Sociedad
Fue abusada desde los 11 años y se animó a contarlo de adulta: “Mi hermana me obligaba a vestirme de varón y a tocarla”
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Wayra relató que si se negaba a tener intimidad con su hermana cuatro años mayor, ella le pegaba. Su estremecedor relato forma parte del nuevo libro de la psicóloga Andrea Aghazarian, llamado “Después del abuso sexual”. Allí recopila diferentes relatos de tratamientos de pacientes que sufrieron estos ataques
Cuando Wayra entró por primera vez al consultorio de su terapeuta, tenía 41 años. Había pasado décadas en silencio, pero en esa entrevista de admisión, fue directa: “Durante mi infancia sufrí abuso sexual por parte de mi hermana mayor”. Su tono fue claro, sin rodeos. El cuerpo, sin embargo, contaba otra historia: llevaba puesta una remera tres talles más grande y sus brazos cubiertos. Más tarde explicaría por qué.
Las vejaciones comenzaron a los 11 años y recién pudo ponerle fin cuando se casó. Pero tiempo después se separó y se fue a vivir sola. Fue en esa etapa de soledad que buscó ayuda terapéutica y recurrió al consultorio de Andrea Aghazarian, quien acaba de lanzar el libro llamado “Después del abuso sexual”, donde recopila diferentes relatos de tratamientos psicoanalíticos de pacientes que sufrieron este tipo de ataques en la infancia.
El caso de Wayra, cuyo nombre es ficticio para preservar la identidad de la víctima, es uno de los más destacados. “La vida adulta de una víctima de abusos sexuales en la infancia, si aún no ha hablado, es el momento para pedir ayuda. Nunca olvidemos que el abusador sexual es siempre alguien muy cercano a su entorno, y esto retrasa el pedido de ayuda y la expectativa de credibilidad en sus vínculos más estrechos”, alertó Aghazarian al hacer hincapié a la imposibilidad de denunciar los hechos en el momento en que ocurren por las amenazas que reciben y el estrés postraumático que padecen.

Durante la terapia, Wayra admitió que había intentado cortarse las venas en varias ocasiones y que, incluso, había terminado internada con varios puntos en sus antebrazos. Esa ira que tenía contenida no solo la descargada en su cuerpo, sino que también la exteriorizaba con grafitis en sus paredes.
El abordaje clínico requirió tiempo. La terapeuta debía esperar a que Wayra adquiriera las herramientas para narrar lo más complejo de su historia sin desestabilizarse. “Ese día entendí que Wayra era muy frágil y que, para llegar al centro del asunto, iba a tener que construir varios puentes para pasar de isla en isla”, detalló la profesional, ya que la mujer hablaba en un registro mágico, con frases plagadas de imágenes alucinadas, como si las palabras no alcanzaran para contener el horror.
Aunque había estudiado Letras y ejercido el periodismo, Wayra trabajaba como administrativa contable. Tenía buen trato con sus compañeros, pero el entorno le resultaba ajeno. Había elegido ese trabajo por la estabilidad económica que le daba independencia.

En su casa, vivía rodeada de estatuillas de duendes. A veces, aseguraba ver “enredaderas frondosas” subir por las paredes o la figura de una mujer observándola en su cuarto. Pasaron varias sesiones hasta que, finalmente, relató con detalle el abuso sexual sufrido en su infancia.
El relato del horror
Un día, Wayra le contó a su psicóloga de qué forma su hermana, cuatro años mayor que ella, la sometía desde muy pequeña. “Me obligaba, en secreto, a vestirme de varón y a tocarla”, confesó. Veía a su hermana como un “ser todopoderoso”, inmensamente malvado, que la usaba como su objeto de su goce sexual.
“Recuerdo el impacto que me causó cuando me contó que su hermana masturbaba a la perra”, admitió la Licenciada Aghazarian, ya que su paciente le había manifestado en reiteradas ocasiones el amor inmenso que sentía por esos animales.
“El día que pudo contarme estos hechos, comprendí que la pena que sentía por la perra era la proyección de la pena por sí misma, y que ese amor tan saludable que sentía por el animal era el modelo en que hubiese querido ser querido ella”, señaló la profesional.
Wayra recordaba las escenas de abuso en el baño, en el inodoro, en el agua. La imagen más persistente era la de su hermana arrodillada entre sus piernas. Ella elaboraba esas escenas desde una posición de escisión psíquica, en la que su identidad se desdoblaba: “Yo era el amo y la perra a la vez”.

