Sociedad
Vivió casi tres décadas escondido en una caverna sin saber que la guerra había terminado: Shoichi Yokoi, el soldado que no se rindió
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Sargento del Ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial, al ver que su tropa era abatida por la norteamericana en la gran batalla de Guam decidió huir a la selva para no ser asesinado ni deponer las armas, para no manchar su honor ni el del emperador
Podría ser la trama de una serie, de un film. Como el capítulo de Los simuladores (2002-2004) titulado “El último héroe”, en el que Franco Milazzo (César Vianco), un estafador que se hace pasar por representante de artistas, es enviado por los especialistas en resolver todo tipo de problemas por un año al Impenetrable, para triunfar en un reality show inexistente. Y luego de vivir un año en la selva, hablándole a cámaras imaginarias, regresa sin comprender. O la película alemana Good Bye, Lenin! (2003), en la que una mujer que vive en la República Democrática Alemana, acérrima integrante del Partido Socialista Unificado de este país, admiradora hasta la médula del comunismo, entra en coma el 7 de octubre de 1989 y, al despertar, a mediados de 1990, su hijo, (Daniel Brühl), debe ocultarle por todos los medios que el mundo que conocía cambió: el Muro de Berlín cayó y el capitalismo triunfó en su amada Alemania Oriental, porque tiene indicación del médico de evitarle disgustos o emociones fuertes.
El sastre que fue sargento
Shoichi Yokoi podría haber sido un sastre, quizás uno importante, pero sin esperarlo, quizás sin desearlo, se convirtió en militar, ignorando que esa llamada del destino lo arrojaría a la historia.
Cuando terminó la escuela primaria comenzó a trabajar como aprendiz en una sastrería, lo que hizo hasta que en 1941, con 26 años, el Ejército imperial japonés lo reclutara para pelear en la Segunda Guerra Mundial. Su primer destino fue un Estado localizado al noreste de China, un territorio disputado entre China y Japón. Y en 1943 fue trasladado a un regimiento en las Islas Marianas, un archipiélago formado con las cumbres de quince montañas volcánicas en el océano Pacífico, dividido en las Islas Marianas del Norte y Guam (o Islas Marianas del Sur), un pedazo de tierra estadounidense que pretendían tomar.
La llamada Segunda Batalla de Guam entre los Estados Unidos, cuyo ejército irrumpió para recuperar la isla, y Japón, durante julio y agosto de 1944, es caracterizada por los archivos históricos como “un verdadero baño de sangre” que dejó miles de bajas en ambos ejércitos, principalmente en el nipón. Un baño de sangre en el que Yokoi se vio hundido. Los norteamericanos arrasaron. El Cuerpo de Marines de los Estados Unidos capturó la isla. Y Guam siguió siendo una tierra estadounidense en el Pacífico occidental.
Pero el Ejército imperial japonés tenía un código de honor férreo: el emperador Hirohito había ordenado a sus soldados no rendirse jamás. Ser capturado era considerado deshonroso, ellos peleaban para ganar o morir. Hombre de palabra y orgullo brioso: al ver que no tenían oportunidad de triunfar en esa contienda, Yokoi, junto a otros diez soldados japoneses, huyó a la selva.

