?’”.
Hacia el final de su estadía, entre 1992 y 1993, fue enviada a Francia. Los motivos: sabía hablar francés y el monasterio de destino era conocido por su tradición en canto gregoriano, disciplina en la que Florencia se había formado. A la distancia, experimentó un contraste inesperado que puso de manifiesto el desgaste que venía arrastrando. “Descubrí que allí se vivía una espiritualidad mucho más pura. Por lo menos, esa fue mi visión”, dice. Si bien el encierro era mayor —las visitas se hacían a través de una reja—, la vida interna le pareció más coherente. “Era lo que planteaba el papa Francisco: ‘Volver al espíritu del Evangelio’”, dice.
En cartas a sus compañeras expresó esas nuevas vivencias, algo que, cree ahora, no fue bien recibido. Cuando regresó, la abadesa —a quien había considerado una figura materna— no solo no le devolvió su puesto como directora del coro, sino que la apartó por completo. “Eso me tocó el punto más sensible”, reconoce.
Aunque por dentro hervía, no dijo nada. Lloró en silencio y empezó a cerrarse sobre sí misma. “Me tragaba toda la angustia. Sentía que no podía compartir nada con nadie y la contradicción volvió: ‘Si yo soy monja e hice votos de obediencia, ¿por qué esto me está afectando tanto?’, pensaba. Tendría que poder ofrecérselo a Dios y decir: ‘Estoy feliz de que no me pidan que trabaje en la dirección de coro’, pero no lo sentía así”.
El quiebre definitivo llegó poco después, en 1994, con la muerte de su abuela materna. Habían tenido una relación cercana durante la adolescencia, y su familia esperaba que asistiera al entierro. Florencia pidió permiso para ir, pero la respuesta fue negativa. “‘Si te dejo a vos, tengo que dejar a todas’, me dijo la abadesa. Y tenía razón, pero no pude tolerarlo. Fue la gota que rebasó el vaso: ahí decidí irme”, explica.

—¿Cómo fue tu salida? ¿Tuviste reuniones o un día dijiste: “Me voy”?
—Me fui solamente dejando una carta. Sabía que si hablaba con la abadesa iba a volver a convencerme porque yo la quería mucho y ella me quería mucho a mí. Escribí un texto bien largo explicándole todo lo que me venía pasando y que había decidido no recurrir a ella porque no quería que me hiciera dudar. Dejé el sobre y me fui.
—¿Nadie sospechó nada cuando te vieron salir del monasterio?
—No, porque como yo era de las pocas que sabía manejar, solía hacer salidas, por ejemplo, para llevar a la abadesa a hacer trámites. Entonces a nadie le llamó la atención. En la carta, además, expliqué que iba a estar en lo de mis padres y dejé un número de teléfono para que me contactaran. Y así fue: ella después me llamó, volví y tuvimos una charla.
—¿Se enojó o te entendió?
—Para la abadesa fue muy duro. Se lo tomó bastante mal. Lo que más le dolió fue que no hubiera hablado con ella en todo ese proceso. Pasó el tiempo, regresé varias veces con la intención de conversar y que me entendiera, pero nunca quiso. Así que poco a poco fui dejando de ir.

—¿Cuál fue la reacción de tu familia?
—No podían creerlo. Mi mamá y mi papá estaban de viaje, pero fui a su departamento, donde vivía mi hermana menor, y después se sumaron dos hermanos más: lloraban de alegría. Esa noche llamamos a mis padres. Ellos estaban en el Uruguay, porque en esa época pasaban seis meses allá y seis meses en Buenos Aires. Enseguida mi padre me sacó un pasaje y me fui para allá con ropa de mi hermana. Y ahí pasé, probablemente, 30 días. Yo estaba flaca, casi transparente, así que me alimentaron y me vistieron. Después regresamos y conseguí trabajo rapidísimo. En ese sentido tuve suerte.
—¿Costó insertarte socialmente?
—No. Si bien tenía mis momentos de tratar de estar sola, me gustó mucho la parte de redescubrir a mi familia: volver a estar con mis hermanos y mis sobrinos, que en ese momento eran chiquititos. No puedo decir que me haya costado. Justamente, creo que fue gracias a mi familia y también a que reconecté con dos de mis mejores amigos de antes, que pude adaptarme rápido. Empecé a estudiar Musicoterapia y, por mi francés, conseguí un puesto en una inmobiliaria, porque no tenía experiencia de nada. Ni siquiera sabía de computación. Ahí trabajé unos meses nomás, hasta que me fui a una empresa de asistencia al viajero. Después conocí a mi marido, que es norteamericano, nos casamos y al año nos fuimos a vivir a Estados Unidos.
—De ser monja de clausura en un monasterio contemplativo a casarte y tener una hija. ¿Lo habías imaginado?
—Cuando me presentaron a mi marido, no quería saber nada. No fue un flechazo en absoluto, pero empezamos como una amistad y, poco a poco, nos enganchamos.
—¿Te casaste por iglesia?
—Sí. Me casé por iglesia. Todavía me quedaba fe. (Risas).

