Salud
La educación es uno de los más importantes factores protectores contra la demencia
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Un estudio realizado en varios países de América latina y los EE.UU. muestra que hay una correlación estrecha entre años de estudio, atrofia cerebral y fortaleza de las conexiones cerebrales en la adultez.
Suele pensarse en la educación exclusivamente desde el punto de vista laboral, profesional y económico, como el camino que conduce al ascenso social. Todo esto es cierto, pero pasa por alto un aspecto crucial: de acuerdo con un estudio internacional liderado por el neurocientífico argentino Agustín Ibáñez, director del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral de la Universidad Adolfo Ibáñez, de Santiago, Chile, y fundador y codirector del Consorcio para Expandir la Investigación sobre la Demencia en América Latina (RedLat), la educación es además un determinante crucial de la salud pública y una de las principales protecciones contra la demencia.
En el trabajo, que hoy se publica en la revista Alzheimer’s & Dementia: The Journal of the Alzheimer’s Association, un grupo de 40 autores de varios países de América latina y los Estados Unidos analizaron con resonancia magnética y aprendizaje automático las huellas que ésta imprime en el cerebro y encontraron una reveladora asociación entre los años de educación recibida, el volumen del cerebro y la fortaleza de las conexiones cerebrales. Los resultados son consistentes con la diferente prevalencia de ciertas demencias en ambas regiones.

“Desde el punto de vista epidemiológico, es bien conocido que la educación es un factor protector del cerebro, que incrementa la reserva cognitiva y reduce el riesgo de demencia –comenta Ibáñez–. ¿Pero cuáles son sus huellas neurobiológicas, lo que en inglés se llama biological embedding? Eso se estudió mucho menos. En general, es una variable que no se toma en consideración, no hay trabajos que aborden de forma sistemática cómo la variabilidad en la educación modula los marcadores cerebrales del envejecimiento y la demencia”.
Ibáñez decidió responder esta pregunta analizando resonancias magnéticas preexistentes de 1.412 adultos mayores con demencia y 625 libres de neurodegeneración en México, Colombia, Perú, Chile, Argentina y los Estados Unidos (población no latina). “En un universo muy robusto para este tipo de estudios, comparamos la atrofia y la conectividad cerebral asociada con la educación en países latinoamericanos y en Norteamérica –detalla–. Lo primero que encontramos fue que, efectivamente, a mayor educación, menor atrofia (mayor volumen de sustancia gris), más volumen cerebral y mayor conectividad cerebral. Pero después empezamos a buscar otras cosas. Por ejemplo, nos fijamos en las diferencias en conectividad y en volumen que habían entre los cerebros de los Estados Unidos y de Latinoamérica. Encontramos una diferencia importante y fuertemente asociada con la educación. Sabemos que los latinos tenemos más vulnerabilidad cerebral que los estadounidenses, pero nosotros encontramos que esas diferencias se explicaban entre un 24 y hasta un 98% por la educación, algo muy, muy notable”.
Desde hace tiempo se sabe que el nivel educativo (entre otras cosas, un indicador clave del nivel socioeconómico), tiene efectos protectores contra los problemas de salud y el deterioro cognitivo. Lo que hace este estudio es examinar en detalle cómo influye en la estructura y función del cerebro, tanto en el envejecimiento saludable como en la enfermedad de Alzheimer y la degeneración lobular frontotemporal.
La atrofia cerebral es uno de los sellos distintivos del envejecimiento y de la demencia. Generada por la muerte neuronal, es difícil estimarla, ya que es imposible dilucidar si el menor volumen se debe a que se perdieron neuronas propiamente dichas o astrocitos [células grandes en forma de estrella que se encargan de proporcionar soporte y nutrición a las células nerviosas, regular su excitabilidad, participar en la reparación y regeneración del tejido nervioso y facilitar su comunicación].

