Sociedad
“Siento que va a venir de visita”: el dolor de la madre de María Marta García Belsunce, 22 años de sospechas y la condena tardía
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El recuerdo de cómo vivió Luz María Galup Lanús la muerte de su hija. En 2003, a meses de que se cumpliera un año del homicidio, dijo que el homicida no estaba entre sus parientes y menos que sospecharan de su yerno Carlos Carrascosa como autor, pero no fue escuchada por la justicia. La voz de una mujer quebrada por la angustia que falleció diez años después sin saber quién fue el culpable, aunque lo sospechaba: Nicolás Pachelo recién fue sentenciado a prisión perpetua en 2024
“El asesino de mi Negrita está fuera de la familia”, reflexionaba hace exactamente veintidós años, a fines de agosto de 2003, la mamá de María Marta García Belsunce, Luz María Galup Lanús, en la única entrevista que dio en la intimidad de su departamento de Recoleta, a meses de cumplirse un año del homicidio de su hija, ocurrido el domingo 27 de octubre de 2002 en su casa del country Carmel, cuando fue masacrada de seis balazos calibre 32 en el cráneo.
Hacía poco que se había presentado como querellante en la causa en la que se investigaba el crimen: “Lo hizo para impulsar otras líneas de investigación, porque hasta ahora solo se puso bajo la lupa a la familia de la víctima”, precisaba su abogado, el doctor Adolfo Casabal Elía. Y sus hijos, que en ese momento de la charla la acompañaban, Irene Hurtig, María Laura y Horacio García Belsunce, más Constantino, su marido, aseguraban que se ponía seria y como una leona cuando alguien sugería que su familia podía llegar a estar involucrada en el crimen. “Para mí ‘El Gordo’ es como un hijo” -explicaba cuando se refería al esposo de María Marta, Carlos Carrascosa-. No tolero que insinúen que pudo haber sido el quien la mató, por favor. Hoy sin ella está solo en el mundo”, declamaba.

Su mamá solía llamarla cariñosamente “Negrita”, pero también le decía “arañita peludita” porque una vez jugando cuando era muy pequeña se le ocurrió ese apodo y ella no paró de reírse a carcajadas mientras entonaba como si fuera una canción: “Yo soy de mamá, la arañita peludita”. Cuando lo confesaba, Luz María expresó en aquella oportunidad que sentía una sensación de angustia en todo su cuerpo que la invadía permanentemente cada vez que la recordaba, lo cual ocurría a cada momento, en especial cuando se enteró de que algo trágico le había sucedido.
Luz María no preguntó nada durante el viaje. Cuando entró a la vivienda y la vio tendida sobre la cama matrimonial pensó que estaba dormida: “Me negué a aceptarlo. Les decía a todos: ‘ya se va a despertar’. Lo recuerdo y me hace mucho daño. ¿Te puede pasar algo peor a perder un hijo? Lo comparo con perder un nieto, como me pasó hace muchos años con el hijo de María Laura que murió de cáncer a los siete años. Ahí pensé que no iba a poder seguir, pero acá estoy… Cuando pasó el tiempo y supe que no había sido un accidente sino un asesinato sentí más dolor aún. Ni siquiera te lo imaginás. Me paralizó. No pensé en nada más, tenía la mente en blanco, no podía creerlo. Una parte mía se había ido con mi nietito. Ahora la otra se terminaba de ir con ella, con mi ‘Negrita’. Yo era una luchadora que iba siempre al frente, pero este golpe letal me quitó las pocas fuerzas que me quedaban”.

