Sociedad
Tiene 97 años y fundó un grupo de personas longevas para compartir vivencias y resignificar la vejez: así nació “Noventa y contando”
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El grupo de nonagenarios y nonagenarias que se reúne quincenalmente es un éxito en las redes y tiene su propio podcast
“Hola, mi nombre es Alberto, soy un médico de 97 años y estoy intentando formar un grupo de siete u ocho personas de más de 90 años para intercambiar la experiencia de por qué y cómo hemos llegado a una edad tan avanzada. Seguramente hablaremos de la relación con la familia, con la sociedad, el descanso, la comida y cualquier otra cosa que nos resulte interesante y útil. Yo dejo abajo mi correo y por favor los que tengan interés escríbanme y ampliaré esta información”.
Parado frente a cámara, con una remera a rayas, un pantalón beige y un mensaje concreto, Alberto Chab se lanzaba al ciberespacio con la ayuda de una de sus nietas, Zoe, que a mediados de 2024, cuando lo ayudó a filmar y publicar el video en TikTok tenía 17 años.
La idea había surgido en una cena familiar cuando Alberto, psicoanalista, le comentó que tenía ganas de conocer personas de su edad, no para hacer terapia sino para compartir experiencias pasadas y presentes que no puede compartir con los jóvenes.
—Para charlar de común acuerdo, interviniendo yo también con mis cosas, lo que en una sesión de terapia el terapeuta no puede hacer porque solo escucha y después, eventualmente, interpreta —aclara del otro lado del teléfono y pide que lo tutee “así no me siento viejo”.
“Quiero reunirme con gente para intercambiar cosas que ustedes, los jóvenes, no conocen” —le dijo a su nieta—. “Si yo les hablara del colchonero no saben lo que es, o si les hablo del deshollinador o del lechero que venía con la vaca y te servía la leche en el momento, ordeñándola. Son cosas muy emocionantes de nuestra infancia que las tenemos muy presentes pero no tenemos con quién comentarlas. Quisiera hablar de eso, de los juegos infantiles, de lo que hacemos en un día desde que nos levantamos hasta que nos acostamos”.
—Le conté esto y ella me dijo: “Bueno, yo te hago un videito y conseguís la gente”.
Cuando su nieta publicó el video, lo que sucedió desconcertó a Alberto.
—Me llegaron alrededor de 1.500 correos y miles, decenas de miles, de respuestas.
Desde mensajes de felicitación de personas de todas las edades y todos los puntos del país, hasta pedidos de que creara un grupo virtual para que pudieran participar en otras ciudades, en otras provincias.
—Un tsunami que yo no entendí y sigo, aún hoy mismo, sin entender. Una repercusión tremenda. Evidentemente debo haber puesto el dedo en la llaga en algo que estaba faltando y que nadie hacía: ocuparse de los gerontes.
A menos de un año de ese momento, de ese video, el grupo tiene nombre, tiene integrantes, tiene Whatsapp, tiene sitio y periodicidad de reuniones, tiene redes sociales donde son un hit y tiene, incluso, su propio podcast.