“Es una medida gruesa –explica Ibáñez–. Lo único que podemos hacer es calcular un volumen general. Pero también encontramos el mismo efecto en las conexiones activas del cerebro”. Para evitar sesgos en el estudio, los científicos también controlaron otros factores, como la edad, el sexo, el volumen craneal, el tipo de resonador.
Los efectos fueron particularmente pronunciados en enfermedad de Alzheimer, algo que coincide con otras evidencias de que el ambiente, sobre todo lo que los investigadores llaman el “exposoma social” (la pobreza, los determinantes sociales de la salud) juega un rol preponderante en su desarrollo.
“En la demencia frontotemporal también encontramos estos efectos, pero más atenuados –destaca Ibáñez–. Esto es interesante, porque sugiere que esta patología podría tener, aunque todavía no lo sabemos con certeza, un mayor componente genético. Entre el 25 y el 35% de los casos de demencia frontotemporal estarían asociados con mutaciones genéticas, mientras que en el Alzheimer esa proporción alcanza al 5%. Quiere decir que la demencia más frecuente, la más masiva, está mucho más asociada con bajo nivel de educación y la ‘reserva cerebral’ que ésta proporciona”.
El mismo patrón se observa en el envejecimiento. “En los números estamos mucho peor los latinos –subraya Ibáñez–. Nuestra prevalencia actual, que está subestimada, porque tenemos alrededor de un 70% de personas que nunca reciben diagnóstico, es muy superior a la de los Estados Unidos. De hecho, la prevalencia en este último país está tendiendo a aplanarse; en cambio, en América latina aumenta. Las proyecciones estiman que para 2050 crecerá entre un 100 y un 250%. Esto es consistente con lo que sabemos, que los factores prevenibles explican un porcentaje más alto de la demencia en nuestra región, aproximadamente el 56% de los casos, mientras que en los países de altos ingresos, incluido Estados Unidos, es más o menos el 35 o 40%”.

Y agrega: “Es sabido que la pobreza y la desigualdad tienen un impacto muy fuerte [en el cerebro], pero ahora vemos cómo la educación, que es una medida muy importante de desigualdad, tiene una asociación directa con los marcadores cerebrales del envejecimiento y la demencia. Además, en el caso de la demencia encontramos asociaciones con áreas críticas, como el hipocampo y el giro temporal (en el caso de los pacientes con Alzheimer), y también con áreas orbitofrontales, en la demencia frontotemporal”.
Como todo estudio científico, éste también tiene sus limitaciones. Ibáñez aclara que la medida tomada como referencia para la evaluación es simplemente el número de años durante los que los incluidos en el trabajo recibieron educación formal. “Es una medida malísima –reconoce–. Pero basando nuestras estimaciones en los años de educación encontramos un efecto robusto. Ahora estamos empezando a incluir otros parámetros: calidad de la educación, ingresos, desempeño… Se podrá decir que es un indicador muy ‘grueso’; por ejemplo, no habla sobre cómo le fue a alguien en el colegio, apenas tomamos en cuenta cuántos años sobrevivió en un medio académico. Sin embargo, incluso con esa medida tan simple, encontramos un efecto muy fuerte de la educación en el cerebro, lo cual hace pensar que en realidad las disparidades pueden tener un impacto incluso mayor”.
Estos hallazgos tienen una enorme trascendencia; en especial, si se tiene en cuenta que los tratamientos actuales para la demencia son muy costosos, y sus beneficios reales parecen modestos. Por otro lado, ya se sabe cómo mejorar la calidad y el acceso a la educación. “Es algo que sí podemos hacer y podría no solo prevenir la demencia, sino generar resiliencia cerebral”, subraya Ibáñez.