La mamá de María Marta, además, rememoró otros momentos duros que ambas enfrentaron juntas: “Sucedió cuando con Carlos supieron que no iban a poder ser padres. Para ella fue difícil superarlo. Hablamos de la posibilidad de adoptar, pero no se decidió. Se repuso a la noticia como pudo, pero el mejor refugio lo encontró acompañando y prestándoles atención a los niños de Missing Children, a los que les dedicaba su vida y su amor. Yo la acompañé en todo sin presionarla porque se trataba de una decisión muy personal. Aparte con Carlos eran muy unidos y comprensivos tanto en las buenas como en las malas. Por eso nunca pude entender cuando hablaban de él como sospechoso, por favor, una infamia total. Me indignó porque es un muy buen hombre que la amaba. Jamás desconfié, mi hija también lo amaba mucho y yo lo quiero. Eran un buen matrimonio, ella lo cuidaba y protegía muchísimo. Cuando lo vi por primera vez después de la muerte de María Marta lo abracé fuerte. Nunca entendí cómo el fiscal Molina Pico sospechó de él. Y cuando lo detuvieron me pareció una injusticia. Yo le dije en la cara que jamás dudé de él. Se emocionó y me lo agradeció”.
Por entonces, las sospechas de la familia ya apuntaban al “vecino conflictivo”, como solían identificar a Nicolás Pachelo. Pero ella, respetuosa, no daba nombres, y aunque no acusaba, tenía sus sospechas como todos sus seres queridos que apuntaban al mencionado Pachelo.
Mientras tanto, la mamá de María Marta defendía con energía y sostenía que ponía las manos en el fuego por todos los integrantes de su familia porque era gente buena, de hermosos sentimientos, incapaces ni siquiera de levantar la voz o maltratar a alguien: “Mis hijos son un amor. No sé a quién se le puede ocurrir que los hermanos van a encubrir el crimen. Soy una mujer grande que conozco muy bien a los míos. Y mi marido (Constantino Hurtig) y Guillermo (Bártoli, su yerno, esposo de Irene), dos personas de bien, incapaces de hacer algo así. ¿Cómo se puede pensar semejantes atrocidades de excelentes personas? ¿Te parece que voy a defender a mi yerno si la mató o tiene que ver con el crimen?”.
Mientras atesoraba en sus manos una foto con su hija, la seguía recordando: “Perdí la sonrisa, lloro por mi hija, tengo miedo de que no pueda descansar en paz porque no se encuentra la verdad. Era un sol, responsable. Seria, comprometida, buena gente, no puedo soportar su ausencia. Tuvo una infancia muy feliz, para mí está ahí, va a aparecer en algún momento. La recuerdo todo el tiempo. Siento que va a venir de visita. Para mí no está muerta, no puedo aceptarlo, la siento a mi lado. Por eso cuando fui al cementerio no creí que estaba allí. No sé de dónde saco energías para continuar. Hablo con ella, está siempre conmigo. A menudo me faltan fuerzas. Todo lo que estoy viviendo me parece una pesadilla, increíble. Había dedicado su vida siempre a hacer acciones solidarias, era puro amor al prójimo. Lo que estoy pasando no se lo deseo a nadie. Es un cuento eso que repiten acerca de que el tiempo todo lo cura. Cada instante que pasa el dolor va en aumento. Solo espero que algún día se sepa quién fue el culpable y toda la verdad. Daría mi vida para que descubran al asesino. Le pido a Dios que aparezca y al fiscal y a los jueces que algún día lo encuentren y lo condenen”.
El ruego de la madre de María Marta fue resuelto por la justicia, pero recién dos décadas y un par de meses más tarde, cuando en 2024 Nicolás Pachelo fue condenado a prisión perpetua por el homicidio. Pero ella ya no estaba para sanar las heridas, había fallecido el 13 de junio de 2013, a los 88 años.

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Once días atado, racismo y un dedo amputado: el brutal secuestro que reveló un nuevo perfil criminal en la Argentina
Publicado
5 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia
“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.
Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano. Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.

Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.
Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.
Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.

Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.
Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.
El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.
La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.
Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.

De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.
La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.
Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.
Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.
La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.
Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.
En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.
Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.
Sociedad
Indignación y repudio por el disfraz de un alumno en Bariloche: se vistió de “mujer violada” en su viaje de egresados
Publicado
7 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas
Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville, en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.
Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.
En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.

En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.
El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.
Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.
Esta no es la primera vez en el año que un grupo de alumnos de una escuela que estaba en medio de su viaje de egresados en Bariloche queda envuelto en un hecho polémico. A finales de septiembre, unos estudiantes de una escuela de Canning fueron filmados mientras realizaban cánticos antisemitas.
“Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.
De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.
En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.
“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.
Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.
En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.
Sociedad
Aerolíneas Argentinas retiró preventivamente ocho aviones tras la falla en el vuelo con destino a Córdoba
Publicado
7 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia
Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.
Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.

La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.
También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.
“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.
El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.

Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.
Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.
El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.
Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.


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