Sociedad
Vivió casi tres décadas escondido en una caverna sin saber que la guerra había terminado: Shoichi Yokoi, el soldado que no se rindió
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Sargento del Ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial, al ver que su tropa era abatida por la norteamericana en la gran batalla de Guam decidió huir a la selva para no ser asesinado ni deponer las armas, para no manchar su honor ni el del emperador
Podría ser la trama de una serie, de un film. Como el capítulo de Los simuladores (2002-2004) titulado “El último héroe”, en el que Franco Milazzo (César Vianco), un estafador que se hace pasar por representante de artistas, es enviado por los especialistas en resolver todo tipo de problemas por un año al Impenetrable, para triunfar en un reality show inexistente. Y luego de vivir un año en la selva, hablándole a cámaras imaginarias, regresa sin comprender. O la película alemana Good Bye, Lenin! (2003), en la que una mujer que vive en la República Democrática Alemana, acérrima integrante del Partido Socialista Unificado de este país, admiradora hasta la médula del comunismo, entra en coma el 7 de octubre de 1989 y, al despertar, a mediados de 1990, su hijo, (Daniel Brühl), debe ocultarle por todos los medios que el mundo que conocía cambió: el Muro de Berlín cayó y el capitalismo triunfó en su amada Alemania Oriental, porque tiene indicación del médico de evitarle disgustos o emociones fuertes.
El sastre que fue sargento
Shoichi Yokoi podría haber sido un sastre, quizás uno importante, pero sin esperarlo, quizás sin desearlo, se convirtió en militar, ignorando que esa llamada del destino lo arrojaría a la historia.
Cuando terminó la escuela primaria comenzó a trabajar como aprendiz en una sastrería, lo que hizo hasta que en 1941, con 26 años, el Ejército imperial japonés lo reclutara para pelear en la Segunda Guerra Mundial. Su primer destino fue un Estado localizado al noreste de China, un territorio disputado entre China y Japón. Y en 1943 fue trasladado a un regimiento en las Islas Marianas, un archipiélago formado con las cumbres de quince montañas volcánicas en el océano Pacífico, dividido en las Islas Marianas del Norte y Guam (o Islas Marianas del Sur), un pedazo de tierra estadounidense que pretendían tomar.
La llamada Segunda Batalla de Guam entre los Estados Unidos, cuyo ejército irrumpió para recuperar la isla, y Japón, durante julio y agosto de 1944, es caracterizada por los archivos históricos como “un verdadero baño de sangre” que dejó miles de bajas en ambos ejércitos, principalmente en el nipón. Un baño de sangre en el que Yokoi se vio hundido. Los norteamericanos arrasaron. El Cuerpo de Marines de los Estados Unidos capturó la isla. Y Guam siguió siendo una tierra estadounidense en el Pacífico occidental.
Pero el Ejército imperial japonés tenía un código de honor férreo: el emperador Hirohito había ordenado a sus soldados no rendirse jamás. Ser capturado era considerado deshonroso, ellos peleaban para ganar o morir. Hombre de palabra y orgullo brioso: al ver que no tenían oportunidad de triunfar en esa contienda, Yokoi, junto a otros diez soldados japoneses, huyó a la selva.

El sargento de las cavernas
Al contrario que con las migajas de Hansel y Gretel, para no ser descubiertos y capturados, los soldados eliminaban los rastros que dejaban mientras avanzaban selva adentro. Pero la vida salvaje no era para todos: el grupo comenzó a diezmar y pasaron a ser seis. Para sobrevivir en la espesura, cazaban el alimento que tenían a mano: sapos venenosos, anguilas de río, ratas.
El miedo a ser descubiertos no se apartó de ellos. Como en el panóptico de Bentham, el terror de un enemigo que se sabe ahí, omnipresente pero invisible, el no saber si está vigilando o no, si va a atacar o no, el terror de ser emboscados y atrapados en cualquier momento llevó finalmente a tres de ellos a entregarse. Pero tres, entre los que estaba Yokoi, decidieron seguir.
Al transcurrir algunos meses resolvieron separarse por seguridad. Yokoi encontró una cueva cerca de las cascadas del río Talofofo. Allí, con una fuente de agua cerca, construyó lo que se convertiría en su hogar por casi tres décadas.
Con el paso del tiempo su ropa de militar se desintegró. El sargento recurrió a sus viejas habilidades de sastre para fabricarse prendas y hasta sandalias a partir de elementos de la naturaleza como cáscaras y fibras de coco en un telar construido por él. Emulando a las generaciones que nos precedieron en la historia de la humanidad, también creó diversos utensilios para sobrevivir. Con recursos naturales y restos de la guerra, como cantimploras, hizo trampas para cazar. Siguió alimentándose con frutas silvestres, ranas, ratas, caracoles, anguilas y camarones que pescaba con esas trampas. Contar con algunos elementos de su equipaje militar le fue de mucha ayuda: tenía con él sus tijeras del ejército con las que lograba cortarse el pelo.
En esas condiciones sobrevivió 28 años. Tiempo en el que enfermó de tifus y de malaria y sanó; en el que visitaba de tanto en tanto a sus dos compañeros escondidos en otras partes de la isla para combatir la soledad. Hasta que un día, por el año 1964, los halló muertos a causa de las inundaciones que habían asolado a Guam y de la falta de alimento. Yokoi quedó completamente solo.
La Segunda Guerra Mundial había finalizado con las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki que Estados Unidos arrojó para abatir al Imperio japonés, entonces el único en pie de guerra después de la caída de la Alemania nazi. El 2 de septiembre de 1945, solo un año después de que Yokoi se ocultara en la selva, los nipones se rindieron oficialmente. Pero escondido como estaba el sargento nunca se enteró.