Noventa y contando
Guadalupe Camurati tiene 26 años, es diseñadora gráfica “pero también productora, notera, periodista, depende el día”, y creadora de contenido digital. Cuando vio el video de TikTok de Alberto trabajaba para el portal de noticias de Luzu TV y, como tantos periodistas, quiso hacerle una nota a él y a los que formaran parte del grupo que quería crear. Quiso ir a una reunión, conocer a los integrantes y ser testigo de esa experiencia desde el inicio.
—Me contacté con Alberto en el momento que salió el video que subió su nieta, Zoe, que se hizo viral en TikTok, de la misma forma que se contactaron millones, un montón de periodistas y canales. En su momento una persona lo había ayudado y le puso una respuesta automática en el mail y me respondió con eso. No me di por vencida, esperé a que bajara un poco la ola y lo volví a contactar. Pasó un tiempo y me respondió él con su número de teléfono.
El grupo se había conformado y Guadalupe le pidió a Alberto asistir a la primera reunión, él le dijo que sí y le pidió si podía conseguirle una cámara que la registrara. Ella se encargó.
—Conseguí una filmmaker que fuera gratuitamente a grabar la primera reunión y me quedé yo también. Salí muy sensibilizada por todo lo que había escuchado. Todos los integrantes se estaban conociendo, fue muy fuerte para mí y para ellos. Y cuando terminó Alberto planteó que él quería difundir el proyecto, digitalizarlo, expandirlo para que se hiciera conocido y se replicara. A mí se me ocurrió digitalizarlo a través de un podcast y filmarlos, me pareció la manera más fácil en la que ellos podían acostumbrarse a la idea de las cámaras y las preguntas, y sacar clips de ahí para redirigir. Nadie había hecho un podcast de personas de 90 años, así que pensé que era una manera gratuita y fácil de difundirlo.
A partir de ese momento Guadalupe comenzó a ir a todas las reuniones, que son quincenales, a conocer a los integrantes del grupo. Y, un par de meses después, los empezó a grabar según los ejes y temas que veía que a cada uno le interesaba de acuerdo a las cosas que decía o planteaba en las reuniones, que siempre giran alrededor de una premisa, una consigna brindada por Alberto que oficia de coordinador.
Ella explica que el formato grupal era imposible para un podcast entonces, como son diez miembros y Alberto que modera, propuso que cada uno tuviera un episodio acompañado por él. Finalmente produjo 13 “porque hicimos alguno que otro más experimental”, y los subió a Spotify. “Cuando lanzamos el podcast estuvimos entre los más escuchados de cuatro países, como México y Chile”, cuenta.
Afinando esa idea, subiendo recortes de esos videos y contenidos a la cuenta de Instagram que ella creó, a la que nombró “Noventa y contando” y en la que ya tiene más de doscientos mil seguidores, trabajado completamente ad honorem —a pulmón, reenganchadas— junto a tres editoras de video para alimentar la plataforma, se volvió la host de la digitalización del grupo que creó Alberto y que, a partir de este año es alojado por una productora mayor para que ellas puedan poner en valor su trabajo y hacer que siga funcionando.
Además de convertirse en un proyecto laboral Guadalupe dice que fue adoptada por ellos como nieta postiza: “Yo no crecí con mucha referencia de abuelos ni con el amor de adultos mayores, lo fui generando, honestamente, con ellos, el año pasado, así que para mí fue muy transformador”.
Decidió llamar al proyecto digital “Noventa y contando” por la idea inicial de Alberto: “noventa y contando experiencias”, explica, “pero también noventa y contando años, porque siguen sumando años, entonces se trata de mostrar que se puede llegar a los noventa con esta vitalidad, que no todo el mundo está encorvado, empotrado en la cama sin poderse mover a esa edad, hay gente que está muy bien y muy activa. Es cambiar un poco el concepto de la vejez, el concepto de todo este universo”.

