Salud
Obeso y sano a la vez, ¿es posible?
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A qué se considera obesidad metabólicamente sana y qué rol juega la distribución de la grasa, según una revisión de estudios.
La presión arterial dentro de sus límites, la glucemia, el colesterol y los triglicéridos también en valores considerados normales (o al menos la mayoría de ellos). El problema surge al evaluar el índice de masa corporal (IMC) que muestra que esa persona a la que los análisis y chequeos le dan bien, está excedida de peso.
¿Existe la obesidad metabólicamente sana (OMS)? ¿Es sostenible en el tiempo? ¿Tiene riesgo cero? ¿Debe tratarse? ¿Cómo? ¿Qué papel juega el lugar en el que se acumula la grasa? Una revisión de estudios publicada este mes en la revista Nature Reviews Endocrinology intenta responder esas preguntas en base a la evidencia científica disponible.
Qué es la obesidad metabólicamente sana
“El concepto de salud metabólica, en particular en la obesidad, ha atraído mucha atención en la comunidad científica y se utiliza cada vez más para determinar el riesgo de enfermedades cardiovasculares y complicaciones relacionadas con la diabetes mellitus”, introducen los autores del trabajo, Matthias B. Schulze y Norberto Stefan, del Centro Alemán de Investigación de la Diabetes.
Ese combo metabólico pone en riesgo al corazón, al cerebro y aumenta las chances de desarrollar varios tipos de cáncer, entre otras enfermedades no transmisibles.
Pero dentro de la población con obesidad (IMC mayor a 30), se estima que entre un 15% y un 20% tiene la mayoría de los demás parámetros dentro de lo normal. Es decir, se encuadrarían dentro de lo que se considera obesidad metabólicamente sana.
El IMC se calcula dividiendo el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla (altura) en metros (kg/m2). Por ejemplo una persona que pesa 60 kg y mide 1,60 m de estatura tiene un IMC de 23.4 (60/1.60 = 60/2.56= 23.4). Si el resultado de ese cálculo da por encima de 30, se considera obesidad.
En la revisión se da cuenta de otros subgrupos específicos analizados en diversos estudios: personas con peso normal metabólicamente sano, con obesidad metabólica no saludable y peso normal metabólicamente no saludable. Estos grupos muestran diferencias significativas en su riesgo de enfermedad cardiovascular y muerte.
Según los autores, el riesgo cardiovascular total en individuos con OMS, en comparación con el de personas con un peso normal metabólicamente sano, es “moderadamente elevado”, si se toma en cuenta definiciones ampliamente utilizadas de la obesidad metabólicamente sana (existen más de 30, en base a diferentes criterios clínicos).
¿Qué dicen esos estudios? Que el riesgo de enfermedad cardiovascular es aproximadamente un 50% mayor en las personas con OMS en comparación con el de las personas con peso normal saludable.
Pero, curiosamente, el riesgo es significativamente mayor para las que tienen peso normal pero con un perfil metabólico alterado: puede incluso duplicar el de los individuos con peso normal saludable.
En esos hallazgos reside, según los autores del artículo, el quid de la cuestión: la importancia de la distribución de la grasa.
“Nuevos datos genéticos respaldan firmemente la hipótesis de que la distribución del tejido adiposo corporal, incluida la capacidad de expandir la masa de tejido adiposo en el compartimento de tejido adiposo glúteo-femoral, es un determinante importante de la obesidad metabólicamente saludable”, concluyeron.
Es que al analizar datos de la III Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de EE. UU. y del estudio del Biobanco del Reino Unido, se descubrió que el riesgo de mortalidad por enfermedad cardiovascular no era mayor en las personas con OMS, en contraste con un riesgo muy elevado en las personas con obesidad metabólica no saludable.
