El Nobel de Literatura peruano presentó “La mirada quieta” en la Feria del Libro de Buenos Aires. Además de recordar historias sobre Cortázar, Borges y Juan José Sebreli, reflexionó sobre política en la región y sobre la invasión rusa a Ucrania
Mario Vargas Llosa ratificó esta noche su rol de invitado estelar de la 46 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. El Nobel de Literatura se refirió a su reciente ensayo sobre Benito Pérez Galdós, La mirada quieta, pero también atrapó al público desgranando anécdotas sobre Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Juan José Sebreli. A la vez, hizo un crudo relato de su reciente convalecencia por coronavirus.
“Perder la respiración es una experiencia verdaderamente traumática”, comentó el laureado escritor, que se apoyó en un bastón para caminar. A sus 86 años, el autor peruano se hizo presente en la cita cultural y editorial, donde hizo gala de su fluidez oratoria. El diálogo con el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz se extendió, distendido, durante más de una hora.
El último sobreviviente del “boom” de la literatura latinoamericana se mostró de traje y sin corbata. Y dio su testimonio acerca de cómo vivió la enfermedad. “Comencé a sentir mucho frío en las piernas. Era el atardecer ya y de pronto empecé a perder la respiración. Empecé a ahogarme, a respirar muy mal, con mucha dificultad, y entonces Isabel (Preysler) llamó a un médico”, recordó ante una colmada sala José Hernández, que siguió cada una de sus palabras en absoluto silencio.
“Escuché al médico a lo lejos, una voz que se perdía. Dijo ‘tiene fiebre muy alta y es indispensable llevarlo al hospital’. Esta fórmula que utilizó el médico me puso muy nervioso y creo que la dificultad en la respiración aumentó muchísimo. Estaba en un estado completamente ido y me acuerdo que esperaba la camioneta de la clínica y no llegaba nunca”, comentó en el marco de su última intervención en esta edición de la feria.
Jorge Fernández Díaz dialogó con el Nobel de Literatura
“Finalmente llegó la camioneta, me llevaron a la clínica, y lo recuerdo como una verdadera liberación cuando me pusieron el oxígeno y entonces recuperé la respiración. Fue solamente una experiencia de 24 horas, pero francamente desagradable”, evocó desde el escenario.
Fernández Díaz recordó que el autor de Pantaleón y las visitadoras y Conversación en La Catedral se puso a escribir un artículo ni bien se recuperó, y le consultó si esta tarea no le quitaba “energía narrativa” para su oficio literario. Vargas Llosa replicó que no, porque tiene “muy bien separadas ambas actividades. Una novela por ejemplo toma desde lunes hasta sábado, pero los domingos escribo los artículos”.
El autor peruano contó que se reunió a desayunar en La Biela este domingo con su amigo Juan José Sebreli. “Nos conocimos hace muchos años en París y creo que tuvimos una discusión, la primera vez que nos conocimos, en la que yo defendí a Cortázar. Era muy amigo de Cortázar y lo veía con cierta frecuencia. En cambio, él tenía muchas reservas con Julio Cortázar. Encontraba que sus novelas tenían una deficiencia política, que no abrazaba las cuestiones políticas de una manera profunda, rica, creativa, y yo le discutía muchísimo esto, para terminar dándole la razón al cabo de los años”.
Consideró que Cortázar había descubierto tardíamente la política. E “influyó muchísimo en él ese descubrimiento, para que empezara a escribir novelas políticas. Pero en las novelas o los cuentos que había escrito antes había siempre un elemento muy sorprendente, muy desconcertante, y la falta de un compromiso político no se notaba para nada”, consideró.
Respecto de su relación con el autor de El Aleph, recordó que Borges nunca le perdonó que señalara en un artículo que estaba lleno de admiración por el gran cuentista que había una gotera en su departamento de la calle Maipú. “Porque Borges tenía pues esas huachaferías, como diríamos en el Perú. No encontraba suficiente respeto en señalar que en una casa, en la que él ocupaba, en una habitación había una gotera”.
