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Tiene 97 años y fundó un grupo de personas longevas para compartir vivencias y resignificar la vejez: así nació “Noventa y contando”
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El grupo de nonagenarios y nonagenarias que se reúne quincenalmente es un éxito en las redes y tiene su propio podcast
“Hola, mi nombre es Alberto, soy un médico de 97 años y estoy intentando formar un grupo de siete u ocho personas de más de 90 años para intercambiar la experiencia de por qué y cómo hemos llegado a una edad tan avanzada. Seguramente hablaremos de la relación con la familia, con la sociedad, el descanso, la comida y cualquier otra cosa que nos resulte interesante y útil. Yo dejo abajo mi correo y por favor los que tengan interés escríbanme y ampliaré esta información”.
Parado frente a cámara, con una remera a rayas, un pantalón beige y un mensaje concreto, Alberto Chab se lanzaba al ciberespacio con la ayuda de una de sus nietas, Zoe, que a mediados de 2024, cuando lo ayudó a filmar y publicar el video en TikTok tenía 17 años.
La idea había surgido en una cena familiar cuando Alberto, psicoanalista, le comentó que tenía ganas de conocer personas de su edad, no para hacer terapia sino para compartir experiencias pasadas y presentes que no puede compartir con los jóvenes.
—Para charlar de común acuerdo, interviniendo yo también con mis cosas, lo que en una sesión de terapia el terapeuta no puede hacer porque solo escucha y después, eventualmente, interpreta —aclara del otro lado del teléfono y pide que lo tutee “así no me siento viejo”.
“Quiero reunirme con gente para intercambiar cosas que ustedes, los jóvenes, no conocen” —le dijo a su nieta—. “Si yo les hablara del colchonero no saben lo que es, o si les hablo del deshollinador o del lechero que venía con la vaca y te servía la leche en el momento, ordeñándola. Son cosas muy emocionantes de nuestra infancia que las tenemos muy presentes pero no tenemos con quién comentarlas. Quisiera hablar de eso, de los juegos infantiles, de lo que hacemos en un día desde que nos levantamos hasta que nos acostamos”.
—Le conté esto y ella me dijo: “Bueno, yo te hago un videito y conseguís la gente”.
Cuando su nieta publicó el video, lo que sucedió desconcertó a Alberto.
—Me llegaron alrededor de 1.500 correos y miles, decenas de miles, de respuestas.
Desde mensajes de felicitación de personas de todas las edades y todos los puntos del país, hasta pedidos de que creara un grupo virtual para que pudieran participar en otras ciudades, en otras provincias.
—Un tsunami que yo no entendí y sigo, aún hoy mismo, sin entender. Una repercusión tremenda. Evidentemente debo haber puesto el dedo en la llaga en algo que estaba faltando y que nadie hacía: ocuparse de los gerontes.
A menos de un año de ese momento, de ese video, el grupo tiene nombre, tiene integrantes, tiene Whatsapp, tiene sitio y periodicidad de reuniones, tiene redes sociales donde son un hit y tiene, incluso, su propio podcast.

Noventa y contando
Guadalupe Camurati tiene 26 años, es diseñadora gráfica “pero también productora, notera, periodista, depende el día”, y creadora de contenido digital. Cuando vio el video de TikTok de Alberto trabajaba para el portal de noticias de Luzu TV y, como tantos periodistas, quiso hacerle una nota a él y a los que formaran parte del grupo que quería crear. Quiso ir a una reunión, conocer a los integrantes y ser testigo de esa experiencia desde el inicio.
—Me contacté con Alberto en el momento que salió el video que subió su nieta, Zoe, que se hizo viral en TikTok, de la misma forma que se contactaron millones, un montón de periodistas y canales. En su momento una persona lo había ayudado y le puso una respuesta automática en el mail y me respondió con eso. No me di por vencida, esperé a que bajara un poco la ola y lo volví a contactar. Pasó un tiempo y me respondió él con su número de teléfono.
El grupo se había conformado y Guadalupe le pidió a Alberto asistir a la primera reunión, él le dijo que sí y le pidió si podía conseguirle una cámara que la registrara. Ella se encargó.
—Conseguí una filmmaker que fuera gratuitamente a grabar la primera reunión y me quedé yo también. Salí muy sensibilizada por todo lo que había escuchado. Todos los integrantes se estaban conociendo, fue muy fuerte para mí y para ellos. Y cuando terminó Alberto planteó que él quería difundir el proyecto, digitalizarlo, expandirlo para que se hiciera conocido y se replicara. A mí se me ocurrió digitalizarlo a través de un podcast y filmarlos, me pareció la manera más fácil en la que ellos podían acostumbrarse a la idea de las cámaras y las preguntas, y sacar clips de ahí para redirigir. Nadie había hecho un podcast de personas de 90 años, así que pensé que era una manera gratuita y fácil de difundirlo.
