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La operaron de urgencia, sufrió un ACV y logró que los médicos le dejen hacer lo que más le gusta: “La vida son solo dos minutos”
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Cada sábado, Lola Cainzos sale a la cancha con un palo de hockey, un protector de pecho de esgrima, una máscara y un casco. Los médicos le advirtieron que lo que hace es como “cruzar la 9 de Julio con semáforo en verde”. Sin embargo, el partido más difícil lo tuvo que jugar a sus 21 años
La primera vez que escuché hablar de Lola Cainzos fue por mi hija, durante una comida. Alguna vez se había cruzado en la cancha de hockey con ella porque a Lola, defensora del Hurling Club, le había tocado marcarla, conocía bien a su hermana mayor y estaba impresionada con la tragedia que atravesaba su familia. Esa chica de 21 años estaba internada en la terapia de un sanatorio, peleando por su vida y la tenían que operar del corazón. Había que rezar.
Lo primero que me vino a la cabeza, como madre de deportistas que entraron repetidas veces a quirófano, fue “¡pobre madre! Lo que debe sufrir en la cancha con cada partido“. Insoportable. Por supuesto la curiosidad pudo más y pedí su contacto. Quería conocer su historia de primera mano y sus motivos para correr semejante riesgo de morir en la cancha.
La primera frase que me sale no es la pregunta de una periodista, asoma la madre.
Lola se ríe y no dice mucho. Quedará claro a lo largo de nuestra entrevista que es mayor de edad y que, por mucho que se le opongan, ha decidido lo que quiere hacer con lo que le tocó en la vida.

Una enzima cardíaca preocupante
Para Lola sus peripecias con la salud comenzaron en mayo de 2021. Todavía estábamos encerrados por la pandemia y arrastrando los sustos del covid-19.
“No sé bien exactamente qué día o en qué momento comencé a sentirme muy, pero muy cansada. Era algo anormal en mí que empezó a pasarme todos los días. Dormía un montón, pero quería seguir durmiendo otro montón. Me gusta dormir, pero esto era demasiado. Me parecía raro. Además, cuando entrenaba y tenía que correr sentía que no podía más. Me arrastraba. Se me acababa el aire porque estaba realmente agotada”, dice para explicar la incomodidad que tenía por esos días con su cuerpo super entrenado.
En ese momento Lola estudiaba Comunicación Digital en la Universidad Católica Argentina y entrenaba en el Club Hurling tres veces por semana. Una distensión del cuádriceps se coló entre su cansancio y su malestar, ese que había hecho que una cuadra le pareciera mucha distancia para su agotado cuerpo. Empezaron también los dolores de cabeza intensos al mismo tiempo que se sumó otro síntoma: una tos persistente que volvió sus noches un infierno.
“Tenía tanta tos que me asusté y fui a una guardia. Como todavía era época de covid te despachaban enseguida. No tenía fiebre, me revisaron y no vieron nada más. Me dijeron que volviera si no se me iba la tos. Los días pasaron, la tos fue para peor y experimentaba chuchos de frío. Esta vez volví a la guardia con mamá. Me hisoparon y di negativo para covid. Me recetaron un puf porque pensaron que podía ser algo asmático. Más o menos una semana después levanté fiebre, ya estábamos en el mes de julio. En el sanatorio esta vez me hicieron más estudios y una placa. Creían que podía ser neumonía. Al final, dijeron que era un cuadro de bronquitis. A todo esto, yo seguía haciendo mi vida con muchísimo esfuerzo. Seguí entrenando y jugando al hockey los sábados. Un día noté que se me habían hinchado los tobillos, el izquierdo sobre todo. Pensé que me había esguinzado y seguí adelante con mi semana deportiva”.
Fue poco después, viendo una película sentada en el sillón del living en la casa de su novio Juan Ignacio Catán, que también es deportista y juega en la selección masculina de Hockey, que hubo algo más.