El sargento de las cavernas
Al contrario que con las migajas de Hansel y Gretel, para no ser descubiertos y capturados, los soldados eliminaban los rastros que dejaban mientras avanzaban selva adentro. Pero la vida salvaje no era para todos: el grupo comenzó a diezmar y pasaron a ser seis. Para sobrevivir en la espesura, cazaban el alimento que tenían a mano: sapos venenosos, anguilas de río, ratas.
El miedo a ser descubiertos no se apartó de ellos. Como en el panóptico de Bentham, el terror de un enemigo que se sabe ahí, omnipresente pero invisible, el no saber si está vigilando o no, si va a atacar o no, el terror de ser emboscados y atrapados en cualquier momento llevó finalmente a tres de ellos a entregarse. Pero tres, entre los que estaba Yokoi, decidieron seguir.
Al transcurrir algunos meses resolvieron separarse por seguridad. Yokoi encontró una cueva cerca de las cascadas del río Talofofo. Allí, con una fuente de agua cerca, construyó lo que se convertiría en su hogar por casi tres décadas.
Con el paso del tiempo su ropa de militar se desintegró. El sargento recurrió a sus viejas habilidades de sastre para fabricarse prendas y hasta sandalias a partir de elementos de la naturaleza como cáscaras y fibras de coco en un telar construido por él. Emulando a las generaciones que nos precedieron en la historia de la humanidad, también creó diversos utensilios para sobrevivir. Con recursos naturales y restos de la guerra, como cantimploras, hizo trampas para cazar. Siguió alimentándose con frutas silvestres, ranas, ratas, caracoles, anguilas y camarones que pescaba con esas trampas. Contar con algunos elementos de su equipaje militar le fue de mucha ayuda: tenía con él sus tijeras del ejército con las que lograba cortarse el pelo.
En esas condiciones sobrevivió 28 años. Tiempo en el que enfermó de tifus y de malaria y sanó; en el que visitaba de tanto en tanto a sus dos compañeros escondidos en otras partes de la isla para combatir la soledad. Hasta que un día, por el año 1964, los halló muertos a causa de las inundaciones que habían asolado a Guam y de la falta de alimento. Yokoi quedó completamente solo.
La Segunda Guerra Mundial había finalizado con las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki que Estados Unidos arrojó para abatir al Imperio japonés, entonces el único en pie de guerra después de la caída de la Alemania nazi. El 2 de septiembre de 1945, solo un año después de que Yokoi se ocultara en la selva, los nipones se rindieron oficialmente. Pero escondido como estaba el sargento nunca se enteró.

La tumba del soldado vivo
Yokoi ignoraba muchas cosas: que la guerra había terminado —aunque en alguna oportunidad habían escuchado rumores, habían visto un panfleto que lo afirmaba, pero él y sus compañeros, aún con vida, temieron que se tratara de un truco para hacerlos salir—. Que el mundo que conocía prácticamente no existía —ya que en tres décadas la ciencia y la tecnología lo habían cambiado por completo—. Y que él tenía, en su ciudad, una tumba con su nombre —su familia lo creía muerto.
Al sargento Yokoi “lo invadió el pánico”, “temía que lo hicieran prisionero, lo que era la gran vergüenza para un soldado japonés y su familia en Japón”, recordó años después su sobrino, Omi Hatashin, quien se dedicó a reunir las vivencias de su tío político.
Era 24 de enero de 1972, un día como hoy hace 53 años, cuando Shoichi Yokoi fue descubierto por un grupo de cazadores mientras pescaba en el río Talafofo. Tenía entonces 57 años, estaba flaco como un cable y débil. Aterrorizado por ver a otros seres humanos después de tanto tiempo de hermetismo y soledad, les empezó a pedir clemencia creyendo que eran soldados estadounidenses. Incluso les pidió que lo asesinaran para no manchar su honor creyendo que lo estaban capturando. Yokoi se había detenido en el tiempo, en ese punto lejano y espeso de la selva. Él no sabía, no comprendía, que esas personas lo estaban, en realidad, salvando.
Cuando logró tranquilizarse los propios cazadores le explicaron que la guerra había terminado hacía mucho tiempo y que Japón la había perdido. En febrero, ese mismo año, Yokoi fue repatriado y su país lo recibió con honores como lo que era: el soldado que jamás se había rendido.
“Es vergonzoso, pero he vuelto” fue lo primero que dijo al llegar. Con el tiempo esta frase se convertiría en un dicho popular en todo Japón.
El país estaba convulsionado: la ceremonia de bienvenida fue televisada para que todos pudieran verla y asistieron miles de personas. Cuando Yokoi fue conducido a su pueblo natal un gran número de nipones se alinearon en la ruta enarbolando banderas nacionales para acompañarlo. Al llegar a su aldea el exsargento se quebró cuando, en el cementerio, se encontró de frente con la tumba de su familia que tenía grabado su propio nombre. Su muerte, para todos, había sido en Guam, en 1944.
Poco a poco Yokoi empezó a adentrarse en ese nuevo mundo desconocido para él, tan diferente de aquel que había dejado treinta años atrás. En las entrevistas que comenzaron a hacerle, en todos los medios, porque su historia cobró popularidad de inmediato, aseguraba sentirse “extraño” por haber vuelto con vida a su país tres décadas más tarde de haber ido a la guerra y por haber pasado de la más absoluta soledad a convertirse en alguien célebre. Habló también de la culpa que sentía por la derrota de su país y por no haber podido servirle mejor al emperador Hirohito. Cuando contó cómo había sobrevivido todos esos años dijo: “Seguí viviendo por el bien del emperador y creyendo en el emperador y en el espíritu japonés”.