A partir de ese momento Guadalupe comenzó a ir a todas las reuniones, que son quincenales, a conocer a los integrantes del grupo. Y, un par de meses después, los empezó a grabar según los ejes y temas que veía que a cada uno le interesaba de acuerdo a las cosas que decía o planteaba en las reuniones, que siempre giran alrededor de una premisa, una consigna brindada por Alberto que oficia de coordinador.
Ella explica que el formato grupal era imposible para un podcast entonces, como son diez miembros y Alberto que modera, propuso que cada uno tuviera un episodio acompañado por él. Finalmente produjo 13 “porque hicimos alguno que otro más experimental”, y los subió a Spotify. “Cuando lanzamos el podcast estuvimos entre los más escuchados de cuatro países, como México y Chile”, cuenta.
Afinando esa idea, subiendo recortes de esos videos y contenidos a la cuenta de Instagram que ella creó, a la que nombró “Noventa y contando” y en la que ya tiene más de doscientos mil seguidores, trabajado completamente ad honorem —a pulmón, reenganchadas— junto a tres editoras de video para alimentar la plataforma, se volvió la host de la digitalización del grupo que creó Alberto y que, a partir de este año es alojado por una productora mayor para que ellas puedan poner en valor su trabajo y hacer que siga funcionando.
Además de convertirse en un proyecto laboral Guadalupe dice que fue adoptada por ellos como nieta postiza: “Yo no crecí con mucha referencia de abuelos ni con el amor de adultos mayores, lo fui generando, honestamente, con ellos, el año pasado, así que para mí fue muy transformador”.
Decidió llamar al proyecto digital “Noventa y contando” por la idea inicial de Alberto: “noventa y contando experiencias”, explica, “pero también noventa y contando años, porque siguen sumando años, entonces se trata de mostrar que se puede llegar a los noventa con esta vitalidad, que no todo el mundo está encorvado, empotrado en la cama sin poderse mover a esa edad, hay gente que está muy bien y muy activa. Es cambiar un poco el concepto de la vejez, el concepto de todo este universo”.

Un casting difícil
Desde que se formó hasta hoy, el grupo de personas que vivieron el último siglo casi completo lleva unas 14 reuniones que solo interrumpieron por vacaciones. Las primeras las hicieron en un coworking de Vicente López, “una oficina enorme a todo lujo, donde nos servían café, tenían grabación, todo”, describe Alberto, pero luego, para facilidad de la mayoría de los integrantes que viven Capital, lo comenzaron a hacer en el SUM del edificio de Alberto.
Lo integran cinco varones, cinco mujeres y Alberto como coordinador. “Coordinador, no terapeuta”, enfatiza. Todos tienen más de 90 años, todos son jubilados, aunque algunos, como Alberto, siguen ejerciendo su profesión. Entre ellos hay un farmacéutico, un médico, un joyero, una profesora de inglés, amas de casa. Todos tienen hijos, nietos, “y algunos, para envidia mía, bisnietos”, dice Alberto. Para elegir a los miembros él y su pareja, Mari, dispusieron varios filtros porque la tarea era ardua.
—La elección fue muy difícil, no porque no hubiera gente sino todo lo contrario, porque fue tal la cantidad de personas que quería ingresar a un grupo como este, que se ve que nunca existió en ningún lado, que había muchas propuestas, inclusive del interior, gente que me pidió hacerlo por las redes, pero yo decidí que por ahora solamente iba a ser presencial. Entonces, de 1500 correos que recibimos la primera vez, primero elegí a los que vivían acá cerca y podían concurrir; después separamos los que escribían por el abuelo, el tío o el amigo y dejamos a los que escribían por sí mismos; y después lo que tenían la lucidez suficiente, porque dado que íbamos a intercambiar cosas pensamos con mi pareja que tenían que ser personas lúcidas. A pesar de eso quedaron una cantidad. Después seleccionamos un poco al azar diez integrantes que son los que hay ahora.
Cada dos semanas, antes del encuentro, Alberto manda por el WhatsApp grupal una consigna o tópico a modo de disparador para la reunión, para que puedan pensarlo con anticipación. Y también algunos enigmas para resolver, desafíos para ejercitar la mente y poner en común.
—Y [en los encuentros] hablamos de nuestras cosas, de cosas serias. Ni jugamos al truco, ni tomamos el té, cada uno dice lo que quiere, a partir de ciertas premisas. Ya hablamos de la gimnasia, de la alimentación, de la relación con el entorno, de la sexualidad, que la gente joven cree que estamos marginados y no es así. Yo lo coordino, no hago ninguna interpretación de nada, simplemente pregunto, opino sobre lo que cuentan los demás y los demás sobre los que cuento yo.