“Estos datos respaldan que la distribución de la grasa corporal debe tenerse en cuenta a la hora de definir la salud metabólica“, ya que influye en el riesgo de enfermedad cardiovascular, afirmó Schulze, director del Departamento de Epidemiología Molecular del Instituto Alemán de Nutrición Humana Potsdam-Rehbrücke, en un comunicado de prensa.
Distribución y comportamiento de la grasa
“El IMC no refleja adecuadamente las anomalías metabólicas asociadas a la acumulación de grasa abdominal interna y grasa en el hígado tanto en personas obesas como en personas con peso normal”, dijo al respecto Stefan, catedrático de Diabetología Clínica Experimental en el Hospital Universitario de Tübingen.
Los análisis genéticos citados por los autores muestran que la capacidad reducida del cuerpo para almacenar grasa en las nalgas y los muslos es un determinante muy fuerte e independiente de un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular. Es decir que no es lo mismo acumular grasa en la zona abdominal (alrededor de los órganos, lo que representa un riesgo mayor), que en las caderas o muslos.
En la misma línea, el profesor Matthias Blüher, de la Universidad de Leipzig y del Centro Helmholtz de Munich, también de Alemania, explicaba durante la Reunión Anual de la Asociación Europea para el Estudio de la Diabetes, en octubre pasado, que la forma en la que esa grasa se almacena en el cuerpo es clave.
“Cuando las personas obesas tienen grasa almacenada visceralmente, o internamente alrededor de sus órganos (como en el hígado), los datos muestran que tienen muchas más probabilidades de desarrollar diabetes tipo 2 que aquellas que almacenan grasa de manera más uniforme en todo el cuerpo”, afirmaba Blüher.
Y decía que el comportamiento del tejido adiposo en las personas obesas, y no el IMC es lo que determinará si su obesidad es “saludable” o no.
Las personas con adipocitos (células que almacenan grasa) de tamaño normal, es menos probable que presenten complicaciones de la obesidad, mientras que quienes presentan adipocitos agrandados y tejido adiposo inflamado tienen más chances de que esas células presenten características como la resistencia a la insulina, que conducen a complicaciones metabólicas, explicaba.
En las personas con disfunción del tejido adiposo, esto puede provocar daños en el tejido, fibrosis y secreción de moléculas proinflamatorias y adipogénicas que posteriormente contribuyen al daño de los órganos.

¿Un concepto engañoso?
Los autores de la revisión reconocen que para muchas personas con OMS, el estado metabólico saludable es solo de “naturaleza temporal”.
Para Blüher el hecho de que las personas con OMS tengan un riesgo un 50% mayor de sufrir una enfermedad coronaria en comparación con las que tienen peso normal sin comorbilidades demuestra que quienes viven con obesidad pueden no tener complicaciones cardiometabólicas en un momento determinado, pero “siguen teniendo un riesgo residual mayor, aunque se encuadren dentro de lo que llamaríamos obesidad metabólicamente sana”.
“Incluso en ausencia de otros factores de riesgo cardiometabólicos, el aumento de la masa grasa y la disfunción del tejido adiposo contribuyen a un mayor riesgo de diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Por lo tanto, el control del peso y las recomendaciones para la pérdida de peso siguen siendo importantes para las personas que viven con OMS”, decía Blüher, quien considera “engañoso” al concepto que, en el pasado, con frecuencia conducía a darle una baja prioridad al tratamiento de la obesidad.
Consultada por Clarín, la médica especialista en nutrición Mónica Katz opinó en el mismo sentido.
“La obesidad metabólicamente sana es un concepto que no es nuevo y hoy es cuestionado, porque sería un fenotipo transitorio“, afirmó Katz, fundadora del Equipo de Trastornos alimentarios del Hospital Durand y directora de la diplomatura de Obesidad de la Universidad de Favaloro.
La médica enumeró las tres formas en las que el cuerpo engorda. “Una es armando nuevas células, diferenciando nuevas células adiposas, y en cada una ponés un poco de grasa (hiperplasia). La segunda es agrandando las que tenés: se llama hipertrofia e implica poner más grasa en cada una, lo que hace que aumenten su diámetro”.