—Después de ser madre, ¿te pusiste más en el lugar de tus padres al momento de decirles que querías ser monja?
—Sí. En algún momento le dije: “Hija no me vayas a hacer eso”. Y ella me contestó: “¡Ni loca, mamá!”. Al principio yo no quería reconectarme con mi vida pasada. Quería ir adelante, tenía proyectos, ganas de estudiar y de viajar. Fue bastante más adelante, cuando empecé terapia, que comencé a revisar toda esa etapa y a pensar en plasmar mi historia en un libro. Así surgió El canto de las horas (Libros del Zorzal, 2022). Me llevó diez años, pero necesitaba hacerlo. Primero, para que le quedara a mi hija. Después porque empecé a pensar que otras chicas podían pasar por lo mismo. Y no me equivoqué: tras publicar la novela me contactaron unas cuantas.
—¿Cuál es tu vínculo con la Iglesia hoy? ¿Vas a misa, por ejemplo?
—La parte espiritual no la perdí, pero ahora pasa por meditar, salir a caminar o escuchar música. Admiré muchísimo al papa Francisco. Me encanta todo lo que dijo e hizo. De hecho, yo estuve en el Vaticano como monja, así que conozco algunas internas. Pero la parte institucional de la Iglesia no me llega en absoluto: me desilusionó.
—El próximo 30 de mayo vas a cumplir 64 y, a esta altura, los doce años en el monasterio son un pedacito de tu vida. ¿Cómo lo ves hoy? ¿Te arrepentís?
—Mi sentimiento hacia esos 12 años es de mucho cariño. Fue una experiencia muy rica. Y todas esas pequeñas cosas que te mencioné que para mí en ese momento eran un mundo, no son las que me pesan. No me arrepiento de haber sido monja, pero sí de haberlo sido tanto tiempo, porque yo entré a los 20 y salí a los 32. Hoy la veo a mi hija, que tiene 26, veo lo que está haciendo, y entiendo que todo eso yo no lo viví. Estuve en un lugar muy protegido, luchando con mi propio interior. Ese es el gran dolor que tengo. Reprocho que no me hayan ayudado a entender que esa vida no era para mí. Fue demasiado tiempo.
Te sugerimos
Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
Publicado
11 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
Publicado
12 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
Sociedad
Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
Publicado
12 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
Los mejores memes del triunfo de Racing a Tigre: de los goles errados de Maravilla Martínez a la hora que terminó el partido
Cómo influye la cocción del huevo en su valor nutricional
Tos convulsa en Argentina: confirmaron la muerte de siete niños y remarcaron la importancia de la vacunación
Increíble hallazgo cerca de Punta del Este: encontraron la especie de tortuga más grande del mundo
El impactante tatuaje de la Copa del Mundo que se hizo Dibu Martínez: la dedicatoria a “la banda del mate” y una frase especial
La inflación anual de Estados Unidos trepó a 8,6% en mayo y es la más alta en 40 años
Con gol de Ayrton Costa, Boca Juniors le ganó a Argentinos y se clasificó a las semifinales del Clausura
Tienen 13 y 15 años, robaron un auto y chocaron en Villa Lugano tras una persecución policial
ARCA denunció por lavado de dinero a la financiera vinculada a las coimas en la Agencia de Discapacidad
Mas Leidas
-
Economia11 horas atrásCon más demanda estacional de pesos, el tipo de cambio enfrenta presiones a la baja en diciembre
-
Politica12 horas atrásMás detalles de la conversación telefónica entre Trump y el dictador Maduro
-
Economia12 horas atrásAccidentes de trabajo: la “industria del juicio” se acerca a un pico de demandas que se concentran en 9 provincias
-
Politica12 horas atrásKarina Milei reordena el mapa político en la provincia de Buenos Aires para medir fuerzas con Kicillof en la Legislatura
-
Economia12 horas atrásCon más demanda estacional de pesos, el tipo de cambio enfrenta presiones a la baja en diciembre
-
Economia11 horas atrásLa inflación volvió a quedar por encima de 2% en noviembre, según consultoras privadas
-
Deportes11 horas atrásLos mejores memes del triunfo de Racing a Tigre: de los goles errados de Maravilla Martínez a la hora que terminó el partido
-
Economia11 horas atrásPor qué la acumulación de reservas es clave para bajar el riesgo país, según analistas