“Juani tenía su cabeza apoyada en mí pecho y le llamó la atención el ritmo de mis latidos. Me dijo: ‘Che, te está latiendo muy fuerte el corazón, va demasiado rápido’. Era rarísimo porque no estaba haciendo nada, solo estaba quieta en un sillón. Volví a mi casa y se lo comenté a mis padres y fuimos, ahí mismo, a ver a un vecino nuestro que es cardiólogo. Me revisó y me dijo que era una arritmia. Me indicó que fuera al Instituto Cardiovascular para que me hicieran un monitoreo cardíaco, para descartar algo más grave. Conseguimos con ayuda un turno para un Holter. Tenía el corazón acelerado, pero no encontraban nada más y los estudios de sangre daban bien. Me sentía frustrada porque nadie podía diagnosticar qué me estaba pasando. La verdad es que me sentía muy mal, pero no quería ver a ningún médico más. Mamá quería hacer otra consulta con una doctora que le habían recomendado del Fleni, pero yo estaba negada, harta de tantas vueltas. Insistió y, después de hincharme mucho, me convenció de ir a verla. Ese día me terminaron haciendo mil estudios más durante unas siete horas. En uno vieron un derrame en un pulmón, parecía neumonía. Pero al final vinieron a decirme que me tenía que quedar internada porque, además, había una enzima cardíaca que daba demasiado alta. Había que estudiarme más”.
Lola pensó que era un mal chiste. No podía ser para tanto. Ella se sentía mal, notaba la poca energía que tenía y que sus latidos iban acelerados, pero no podía creer que tuviera que quedarse adentro del sanatorio. ¿Qué tan grave podría ser? Bromeó con sus compañeras de hockey y les envió una foto al chat.

Malas noticias
“Me internaron. En la camilla que estaba me enchufaron de todo. No entendíamos mucho qué pasaba. Pero me tenía que quedar sí o sí. El problema es que como todavía era época de covid no había lugar para ingresarme en ningún sanatorio. Lo primero era encontrar cama para derivarme”, relata. Era el martes 3 de agosto de 2021.
A las 3 de la madrugada del miércoles 4 les avisaron que habían encontrado cama en la Clínica Zabala de Belgrano. La llevaron en ambulancia.
“Todo era re loco. Me pasaron por mil pisos y me aislaron porque temían que tuviera covid. Estaba sola y no podía entrar nadie. Hasta ese momento no pensé que fuera tan serio lo que me estaba pasando. Creía que en dos días volvía a casa y a mi vida de siempre”, cuenta.
El aislamiento era angustiante para todos, a ambos lados de las paredes del sanatorio. La familia esperaba noticias fuera de terapia. Los médicos entraban y salían de la habitación de Lola y las enfermeras le sacaban sangre una y otra vez. Se desesperó de que la pincharan tanto y llamó llorando a su padre. Paciencia era lo que necesitaban todos.
Un rato más tarde fue transferida al sector de cardiología donde le hicieron un ecodoppler cardíaco. Recién ahí se pudo ver lo que le estaba pasando desde hacía tanto tiempo en su interior. “Descubrieron que mi válvula mitral había sido comida por una bacteria y que por eso mi sangre iba mal por mi cuerpo. Eso explicaba todos mis síntomas y el cansancio atroz”, afirma. El parte médico señala: válvula mitral “decapitada”.
Descartado el covid y con esta novedad, la pasaron a otro piso y pudo reencontrarse con sus padres.
Esa noche, luego de una tomografía con contraste, Lola volvió a su cuarto. “Cuando me llevaron de regreso al cuarto, después del estudio, y me dejaron sola, de pronto empecé a marearme. Me broté toda. Sentí que el lado izquierdo de mi cuerpo se me dormía y que me costaba respirar. Me asusté muchísimo y toqué el botón de enfermería. Había tenido una reacción alérgica al contraste y, además, los médicos me explicaron después que un coágulo que se había desprendido de mi corazón había viajado hasta el cerebro y eso explicaba mi adormecimiento del lado izquierdo. Había tenido un pequeño ACV (accidente cerebrovascular)”.
Susto tras susto. Y seguía sintiéndose pésimo.
El 6 de agosto Lola se despertó con muchísimo dolor de cabeza: “Esa mañana me terminé por descompensar. Sentía de verdad que me estaba muriendo. Me dolía todo el cuerpo, la panza y se me partía la cabeza. Ahí fue que Claudia Bruno, la jefa de cardiología, anunció que había que operarme cuanto antes. Ahora se había vuelto una urgencia”. Tenían que reemplazar la válvula mitral afectada por la maldita bacteria cuanto antes.
“Solo recuerdo a papá agarrándome de la mano llorando, diciéndome que me iban a tener que operar de urgencia del corazón. Me dije bueno, lo que haya que hacer que lo hagan rápido porque yo siento que me estoy muriendo. ¿Miedo? No tuve tanto porque me sentía muy mal, pero ver a mi papá tan conmovido me hizo entender que era algo complejo. De todas formas no hubo mucho tiempo para procesar nada, todo fue veloz”.