Para Andrea Goldin, investigadora del Conicet en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella, que no participó del trabajo, se trata de un estudio “muy interesante” y que “se publicó en una revista muy buena”. “Encontrar algo en varios países/contextos muestra cierta ‘generalización’ de los resultados, que es muy deseable porque incrementa las chances de que lo descubierto aporte algo significativo –comenta la científica–. Analizan cómo la estructura y la conectividad cerebral son modificadas por los años de educación. También intentan dilucidar si la incidencia de demencia está modulada por el nivel socioeconómico; o sea, por la limitación de oportunidades educativas que se dan en América latina producto de desigualdades socioeconómicas”.
Goldin apunta que hay algunas diferencias entre las muestras. Los sujetos control de América latina son casi cinco años más jóvenes que los de EE.UU, mientras que los pacientes son de dos a cinco años mayores. Si bien en Norteamérica tienen más años de educación en promedio, los controles tienen ‘solo’ dos años de diferencia, mientras que los pacientes tienen entre 3,5 y casi seis. Y agrega que algo importante es que [además de analizar neuroimágenes] controlan con un test que evalúa el estado cognitivo general; de los típicos que toman los neurólogos en el consultorio, que miden cómo están las personas de memoria, atención, razonamiento, etc. Estas medidas son equivalentes entre las dos poblaciones, la norteamericana y la latinoamericana.
“Si bien es un estudio super interesante, transversal y bien hecho, es de correlación, no permite establecer causalidad –dice Goldin–. Por ejemplo, no toman en cuenta estilos de vida diferentes. Por otro lado, ‘más’ no es ‘mejor’. No necesariamente por tener mayor volumen en alguna área cerebral, las personas piensan o resuelven problemas ‘mejor’. Lo que sí es notable, es que prácticamente toda la varianza en estructura y funcionalidad cerebral entre pacientes con Alzheimer es explicada por la educación (mientras que en los controles y en pacientes con demencia frontotemporal, es del 30% o menos). Lo que demuestra que las disparidades en educación impactan enormemente más en la incidencia de Alzheimer que en otras neurodegenerativas”.
Para la científica, hay un concepto clave para entender este tema: el de reserva cognitiva. “Es una medida de la resiliencia que tienen las redes neurales frente a la disrupción –explica–. Este concepto permite explicar las diferencias individuales en la susceptibilidad que tienen distintas personas frente al deterioro cognitivo (y funcional) producto de cambios cerebrales, sean por la edad o por enfermedad. La reserva cognitiva es una suerte de mecanismo compensatorio que se genera gracias a la plasticidad neural. Distintas actividades que vamos realizando a lo largo de nuestra vida nos van dejando ‘un resto’ guardado en el cerebro del que podremos echar mano cuando la cabeza nos empiece a fallar. Se cree que la reserva se incrementa por participación en actividades estimulantes (uso creativo del ocio e interacción social); por tener mejores ocupaciones (más complejas, que requieren más ‘trabajo mental’); por tener mayor cociente intelectual y más años de educación.
“Lo que se observa en la literatura es que más años de educación se asocian con menor incidencia de demencia y con un retraso en sus comienzos. Pero, ojo, porque también se ve que se asocian con una progresión más ‘abrupta’ de la enfermedad. De hecho, una hipótesis es que la reserva cognitiva de algún modo enmascara los primeros indicios de disfuncionalidad y, cuando estos se ven, es porque los cambios fisiológicos están muy avanzados y los pacientes ya no pueden lidiar con ellos, o no tanto como antes”.
De acuerdo con Sebastián Lipina, investigador del Conicet y director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA, Cemic-Conicet), que aclara que su grupo se especializa en el estudio del impacto de las privaciones en autorregulación en niños sin trastornos (no en adultos con neurodegeneración), para interpretar estos resultados es importante diferenciar bien lo que es causalidad de lo que es asociación.
“Las asociaciones son importantes, porque nos muestran qué pasa con un fenómeno (la neurodegeneración) cuando cambia otro (nivel de educación alcanzado) –explica–. En esencia, nos muestran cómo se comportan dos variables, pero no nos dicen que una causa la otra ni tampoco nos hablan de qué mecanismos están implicados. Obviamente, encontrar mecanismos causales es difícil… Por otro lado, un diseño sincrónico, en el que se estudia a las personas en un único momento de su desarrollo, no es lo mismo que otro longitudinal, cuando se las sigue a lo largo del tiempo. [El análisis] sincrónico y asociativo orienta, pero no define ni causalidad ni desarrollo. Por último, no hay dos casos ni historias iguales, por lo que es importante tener en mente las diferencias intra e interindividuales. Por ejemplo, dos personas de la misma edad, que tienen la misma cantidad de años de educación, y que desarrollan neurodegeneración pueden ser diferentes en muchos otros aspectos de sus trayectorias de desarrollo. Los científicos solemos cometer el error de no considerar estas diferencias y pensar en términos universales”.