“La tercera -continuó- es depositar grasa ectópica, es decir grasa en tejidos que no son el órgano adiposo: en el hígado (y deriva en hígado graso), en el cerebro (astrogliosis con deterioro cognitivo), en el corazón (insuficiencia cardíaca y enfermedad cardiovascular,) en el riñón, (enfermedad renal crónica o insuficiencia renal), en el músculo (insulinorresistencia), en el páncreas (diabetes).”
Para la médica especialista en nutrición, ya sea que la obesidad se produzca al diferenciar nuevas células, “agrandando” las que ya están o por la acumulación de grasa en órganos, “es difícil que haya obesidad metabólicamente sana”.
¿Puede darse en algunos casos? “Solamente es gente que puede formar muchas células grasas, porque son jóvenes y entonces tienen un buffer (un espacio de almacenamiento temporal) para que no haya ni hipertrofia o grasa ectópica. Con lo cual hoy este concepto es cuestionado. La obesidad metabólicamente sana prácticamente no existe, salvo que seas muy joven”, consideró.
Intervenciones preventivas en el estilo de vida
Incluso en personas obesas que en un determinado momento de sus vida se encuentran metabólicamente sanas, el exceso de peso eleva el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 y parece aumentar el riesgo de insuficiencia cardíaca, consignaron los autores del artículo publicado en Nature Reviews Endocrinology.
Esa evidencia, sostienen, enfatiza la importancia de realizar intervenciones preventivas en el estilo de vida siempre que haya obesidad, ya sea OMS o sistémica no saludable.
Schulze y Stefan promueven el uso del concepto de “salud metabólica”, que según ellos ayuda a comunicar a los pacientes su riesgo cardiometabólico.
La reducción de peso favorece la salud metabólica en las personas con obesidad. ¿Cómo se logra? Con dos pilares fundamentales: alimentación saludable y más ejercicio físico.
“Mediante el concepto de salud metabólica -dicen los investigadores-, los pacientes con obesidad pueden autoevaluar fácilmente si su grado de pérdida de peso ha sido suficiente para alcanzarla o mantenerla.”
Y señalan que las personas con obesidad y comorbilidades (hipertensión, diabetes, dislipidemia) “pueden necesitar una mayor pérdida de peso para alcanzar un estado de bajo riesgo similar al de las personas con OMS, lo que requiere una mayor intensidad y, por lo tanto, más recursos para el control del peso”. De hecho, admiten que si los cambios en el estilo de vida no se logran o no conducen a cumplir ese objetivo, pueden ser necesarias estrategias como cirugía bariátrica o medicación.
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Salud
Un cardiólogo que estudia a los “superancianos” identifica el único hábito que garantiza vivir muchos años y con buena salud: “Es lo único que reduce nuestro reloj biológico”
Publicado
5 días atráson
4 junio, 2025Por
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Tras analizar los factores que comparten los “superancianos”, el reconocido cardiólogo Eric Topol concluye que la longevidad depende, sobre todo, de una costumbre cotidiana
El doctor Eric Topol, cardiólogo y genetista estadounidense, lleva décadas investigando los secretos de la longevidad. Su reciente libro, Super Agers: An Evidence-based Approach to Longevity (Superancianos: una aproximación a la longevidad basada en pruebas), recopila los resultados de años de análisis sobre personas que superan los 80 años manteniendo la salud y la vitalidad. La publicación aún no ha salido en español, pero ya ha generado debate en foros especializados y en medios de comunicación de todo el mundo.