A jugar el partido de la vida
El diagnóstico fue “endocarditis bacteriana”. Podía ser por algún estreptococo que hubiera ingresado al cuerpo de Lola quién sabe por dónde. Una vez que la bacteria se incorporó al torrente sanguíneo viajó hasta alojarse en su válvula cardíaca y la dañó irremediablemente.
La válvula mitral es la encargada de regular el flujo sanguíneo. Sin su funcionamiento el corazón no puede bombear sangre de manera efectiva. La solución era reemplazarla, en una cirugía a corazón abierto, para colocar una válvula nueva. Había dos opciones: una biológica de origen animal o una válvula mecánica de cerámica. Como la biológica tiene una vida útil que va de los 10 a los 15 años y podría requerir otra cirugía, por la edad de Lola, optaron por la segunda que no se deteriora tan fácilmente.
La operaron el sábado 7 de agosto. Un sábado como los que Lola adora de hockey.
Solo que esta vez ella no corrió sino que durmió en una mesa de un quirófano mientras una máquina vivía por ella y los cirujanos le reparaban el corazón. En la tribuna estaba su banda de siempre: su papá Fabián (abogado y entrenador de la primera de rugby del club, su mamá Carolina (counselor), sus hermanos Cata (la mayor) y los menores Felipe y Juan. Y, por supuesto, su novio Juan Ignacio Catán (29). Ese joven atento que la había alertado de sus latidos enloquecidos.
Este sábado tan especial Lola jugó un partido distinto, el de la vida.
“Fue una cirugía a corazón abierto donde me conectaron a una máquina de circulación extracorpórea para que mi sangre siguiera circulando. Tengo una cicatriz vertical muy grande de esta operación. Cuando me desperté estaba drogada por los medicamentos y sumamente molesta. Pensá que me abrieron todo el esternón para poder trabajar. ¡Por suerte me acuerdo poco! Sí recuerdo que me daban algo que me relajaba mucho… (se ríe mostrando sus dientes inmaculados) Las enfermeras le decían fenta a lo que me daban, así que supongo que era fentanilo… ¡nada menos!”.
Lola asegura no haber experimentado demasiado temor. No hubo tiempo para que el pavor encallara en ella, se sentía demasiado mal para poder pensar con profundidad y no tomó conciencia de la real gravedad hasta que todo pasó.
Le habían reparado el órgano central de la existencia. Había zafado de morir. Habría vida por delante.
Vale aclarar, no lo dice ella sino los papers médicos, que una endocarditis bacteriana (infección del endocardio que es el revestimiento interno del corazón con pérdida de la válvula mitral) suele tener una mortalidad elevada, de entre el 20 al 30 por ciento o más según cada caso. Cuando la destrucción valvular es total puede elevarse ese número dramáticamente. No había sido ninguna pavada.

Prohibido el hockey
“Todo había salido bien, pero me seguía sintiendo mal. No me pude parar por muchos días. Me tenían que bañar en la cama. Durante todo ese tiempo no me sentí persona. No podía hacer nada sola. Ni ir al baño. Me obligaban a tomar mucha agua porque no hacía pis y tuvieron que colocarme una sonda. Una kinesióloga iba a moverme las piernas. Estaba enojada con la vida. No quería que apareciera nadie más a hincharme con nada. Me costó, estaba mala onda. Mandaron a una psicóloga para que hablara conmigo, pero yo no quería hablar. Retomé la terapia mucho tiempo después”, reconoce
La pasión de Lola es el movimiento, el hockey, el deporte en equipo. Su familia ya sabía que estando anticoagulada de por vida el hockey se acababa por los riesgos que implican los golpes, el palo, la bocha, el contacto con otras jugadoras. Pero no querían decírselo todavía. Una de esas tardes, en el sanatorio, una médica se anticipó a ellos y se lo anunció de una: “Nada de hockey a partir de ahora”.
Lola sintió el cimbronazo inmediatamente: “¡Imaginate cuando oí eso! El hockey es mi pasión, lo que me hace feliz. Empecé a llorar como loca. Llamé a mi hermana Cata para contarle, para poder llorar con alguien. Ellos ya lo sabían y querían estar cuando me lo dijeran. Vinieron todos de inmediato a consolarme. No estaba preparada para que se me termine el deporte para siempre. ¡Mi familia está atravesada por el deporte! Mi papá es entrenador; mi hermana juega hockey; mis hermanos, al rugby; mi novio también hockey… Siempre hice vida de club. Los sábados siempre fueron mi día favorito. Esa tarde que me anticiparon que no volvería a jugar estuve llorando tres horas sin parar”.