De lo que no hay duda es de que, gracias a la plasticidad cerebral, mantenerse estimulado desde el punto de vista cognitivo fortalece las redes neurales. Y esto correlaciona negativamente con nivel socioeconómico, que es peor en América Latina que en los EE.UU.
“Una aclaración, tal vez obvia, pero pertinente –agrega Goldin–: la plasticidad es la capacidad del cerebro de modificarse físicamente por las experiencias, conscientes e inconscientes, que vivimos. Como nuestras conductas, emociones y sensaciones son producto de ese cerebro, cuando éste cambia físicamente, también lo hacen nuestras conductas, emociones y sensaciones. Cuando aprendemos algo que va a perdurar en el tiempo, eso se guarda en alguna parte de nuestro cerebro y eso implica cambio. Uso el término ‘aprender’ en su concepción más amplia. Aprendemos los nombres y las caras de las personas que queremos, lo que les gusta más, cuándo fue la última vez que nos vinieron a visitar los nietos y qué les cocinamos. Para poder hacerlo, el cerebro fue cambiando. Cuando esos cambios se hacen más difíciles de concretar o de ser encontrados (en el nivel fisiológico y molecular), empezamos a olvidarnos de algunas cosas. Un estudio en el que participé, pero que sobre todo desarrolló y lideró Julia Hermida, muestra que no solo hay diferencias en las oportunidades de estimulación entre pobres y no pobres, o entre más y menos pobres, sino que la clave está en la cantidad de posibilidades de estimulación que ofrece el entorno. El tema no es si los norteamericanos van en promedio más que nosotros a la universidad. El tema es qué calidad de actividades desafiantes para la cognición tienen y tenemos (desafiantes y no frustrantes, porque lidiar con el manejo de nuestra economía diaria es tremendamente desafiante, pero es tan abrumador que termina siendo contraproducente). Creo que algo que nos deja este trabajo como enseñanza para pensar políticas públicas es que resulta clave generar mejores oportunidades de estimulación. Con la escuela, con clubes, con actividades extracurriculares; fomentar actividades sociales, culturales, recreativas de calidad. Ya sabíamos que estas acciones van a impactar en nuestro funcionamiento cerebral. Lo que este paper viene a agregar ahora es que eso, además, tiene una ventaja de salud pública aparejada, porque puede disminuir el riesgo de tener enfermedad de Alzheimer”.
Y concluye Ibáñez: “Dado el profundo impacto de la educación en la salud del cerebro, se requieren intervenciones y políticas personalizadas para mitigar estas disparidades, especialmente en regiones como América latina, donde las desigualdades socioeconómicas son más pronunciadas”. En esto, como en otros múltiples aspectos, más que el ADN importa el PBI y la equidad en su distribución.
Fuente: eldestape
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Salud
Un cardiólogo que estudia a los “superancianos” identifica el único hábito que garantiza vivir muchos años y con buena salud: “Es lo único que reduce nuestro reloj biológico”
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5 días atráson
4 junio, 2025Por
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Tras analizar los factores que comparten los “superancianos”, el reconocido cardiólogo Eric Topol concluye que la longevidad depende, sobre todo, de una costumbre cotidiana
El doctor Eric Topol, cardiólogo y genetista estadounidense, lleva décadas investigando los secretos de la longevidad. Su reciente libro, Super Agers: An Evidence-based Approach to Longevity (Superancianos: una aproximación a la longevidad basada en pruebas), recopila los resultados de años de análisis sobre personas que superan los 80 años manteniendo la salud y la vitalidad. La publicación aún no ha salido en español, pero ya ha generado debate en foros especializados y en medios de comunicación de todo el mundo.
Pocas son las personas que consiguen cruzar la barrera de los 90 manteniéndose activos y en buena forma. Lejos de secretos inalcanzables o fórmulas mágicas, Topol defiende que la clave se encuentra “más cerca de lo que creemos” y apuesta por rutinas sencillas. En su recorrido profesional – es reconocido como uno de los diez principales expertos mundiales en longevidad -, el médico afirma que pequeños cambios diarios pueden prevenir enfermedades que encabezan la mortalidad global: cáncer, cardiopatías y trastornos neurodegenerativos.