Asociaba el abuso a una lógica de caza: “Como los animales que cazaba para satisfacer sus pulsiones sexuales, yo era utilizada todas las veces”. El sometimiento repetido la colocaba en una posición ambigua. Por momentos víctima, por momentos identificada con su agresora. “Todas las semanas, la perra volvía a la cueva para hacerse poseer por la hembra dominante”, decía Wayra.
Ese doble lugar -sujeto pasivo y activo del abuso- organizó su sexualidad de forma distorsionada. Durante la adolescencia, las prácticas sexuales que buscaba estaban colonizadas por esa lógica sádico-masoquista. El goce estaba asociado a la sumisión. El cuerpo, a la obediencia.
Cuando sentía deseo por alguien, se desataban fenómenos psíquicos abruptos, desorganizados. “Imágenes a borbotones”, en sus palabras, que no podía controlar. “No sabía si estaban adentro o afuera, si eran reales o irreales”, explicó. Sentía que su deseo invadía a los otros, que se imponía sin permiso. Esa sensación la perturbaba profundamente.
En una de las sesiones más estables, contó que había sido internada por anorexia. Su relación con la comida era otro síntoma de su padecimiento. La delgadez extrema era una forma de borrar el cuerpo que tanto la perturbaba. Y cada vez que tenía una crisis, la única forma de sobrellevarla era con una botella de alcohol.

El abuso había dejado huellas en su cuerpo, en su contacto con los demás, en su manera de hablar, de tocar, de escribir y de vestirse. Siempre cubría sus brazos para que no se vieran las cicatrices de los cortes.
A pesar de las recomendaciones, Wayra no quería medicarse. “Temo que algo malo me pase”, decía. Pero luego, tras una derivación psiquiátrica, accedió. Un estudio reveló una leve diferencia en una zona de su cerebro. Se le indicó una medicación distinta a las que había tomado en sus cinco tratamientos previos. “El fármaco haría de red para evitar la espantosa sensación de caída libre”, explicó la profesional.
Con el tratamiento adecuado, Wayra empezó a estabilizarse. Por primera vez en muchos años, pudo pasar tiempo a solas con personas sin sentir pánico. Aprendió a reconocer el deseo sin que se activaran los fantasmas del abuso. Empezó a confiar.

A los meses, conoció a un hombre con quien formó pareja. Hoy, viven juntos, acompañados de su perro. “De vez en cuando me envía una foto de los tres”, reveló la psicóloga, orgullosa del nuevo camino que emprendió su paciente.
Wayra había atravesado el infierno con palabras propias, con imágenes desordenadas, con cortes, con silencios. Pero llegó el día en que pudo poner su trauma en palabras y sanar.
“Ella es una de esas pacientes que me incentivan a reiterar que cuando alguien siente que no está trabajando lo que necesita en una terapia, busque un analista adecuado hasta que lo encuentre”, subrayó Aghazarian sobre la satisfacción que le provocó ayudarla a construir otra forma de vida.
Lo distintivo de este caso relatado en el libro es que “son prácticas abusivas entre menores”, señaló la psicóloga, que dejan huellas no solo en la víctima sino también en el abusador, pero con diferentes impactos.
“Se puede trabajar con la víctima, ya adulta, y obtener resultados positivos. En cambio, si la menor abusadora en la vida adulta no hizo tratamiento psicológico es probable que siga abusando sexualmente de niños”, concluyó la licenciada Aghazarian.
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Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
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2 diciembre, 2025Por
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Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
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2 diciembre, 2025Por
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La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
Sociedad
Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
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2 diciembre, 2025Por
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Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
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