Lola estaba furiosa con su suerte. Volcó su terrible enojo con la situación que le había tocado en un posteo en redes siete días después de su operación:
“Pasé una semana de locos. Me operaron del corazón de un día para el otro, una bacteria hizo fallar una de mis válvulas y no había otra opción. Hay días de los que no me acuerdo, otros que me quisiera olvidar y algunos que sigo buscando la respuesta de por qué a mi. Otro año sin hockey y, tal vez, el fin de esa etapa. Los médicos me dijeron que no puedo jugar más y estoy partida al medio (física y emocionalmente). El hockey es todo para mí, es mi motor, mi despeje, mi cable a tierra y mi felicidad. ‘Podés jugar al tenis’ me decía una de las médicas que me atendió pero no entiende, no sabe lo que es tener una pasión y que de un día para otro te serruchen al medio y te digan que no podés seguir con eso. ‘Hay que reinventarse’ me dicen todos o ‘todo pasa por algo’, pero me encantaría saber por qué carajo esto me pasa a mi. Ya sé que entrar en esa no me va a dar ninguna solución, no me va a ayudar en nada, pero hoy estoy triste, hoy me quiero ir de acá, hoy estoy cansada. Quiero estar con mis amigas, con mi familia, con mi novio que se va en unos días y yo estoy acá encerrada sin poder verlo. Quiero que me dejen de pinchar por todos lados, quiero que esta pesadilla se termine de una vez. Quiero volver a como era todo antes, retroceder el tiempo. Siempre pienso un día más es un día menos, pero hoy no puedo más. Ya está, no quiero más. Basta Dios o universo o quien sea que esté mandándome toda esta mierda, ya no aguanto más. Quiero estar bien, quiero poder vivir plena y felizmente. Me quiero ir de acá, no puedo más. Hace unos días pensaba, levantate Lola, estás soñando y es una pesadilla horrible, levantate. Pero siempre estuve despierta. Me parece injusto, me da bronca, quiero putear a todos o a mí por haberme agarrado esa bacteria no sé cómo. Quiero entender por qué esto me pasa a mí y en este momento. Lo estaba logrando, me estaba ganando mi lugar en primera y no. Me arrancaron la ilusión de un día para otro. Me quiero ir. Me quiero sacar esta faja, esta venda, esta cicatriz. Quiero salir de esta cama y poder caminar por la calle como una persona normal, quiero comer comida de mi mamá, quiero volver atrás y que nada de esto haya pasado. Y si es verdad que todo pasa por algo quiero entender por qué esto me pasó a mi”.

Volver a cirugía
Lola estaba atragantada con lo que le habían vaticinado, no podía digerirlo. Ese fin de semana sus padres consiguieron que la dejaran ir a su casa con la promesa de volver el lunes para los estudios que faltaban y continuar con el tratamiento. Pensaron que le haría bien un poco de normalidad.
“Cuando volví el lunes para los estudios, ¡volví a quedar internada! Tenía pericarditis”, relata.
La pericarditis es una inflamación de la membrana que rodea al corazón que puede tener distintas causas, incluso puede ser una consecuencia de la propia cirugía. Ese líquido alrededor del músculo era preocupante.
Lola entró nuevamente en crisis: “No entendía qué pasaba. Qué me pasaba. Firmé los papeles para mi nueva internación mientras papá iba a estacionar el auto. Nada daba bien y quedé adentro otra vez. No sabía que lo que tenía era algo que puede pasarte cuando te operan del corazón. Me pasó. Otra vez una anestesia general. Me colocaron un tubo por arriba del ombligo para poder eliminar todo el líquido. Esto sí que resultó un dolor inaguantable que no le deseo a nadie. No me podía mover sin que me doliera un montón. Tomaba calmantes, pero no me alcanzaban”.
Cuando unos días después le quitaron ese tubo tuvo que volver a quirófano: su herida no cerraba bien porque estaba anticoagulada. Debieron coser. El huracán médico parecía no ceder. “Todos estábamos mal. Mis padres… Mi mamá estaba muy mal. Aunque trataban de disimular”, confiesa Lola. Para intentar animarla, su madre Carolina le ponía una canción de Diego Torres: Hoy.