El deporte es “lo único que sabemos que reduce nuestro reloj biológico”
“Sabemos que estas enfermedades tardan al menos 20 años en desarrollarse, así que estamos en condiciones de prevenirlas, sobre todo en personas con mayor riesgo”, afirma. “Tenemos una oportunidad de evitar esas patologías que surgen con la edad”. Para el especialista, modificar ciertos hábitos no supone un esfuerzo desmedido: “No se trata de pastillas ni de trucos mágicos. Podemos trabajar con lo que ya está en nuestras manos”.
El ejercicio – según Topol – destaca por encima del resto de recomendaciones. Basta con observar cómo se estructura la rutina diaria y plantear cambios sencillos en movimiento, dieta y ocio para encarrilar la salud a largo plazo. El cardiólogo recomienda especialmente aquellas actividades dirigidas a trabajar la musculatura en resistencia y los ejercicios de fuerza de prensión (la capacidad que tiene una persona para apretar o suspender objetos en el aire con las manos), dos prácticas que han mostrado una eficacia notable frente al deterioro físico vinculado al paso de los años.
“Resulta que el ejercicio es lo único que sabemos que reduce nuestro reloj biológico. El espacio entre tu verdadera edad y la edad biológica puede ampliarse”, destaca Topol. La recomendación estándar es realizar 30 minutos de ejercicio, cinco días a la semana, aunque el propio cardiólogo reconoce que incluso con dos sesiones semanales ya se obtienen beneficios. “No es sobre volverte más fuerte, es también sobre mejorar tu equilibrio”, insiste. “Nada de lo que podamos hablar supera al ejercicio si hablamos de reducir nuestro proceso de envejecimiento. No lo sabríamos si no hubiese toda esa ciencia detrás”.
Topol subraya que el ejercicio se ha revelado como el hábito más eficaz para mejorar la salud y prolongar la vida. Para quienes buscan una clave en la longevidad de los llamados “superancianos”, el mensaje queda claro: moverse no solo alarga los años, sino que también los llena de salud y vitalidad.
Salud
Qué es el síndrome del “hombro congelado”, la dolencia que afecta principalmente a las mujeres mayores de 40
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6 días atráson
3 junio, 2025Por
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Durante la mediana edad, esta condición asociada a cambios hormonales interfiere con rutinas básicas y deteriora el bienestar general, advierten desde National Geographic. Cuáles son los síntomas y por qué es esencial el diagnóstico oportuno
Alcanzar el estante de la cocina, atarse el pelo o solo levantar los brazos pueden ser acciones que, aunque simples, se vuelven un desafío inesperado para muchas mujeres en la mediana edad, especialmente después de los 40 años.
Actualmente, esta condición ganó relevancia debido a su impacto prolongado y a la necesidad de repensar su diagnóstico y tratamiento desde una perspectiva informada y equitativa. Es que el dolor persistente y la rigidez en el hombro afectan de manera desproporcionada a mujeres de mediana edad, con una alta prevalencia e impacto en la calidad de vida.