Su vida después de volver a su país dio un vuelco. Sus 28 años de reclusión con tal de no rendirse jamás lo condujeron a la fama y a la televisión, medio en el que trabajó como comentarista y desde el que defendió la vida austera. De su historia hicieron un documental llamado Yokoi y sus veintiocho años de vida secreta en Guam que se estrenó en 1977.
Seis meses después de haber regresado se casó con una mujer 13 años menor que él, se instalaron en su provincia natal y Yokoi intentó adaptarse a esa vida completamente nueva, completamente otra para él. Pese a sus esfuerzos sus familiares aseguraron que nunca dejó de sentirse un forastero en ese mundo de tanta tecnología y modernidad.
Quizás por eso, quizás por la nostalgia, volvió a viajar a Guam, aquel lugar que lo había acogido, que lo había marcado, en varias oportunidades. En uno de esos viajes descubrió que allí también su nombre era conocido y aún más: descubrió que el museo local le había dedicado una pequeña sección donde exponía algunas de las herramientas que él había fabricado con sus manos.
Su reaparición motivó al Gobierno japonés para llevar a cabo una misión en busca de otros soldados que pudieran haber compartido destino con Yokoi y quizás continuaran perdidos o escondidos. Y en 1974 encontraron a dos más en una selva de Filipinas: el teniente Hiroo Onoda y el soldado Teruo Nakamura.
En 1991 a Yokoi se le concedió una audiencia con el emperador Akihito, hijo y sucesor del emperador Hirohito. Para el exsargento ese fue el honor más grande de su vida.
Shoichi Yokoi murió el 22 de septiembre de 1997, de un ataque al corazón. Tenía 82 años, era un símbolo nacional y fue enterrado en la tumba que su madre había encargado para él, aquella que había podido ver cuando regresó. Como cuando fueron a recibirlo, a su despedida acudieron miles para brindar el último homenaje al soldado que nunca se rindió.
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Sociedad
Un turista de 21 años se metió al Río Paraná para buscar una pelota y murió ahogado
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12 marzo, 2025Por
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Ocurrió en el balneario municipal de Santa Elena. El joven habría cruzado la zona habilitada, que estaba delimitada por boyas
Un joven de 21 años murió ahogado este martes por la tarde tras adentrarse en las aguas profundas del río Paraná para recuperar una pelota. El trágico accidente ocurrió en el balneario Santa Elena, situado en la ciudad homónima, en Entre Ríos.

Si bien un compañero intentó ayudarlo, tuvo que soltarlo debido a que la víctima comenzó a arrastrarlo mientras se ahogaba. El joven fue identificado como Logan Daniel Videla, oriundo de La Matanza, provincia de Buenos Aires. En el caso intervinieron agentes de la Comisaría de Santa Elena, del Departamento La Paz, junto con personal de Prefectura Naval.
Alarmante cifra de ahogamientos durante el verano
Según se pudo reconstruir, al notar que no podía mantenerse a flote, comenzó a pedir auxilio. A pesar de los esfuerzos de una persona que logró sacarlo del agua, ya no presentaba signos vitales, según informó El Doce TV.
En lo que va del verano, las víctimas fatales sufrieron accidentes en las localidades cordobesas de La Calera (Sierras Chicas), Nono (Traslasierra), Villa Rumipal (Valle de Calamuchita), Villa Carlos Paz (Valle de Punilla), el dique Piedras Moras (Calamuchita), Mina Clavero (Traslasierra) y Río Tercero (Tercero Arriba).

