Sociedad
Se acostó a dormir y se despertó en una sala de terapia intensiva: la argentina que sobrevivió a una caída de cuatro pisos
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Magdalena Lana tenía 19 años, vivía y estudiaba en Estados Unidos cuando una noche tuvo un accidente insólito. Estuvo internada, pasó por varias cirugías y volvió a clases en silla de ruedas. Hoy, una década después, es médica residente de Neurología y cuenta cómo transitó aquel episodio límite
Fue una noche de septiembre de 2015. Hacía calor y era la primera que Magdalena Lana dormía en el campus de la universidad de Lexington, en Estados Unidos. El edificio era antiguo y las ventanas amplias y bajas. A falta de un aire acondicionado, abrió la que estaba junto a su cama, dejó el mosquitero puesto y se fue a dormir. Cuando se despertó, estaba intubada en una sala de terapia intensiva. Tenía la cara desfigurada, la mandíbula rota, la rodilla izquierda destrozada y fracturas en ambos pies. Solo en el rostro, los médicos contaron más de veinte huesos afectados, aunque admitieron que era imposible determinar el número exacto.
Cuando pudo preguntar, su compañera de cuarto le dijo: “Te caíste de un cuarto piso”. Del otro lado de la cama, un médico la observaba:
—¿Voy a poder caminar?
—¿Voy a poder tener hijos?
—Creemos que sí. Pero ahora vas a entrar a tu próxima cirugía: te vamos a operar la rodilla izquierda.
Para ese entonces, Magdalena ya había pasado dos veces por el quirófano. Su familia, en tanto, volaba de urgencia al hospital donde estaba internada en Richmond.

De Mar del Plata a Estados Unidos
Maggie, como la llaman cariñosamente, tiene 29 años y es la del medio de tres hermanas. Nació en la ciudad de Mar del Plata en 1995 y, cinco años después, se mudó con su familia a San Diego, Estados Unidos, por el trabajo de su padre. En 2005 regresó a la Argentina, terminó el secundario en el colegio Trinity y, a los 18, decidió volver a Estados Unidos para estudiar Medicina. Se instaló en Virginia, donde cursó el primer año de la carrera y jugó al hockey en el equipo universitario.
Hasta el momento del accidente, se definía a sí misma como una “rebelde”. “Siempre me sentí diferente a mi familia y fue fácil meterme en ese rol. Si había un examen no estudiaba, total después me iba bien. Si tenía que correr en las olimpíadas colegiales, no entrenaba porque me sentía invencible. Capaz terminaba vomitando al final de la carrera, pero no me importaba. Hacía lo que quería y, por lo general, me salía bien”, le cuenta a Infobae, desde Beverly Hills, Los Ángeles, donde está haciendo la residencia de Neurología en el Centro Médico Cedars-Sinai.
En 2015, ya adaptada a la vida en el exterior, Maggie se preparaba para su segundo año de cursada. A diferencia del anterior, se había hecho amigas americanas y su roommate —compañera de cuarto— iba a ser una de ellas. “Todavía no habíamos convivido porque yo recién llegaba de vacaciones. Tampoco conocía el lugar: era todo nuevo para mí”, dice.
Aquella noche, antes de acostarse, abrió el ventanal. “Hacía mucho calor y en la habitación no había aire acondicionado”, cuenta. A pesar de que la ventana estaba pegada a la cama —más abajo incluso que el colchón— no pensó que podía ser un riesgo. “La abrí y me fui a dormir con el mosquitero puesto”, relata.
Lo que pasó después logró reconstruirlo a partir de relatos de terceros. No se acuerda de la caída, ni del impacto, ni de cómo llegó al hospital. Cree que rodó dormida hacia un costado y atravesó la ventana abierta durante la madrugada. Un estudiante que estaba en la cocina del edificio escuchó sus quejidos, salió a ver qué ocurría y la encontró tendida en el asfalto. De inmediato llamó a la policía. Cuando los oficiales llegaron, vieron el mosquitero desprendido y dedujeron lo ocurrido. Minutos más tarde, una ambulancia la trasladó de urgencia a una clínica, pero luego fue derivada en helicóptero a un centro de mayor complejidad en Roanoke.