El hombro congelado se caracteriza por una restricción progresiva y dolorosa del movimiento en la articulación, tanto en acciones activas como pasivas.
- Congelación: dolor y rigidez aumentan de forma progresiva.
- Congelada: disminuye el dolor, pero persiste la rigidez, lo que dificulta las actividades cotidianas.
- Descongelación: el rango de movimiento mejora de manera gradual.
Este proceso puede extenderse entre uno y tres años. En algunos casos, la recuperación total no se alcanza.
Vale destacar que, en la fase inicial, el dolor suele ser intenso por la noche y la movilidad del hombro se reduce. En la etapa intermedia, la rigidez se acentúa y puede producirse atrofia muscular. Finalmente, durante la recuperación, disminuye el dolor y mejora la movilidad, aunque no siempre se restablece por completo.
Desde Mayo Clinic advierten que, aunque en la mayoría de los casos se resuelven con el tiempo, la afección puede resultar incapacitante durante su evolución.
Cuáles son los factores de riesgo

Diversos reportes indican que entre el 2% y el 5% de la población desarrolla capsulitis adhesiva. Su frecuencia aumenta significativamente en mujeres de entre 40 y 60 años, especialmente en la transición menopáusica, profundiza National Geographic.
El mismo medio señala que cerca del 75% de los casos se presentan en mujeres, y más del 70% de quienes atraviesan la menopausia padecen síntomas musculoesqueléticos. Es más, una de cada cuatro desarrolla alguna forma de discapacidad funcional.
Aunque sus causas exactas no están completamente establecidas, se estima que el hombro congelado se origina por un proceso inflamatorio que provoca el engrosamiento y la contracción de la cápsula articular. Sobre este punto, el estudio de Climacteric vincula este mecanismo con la disminución de estrógenos durante la menopausia, lo que contribuye a la aparición de síntomas musculoesqueléticos como el dolor articular y la rigidez.
En cuanto a los factores de riesgo, Mayo Clinic identifica a los antecedentes de diabetes, trastornos tiroideos, enfermedades neurológicas o cardiovasculares, así como la inmovilización prolongada del hombro.
Vale destacar que la afección presenta mayor prevalencia entre personas de origen asiático, donde se la conoce como “hombro de los cincuenta años”, según relata National Geographic.

Por otro lado, un estudio publicado en Climacteric propuso el término “síndrome musculoesquelético de la menopausia” para describir síntomas asociados al descenso de estrógenos, como capsulitis adhesiva, artralgia y pérdida de masa muscular.
Al tiempo que una investigación publicada en Journal of Clinical Medicine documentó la alta frecuencia de dolor de hombro en mujeres menopáusicas y las barreras diagnósticas que enfrentan.
Contexto histórico y falta de investigación
Durante décadas, el hombro congelado fue una enfermedad poco comprendida y subestimada por la comunidad médica. National Geographic destaca que hasta hace poco existían escasos estudios sobre sus causas y tratamientos, en parte por un sesgo de género en la investigación.
La cirujana ortopédica Jocelyn Wittstein, citada por el medio, afirmó que “el solo hecho de ser mujer es un factor de riesgo para el hombro congelado” y señaló que la mayoría de los cirujanos ortopédicos no experimentan la menopausia, lo que contribuye a la falta de urgencia en el abordaje de esta afección.

En 2024, Wittstein y su equipo introdujeron el concepto de síndrome musculoesquelético de la menopausia, para describir síntomas como dolor articular, pérdida de masa muscular, disminución de densidad ósea y progresión de la osteoartritis. La revista Climacteric, en ese tono, subrayó la relevancia de esta terminología para aumentar la conciencia médica y social sobre los efectos musculoesqueléticos del climaterio.
Diagnóstico: criterios y relevancia de la detección temprana
Durante años, el hombro congelado fue poco atendido en la práctica clínica. National Geographic vincula esta omisión con un sesgo de género. En ese marco, Jocelyn Wittstein insistió en que el factor de riesgo de ser mujer fue históricamente desestimado y atribuyó esa omisión al desconocimiento clínico de la experiencia menopáusica.
Estas afirmaciones sobre el síndrome musculoesquelético en la menopausia adquirieron respaldo desde la revista Climacteric, ya que se documentó la frecuencia y el impacto de estos síntomas en mujeres en transición hormonal.
El estudio en Journal of Clinical Medicine reforzó esta perspectiva al mostrar la elevada prevalencia de dolor de hombro y la falta de estrategias diagnósticas eficaces, lo que prolonga el sufrimiento y retrasa el tratamiento adecuado.