Un casting difícil
Desde que se formó hasta hoy, el grupo de personas que vivieron el último siglo casi completo lleva unas 14 reuniones que solo interrumpieron por vacaciones. Las primeras las hicieron en un coworking de Vicente López, “una oficina enorme a todo lujo, donde nos servían café, tenían grabación, todo”, describe Alberto, pero luego, para facilidad de la mayoría de los integrantes que viven Capital, lo comenzaron a hacer en el SUM del edificio de Alberto.
Lo integran cinco varones, cinco mujeres y Alberto como coordinador. “Coordinador, no terapeuta”, enfatiza. Todos tienen más de 90 años, todos son jubilados, aunque algunos, como Alberto, siguen ejerciendo su profesión. Entre ellos hay un farmacéutico, un médico, un joyero, una profesora de inglés, amas de casa. Todos tienen hijos, nietos, “y algunos, para envidia mía, bisnietos”, dice Alberto. Para elegir a los miembros él y su pareja, Mari, dispusieron varios filtros porque la tarea era ardua.
—La elección fue muy difícil, no porque no hubiera gente sino todo lo contrario, porque fue tal la cantidad de personas que quería ingresar a un grupo como este, que se ve que nunca existió en ningún lado, que había muchas propuestas, inclusive del interior, gente que me pidió hacerlo por las redes, pero yo decidí que por ahora solamente iba a ser presencial. Entonces, de 1500 correos que recibimos la primera vez, primero elegí a los que vivían acá cerca y podían concurrir; después separamos los que escribían por el abuelo, el tío o el amigo y dejamos a los que escribían por sí mismos; y después lo que tenían la lucidez suficiente, porque dado que íbamos a intercambiar cosas pensamos con mi pareja que tenían que ser personas lúcidas. A pesar de eso quedaron una cantidad. Después seleccionamos un poco al azar diez integrantes que son los que hay ahora.
Cada dos semanas, antes del encuentro, Alberto manda por el WhatsApp grupal una consigna o tópico a modo de disparador para la reunión, para que puedan pensarlo con anticipación. Y también algunos enigmas para resolver, desafíos para ejercitar la mente y poner en común.
—Y [en los encuentros] hablamos de nuestras cosas, de cosas serias. Ni jugamos al truco, ni tomamos el té, cada uno dice lo que quiere, a partir de ciertas premisas. Ya hablamos de la gimnasia, de la alimentación, de la relación con el entorno, de la sexualidad, que la gente joven cree que estamos marginados y no es así. Yo lo coordino, no hago ninguna interpretación de nada, simplemente pregunto, opino sobre lo que cuentan los demás y los demás sobre los que cuento yo.
En el último encuentro la propuesta fue contar episodios importantes que cambiaron, de una u otra manera, el rumbo de sus vidas, situaciones, personas o circunstancias que los llevaron a dar un giro inesperado.
Alberto compartió el suyo: cuando él comenzó a trabajar, hace 60 años, era terapeuta de chicos. Dice que siempre había disfrutado de trabajar con ellos y que estaba desbordado de pacientes porque hay —o había entonces— pocos analistas varones dedicados a las niñeces. Hasta que un día un niño de unos 7 años a quien estaba atendiendo le pidió ir al baño. Él atendía en su departamento, en el cuarto piso, y el baño tenía salida a un pequeño patio con una especie de balcón interno. Desde ahí escuchó la amenaza que le congeló la sangre: “Alberto, Alberto, me voy a tirar por el balcón”. Una correntada de sudor frío lo recorrió. No estaba dispuesto a averiguar si se trataba de un juego o si el niño podría en verdad saltar. Ningún libro le había enseñado qué hacer en esa situación y atinó a no responderle, a quedarse mudo, lo que al niño, que seguía con su amenaza, le extrañó. Eso logró que termine por acercarse al sitio donde estaba Alberto, que lo agarró rápidamente de la mano y cerró la puerta con llave.
—A partir de ahí decidí que, aunque me gustaba mucho, no iba a trabajar con chicos nunca más. Y empecé a trabajar con adultos. Eso cambió el sentido de mi vida porque sino a lo mejor yo hubiera seguido siendo terapeuta de chicos.

Hoy, con 97 años, Alberto sigue atendiendo. Antes de esta conversación estaba con pacientes. Ya no lo hace diez horas por día, dice, sino diez horas por semana.
—Dos horas por día, una hora, tres horas. Me llama mucha gente y, a raíz de todo este maremagnum de cosas, me llaman más y yo derivo, no tomo pacientes nuevos. Pero trabajo porque me gusta hacerlo y además obviamente completo mis ingresos no lo hago ad honorem como el grupo, en el grupo no cobro un solo centavo y dedico, dedicamos con Mari, mi pareja, muchas horas a desgrabar las reuniones.
—¿Graban todas las reuniones del grupo?
—Sí, de una manera bastante casera, con mi celular. Yo tengo un iPhone que graba bastante bien. Y obviamente que no desgrabo las sesiones completas porque serían unas ocho o diez páginas, pero hago una síntesis de más o menos 200 a 300 palabras indicando: se habló de esto, se habló de lo otro, de manera tal que cuando yo mando a todos los integrantes la síntesis de la reunión ellos lo puedan hablar con su familia, con sus amigos. Porque no es nada secreto y contribuye enormemente al vínculo de la gente. Porque bueno, vos sabés tan bien como yo que los jóvenes ahora dicen: “Qué tal abuelito; todo bien, todo bien” y se ponen con su celular, con sus cosas. Entonces esto genera un tipo de vínculo que la gente agradece mucho.
Alberto cuenta que en diciembre hicieron “una reunioncita” en el SUM de su casa para despedir el año a la que los miembros del grupo podían invitar a familiares o amigos. “Y vos vieras la gente, estaba tan contenta, pero tan contenta de compartir eso con otros parientes, fue lindísimo”.