“Me quiero quedar en la nube”
Después de tres cirugías (una en el rostro, una en el pie y otra en la rodilla) y dos días en terapia intensiva, Maggie fue trasladada a terapia intermedia. Allí la estabilizaron y comenzó a recibir medicación para el dolor. Hoy describe esos días como un estado de ensoñación. “Me quiero quedar en la nube, no quiero volver a la realidad, porque cada vez que me despierto siento tanto dolor, que no puedo vivir así”, escribió meses más tarde en un intento de diario que no logró continuar.
La llegada de su familia, el mismo día del accidente, la conmovió. “Cuando salí de la última operación, mi roommate se había ido y ellos todavía no habían llegado. Creo que lo primero que les dije fue: ‘Gracias por venir’. Y mis papás, desesperados, me decían: ‘¿Cómo no íbamos a venir?’. Que hayan tenido que viajar, que me hayan visto sufrir y, por supuesto, que hayan sufrido ellos también, fue una culpa que cargué por años”, dice.
Mientras estuvo internada, cada mañana, un médico se acercaba a tocarle los dedos del pie derecho, que estaba inmovilizado con un yeso: “Los dos primeros días no sentí nada. Al siguiente me tocó y le dije: ‘Creo que sentí algo’. Después empecé a moverlos. Eran movimientos mínimos, casi milímetros, pero fue un alivio. Imaginate que durante tres días no sabía si iba a volver a caminar. Fue desesperante”.

Con cada pequeño avance, Maggie empezaba a pensar en lo que venía después. Fiel a su carácter obstinado, se fijó un nuevo objetivo: regresar a la universidad. Para hacerlo necesitaba demostrar que podía manejarse con autonomía en una silla de ruedas. La institución —que enseguida hizo colocar rejas en todas las ventanas— además le exigía asistir durante una semana completa a un centro de rehabilitación, con tres horas diarias de kinesiología.
“Cuando estaba en terapia intermedia, me trajeron una silla de ruedas e hicimos una prueba. Como tenía la rodilla izquierda operada y el pie derecho enyesado, para desplazarme a otro lado tenía que apoyar el pie izquierdo. El tema era que me dolía muchísimo. Tanto era el dolor, que pedí una radiografía. Ahí descubrieron que también lo tenía fracturado”, cuenta.
Aunque el panorama era delicado, Maggie no quiso postergar el semestre. “Soy muy cabeza dura. No quería atrasarme ni seis meses”, dice. Así que, seis días después de aquella madrugada fatídica, recibió el alta médica y se fue de la clínica en silla de ruedas, con una bota ortopédica en un pie, un yeso en el otro, lista para ingresar al centro de rehabilitación y seguir estudiando.

Convivir con el dolor
En menos de dos semanas, Maggie logró volver a clases. “Me ayudó mucho todo el amor y el apoyo que recibí de mi familia y mis amigos. También mi forma de ser: cuando tengo un objetivo claro, bloqueo el resto y voy para adelante”, dice. La medicación también ayudó: tomaba 60 miligramos diarios de Oxicodina. “Hoy lo pienso y me parece un montón. Para que te des una idea: ahora le doy esa dosis a pacientes oncológicos. Pero en ese momento, yo estaba con tanto dolor que ni siquiera me dopaba. Al contrario: me sentía un poco más enfocada que si estaba toda dolorida”.
A los pocos días, la universidad le prohibió tomar narcóticos. “Hicieron todo lo posible para que me fuera. Pero como yo quería quedarme, los médicos me bajaron la dosis hasta que dejé de tomarla. Ahí el dolor se volvió insufrible. Incluso me aparecían dolores nuevos, que no reconocía, y tenía miedo de descubrir otra fractura. Después de lo que pasó con el pie, empecé a desconfiar del sistema médico. La pasé mal”, cuenta.
Para soportar el dolor, Maggie se apoyó en la kinesiología y en sus sesiones de terapia. Además, aprendió a aplicar una técnica conocida como reconstrucción cognitiva, que le permitió identificar y reformular pensamientos automáticos que contribuyen al malestar emocional. “Hasta hoy lo sigo haciendo. Cada vez que aparecen esos pensamientos, intento transformarlos diciéndome: ‘Tuviste dolores peores’; ‘Vas a salir adelante’; ‘Hoy fue un día malo, mañana tal vez está mejor’. También empecé a meditar”, cuenta.