Lo cierto es que el diagnóstico del hombro congelado es clínico. Se basa en la historia de dolor y rigidez progresiva, y en la limitación del rango de movimiento activo y pasivo. La Cleveland Clinic explica que el examen físico incluye la evaluación comparativa con el otro hombro.
Las radiografías permiten descartar patologías como artritis o lesiones óseas, y técnicas como la resonancia magnética o la ecografía ayudan a confirmar el diagnóstico.
Su identificación oportuna es clave. Intervenir en las primeras fases mejora el pronóstico y acorta la duración de los síntomas. Sobre este punto, y a modo de ejemplo, el estudio publicado en Journal of Ultrasound demostró que la hidrodilatación guiada por ecografía, combinada con fisioterapia, resulta más eficaz si se aplica antes de alcanzar la rigidez completa.
Tratamientos actuales y evidencia disponible
El tratamiento del hombro congelado evolucionó, aunque aún no hay un protocolo unificado. Las estrategias incluyen fisioterapia, analgésicos, antiinflamatorios no esteroideos, corticoides (orales o inyectables), hidrodilatación y, en casos refractarios (resistes a los tratamientos tradicionales), cirugía.
La fisioterapia es el pilar del abordaje conservador. Mayo Clinic y Cleveland Clinic coinciden en que los ejercicios de amplitud de movimiento, acompañados de un compromiso sostenido con la rehabilitación, son fundamentales para la recuperación.
Las infiltraciones con corticoides alivian los síntomas en las etapas iniciales, aunque su efecto es transitorio. La hidrodilatación —inyección intraarticular de solución salina y corticoides guiada por ecografía— mostró buenos resultados, especialmente al combinarse con fisioterapia personalizada.

El trabajo publicado en Climacteric cita estudios clínicos que muestran que estos tratamientos logran buenos resultados si se inician a tiempo, reduciendo la necesidad de intervenciones más invasivas.
Respecto a la terapia hormonal, National Geographic y la revista Climacteric señalaron que la terapia de reemplazo hormonal (TRH) podría prevenir o aliviar los síntomas musculoesqueléticos, incluido el hombro congelado.
La Dra. Kathleen Jordan, directora médica de Midi Health, afirmó a National Geographic que la TRH es una de las intervenciones más eficaces para el dolor articular vinculado al hipoestrogenismo, aunque debe evaluarse caso por caso.
Las opciones quirúrgicas quedan reservadas, entonces, a cuadros en los que el tratamiento conservador falla. El estudio de Journal of Clinical Medicine advirtió que muchas mujeres menopáusicas no acceden de forma temprana a tratamientos adecuados debido a la subestimación de su dolor, lo que retrasa intervenciones efectivas.

El reconocimiento del hombro congelado como parte del síndrome musculoesquelético amplió la investigación clínica y mejoró el enfoque terapéutico. National Geographic destacó, en ese sentido, que una nueva generación de especialistas en salud femenina favoreció el acceso a tratamientos basados en evidencia.
En paralelo, Climacteric resaltó el rol de intervenciones complementarias como el ejercicio de resistencia y la suplementación con vitamina D, magnesio y vitamina K2 para preservar la masa ósea y muscular en mujeres posmenopáusicas. La hidrodilatación guiada y la fisioterapia personalizada continúan como intervenciones de primera línea, sobre todo si se aplican en fases tempranas.
Salud
Andar en bicicleta o caminar, ¿qué es mejor para la salud cardiovascular?
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6 días atráson
3 junio, 2025Por
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Ambas prácticas tienen múltiples beneficios para el organismo. En el Día Mundial de la Bicicleta, un repaso por sus efectos en la prevención de enfermedades cardíacas, control metabólico y fortalecimiento muscular
Cada 3 de junio se conmemora el Día Mundial de la Bicicleta, una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que busca fomentar su uso por sus múltiples beneficios sociales, ambientales y de salud.
En 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un análisis al respecto de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien apuntó: “Caminar y andar en bicicleta mejora la salud y hace que las ciudades sean más sostenibles. Cada paso que damos y cada paseo ayudan a reducir la congestión, la contaminación atmosférica y las enfermedades. No obstante, debemos hacer que los desplazamientos a pie y en bicicleta sean seguros, para que más personas opten por estas opciones más saludables y ecológicas”.