“Mi admiración por Borges sigue absolutamente intacta a pesar de las bromas malas que hizo al respecto”, zanjó la cuestión. Y dijo también que el escritor argentino “no entendía que en América Latina hubiera un problema social, que hubiera una diferencia entre lo que ganaban unos latinoamericanos y lo que ganaban otros”.
Presentación de “La mirada quieta”.
En cambio, Vargas Llosa (Arequipa, 1936) coincidió con Sebreli en que “si hay un país en América Latina que debería encontrar un camino de progreso es sin ninguna duda Argentina”.
Tal como anticipaba el programa, la conversación también giró en torno a su reciente ensayo La mirada quieta, donde crea un perfil completo, personal y sugerente del escritor español. Recordó que Pérez Galdós llegó a publicar dos artículos al día en periódicos españoles, aunque “no era un buen articulista, era un novelista esencial”.
Vargas Llosa indicó que el sueño de Pérez Galdós era ser traducido al francés, algo que no logró. También puso sobre la balanza que el caso de ese autor esencial de la literatura española contemporánea es el de muchos escritores: “ser desigual, escribir obras que eran muy importantes y obras que no lo eran, obras que eran un poco de relleno”. Destacó su intento de “escribir el siglo XIX a través de novelas sencillas, ligeras, entretenidas, escritas en un lenguaje muy accesible para un gran público. Tuvo mucho éxito con los Episodios nacionales, pero curiosamente no se publicaron fuera de España”.
Según detalló Vargas Llosa -quien se dedicó a leer la obra de Pérez Galdós de principio a fin durante la pandemia-, el español “planeó 15 novelas, de las que escribió solamente 12. Era una manera de llegar al gran público a través de anécdotas, historias, que ponían de una manera sencilla, ligera, no oficial, hechos históricos al alcance del gran público español”, lo que le valió tener muchísimo éxito.
Vargas Llosa consideró que probablemente el autor de Fortunata y Jacinta fue probablemente “el primer escritor profesional que aparecía en nuestras letras tanto en América Latina como en España. Él se comprometió a escribir cada tres meses una novela y cumplió. Ahora no siempre le salían bien, otras veces le salían de una manera defectuosa”.
Presentación de “La mirada quieta”.
“Un gran escritor no es siempre un gran escritor”, recalcó. Y, a diferencia de Pérez Galdós, quien corregía con pequeñas anotaciones a mano, pero no reescribía nunca una novela, afirmó que él sí corrige mucho. “Soy exactamente en ese sentido la oposición a Pérez Galdós. No podría escribir ligeramente una novela”.
En materia política, el autor que cobró notoriedad con la publicación de La ciudad y los perros (1963) aseveró que deposita muy poca confianza en la izquierda latinoamericana, “tiene una visión profundamente distorsionada de la realidad, a la que antepone un dogmatismo muy cerrado. El caso de la izquierda frente a lo que está ocurriendo hoy día en Ucrania, por ejemplo. El señor Putin de una manera absolutamente virulenta agrede a un pequeño país y sin embargo esa izquierda no reacciona, no condena”.
También se mostró convencido de que la democracia no está en crisis, sino “que está viva”. “La invasión rusa a Ucrania ha servido entre otras cosas para fortalecer extraordinariamente a la Unión Europea. Mi impresión es que Putin se ha equivocado profundamente al invadir Ucrania, sin tener en cuenta el estado de las fuerzas militares de que dispone. Da la impresión de que Ucrania se ha ennoblecido extraordinariamente enfrentando la invasión y que la invasión no va a significar para las tropas rusas ese paseo que Putin había concebido”, aseveró.
En cambio, se mostró pesimista ante el panorama de América Latina, cuya situación “no puede ser más trágica. Es muy difícil ser optimista frente a una América Latina que está paralizada por las nuevas dictaduras o a punto de hundirse nuevamente en un periodo de violentas acciones. Es muy difícil ser optimista, lo cual no significa que haya que dejar de luchar”, insistió el autor de La fiesta del Chivo.