Un mes después de la caída, dejó la silla de ruedas y pasó a usar muletas. “Fue un momento importante en mi recuperación. Si bien estaba avanzando, también estaba muy débil porque había perdido peso: me costaba comer porque tenía la mandíbula rota”, dice.
Antes de fin de año, Maggie logró dar sus primeros pasos. “La primera vez que caminé fue en el centro de kinesiología. Fue muy emocionante. Lloré y no solo de alegría, también de dolor. Es que, por el impacto de la caída perdí la grasa que está debajo de los pies. Esa capa actúa como amortiguador y protege huesos, tejidos y nervios al caminar. Al no tenerla —algo que también les pasa a los paracaidistas— camino sobre hueso duro”, explica.
Hoy, pasada casi una década, el dolor sigue presente. “No puedo andar descalza ni usar zapatos de taco”, dice. El ejercicio es su mejor aliado. “Me gusta salir a correr, aunque no puedo correr mucho, y hacer surf. Si dejo de entrenar —a veces me pasa por mi trabajo— empiezo a sentir que todo me duele un poco más”, admite. En 2024, por primera vez, sintió molestias en la rodilla derecha fue a hacerse ver. “Me dijeron: ‘Bueno, hace nueve años que venís poniendo todo tu peso en ese lado’. Van saliendo cosas nuevas. Cuando el clima se pone húmedo las rodillas se me hinchan. Los viajes en avión son insufribles”, dice.

Algunos aprendizajes
Después del accidente, Maggie empezó a cambiar, aunque al principio le costó aceptarlo: “Yo era muy del: ‘Voy, voy, voy. No freno. Soy invencible. No estoy triste. Siempre estoy bien’. Entonces, lo primero que hice fue seguir adelante. Encima todo el mundo me hablaba del accidente y yo estaba harta. ‘Este accidente me está definiendo y no quiero que sea así. Me hace parecer débil y yo no soy débil’, pensaba”.
Nunca se sintió una víctima. “Hacerte la víctima es no asumir responsabilidad. Es cierto que a nivel edilicio hubo cosas que tendrían que haber estado más actualizadas, pero yo no le eché la culpa a nadie. Fue un accidente re random. Nadie entiende cómo pasó. Yo tampoco, y no sé si me sirve buscarle una explicación”, dice. Por eso, en algún momento, eligió dejar de hablar del tema. “Cuando alguien me preguntaba por las cicatrices de mi rodilla, respondía que había sido un choque de auto”, cuenta.
Incluso, el día del accidente, mientras esperaba a su familia en el hospital después de la tercera cirugía, le pidió su celular a una enfermera y mandó un par de mensajes: “Estoy bien, no se preocupen”, decía. “Y en realidad estaba hecha bolsa”, recuerda.
Aunque no quería mostrarse vulnerable, debió hacerlo. “Tuve que aprender a pedir ayuda y a fluir más con mis emociones. Tuve que aprender a lidiar con el enojo, la tristeza y la ansiedad de no saber qué iba a pasar más adelante: si iba a estar más dolorida o no. Peleé mucho con eso porque para mí no era la Maggie de siempre. Pero aprendí a dejar que esas partes nuevas mías sean. Y a autoquererme. Está bien cambiar y no quedarnos en: ‘Yo soy así y voy a ser así toda la vida’”, dice.

Maggie también empezó a ver con otros ojos la forma en que se mostraba ante los demás y dejó de sentirse obligada a mantener una imagen inquebrantable. “Mucha gente me decía: ‘Vos siempre tan luchadora’. Entonces yo seguía con esa mentalidad y no me quejaba porque si lo hacía era débil. Creo que este accidente me ayudó a abrir un costado mío un poco más emocional y a aceptar estas partes nuevas que para mí no me representaban, porque eran más frágiles, pero que en realidad me estaban haciendo más fuerte”, agrega.
“Si miro hacia atrás, no hay nada que hubiese hecho diferente. Estoy agradecida por todo lo que pasó después de ese accidente, porque me transformó en la persona que soy hoy. Siento que ahora puedo relacionarme mucho más, no solo con mis pacientes, sino también conmigo misma”, se despide.
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Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
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7 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
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8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
Sociedad
Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
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8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
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