Solo dos días antes de la muerte de Lucas Iván Paz, falleció otro hombre identificado como Horacio Quiroga en la ciudad de Río Tercero. La víctima, de 37 años, disfrutaba de una jornada familiar cerca del balneario municipal; cuando ingresó al agua en la zona del predio del Centro Tradicionalista alrededor de las 19 horas. Testigos relataron que, tras lanzarse al río, Quiroga no volvió a salir a la superficie, lo que generó alarma entre los presentes.
Días atrás, un hombre de 65 años, identificado como Norberto Jorge Amadeo, falleció en el balneario La Toma, ubicado en la localidad de Mina Clavero. El turista, oriundo de la provincia de Buenos Aires, resbaló mientras intentaba cruzar el río a nado, golpeó su cabeza contra una piedra y fue arrastrado por la corriente, lo que resultó en su trágico deceso.
Sociedad
Temporal en Bahía Blanca, en vivo: se reactivó el transporte público y será gratis por 30 días
Publicado
5 horas atráson
12 marzo, 2025Por
Admin
La ciudad bonaerense vuelve poco a poco a la normalidad. El funcionamiento de los colectivos, la recolección de residuos y la entrega de donaciones. La atención al público en lugares habilitados para circular. Qué pasará con las clases y el clima
Bahía Blanca se reconstruye después del fuerte temporal que azotó a la ciudad el viernes pasado, provocando grandes daños y destrozos. La ciudad recibió la llegada del.
En el medio de la angustia que prevalece por las personas que aún están desaparecidas, incluyendo a las hermanas Delfina y Pilar Hecker, de uno y cinco años, las autoridades del municipio se mantienen trabajando en su búsqueda.
Por lo pronto las clases estarán suspendidas hoy y mañana debido a las complicadas condiciones de infraestructura en las que se encuentran las instituciones relevadas.
En tanto, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires anunció un paquete de medidas como créditos blandos, subsidios, transporte gratis y beneficios impositivos.
El presidente del Club Olimpo de Bahía Blanca, Alfredo Dagna, destacó la ayuda de gran parte de las instituciones deportivas de la Argentina: “Es un aluvión de donaciones que vienen. Me han llamado casi todos los presidentes de clubes para decirme que enviaban uno o dos camiones”. E informó que la idea es entregarlo “en forma inmediata” a la gente, ya que hay una situación de desesperación.
Respecto al rol de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), Dagna comentó que el organismo se encuentra recibiendo donaciones en el predio de la AFA, en Ezeiza, que provienen de los clubes del interior. Y subrayó que lo que más se necesita son elementos de higiene: “El tema es lo que pueda pasar desde el punto de vista sanitario en la Ciudad”.

En cuanto a medidas, el dirigente relató: “En el fútbol lo que hicimos fue suspender el partido que teníamos ahora, jugábamos el domingo. Tengo dos helicópteros de la Policía Federal en la cancha de fútbol y suben y bajan todos los políticos que vinieron. El club está colapsado con las ayudas”.
Por último y sobre la situación actual en la localidad bonaerense, Dagna calificó al temporal como “una situación difícilmente de entender” y estimó que es poco probable que vuelva a suceder. “Son situaciones que uno las explica y las cuenta, pero el que las vive es una situación traumática porque pierde todo. Eso es como el Juego de la Oca, retrocedes 20 casilleros porque perdés todo. Hechos como estos desbordan cualquier previsibilidad posible”.
En este punto, concluyó: “Es dramático lo que pasó, de tal forma que, toda la ayuda que llega, si bien es un bálsamo para la gente, cuando pase la ayuda la gente va a tener que arrancar de cero. Y eso es lo más preocupante”.
Cómo están las rutas en Bahía Blanca
Según informó Vialidad Nacional, el estado de las rutas nacionales que conectan la ciudad con el resto del país presenta diversas restricciones, incluyendo cortes totales y tramos transitables con precaución.
De acuerdo con el reporte oficial, la Ruta Nacional 3 (RN 3), muestra diferentes niveles de accesibilidad dependiendo del tramo. El segmento entre Azul y el empalme con la Ruta Nacional 229 (RN 229) se encuentra transitable sin inconvenientes. El tramo que conecta la RN 229 con El Triángulo y el que va desde este último punto hasta la calle Charlone (kilómetro 691) requieren precaución debido a las condiciones del camino.
Por otro lado, el tramo entre el Canal Maldonado (kilómetro 692) y el empalme con la Ruta Nacional 33 (RN 33) permanece completamente cerrado al tránsito.