En el último encuentro la propuesta fue contar episodios importantes que cambiaron, de una u otra manera, el rumbo de sus vidas, situaciones, personas o circunstancias que los llevaron a dar un giro inesperado.
Alberto compartió el suyo: cuando él comenzó a trabajar, hace 60 años, era terapeuta de chicos. Dice que siempre había disfrutado de trabajar con ellos y que estaba desbordado de pacientes porque hay —o había entonces— pocos analistas varones dedicados a las niñeces. Hasta que un día un niño de unos 7 años a quien estaba atendiendo le pidió ir al baño. Él atendía en su departamento, en el cuarto piso, y el baño tenía salida a un pequeño patio con una especie de balcón interno. Desde ahí escuchó la amenaza que le congeló la sangre: “Alberto, Alberto, me voy a tirar por el balcón”. Una correntada de sudor frío lo recorrió. No estaba dispuesto a averiguar si se trataba de un juego o si el niño podría en verdad saltar. Ningún libro le había enseñado qué hacer en esa situación y atinó a no responderle, a quedarse mudo, lo que al niño, que seguía con su amenaza, le extrañó. Eso logró que termine por acercarse al sitio donde estaba Alberto, que lo agarró rápidamente de la mano y cerró la puerta con llave.
—A partir de ahí decidí que, aunque me gustaba mucho, no iba a trabajar con chicos nunca más. Y empecé a trabajar con adultos. Eso cambió el sentido de mi vida porque sino a lo mejor yo hubiera seguido siendo terapeuta de chicos.

Hoy, con 97 años, Alberto sigue atendiendo. Antes de esta conversación estaba con pacientes. Ya no lo hace diez horas por día, dice, sino diez horas por semana.
—Dos horas por día, una hora, tres horas. Me llama mucha gente y, a raíz de todo este maremagnum de cosas, me llaman más y yo derivo, no tomo pacientes nuevos. Pero trabajo porque me gusta hacerlo y además obviamente completo mis ingresos no lo hago ad honorem como el grupo, en el grupo no cobro un solo centavo y dedico, dedicamos con Mari, mi pareja, muchas horas a desgrabar las reuniones.
—¿Graban todas las reuniones del grupo?
—Sí, de una manera bastante casera, con mi celular. Yo tengo un iPhone que graba bastante bien. Y obviamente que no desgrabo las sesiones completas porque serían unas ocho o diez páginas, pero hago una síntesis de más o menos 200 a 300 palabras indicando: se habló de esto, se habló de lo otro, de manera tal que cuando yo mando a todos los integrantes la síntesis de la reunión ellos lo puedan hablar con su familia, con sus amigos. Porque no es nada secreto y contribuye enormemente al vínculo de la gente. Porque bueno, vos sabés tan bien como yo que los jóvenes ahora dicen: “Qué tal abuelito; todo bien, todo bien” y se ponen con su celular, con sus cosas. Entonces esto genera un tipo de vínculo que la gente agradece mucho.
Alberto cuenta que en diciembre hicieron “una reunioncita” en el SUM de su casa para despedir el año a la que los miembros del grupo podían invitar a familiares o amigos. “Y vos vieras la gente, estaba tan contenta, pero tan contenta de compartir eso con otros parientes, fue lindísimo”.

Una filosofía de vida
“Cuando tenía 87 años, es decir hace poco, me encontré con alguien por la calle que había conocido cuando yo tenía 14 y él 17, en Mar del Plata. Habíamos estado en un grupo viéndonos todos los días, en la playa, a la tarde. Y luego no lo había visto nunca más —dice Mabel, 92 años, en un video de Instagram—. Pasaron 72 años y de repente me lo cruzo en la calle y lo reconocí instantáneamente. Era un día que yo tenía mucho que hacer, venía de un coro, no tenía tiempo de saludarlo, así que seguí viaje a mi casa. Al día siguiente, caminando por el mismo lugar, lo volví a encontrar. Ahí tuve tiempo y entonces me paré, lo saludé y le dije: “¿Vos sos tal?”, “Sí, yo soy, ¿vos quién sos?”. Y ahí se ingenió para pedirle al nieto, a la hija, que me buscaran, me encontraron en Facebook, me mandaron un mensaje, nos comunicamos por teléfono y resultó la coincidencia que durante 40 años había vivido a una cuadra de mi casa. Parece cosa del destino. Nos empezamos a ver una vez por semana, a salir a caminar por el barrio, al Botánico, al Parque Las Heras, hasta que dos meses más tarde me dijo que me quería. Duró un año porque luego falleció, pero fue muy lindo”.
Mabel dice que no entiende cuando las personas de 50 años que rompieron con sus parejas dicen que el amor para ellos es una etapa cerrada, que están grandes para eso.