La tumba del soldado vivo
Yokoi ignoraba muchas cosas: que la guerra había terminado —aunque en alguna oportunidad habían escuchado rumores, habían visto un panfleto que lo afirmaba, pero él y sus compañeros, aún con vida, temieron que se tratara de un truco para hacerlos salir—. Que el mundo que conocía prácticamente no existía —ya que en tres décadas la ciencia y la tecnología lo habían cambiado por completo—. Y que él tenía, en su ciudad, una tumba con su nombre —su familia lo creía muerto.
Al sargento Yokoi “lo invadió el pánico”, “temía que lo hicieran prisionero, lo que era la gran vergüenza para un soldado japonés y su familia en Japón”, recordó años después su sobrino, Omi Hatashin, quien se dedicó a reunir las vivencias de su tío político.
Era 24 de enero de 1972, un día como hoy hace 53 años, cuando Shoichi Yokoi fue descubierto por un grupo de cazadores mientras pescaba en el río Talafofo. Tenía entonces 57 años, estaba flaco como un cable y débil. Aterrorizado por ver a otros seres humanos después de tanto tiempo de hermetismo y soledad, les empezó a pedir clemencia creyendo que eran soldados estadounidenses. Incluso les pidió que lo asesinaran para no manchar su honor creyendo que lo estaban capturando. Yokoi se había detenido en el tiempo, en ese punto lejano y espeso de la selva. Él no sabía, no comprendía, que esas personas lo estaban, en realidad, salvando.
Cuando logró tranquilizarse los propios cazadores le explicaron que la guerra había terminado hacía mucho tiempo y que Japón la había perdido. En febrero, ese mismo año, Yokoi fue repatriado y su país lo recibió con honores como lo que era: el soldado que jamás se había rendido.
“Es vergonzoso, pero he vuelto” fue lo primero que dijo al llegar. Con el tiempo esta frase se convertiría en un dicho popular en todo Japón.
El país estaba convulsionado: la ceremonia de bienvenida fue televisada para que todos pudieran verla y asistieron miles de personas. Cuando Yokoi fue conducido a su pueblo natal un gran número de nipones se alinearon en la ruta enarbolando banderas nacionales para acompañarlo. Al llegar a su aldea el exsargento se quebró cuando, en el cementerio, se encontró de frente con la tumba de su familia que tenía grabado su propio nombre. Su muerte, para todos, había sido en Guam, en 1944.
Poco a poco Yokoi empezó a adentrarse en ese nuevo mundo desconocido para él, tan diferente de aquel que había dejado treinta años atrás. En las entrevistas que comenzaron a hacerle, en todos los medios, porque su historia cobró popularidad de inmediato, aseguraba sentirse “extraño” por haber vuelto con vida a su país tres décadas más tarde de haber ido a la guerra y por haber pasado de la más absoluta soledad a convertirse en alguien célebre. Habló también de la culpa que sentía por la derrota de su país y por no haber podido servirle mejor al emperador Hirohito. Cuando contó cómo había sobrevivido todos esos años dijo: “Seguí viviendo por el bien del emperador y creyendo en el emperador y en el espíritu japonés”.

Su vida después de volver a su país dio un vuelco. Sus 28 años de reclusión con tal de no rendirse jamás lo condujeron a la fama y a la televisión, medio en el que trabajó como comentarista y desde el que defendió la vida austera. De su historia hicieron un documental llamado Yokoi y sus veintiocho años de vida secreta en Guam que se estrenó en 1977.
Seis meses después de haber regresado se casó con una mujer 13 años menor que él, se instalaron en su provincia natal y Yokoi intentó adaptarse a esa vida completamente nueva, completamente otra para él. Pese a sus esfuerzos sus familiares aseguraron que nunca dejó de sentirse un forastero en ese mundo de tanta tecnología y modernidad.
Quizás por eso, quizás por la nostalgia, volvió a viajar a Guam, aquel lugar que lo había acogido, que lo había marcado, en varias oportunidades. En uno de esos viajes descubrió que allí también su nombre era conocido y aún más: descubrió que el museo local le había dedicado una pequeña sección donde exponía algunas de las herramientas que él había fabricado con sus manos.
Su reaparición motivó al Gobierno japonés para llevar a cabo una misión en busca de otros soldados que pudieran haber compartido destino con Yokoi y quizás continuaran perdidos o escondidos. Y en 1974 encontraron a dos más en una selva de Filipinas: el teniente Hiroo Onoda y el soldado Teruo Nakamura.
En 1991 a Yokoi se le concedió una audiencia con el emperador Akihito, hijo y sucesor del emperador Hirohito. Para el exsargento ese fue el honor más grande de su vida.
Shoichi Yokoi murió el 22 de septiembre de 1997, de un ataque al corazón. Tenía 82 años, era un símbolo nacional y fue enterrado en la tumba que su madre había encargado para él, aquella que había podido ver cuando regresó. Como cuando fueron a recibirlo, a su despedida acudieron miles para brindar el último homenaje al soldado que nunca se rindió.
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Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
Publicado
8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
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Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
Publicado
8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
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La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
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Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
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8 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
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Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
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