“Yo quería revoleársela por la cabeza y en ese momento odié la canción. Hoy la escucho y me emociona. Porque me recuerda un momento que no fue lindo, pero que me marcó y que, de alguna manera, me mostró lo buena que está la vida”, reconoce.
Hay una frase de la canción que dice así y es imposible no asociarla con Lola y con la decisión que estaba por llegar, la de no dejar el hockey: “… buscar ese lugar que nos hace sentir vivos. Quiero ser, creer, buscar, volver a empezar una vez más, sentir que todo ha cambiado, dejando atrás el pasado, puedo ir, seguir, vivir, luchar por un sueño hasta morir, llegar hasta donde nadie ha llegado, llevando el presente a mi lado…”.

Buscar una salida para la felicidad
Le dieron el alta el 3 de septiembre de 2021. Seguiría con internación domiciliaria: un enfermero iba a domicilio para pasarle los medicamentos. “Tenía que tener mucho cuidado con la comida porque me bajaba la presión muy fácil. Tuve que aprender a estar más tranquila, a bajar las revoluciones porque soy tremendamente inquieta. Seguí cursando la carrera desde casa y ¡me terminé recibiendo el mismo día que mi hermana Cata que estudiaba derecho!”.
Llegó enero de 2022 y la vida de Lola se volvió un poco más normal, pero tenía cero actividad física. No solo por lo cardíaco sino por la recuperación de su esternón.
Su obsesión por volver a jugar hockey crecía. En febrero comenzó un peregrinaje por distintos médicos para hablar del tema. Todos se negaban a firmar un apto físico para que ella pudiera volver a hockey.
“Fui a ver a un montón de médicos para que me explicaran por qué yo no podía volver a jugar. La mayoría me dijo más o menos lo mismo. Nadie quería firmar el apto porque estoy anticoagulada. Mis padres y mi novio tampoco querían que volviera a la cancha. Nadie podía entender que, después de todo lo que había pasado, insistiera con el tema. Hasta que, por fin, a mi papá le recomendaron ver a un cardiólogo, el doctor Roberto Peidró, que es el mismo que atendió al Kun Agüero con su patología. Él es un especialista que está muy vinculado con el mundo del deporte y me entendió. Fui a verlo con mi mamá. Le llevé todos los estudios, los miró y me dijo que tenía que advertirme que era riesgoso jugar. Me dijo esto, literal: ‘Es como cruzar la 9 de julio con semáforo en verde’. El riesgo está. De decidir hacerlo tendría que jugar con un protector de pecho de esgrima, una máscara y un casco. Me dijo que sin eso no podía jugar. Que me firmaba el apto si yo firmaba a la vez un consentimiento diciendo que conocía todos los riesgos. Mamá también lo firmó. También me explicó que lo más grave podía ser un bochazo en la cabeza porque eso podía hacer que tuviese una hemorragia y que no me diese cuenta a tiempo. Por eso, ante el menor bochazo en la cabeza tenía que ir a hacerme estudios para ver que no hubiera consecuencias”.
Según Lola, a su madre Carolina (53) la podía el miedo ante su decisión. Con su padre Fabián (57) terminó dirimiendo la discusión con un texto por WhatsApp que decía: “Jeje la vida es una Fabo, y elijo vivirla con las cosas que me hacen muy pero muy feliz y entre esas cosas está compartir el club con toda mi familia, los sábados, las vueltas de los martes y jueves con vos en el auto. Como dirían algunos con palabras medio trilladas ‘estamos de paso’ y quiero aprovechar mi paso por acá haciendo todo eso que me llena de felicidad. Nunca te olvides que aunque no lo demuestro taaaanto te quiero infinitamente”. Cerró lo dicho con tres corazones verdes. Supongo, solo supongo, que es por el color de su club. En fin. Cartas jugadas. Contra viento y marea, Lola volvería a empuñar su palo de hockey.

Salir a la cancha con el corazón en la mano
Volvió a jugar el sábado 30 de abril de 2022. Era un amistoso. El primer partido oficial fue unos días después, el 7 de mayo, contra San Marcos. Hoy Lola sigue jugando en plantel superior de la B. En la espalda lleva el número 26 y es defensora central.
