Sociedad
Las heridas y sombras de Cary Grant, el galán de Hollywood que se casó cinco veces con mujeres y nunca admitió su homosexualidad
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Se cumplen 38 años de la muerte de uno de los mayores iconos del cine clásico, desde donde cautivó al mundo entero con su elegancia, su ingenio y su mirada seductora. Sin embargo, detrás de su imagen de perfecto caballero, se escondía un hombre marcado por una infancia traumática y que llevó una vida llena de secretos
Cary Grant fue el rey absoluto de la alta comedia. Conquistó al público con una elegancia natural, su ingenio y una mirada atractiva. En la pantalla, sedujo a las más bellas actrices del firmamento cinematográfico, como Joan Fontaine, Grace Kelly, Ingrid Bergman e incluso Sofía Loren. Con esta última, quedó profundamente impresionado después de rodar juntos el drama histórico Orgullo y prejuicio (1957) de Stanley Kramer. El protagonista de La sospecha (1941) falleció el 29 de noviembre de 1986 a los 82 años, víctima de un ataque cardíaco en la madrugada. Pero así como vivió en la gloria, Grant también convivió con las sombras de las estrellas más reservadas de Hollywood.
Su carrera abarcó casi cuatro décadas y dejó un legado de más de sesenta películas. Su verdadero nombre era Alexander Archibald Leach. Nació en Bristol, Reino Unido, el 18 de enero de 1904, en el seno de una familia humilde y conservadora. Su pasión por el teatro lo llevó a enrolarse, a los 15 años, en una compañía ambulante. En 1920 desembarcó en Estados Unidos para dar el salto a Broadway, donde interpretó personajes en comedias musicales. En 1931 viajó a Hollywood, y poco a poco pasó de ser actor de reparto a convertirse en una gran estrella. Su atractivo rostro no pasó desapercibido para los cazatalentos, y los estudios Paramount le ofrecieron un jugoso contrato. Ese fue el comienzo de una carrera llena de altibajos, que lo catapultó a lo más alto y le otorgó la fama de elegante seductor y perfecto caballero.
Grant reinó en todos los géneros cinematográficos, donde encarnó una vasta gama de personajes. Trabajó con los más grandes directores, desde George Cukor hasta el rey del suspenso Alfred Hitchcock, quien lo dirigió en cuatro películas y llegó a decir: “Podría actuar con la cara manchada de huevo y seguiría apareciendo tan fascinante como siempre”. El American Film Institute lo colocó en el segundo puesto de los actores legendarios de todos los tiempos, solo por detrás de Humphrey Bogart. Estuvo nominado en dos ocasiones al Oscar como Mejor Actor: por Serenata nostálgica (1971) y Un corazón en peligro (1944). Pese a su larga trayectoria, el Oscar le fue esquivo y la Academia le dio la espalda porque Grant se atrevió a criticar las prácticas abusivas de los grandes estudios y apoyaba abiertamente a actores caídos en desgracia, como Ingrid Bergman o Charles Chaplin. Finalmente, en 1970, Hollywood le otorgó una estatuilla honorífica.

Padres abandónico
Detrás de su aparente serenidad, Cary Grant escondía una tremenda inseguridad, fruto en parte de una infancia problemática. Grant arrastró siempre las heridas de unos primeros años dolorosos, marcados por la ausencia de su madre y la autoridad de un padre, el señor Leach, quien prefería el alcohol a cuidar de su hijo.
Sus primeros años de vida no fueron felices, ya que sus padres no se llevaban bien. A los 9 años su padre le dijo que su madre se había ido de casa para pasar unas largas vacaciones, pero lo cierto era que ella había sido internada en un psiquiátrico contra su voluntad. Elías Leach aprovechó que su mujer sufría una depresión clínica severa, tras la muerte de su primer hijo, para irse con su amante. Grant creyó que su mamá lo había abandonado, y este hecho le afectó profundamente durante años. El actor creció convencido de que su madre estaba muerta, hasta que en 1935, tras una conversación telefónica con su papá, le confesó la verdad. En la sala de visitas de una tétrica institución mental, a los 56 años, padre e hijo se reencontraron. El actor, ya famoso, se encargó de que a su madre no le faltara nada y la trasladó a una residencia privada donde moriría dos semanas después, a los 95 años, mientras dormía la siesta.