El resto de los tramos de la RN 3 presentan una situación mixta. Desde el empalme con la RN 33 hasta el empalme con la Ruta Nacional 22 (RN 22), el tránsito es posible pero con precaución, mientras que el trayecto entre el empalme con la RN 22 y Patagones está habilitado sin restricciones.
Asimismo, el segmento que conecta el empalme con la RN 3 y Río Colorado, perteneciente a la RN 22, también es transitable con normalidad.

La Ruta Nacional 33 (RN 33) también presenta condiciones variables. El tramo entre el empalme con la RN 3 y La Vitícola está habilitado, pero se recomienda circular con precaución. Por su parte, el trayecto que conecta La Vitícola con Pigüé no presenta inconvenientes. Sin embargo, el tramo que une Pigüé con Trenque Lauquen requiere precaución debido a las condiciones del camino.
En cuanto a la Ruta Nacional 35 (RN 35), el panorama es más crítico. El tramo que conecta Bahía Blanca con el límite de la provincia de La Pampa se encuentra totalmente cerrado.

Por su parte, la Ruta Nacional 228 (RN 228), que conecta Necochea con Tres Arroyos, está habilitada sin restricciones. Por otro lado, la Ruta Nacional 229 (RN 229), que une el empalme con la RN 3 y Balneario Marisol en Punta Alta, es transitable, pero con precaución.
La Ruta Nacional 249 (RN 249), que conecta el empalme con la RN 3 y el empalme con la RN 229 en Punta Alta, también requiere precaución para su tránsito. Asimismo, la Ruta Nacional 252 (RN 252), que abarca el tramo entre la Rotonda de Villa Sarsfield y el puente La Niña, presenta condiciones similares.
Finalmente, la Ruta Nacional 1V03 (RN 1V03), que conecta el empalme con la RN 3 y la Rotonda Ex Indiada, también está habilitada, pero se recomienda circular con precaución.
El Hospital Penna reactiva algunos de sus servicios

El Hospital Provincial José Penna, principal centro de salud de Bahía Blanca, comenzó a recuperar su funcionamiento tras los graves daños sufridos durante el temporal del pasado viernes.
El Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires implementó un amplio Plan de Contingencia que incluye la adecuación de espacios, la reorganización de servicios y el envío de recursos humanos y materiales para garantizar la atención médica en la región.
Más de 200 agentes sanitarios fueron enviados al hospital, junto con equipamiento médico, medicamentos, vacunas y personal especializado en salud mental. Estas medidas buscan restablecer la operatividad del establecimiento, que es clave para la atención de la población local.
Sociedad
“¿Dónde está mi bebé?”: la angustia de una madre adolescente y la hazaña de una enfermera en medio de la inundación en Bahía Blanca
Publicado
6 horas atráson
12 marzo, 2025Por
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La tormenta arrasó con el Hospital Penna y decenas de niños tuvieron que ser evacuados de la Neonatología. Saira Delmiro, de 16 años, vivió una odisea para reencontrarse con su hija, Amely. Su historia y la de la enfermera que la salvó
El viernes 7 de marzo, Saira Delmiro (16) se despertó sobresaltada en su casa del barrio 9 de Noviembre, en Bahía Blanca. Eran las cuatro de la madrugada y afuera llovía sin parar. Horas después, cuando ya se había desatado el peor temporal de la historia de la ciudad, llegó a su teléfono un video que le heló la sangre: el hospital Penna, donde su hija Amely llevaba tres semanas internada en el sector de Neonatología, se había inundado.
“Me agarró un ataque de nervios. No veía a mi bebé desde la noche anterior y en las imágenes no aparecía el sector donde ella estaba. Me desesperé. Pensé que no se iba a salvar”, recuerda Saira en diálogo con Infobae.
Amely nació el 15 de febrero pasado, con solo 27 semanas de gestación y un peso de 940 gramos. Desde entonces, la beba pasaba sus días en una incubadora, con respirador y asistencia médica constante. Saira, que recibió el alta tres días después de traerla al mundo, la visitaba dos veces al día. “Trataba de pasar la mayor cantidad de tiempo en la Neonatología. Le cambiaba los pañales, me sacaba leche para que se alimentara y le hablaba permanentemente. Me costaba mucho verla así, tan chiquita y llena de cables”, explica.
A pesar del buen cuidado, en sus primeras semanas de vida, la evolución de Amely era incierta: primero tuvo ictericia (NdR: una afección frecuente en los neonatos que provoca que la piel y las partes blancas de los ojos se tornen amarillas a partir de un exceso de bilirrubina en la sangre) y, luego, una infección que le comprometió los pulmones. “Todo venía siendo muy cuesta arriba”, explica su mamá
Pero la prueba más dura todavía estaba por llegar.