Una filosofía de vida
“Cuando tenía 87 años, es decir hace poco, me encontré con alguien por la calle que había conocido cuando yo tenía 14 y él 17, en Mar del Plata. Habíamos estado en un grupo viéndonos todos los días, en la playa, a la tarde. Y luego no lo había visto nunca más —dice Mabel, 92 años, en un video de Instagram—. Pasaron 72 años y de repente me lo cruzo en la calle y lo reconocí instantáneamente. Era un día que yo tenía mucho que hacer, venía de un coro, no tenía tiempo de saludarlo, así que seguí viaje a mi casa. Al día siguiente, caminando por el mismo lugar, lo volví a encontrar. Ahí tuve tiempo y entonces me paré, lo saludé y le dije: “¿Vos sos tal?”, “Sí, yo soy, ¿vos quién sos?”. Y ahí se ingenió para pedirle al nieto, a la hija, que me buscaran, me encontraron en Facebook, me mandaron un mensaje, nos comunicamos por teléfono y resultó la coincidencia que durante 40 años había vivido a una cuadra de mi casa. Parece cosa del destino. Nos empezamos a ver una vez por semana, a salir a caminar por el barrio, al Botánico, al Parque Las Heras, hasta que dos meses más tarde me dijo que me quería. Duró un año porque luego falleció, pero fue muy lindo”.
Mabel dice que no entiende cuando las personas de 50 años que rompieron con sus parejas dicen que el amor para ellos es una etapa cerrada, que están grandes para eso.
“Es que, ¿saben lo que pasa? Es una concepción universal, una concepción abierta. Yo puedo decir que soy ateo pero no dejo de ser judío. Parece una contradicción. Es una cosa interesante porque es una cosa ideológica, si se quiere una concepción social, una concepción divina”, reflexiona Jacobo “Fito” Fiterman (94), en el episodio del podcast que habla sobre ser judío y la religión en general.
“Hola, soy Nélida, tengo 34 años. ¡94!, ¡34 quisiera tenerlos!” —dice a cámara y estalla en una carcajada por el furcio que le brotó con la más absoluta naturalidad. Y va de vuelta—. “Hola, soy Nélida, tengo 94 años y estoy muy feliz con todo lo que he logrado: con mi familia, con mis amigos, que aún me quedan algunos de mi época, de la infancia. Todavía me interesan las cosas. Me gusta ver la tele, me gusta leer, estudiar Italiano me encanta. Estoy muy feliz con toda la familia que tengo, con mis hijas, sobre todo, que se ocupan tanto de mí. No puedo decir más que gracias. Bienvenido a noventa y contando. Escuchá mi episodio, porque por ahí te gusta, y suscribite, dale like y compartí”, —dice y tira un beso con la mano.
Vivir una historia de amor adolescente a los 87; la religión; ejercicios para mantener las articulaciones lubricadas y flexibles; los embarazos deseados y el aborto; son algunos de los temas de los encuentros que luego se vuelcan en el podcast de “Noventa y contando” y en videos es sus redes. Un proyecto que superó con creces las expectativas de Alberto cuando le dijo a su nieta en esa cena que quería conocer personas de su edad para intercambiar experiencias. Cuando quería hacer algo lejos de la terapia, del análisis, que, de otra manera, también les resulta terapéutico.
—De repente me doy cuenta, porque yo no lo sabía cuando inventé esta posibilidad de reunirnos, de que termina siendo terapéutico porque la gente toma cosas de los demás: el que nunca meditó, medita o hace un poco más de gimnasia o lee un viejo libro que leyó hace 70, 80 o 90 años. Hay gente que se puso a escribir cosas que siempre habían pensado, no para publicar sino simplemente para crear, para tener siempre algún proyecto, o estudia un idioma nuevo, o hace algo que nunca había hecho. Entonces en el grupo, cada uno a su manera, va creciendo internamente.