“El primer día que jugué mamá se emocionó mucho. Mi papá estaba con su equipo de rugby. Entré a la cancha con todo. Con mis compañeras jodemos con que soy Robocop. Uso un casco adaptado y cortado para poder sacar la colita del pelo y que me respire por arriba la cabeza. Juego los sábados y entrenamos tres veces por semana. Ya todos, mi novio incluido, aceptaron mi decisión. En todo este tiempo no tuve golpes graves. Un día recibí un bochazo en la cabeza, no muy fuerte, y fui a hacerme el estudio como me indicó el médico por precaución. No pasó nada. Sí tuve golpes en rodillas y brazos. Se me hacen moretones, nada grave. Y hace poco me corté con un alambre que no vi: me lo clavé y me sangró un montón. Me tuve que desinfectar muy bien porque si una bacteria entra a mi cuerpo podría tender a ir de nuevo a la válvula. Cada vez que voy al dentista también tengo que hacer profilaxis con antibióticos”.
Dice que no tiene pensado cuando dejará el hockey. Por ahora no. “Me hace muy bien y lo disfruto mucho. También es cierto que algunas amigas van dejando, pero llegan otras más chicas que me dicen La Señora”, confiesa con una carcajada. Cuenta que, además, está trabajando para una marca de afuera que se llama Tastemade y para una agencia de restaurantes, también tiene clientes a los que les maneja las redes sociales.
“Estoy viviendo la vida. Pero pienso mucho a futuro porque soy ansiosa. En lo laboral me gustaría que mi agencia crezca y poder vivir de eso. La fotografía y el video son mis pasiones después del hockey. También sueño con tener una familia. Pero todavía falta. ¿Hijos? Recién voy a pensar en eso después de los 29”. También revela que le gustaría mucho armar un podcast para transmitir las lecciones que le quedaron de esta difícil etapa: “La vida puede tener momentos de mierda, pero está buenísima vivirla y soy una agradecida. Cuando te pasa algo así, valorás mucho la salud y agradecés. Después de esto me volví más expresiva, más cariñosa con mis hermanos, con mis amigas. Aprendí mucho. Nunca encontré la respuesta de por qué me pasó a mí. Ya la dejé de buscar. Entendí que no me lleva a ningún lado. Es la vida. A todos les pasan cosas buenas y malas. A mí me tocó esta. Mirando en retrospectiva siento que lo que ocurrió me dejó un aprendizaje: vivir la vida con ganas y disfrutarla sin privarme de hacer cosas. Me ayudó a ver la vida de otra manera y por eso estoy agradecida. Todo lo hago sin frenar. Mi vida es blanco o negro y quiero disfrutarla mientras esté por acá. El hockey me hace feliz. Mi consejo es hacer lo que te hace feliz porque la vida son solo dos minutos… Conozco los riesgos que mi decisión conlleva y elegí correrlos”.
Lola va con el siglo, el último 12 de junio cumplió 25 años. Todos los meses se hace controles para ver cómo está la liquidez de su sangre y si deben o no ajustar la dosis de sus remedios. Le pregunto cómo lleva los sábados de hockey su madre: “Mamá aprendió a soportarlo. Se fue acostumbrando”.
Para muchos, Lola está crazy. Se ríe. Para otros, es solo entender y aceptar su decisión. Lo sabe. Algunos podrían tildarla de inconsciente. También lo asume.
Le pregunto algo más. Si no le parece un poco egoísta su posición para los que la quieren. Admite que sí: “Recontra, claro. Me sentí egoísta. Por ejemplo cuando mamá me decía que no podía entender la decisión que estaba tomando. Le parecía totalmente inconsciente. Pero también pienso que cada uno es el protagonista de su vida y en vida tenés que hacer las cosas que le apasionan. En mi caso eso me lo genera el hockey. ¡Claro que también tengo ganas de vivir! Yo sé que es peligroso lo que hago, pero no creo que sea recontramegapeligroso (se ríe con su palabra eterna). Siempre bromeo con mis amigas que la vida no se recursa, es ésta. Estoy acá y quiero hacer lo que me gusta mientras esté”.
Lola ya no tiene el corazón intacto, pero tiene la energía de su corazón intacta. Lo que no es poco. Ella enarboló la bandera de los desafíos al elegir cómo quiere transitar el camino de su existencia. Todos los días, como dijo aquel cardiólogo, cruza la avenida 9 de Julio con el semáforo en verde, con los autos que pasan silbando a su alrededor. No es la osadía contra las probabilidades lo que la empuja a hacerlo, sino la determinación de ser feliz a su manera aunque eso pueda tener al resto con sus respectivos corazones en la boca.
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Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
Publicado
7 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
Publicado
8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
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Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
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2 diciembre, 2025Por
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Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
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