“América Latina, si elige bien, va a elegir lo que significa la verdadera libertad”, recalcó. “En función de esta libertad va a ir saliendo de sus problemas enormes que enfrenta hoy en día”, dijo todavía. Antes de retirarse caminando nuevamente apoyado sobre su bastón, la sala le dedicó un estruendoso aplauso. La feria, incluso en pandemia, celebró la participación del Nobel de Literatura y último sobreviviente del mítico “boom”.
Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia
“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.
Estaba quebrado, con los ojos vidriosos a causa de tanto sufrimiento, pero no se callaba, confesaba: “Todavía siento dolor y trato de no tener lugar para el odio. Intento recuperarme de todo lo que me hicieron estos tipos como puedo. No me olvido más, te juro. Volvía de laburar, eran las ocho y media de la noche cuando entré con el auto al garaje del edificio. Antes de que el portón se cerrara vi que dos tipos se metían. Me amenazaron con armas y empezaron a darme trompadas. Estoy seguro de que querían entrar a mi casa, pero había movimiento afuera en la calle. En venganza como se les frustró el plan de meterse en mi vivienda me metieron a patadas en el auto al grito de ‘perdiste, gil’”.
Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano.Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.
Alberto Sommaruga, el mayor de los integrantes de la familia de secuestradores
Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.
Transcurría 2002, la crisis económica había mutado en algo más peligroso: una crisis moral. Mientras el país intentaba recuperar cierta normalidad, en el conurbano bonaerense germinaban bandas improvisadas, sin prontuario, formadas por patovicas, empleados y estudiantes universitarios que vieron en el secuestro un negocio rápido. La de Ariel fue una de las más insólitas: sus captores eran jóvenes, de barrios acomodados de la ciudad de Buenos Aires, con autos importados y la misma torpeza que violencia.
Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.
Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.
Pablo Sommaruga, otro de los integrantes condenados de la banda (NA)
Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.
Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.
El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.
La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.
Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.
Ariel Strajman junto a su padre a la salida de los tribunales de Comodoro Py donde se realizó el juicio (NA)
De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.
La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.
Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.
Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.
La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.
Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.
En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.
Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.
El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas
Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville,en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.
En las imágenes, el adolescente se muestra con un vestido estampado roto, el cuerpo pintado con manchas rojas y la palabra “violada” en la espalda. A la vez, sus compañeros lo rodean, se ríen y realizan gestos que refuerzan la banalización de la violencia de género.
Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.
Frente a la magnitud de lo sucedido, la división a la que pertenece el estudiante involucrado difundió un comunicado en el que ofrecieron disculpas públicas.
En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.
No obstante, la otra división del IPET 267 emitió un mensaje con un tono más severo, en el que manifestó su repudio absoluto a lo ocurrido.
El comunicado de la otra división de la IPET 267 de Bell Ville, Córdoba
En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.
El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.
Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.
“Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.
De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.
Repudio de la Escuela Humanos tras cantos antisemitas en viaje de egresados
En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.
“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.
Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.
En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.
La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia
Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.
“Se trata de propulsores fabricados por la compañía CFM (GE Aerospace y Safran Aircraft Engines), con un tipo específico de componente que provocó estas fallas”, indicó la empresa en un comunicado. La decisión fue adoptada durante el plenario del Comité de Seguridad de la compañía, del que participan sus máximas autoridades.
Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.
Aerolíneas remarcó que sus tripulaciones “realizan entrenamientos recurrentes que contemplan este tipo de eventos” y que la situación “forma parte de los escenarios que tanto pilotos como tripulantes de cabina conocen y ensayan en profundidad”. En la empresa destacaron además que todos los procedimientos se cumplieron “de acuerdo con los estándares internacionales de seguridad”.
El avión con destino a Córdoba debió aterrizar en Ezeiza
La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.
Según explicó la firma, el fabricante CFM recomienda una revisión al cumplirse los 17.200 ciclos —entre aterrizajes y despegues—, aunque “ninguno de los motores que registraron fallas estaba cerca de alcanzar ese umbral”. Por ese motivo, Aerolíneas solicitó al fabricante “una opinión técnica antes de reincorporar estos equipos al servicio”.
También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.
“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.
El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.
Aerolíneas Argentinas
Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.
Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.
El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.
Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.