La pregunta es infaltable. Quizás —seguro— un lugar común, pero infaltable. Antes de llegar a esbozarla, Alberto dice:
—Mucha gente me pregunta cuál es “el secreto” que yo tengo para llegar a esta edad como estoy, lúcido y vital. Y yo digo que no es una sola cosa sino muchas. Soy vegetariano, hago gimnasia todos los días, medito con mi pareja, caminamos diariamente cuatro o cinco kilómetros. Pero además de eso hay algo que tuve internalizado desde chico y que creo que me ayudó toda mi vida, en todas las circunstancias, y es un antiguo concepto sefaradí [N. de la R.: se entiende por sefaradí a las personas o prácticas culturales judías que tienen su origen en España, Portugal, el norte de África y partes de Medio Oriente—. Mis padres eran de Damasco y me transmitieron esta idea que se llama Kapará. Que quiere decir algo así como “No te calentés por las cosas porque podrían haber sido peor”. Si uno se cae, tuvo algún inconveniente, le robaron, se lastimó, lo que fuera, uno dice: “Bueno, Kapará”. Que no quiere ser una negación, sino más bien pensar: “Bueno, esto va a pasar”. O “podría haber sido peor”.
Y sigue con un argumento científico o, más bien, mostrando cómo todo, o casi todo, puede manejarse desde la cabeza.
—Entonces lo que produce el estrés, el cortisol, disminuye. Y el estrés es lo que nos deteriora tanto que termina arruinándonos la vida. Todo funciona en un sistema interno de de cortisol, de hormonas y de neurotransmisores que, bajándolos con la meditación o con una idea conceptual interna, te permite seguir adelante. Kapará quiere decir: “Bueno, te pasó esto, la próxima vez vas a tener más cuidado, o lo vas a hacer mejor”, una cosa así; con lo cual uno suspira y puede seguir viviendo.
Con este concepto, asegura, evita martirizarse pensando “por qué me habrá pasado esto a mí”. Así, en sus primeros 97, Alberto solo se pregunta qué misterio de la vida habrá hecho que fuera él el que “apretara el botón rojo” y se volviera, sin imaginarlo, artífice de este grupo que es un disfrute y lo mantiene, como tantas otras cosas, ocupado, joven y feliz.
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Un turista de 21 años se metió al Río Paraná para buscar una pelota y murió ahogado
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12 marzo, 2025Por
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Ocurrió en el balneario municipal de Santa Elena. El joven habría cruzado la zona habilitada, que estaba delimitada por boyas
Un joven de 21 años murió ahogado este martes por la tarde tras adentrarse en las aguas profundas del río Paraná para recuperar una pelota. El trágico accidente ocurrió en el balneario Santa Elena, situado en la ciudad homónima, en Entre Ríos.

Si bien un compañero intentó ayudarlo, tuvo que soltarlo debido a que la víctima comenzó a arrastrarlo mientras se ahogaba. El joven fue identificado como Logan Daniel Videla, oriundo de La Matanza, provincia de Buenos Aires. En el caso intervinieron agentes de la Comisaría de Santa Elena, del Departamento La Paz, junto con personal de Prefectura Naval.
Alarmante cifra de ahogamientos durante el verano
Según se pudo reconstruir, al notar que no podía mantenerse a flote, comenzó a pedir auxilio. A pesar de los esfuerzos de una persona que logró sacarlo del agua, ya no presentaba signos vitales, según informó El Doce TV.
En lo que va del verano, las víctimas fatales sufrieron accidentes en las localidades cordobesas de La Calera (Sierras Chicas), Nono (Traslasierra), Villa Rumipal (Valle de Calamuchita), Villa Carlos Paz (Valle de Punilla), el dique Piedras Moras (Calamuchita), Mina Clavero (Traslasierra) y Río Tercero (Tercero Arriba).