Las secretos de Cary
Aunque se casó en cinco ocasiones, la preferencia de Cary Grant por los hombres fue siempre un secreto a voces, hasta su muerte. Sin embargo, nunca lo admitió públicamente. Entre sus íntimas amistades masculinas se destaca la que mantuvo durante años con el actor Randolph Scott, a quien conoció en el rodaje de Sábado de juerga (1932). Cary y Randolph decidieron vivir juntos, y una muestra de la buena sintonía que había entre ellos fue la publicación en la revista Modern Screen en las que se los veía cocinando, disfrutando de la piscina o leyendo en el salón de su mansión en Malibú. Los publicistas de Paramount tuvieron que inventar todo tipo de farsas para proteger su imagen, colocando a jóvenes bellezas junto a los intérpretes para no debilitar su imagen de seductores. Presionados por los estudios, Cary y Randolph tuvieron que romper su relación en 1940, aunque nunca dejaron de verse.
Grant tuvo su primer amante a los 17 años, un actor llamado Francis Renell. Después, apareció el australiano Jack Kelly, cinco años mayor, con quien mantuvo una relación, además del magnate Howard Hughes, con quien también tuvo apasionados encuentros.
En cuanto a sus relaciones con las mujeres, Cary era conocido por su carácter posesivo con sus esposas. Con la primera, la actriz Virginia Sherrell, estuvo casado sólo un año, y el divorcio se convirtió en un proceso escabroso en el que ella le acusó de malos tratos y de amenazarla. Su matrimonio con la multimillonaria Bárbara Hutton tampoco llegó a buen puerto. Sin embargo, su relación con la actriz Betsy Drake duró casi 13 años. Con su cuarta esposa, la actriz Diana Cannon, tuvo una hija, Jennifer, pero su matrimonio terminó de forma escandalosa. Diana lo acusó de violencia doméstica, de encerrarla en el armario y de prohibirle usar ropa demasiado corta. La sentencia calificó a Cary Grant de “hostil e irracional”. En 1981, contrajo matrimonio por quinta vez con Barbara Harris, relaciones públicas de un hotel, 47 años más joven que él.

Por otro lado, Grant tenía fama de maniático. Entre sus extravagancias resaltaban el plancharse los cordones de los zapatos, tener siempre una rosa roja en su bandeja de desayuno, usar lencería femenina o elegir con escrúpulo su vestuario. Las penurias económicas de su infancia lo hicieron ser muy cuidadoso con el dinero que ganaba. A pesar de llegar a cobrar más de tres millones de dólares por película, convirtiéndose en el actor mejor pagado de su tiempo, Grant era famoso por su tacañería en Hollywood. El temor a volver a ser pobre siempre le rondaba por la cabeza, y llegó a recibir sesiones de psicoanálisis para evitar pesadillas relacionadas con la pobreza. Le apasionaban las carreras de caballos y las apuestas, pero nunca invertía más de un par de dólares. También se dice que cobraba entre 15 y 25 céntimos por cada autógrafo que firmaba.
Fue conocido por su relación con el LSD: en 1959, bajo recomendación de su esposa Betsy Drake, empezó a consumir esta droga como parte de una terapia psicológica. Durante tres años, y en un total de 100 sesiones, Grant tomó LSD bajo la supervisión del doctor Mortimer Harman. Las sesiones, de seis horas de duración, a menudo se realizaban en grupo. Durante este tiempo, Grant experimentó estallidos de violencia e incluso destrozó los muebles de su casa. Finalmente, cuando el LSD fue legalizado en 1968, Grant dejó de consumirlo.
Su pelo blanco y su imagen más envejecida no disimulaban que, durante algunos años, estuvo tan obsesionado con su físico que se sometió a varias operaciones estéticas. Su acérrima defensa de la experimentación con el LSD, cuando aún se desconocían los efectos nocivos de la droga, también terminó afectando su cuidada imagen.
Aunque nunca perdió la elegancia ni el porte que le conferían sus más de 1,80 metros de altura, su retiro a mediados de los 60 sirvió para aumentar su leyenda. El Oscar honorífico que le concedieron en 1970, por toda su carrera durante la cual muchos lo habían considerado un mero “entertainer”, parecía ahora una justa compensación, ya que nunca se lo tomó demasiado en serio. Aquella noche de premios, el “Gentleman por excelencia” dejó caer alguna lágrima por sus mejillas, y como ya había dejado atrás su labor profesional, ni siquiera intentó disimular su pelo blanco ni los años que ya empezaban a pasarle factura.
El 29 de noviembre de 1981, mientras preparaba una de sus charlas en el teatro Lyric de Davenport, sufrió un derrame cerebral. Pocas horas después, falleció en un remoto hospital de Iowa. Reconocido en vida, Cary Grant dejó un nombre inolvidable.
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Sociedad
Once días atado, racismo y un dedo amputado: el brutal secuestro que reveló un nuevo perfil criminal en la Argentina
Publicado
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16 octubre, 2025Por
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Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia
“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.
Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano. Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.

Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.
Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.
Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.

Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.
Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.
El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.
La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.
Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.

De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.
La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.
Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.
Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.
La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.
Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.
En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.
Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.
Sociedad
Indignación y repudio por el disfraz de un alumno en Bariloche: se vistió de “mujer violada” en su viaje de egresados
Publicado
7 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas
Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville, en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.
Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.
En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.

En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.
El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.
Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.
Esta no es la primera vez en el año que un grupo de alumnos de una escuela que estaba en medio de su viaje de egresados en Bariloche queda envuelto en un hecho polémico. A finales de septiembre, unos estudiantes de una escuela de Canning fueron filmados mientras realizaban cánticos antisemitas.
“Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.
De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.
En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.
“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.
Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.
En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.
Sociedad
Aerolíneas Argentinas retiró preventivamente ocho aviones tras la falla en el vuelo con destino a Córdoba
Publicado
7 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia
Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.
Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.

La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.
También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.
“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.
El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.

Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.
Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.
El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.
Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.


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