Pocas son las personas que consiguen cruzar la barrera de los 90 manteniéndose activos y en buena forma. Lejos de secretos inalcanzables o fórmulas mágicas, Topol defiende que la clave se encuentra “más cerca de lo que creemos” y apuesta por rutinas sencillas. En su recorrido profesional – es reconocido como uno de los diez principales expertos mundiales en longevidad -, el médico afirma que pequeños cambios diarios pueden prevenir enfermedades que encabezan la mortalidad global: cáncer, cardiopatías y trastornos neurodegenerativos.

El deporte es “lo único que sabemos que reduce nuestro reloj biológico”
“Sabemos que estas enfermedades tardan al menos 20 años en desarrollarse, así que estamos en condiciones de prevenirlas, sobre todo en personas con mayor riesgo”, afirma. “Tenemos una oportunidad de evitar esas patologías que surgen con la edad”. Para el especialista, modificar ciertos hábitos no supone un esfuerzo desmedido: “No se trata de pastillas ni de trucos mágicos. Podemos trabajar con lo que ya está en nuestras manos”.
El ejercicio – según Topol – destaca por encima del resto de recomendaciones. Basta con observar cómo se estructura la rutina diaria y plantear cambios sencillos en movimiento, dieta y ocio para encarrilar la salud a largo plazo. El cardiólogo recomienda especialmente aquellas actividades dirigidas a trabajar la musculatura en resistencia y los ejercicios de fuerza de prensión (la capacidad que tiene una persona para apretar o suspender objetos en el aire con las manos), dos prácticas que han mostrado una eficacia notable frente al deterioro físico vinculado al paso de los años.
“Resulta que el ejercicio es lo único que sabemos que reduce nuestro reloj biológico. El espacio entre tu verdadera edad y la edad biológica puede ampliarse”, destaca Topol. La recomendación estándar es realizar 30 minutos de ejercicio, cinco días a la semana, aunque el propio cardiólogo reconoce que incluso con dos sesiones semanales ya se obtienen beneficios. “No es sobre volverte más fuerte, es también sobre mejorar tu equilibrio”, insiste. “Nada de lo que podamos hablar supera al ejercicio si hablamos de reducir nuestro proceso de envejecimiento. No lo sabríamos si no hubiese toda esa ciencia detrás”.
Topol subraya que el ejercicio se ha revelado como el hábito más eficaz para mejorar la salud y prolongar la vida. Para quienes buscan una clave en la longevidad de los llamados “superancianos”, el mensaje queda claro: moverse no solo alarga los años, sino que también los llena de salud y vitalidad.
Salud
Qué es el síndrome del “hombro congelado”, la dolencia que afecta principalmente a las mujeres mayores de 40
Publicado
6 días atráson
3 junio, 2025Por
Admin
Durante la mediana edad, esta condición asociada a cambios hormonales interfiere con rutinas básicas y deteriora el bienestar general, advierten desde National Geographic. Cuáles son los síntomas y por qué es esencial el diagnóstico oportuno
Alcanzar el estante de la cocina, atarse el pelo o solo levantar los brazos pueden ser acciones que, aunque simples, se vuelven un desafío inesperado para muchas mujeres en la mediana edad, especialmente después de los 40 años.
Actualmente, esta condición ganó relevancia debido a su impacto prolongado y a la necesidad de repensar su diagnóstico y tratamiento desde una perspectiva informada y equitativa. Es que el dolor persistente y la rigidez en el hombro afectan de manera desproporcionada a mujeres de mediana edad, con una alta prevalencia e impacto en la calidad de vida.

El hombro congelado se caracteriza por una restricción progresiva y dolorosa del movimiento en la articulación, tanto en acciones activas como pasivas.
- Congelación: dolor y rigidez aumentan de forma progresiva.
- Congelada: disminuye el dolor, pero persiste la rigidez, lo que dificulta las actividades cotidianas.
- Descongelación: el rango de movimiento mejora de manera gradual.
Este proceso puede extenderse entre uno y tres años. En algunos casos, la recuperación total no se alcanza.