Solo dos días antes de la muerte de Lucas Iván Paz, falleció otro hombre identificado como Horacio Quiroga en la ciudad de Río Tercero. La víctima, de 37 años, disfrutaba de una jornada familiar cerca del balneario municipal; cuando ingresó al agua en la zona del predio del Centro Tradicionalista alrededor de las 19 horas. Testigos relataron que, tras lanzarse al río, Quiroga no volvió a salir a la superficie, lo que generó alarma entre los presentes.
Días atrás, un hombre de 65 años, identificado como Norberto Jorge Amadeo, falleció en el balneario La Toma, ubicado en la localidad de Mina Clavero. El turista, oriundo de la provincia de Buenos Aires, resbaló mientras intentaba cruzar el río a nado, golpeó su cabeza contra una piedra y fue arrastrado por la corriente, lo que resultó en su trágico deceso.
Sociedad
Temporal en Bahía Blanca, en vivo: se reactivó el transporte público y será gratis por 30 días
Publicado
5 horas atráson
12 marzo, 2025Por
Admin
La ciudad bonaerense vuelve poco a poco a la normalidad. El funcionamiento de los colectivos, la recolección de residuos y la entrega de donaciones. La atención al público en lugares habilitados para circular. Qué pasará con las clases y el clima
Bahía Blanca se reconstruye después del fuerte temporal que azotó a la ciudad el viernes pasado, provocando grandes daños y destrozos. La ciudad recibió la llegada del.
En el medio de la angustia que prevalece por las personas que aún están desaparecidas, incluyendo a las hermanas Delfina y Pilar Hecker, de uno y cinco años, las autoridades del municipio se mantienen trabajando en su búsqueda.
Por lo pronto las clases estarán suspendidas hoy y mañana debido a las complicadas condiciones de infraestructura en las que se encuentran las instituciones relevadas.
En tanto, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires anunció un paquete de medidas como créditos blandos, subsidios, transporte gratis y beneficios impositivos.
El presidente del Club Olimpo de Bahía Blanca, Alfredo Dagna, destacó la ayuda de gran parte de las instituciones deportivas de la Argentina: “Es un aluvión de donaciones que vienen. Me han llamado casi todos los presidentes de clubes para decirme que enviaban uno o dos camiones”. E informó que la idea es entregarlo “en forma inmediata” a la gente, ya que hay una situación de desesperación.
Respecto al rol de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), Dagna comentó que el organismo se encuentra recibiendo donaciones en el predio de la AFA, en Ezeiza, que provienen de los clubes del interior. Y subrayó que lo que más se necesita son elementos de higiene: “El tema es lo que pueda pasar desde el punto de vista sanitario en la Ciudad”.

En cuanto a medidas, el dirigente relató: “En el fútbol lo que hicimos fue suspender el partido que teníamos ahora, jugábamos el domingo. Tengo dos helicópteros de la Policía Federal en la cancha de fútbol y suben y bajan todos los políticos que vinieron. El club está colapsado con las ayudas”.
Por último y sobre la situación actual en la localidad bonaerense, Dagna calificó al temporal como “una situación difícilmente de entender” y estimó que es poco probable que vuelva a suceder. “Son situaciones que uno las explica y las cuenta, pero el que las vive es una situación traumática porque pierde todo. Eso es como el Juego de la Oca, retrocedes 20 casilleros porque perdés todo. Hechos como estos desbordan cualquier previsibilidad posible”.
En este punto, concluyó: “Es dramático lo que pasó, de tal forma que, toda la ayuda que llega, si bien es un bálsamo para la gente, cuando pase la ayuda la gente va a tener que arrancar de cero. Y eso es lo más preocupante”.
Cómo están las rutas en Bahía Blanca
Según informó Vialidad Nacional, el estado de las rutas nacionales que conectan la ciudad con el resto del país presenta diversas restricciones, incluyendo cortes totales y tramos transitables con precaución.
De acuerdo con el reporte oficial, la Ruta Nacional 3 (RN 3), muestra diferentes niveles de accesibilidad dependiendo del tramo. El segmento entre Azul y el empalme con la Ruta Nacional 229 (RN 229) se encuentra transitable sin inconvenientes. El tramo que conecta la RN 229 con El Triángulo y el que va desde este último punto hasta la calle Charlone (kilómetro 691) requieren precaución debido a las condiciones del camino.
Por otro lado, el tramo entre el Canal Maldonado (kilómetro 692) y el empalme con la Ruta Nacional 33 (RN 33) permanece completamente cerrado al tránsito.