“¿Dónde está mi bebé?“
Después de ver los videos, aquel viernes 7 de marzo, Saira decidió ir al hospital Penna a buscar a su bebé. Llegó alrededor de las 17 y ahí se enteró de que Amely ya no estaba allí. “Pregunté adónde estaba mi hija y me dijeron que la habían trasladado. ‘Ella está bien, pero la llevamos a OSECAC’, me explicó el director de Neonatología. El problema es que eso quedaba pasando el centro y, con mi mamá, no teníamos cómo llegar. Paramos una camioneta que se ofreció a llevarnos, pero tuvimos que bajarnos antes. Cuando salimos del coche, el agua nos llegaba por encima de la cintura y la corriente te llevaba. Tuvimos miedo”, cuenta.
Durante horas, Saira y su madre se quedaron atrapadas en una vereda, sin poder avanzar. “Tuvimos que esperar a que bajara el agua. Estábamos empapadas y embarradas. Al final, empezamos a caminar por calles sin luz. ‘No vamos a llegar’, le decía a mi mamá”, cuenta Saira.

“No tenés nada que agradecer”
Quien repone la otra parte de la historia, ahora, es Luciana Marrero, la enfermera que cobijó a Amely en su pecho, debajo de su ambo, para darle calor y así salvarle la vida. Junto a sus compañeras del Penna, Luciana puso en marcha un operativo de rescate que se extendió durante 18 horas ininterrumpidas hasta que lograron trasladar a todos los recién nacidos a un lugar seguro.
“Actuamos con el corazón y pensando en las madres que no pudieron llegar hasta sus hijos debido a la tormenta. Si no nos saliera del corazón, no podríamos haberlo hecho. La prioridad siempre son los bebés”, comentó la enfermera en una entrevista días atrás.
“A Luciana nunca la había visto porque yo me iba del hospital a las 21 y ella llegaba a las 24. El encuentro fue muy lindo. Me abrazó y me dijo que hizo lo que yo hubiera hecho. Si no fuera por ella, Amely no estaría hoy acá”, asegura Saira.
Pese a la incertidumbre por lo que vendrá, la joven se aferra a la esperanza. “Gracias a Dios, mi casa no se inundó y puedo ir y volver de OSECAC, aunque está mucho más lejos que el Penna. Amely sigue ganando peso y mientras ella esté bien, yo también lo estaré”, se despide Saira.

Volver a ponerse de pie
Tras la inundación, el hospital Penna, que también recibe pacientes de Tres Arroyos, Carmen de Patagones y otras localidades del sur de Buenos Aires, se encuentra en una situación crítica.
Ante la devastación, el personal de la institución solicitó la colaboración de la comunidad para reconstruir la sala de Neonatología y reponer los equipos perdidos. “Bahía necesita de la población. Nuestro sueño es volver a ver nuestra Neo en pie“, aseguraron las enfermeras.


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