“Es que, ¿saben lo que pasa? Es una concepción universal, una concepción abierta. Yo puedo decir que soy ateo pero no dejo de ser judío. Parece una contradicción. Es una cosa interesante porque es una cosa ideológica, si se quiere una concepción social, una concepción divina”, reflexiona Jacobo “Fito” Fiterman (94), en el episodio del podcast que habla sobre ser judío y la religión en general.
“Hola, soy Nélida, tengo 34 años. ¡94!, ¡34 quisiera tenerlos!” —dice a cámara y estalla en una carcajada por el furcio que le brotó con la más absoluta naturalidad. Y va de vuelta—. “Hola, soy Nélida, tengo 94 años y estoy muy feliz con todo lo que he logrado: con mi familia, con mis amigos, que aún me quedan algunos de mi época, de la infancia. Todavía me interesan las cosas. Me gusta ver la tele, me gusta leer, estudiar Italiano me encanta. Estoy muy feliz con toda la familia que tengo, con mis hijas, sobre todo, que se ocupan tanto de mí. No puedo decir más que gracias. Bienvenido a noventa y contando. Escuchá mi episodio, porque por ahí te gusta, y suscribite, dale like y compartí”, —dice y tira un beso con la mano.
Vivir una historia de amor adolescente a los 87; la religión; ejercicios para mantener las articulaciones lubricadas y flexibles; los embarazos deseados y el aborto; son algunos de los temas de los encuentros que luego se vuelcan en el podcast de “Noventa y contando” y en videos es sus redes. Un proyecto que superó con creces las expectativas de Alberto cuando le dijo a su nieta en esa cena que quería conocer personas de su edad para intercambiar experiencias. Cuando quería hacer algo lejos de la terapia, del análisis, que, de otra manera, también les resulta terapéutico.
—De repente me doy cuenta, porque yo no lo sabía cuando inventé esta posibilidad de reunirnos, de que termina siendo terapéutico porque la gente toma cosas de los demás: el que nunca meditó, medita o hace un poco más de gimnasia o lee un viejo libro que leyó hace 70, 80 o 90 años. Hay gente que se puso a escribir cosas que siempre habían pensado, no para publicar sino simplemente para crear, para tener siempre algún proyecto, o estudia un idioma nuevo, o hace algo que nunca había hecho. Entonces en el grupo, cada uno a su manera, va creciendo internamente.

La pregunta es infaltable. Quizás —seguro— un lugar común, pero infaltable. Antes de llegar a esbozarla, Alberto dice:
—Mucha gente me pregunta cuál es “el secreto” que yo tengo para llegar a esta edad como estoy, lúcido y vital. Y yo digo que no es una sola cosa sino muchas. Soy vegetariano, hago gimnasia todos los días, medito con mi pareja, caminamos diariamente cuatro o cinco kilómetros. Pero además de eso hay algo que tuve internalizado desde chico y que creo que me ayudó toda mi vida, en todas las circunstancias, y es un antiguo concepto sefaradí [N. de la R.: se entiende por sefaradí a las personas o prácticas culturales judías que tienen su origen en España, Portugal, el norte de África y partes de Medio Oriente—. Mis padres eran de Damasco y me transmitieron esta idea que se llama Kapará. Que quiere decir algo así como “No te calentés por las cosas porque podrían haber sido peor”. Si uno se cae, tuvo algún inconveniente, le robaron, se lastimó, lo que fuera, uno dice: “Bueno, Kapará”. Que no quiere ser una negación, sino más bien pensar: “Bueno, esto va a pasar”. O “podría haber sido peor”.
Y sigue con un argumento científico o, más bien, mostrando cómo todo, o casi todo, puede manejarse desde la cabeza.
—Entonces lo que produce el estrés, el cortisol, disminuye. Y el estrés es lo que nos deteriora tanto que termina arruinándonos la vida. Todo funciona en un sistema interno de de cortisol, de hormonas y de neurotransmisores que, bajándolos con la meditación o con una idea conceptual interna, te permite seguir adelante. Kapará quiere decir: “Bueno, te pasó esto, la próxima vez vas a tener más cuidado, o lo vas a hacer mejor”, una cosa así; con lo cual uno suspira y puede seguir viviendo.
Con este concepto, asegura, evita martirizarse pensando “por qué me habrá pasado esto a mí”. Así, en sus primeros 97, Alberto solo se pregunta qué misterio de la vida habrá hecho que fuera él el que “apretara el botón rojo” y se volviera, sin imaginarlo, artífice de este grupo que es un disfrute y lo mantiene, como tantas otras cosas, ocupado, joven y feliz.
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Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
Publicado
8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
Publicado
9 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
Sociedad
Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
Publicado
9 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
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