El resto de los tramos de la RN 3 presentan una situación mixta. Desde el empalme con la RN 33 hasta el empalme con la Ruta Nacional 22 (RN 22), el tránsito es posible pero con precaución, mientras que el trayecto entre el empalme con la RN 22 y Patagones está habilitado sin restricciones.
Asimismo, el segmento que conecta el empalme con la RN 3 y Río Colorado, perteneciente a la RN 22, también es transitable con normalidad.

La Ruta Nacional 33 (RN 33) también presenta condiciones variables. El tramo entre el empalme con la RN 3 y La Vitícola está habilitado, pero se recomienda circular con precaución. Por su parte, el trayecto que conecta La Vitícola con Pigüé no presenta inconvenientes. Sin embargo, el tramo que une Pigüé con Trenque Lauquen requiere precaución debido a las condiciones del camino.
En cuanto a la Ruta Nacional 35 (RN 35), el panorama es más crítico. El tramo que conecta Bahía Blanca con el límite de la provincia de La Pampa se encuentra totalmente cerrado.

Por su parte, la Ruta Nacional 228 (RN 228), que conecta Necochea con Tres Arroyos, está habilitada sin restricciones. Por otro lado, la Ruta Nacional 229 (RN 229), que une el empalme con la RN 3 y Balneario Marisol en Punta Alta, es transitable, pero con precaución.
La Ruta Nacional 249 (RN 249), que conecta el empalme con la RN 3 y el empalme con la RN 229 en Punta Alta, también requiere precaución para su tránsito. Asimismo, la Ruta Nacional 252 (RN 252), que abarca el tramo entre la Rotonda de Villa Sarsfield y el puente La Niña, presenta condiciones similares.
Finalmente, la Ruta Nacional 1V03 (RN 1V03), que conecta el empalme con la RN 3 y la Rotonda Ex Indiada, también está habilitada, pero se recomienda circular con precaución.
El Hospital Penna reactiva algunos de sus servicios

El Hospital Provincial José Penna, principal centro de salud de Bahía Blanca, comenzó a recuperar su funcionamiento tras los graves daños sufridos durante el temporal del pasado viernes.
El Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires implementó un amplio Plan de Contingencia que incluye la adecuación de espacios, la reorganización de servicios y el envío de recursos humanos y materiales para garantizar la atención médica en la región.
Más de 200 agentes sanitarios fueron enviados al hospital, junto con equipamiento médico, medicamentos, vacunas y personal especializado en salud mental. Estas medidas buscan restablecer la operatividad del establecimiento, que es clave para la atención de la población local.
Sociedad
“¿Dónde está mi bebé?”: la angustia de una madre adolescente y la hazaña de una enfermera en medio de la inundación en Bahía Blanca
Publicado
5 horas atráson
12 marzo, 2025Por
Admin
La tormenta arrasó con el Hospital Penna y decenas de niños tuvieron que ser evacuados de la Neonatología. Saira Delmiro, de 16 años, vivió una odisea para reencontrarse con su hija, Amely. Su historia y la de la enfermera que la salvó
El viernes 7 de marzo, Saira Delmiro (16) se despertó sobresaltada en su casa del barrio 9 de Noviembre, en Bahía Blanca. Eran las cuatro de la madrugada y afuera llovía sin parar. Horas después, cuando ya se había desatado el peor temporal de la historia de la ciudad, llegó a su teléfono un video que le heló la sangre: el hospital Penna, donde su hija Amely llevaba tres semanas internada en el sector de Neonatología, se había inundado.
“Me agarró un ataque de nervios. No veía a mi bebé desde la noche anterior y en las imágenes no aparecía el sector donde ella estaba. Me desesperé. Pensé que no se iba a salvar”, recuerda Saira en diálogo con Infobae.
Amely nació el 15 de febrero pasado, con solo 27 semanas de gestación y un peso de 940 gramos. Desde entonces, la beba pasaba sus días en una incubadora, con respirador y asistencia médica constante. Saira, que recibió el alta tres días después de traerla al mundo, la visitaba dos veces al día. “Trataba de pasar la mayor cantidad de tiempo en la Neonatología. Le cambiaba los pañales, me sacaba leche para que se alimentara y le hablaba permanentemente. Me costaba mucho verla así, tan chiquita y llena de cables”, explica.
A pesar del buen cuidado, en sus primeras semanas de vida, la evolución de Amely era incierta: primero tuvo ictericia (NdR: una afección frecuente en los neonatos que provoca que la piel y las partes blancas de los ojos se tornen amarillas a partir de un exceso de bilirrubina en la sangre) y, luego, una infección que le comprometió los pulmones. “Todo venía siendo muy cuesta arriba”, explica su mamá
Pero la prueba más dura todavía estaba por llegar.