Vale destacar que, en la fase inicial, el dolor suele ser intenso por la noche y la movilidad del hombro se reduce. En la etapa intermedia, la rigidez se acentúa y puede producirse atrofia muscular. Finalmente, durante la recuperación, disminuye el dolor y mejora la movilidad, aunque no siempre se restablece por completo.
Desde Mayo Clinic advierten que, aunque en la mayoría de los casos se resuelven con el tiempo, la afección puede resultar incapacitante durante su evolución.
Cuáles son los factores de riesgo

Diversos reportes indican que entre el 2% y el 5% de la población desarrolla capsulitis adhesiva. Su frecuencia aumenta significativamente en mujeres de entre 40 y 60 años, especialmente en la transición menopáusica, profundiza National Geographic.
El mismo medio señala que cerca del 75% de los casos se presentan en mujeres, y más del 70% de quienes atraviesan la menopausia padecen síntomas musculoesqueléticos. Es más, una de cada cuatro desarrolla alguna forma de discapacidad funcional.
Aunque sus causas exactas no están completamente establecidas, se estima que el hombro congelado se origina por un proceso inflamatorio que provoca el engrosamiento y la contracción de la cápsula articular. Sobre este punto, el estudio de Climacteric vincula este mecanismo con la disminución de estrógenos durante la menopausia, lo que contribuye a la aparición de síntomas musculoesqueléticos como el dolor articular y la rigidez.
En cuanto a los factores de riesgo, Mayo Clinic identifica a los antecedentes de diabetes, trastornos tiroideos, enfermedades neurológicas o cardiovasculares, así como la inmovilización prolongada del hombro.
Vale destacar que la afección presenta mayor prevalencia entre personas de origen asiático, donde se la conoce como “hombro de los cincuenta años”, según relata National Geographic.

Por otro lado, un estudio publicado en Climacteric propuso el término “síndrome musculoesquelético de la menopausia” para describir síntomas asociados al descenso de estrógenos, como capsulitis adhesiva, artralgia y pérdida de masa muscular.
Al tiempo que una investigación publicada en Journal of Clinical Medicine documentó la alta frecuencia de dolor de hombro en mujeres menopáusicas y las barreras diagnósticas que enfrentan.
Contexto histórico y falta de investigación
Durante décadas, el hombro congelado fue una enfermedad poco comprendida y subestimada por la comunidad médica. National Geographic destaca que hasta hace poco existían escasos estudios sobre sus causas y tratamientos, en parte por un sesgo de género en la investigación.
La cirujana ortopédica Jocelyn Wittstein, citada por el medio, afirmó que “el solo hecho de ser mujer es un factor de riesgo para el hombro congelado” y señaló que la mayoría de los cirujanos ortopédicos no experimentan la menopausia, lo que contribuye a la falta de urgencia en el abordaje de esta afección.

En 2024, Wittstein y su equipo introdujeron el concepto de síndrome musculoesquelético de la menopausia, para describir síntomas como dolor articular, pérdida de masa muscular, disminución de densidad ósea y progresión de la osteoartritis. La revista Climacteric, en ese tono, subrayó la relevancia de esta terminología para aumentar la conciencia médica y social sobre los efectos musculoesqueléticos del climaterio.
Diagnóstico: criterios y relevancia de la detección temprana
Durante años, el hombro congelado fue poco atendido en la práctica clínica. National Geographic vincula esta omisión con un sesgo de género. En ese marco, Jocelyn Wittstein insistió en que el factor de riesgo de ser mujer fue históricamente desestimado y atribuyó esa omisión al desconocimiento clínico de la experiencia menopáusica.
Estas afirmaciones sobre el síndrome musculoesquelético en la menopausia adquirieron respaldo desde la revista Climacteric, ya que se documentó la frecuencia y el impacto de estos síntomas en mujeres en transición hormonal.