Caminar o andar en bici: sus beneficios para la salud cardiovascular
Tras analizar a 82.297 personas durante 18 años, el trabajo concluyó que “en comparación con los desplazamientos no activos, el uso de la bicicleta se asoció con un menor riesgo de mortalidad por todas las causas, un riesgo un 24% menor de hospitalización por enfermedades cardiovasculares, prescripción de medicación cardiovascular y prescripción por problemas de salud mental”. En cuanto a la caminata, el mismo estudio señaló que las personas “que caminaban al trabajo tenían un riesgo 10% menor de hospitalización por enfermedad cardiovascular y de recibir medicación para tratarla”.
Sin embargo, el trabajo también advirtió sobre un riesgo mayor de lesiones entre ciclistas: “Quienes se desplazaban en bicicleta tenían casi el doble de riesgo de hospitalización por colisiones de tráfico en comparación con los no activos, aunque este fue un evento relativamente infrecuente (83 hospitalizaciones en 18 años)”. Estos eventos reflejan la necesidad de infraestructuras seguras para garantizar los beneficios del ciclismo sin aumentar riesgos viales.

En 2022, la OMS publicó un informe en el que apuntó: “Andar en bicicleta y caminar puede ayudar a combatir el sobrepeso y reducir la inactividad física. Los desplazamientos activos se asocian con una disminución de aproximadamente el 10% del riesgo de enfermedad cardiovascular y una disminución del 30% del riesgo de diabetes tipo 2″.
Fortalecimiento muscular, según la intensidad que se busca
Tanto caminar como andar en bicicleta activan los músculos de las piernas. Según una revisión de Public Health England, “el ciclismo se asocia con mejoras en la composición corporal” y permite reducir el porcentaje de grasa corporal cuando se lo realiza con frecuencia.
El mismo informe destacó que andar en bicicleta “beneficia la capacidad cardiorrespiratoria en adultos”, lo que implica también un refuerzo de la musculatura involucrada en la resistencia aeróbica. Por su parte, caminar actúa sobre músculos estabilizadores, fortalece los tobillos y las caderas, y mejora el equilibrio, especialmente en personas mayores o con movilidad reducida. Además, se asocia con mejoras en la salud musculoesquelética de mujeres posmenopáusicas y personas con dolor lumbar crónico, según precisó el análisis.
Si bien el ciclismo podría promover un fortalecimiento más marcado debido a la carga mecánica del pedaleo, caminar también ofrece beneficios relevantes, particularmente en términos de mantenimiento de la masa muscular con bajo impacto en las articulaciones, de acuerdo a los expertos.
Bajar de peso: ambas son buenas alternativas
Ambas actividades son aliadas eficaces en estrategias de control del peso. La OMS ha indicado que caminar “durante 30 minutos o andar en bicicleta durante 20 minutos la mayoría de los días reduce el riesgo de mortalidad en al menos un 10%”.

En el informe de Public Health England detallaron que caminar con regularidad genera descensos en el índice de masa corporal, el perímetro de cintura y el peso, particularmente en personas inactivas o con sobrepeso. El ciclismo, por su parte, está significativamente asociado con una menor grasa corporal en estudios de cohorte y ensayos clínicos, lo que lo posiciona como una herramienta útil para reducir el exceso de peso.


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