“¿Dónde está mi bebé?“
Después de ver los videos, aquel viernes 7 de marzo, Saira decidió ir al hospital Penna a buscar a su bebé. Llegó alrededor de las 17 y ahí se enteró de que Amely ya no estaba allí. “Pregunté adónde estaba mi hija y me dijeron que la habían trasladado. ‘Ella está bien, pero la llevamos a OSECAC’, me explicó el director de Neonatología. El problema es que eso quedaba pasando el centro y, con mi mamá, no teníamos cómo llegar. Paramos una camioneta que se ofreció a llevarnos, pero tuvimos que bajarnos antes. Cuando salimos del coche, el agua nos llegaba por encima de la cintura y la corriente te llevaba. Tuvimos miedo”, cuenta.
Durante horas, Saira y su madre se quedaron atrapadas en una vereda, sin poder avanzar. “Tuvimos que esperar a que bajara el agua. Estábamos empapadas y embarradas. Al final, empezamos a caminar por calles sin luz. ‘No vamos a llegar’, le decía a mi mamá”, cuenta Saira.

“No tenés nada que agradecer”
Quien repone la otra parte de la historia, ahora, es Luciana Marrero, la enfermera que cobijó a Amely en su pecho, debajo de su ambo, para darle calor y así salvarle la vida. Junto a sus compañeras del Penna, Luciana puso en marcha un operativo de rescate que se extendió durante 18 horas ininterrumpidas hasta que lograron trasladar a todos los recién nacidos a un lugar seguro.
“Actuamos con el corazón y pensando en las madres que no pudieron llegar hasta sus hijos debido a la tormenta. Si no nos saliera del corazón, no podríamos haberlo hecho. La prioridad siempre son los bebés”, comentó la enfermera en una entrevista días atrás.
“A Luciana nunca la había visto porque yo me iba del hospital a las 21 y ella llegaba a las 24. El encuentro fue muy lindo. Me abrazó y me dijo que hizo lo que yo hubiera hecho. Si no fuera por ella, Amely no estaría hoy acá”, asegura Saira.
Pese a la incertidumbre por lo que vendrá, la joven se aferra a la esperanza. “Gracias a Dios, mi casa no se inundó y puedo ir y volver de OSECAC, aunque está mucho más lejos que el Penna. Amely sigue ganando peso y mientras ella esté bien, yo también lo estaré”, se despide Saira.

Volver a ponerse de pie
Tras la inundación, el hospital Penna, que también recibe pacientes de Tres Arroyos, Carmen de Patagones y otras localidades del sur de Buenos Aires, se encuentra en una situación crítica.
Ante la devastación, el personal de la institución solicitó la colaboración de la comunidad para reconstruir la sala de Neonatología y reponer los equipos perdidos. “Bahía necesita de la población. Nuestro sueño es volver a ver nuestra Neo en pie“, aseguraron las enfermeras.


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