El estudio en Journal of Clinical Medicine reforzó esta perspectiva al mostrar la elevada prevalencia de dolor de hombro y la falta de estrategias diagnósticas eficaces, lo que prolonga el sufrimiento y retrasa el tratamiento adecuado.

Lo cierto es que el diagnóstico del hombro congelado es clínico. Se basa en la historia de dolor y rigidez progresiva, y en la limitación del rango de movimiento activo y pasivo. La Cleveland Clinic explica que el examen físico incluye la evaluación comparativa con el otro hombro.
Las radiografías permiten descartar patologías como artritis o lesiones óseas, y técnicas como la resonancia magnética o la ecografía ayudan a confirmar el diagnóstico.
Su identificación oportuna es clave. Intervenir en las primeras fases mejora el pronóstico y acorta la duración de los síntomas. Sobre este punto, y a modo de ejemplo, el estudio publicado en Journal of Ultrasound demostró que la hidrodilatación guiada por ecografía, combinada con fisioterapia, resulta más eficaz si se aplica antes de alcanzar la rigidez completa.
Tratamientos actuales y evidencia disponible
El tratamiento del hombro congelado evolucionó, aunque aún no hay un protocolo unificado. Las estrategias incluyen fisioterapia, analgésicos, antiinflamatorios no esteroideos, corticoides (orales o inyectables), hidrodilatación y, en casos refractarios (resistes a los tratamientos tradicionales), cirugía.
La fisioterapia es el pilar del abordaje conservador. Mayo Clinic y Cleveland Clinic coinciden en que los ejercicios de amplitud de movimiento, acompañados de un compromiso sostenido con la rehabilitación, son fundamentales para la recuperación.
Las infiltraciones con corticoides alivian los síntomas en las etapas iniciales, aunque su efecto es transitorio. La hidrodilatación —inyección intraarticular de solución salina y corticoides guiada por ecografía— mostró buenos resultados, especialmente al combinarse con fisioterapia personalizada.

El trabajo publicado en Climacteric cita estudios clínicos que muestran que estos tratamientos logran buenos resultados si se inician a tiempo, reduciendo la necesidad de intervenciones más invasivas.
Respecto a la terapia hormonal, National Geographic y la revista Climacteric señalaron que la terapia de reemplazo hormonal (TRH) podría prevenir o aliviar los síntomas musculoesqueléticos, incluido el hombro congelado.
La Dra. Kathleen Jordan, directora médica de Midi Health, afirmó a National Geographic que la TRH es una de las intervenciones más eficaces para el dolor articular vinculado al hipoestrogenismo, aunque debe evaluarse caso por caso.
Las opciones quirúrgicas quedan reservadas, entonces, a cuadros en los que el tratamiento conservador falla. El estudio de Journal of Clinical Medicine advirtió que muchas mujeres menopáusicas no acceden de forma temprana a tratamientos adecuados debido a la subestimación de su dolor, lo que retrasa intervenciones efectivas.

El reconocimiento del hombro congelado como parte del síndrome musculoesquelético amplió la investigación clínica y mejoró el enfoque terapéutico. National Geographic destacó, en ese sentido, que una nueva generación de especialistas en salud femenina favoreció el acceso a tratamientos basados en evidencia.
En paralelo, Climacteric resaltó el rol de intervenciones complementarias como el ejercicio de resistencia y la suplementación con vitamina D, magnesio y vitamina K2 para preservar la masa ósea y muscular en mujeres posmenopáusicas. La hidrodilatación guiada y la fisioterapia personalizada continúan como intervenciones de primera línea, sobre todo si se aplican en fases tempranas.
Salud
Andar en bicicleta o caminar, ¿qué es mejor para la salud cardiovascular?
Publicado
6 días atráson
3 junio, 2025Por
Admin
Ambas prácticas tienen múltiples beneficios para el organismo. En el Día Mundial de la Bicicleta, un repaso por sus efectos en la prevención de enfermedades cardíacas, control metabólico y fortalecimiento muscular
Cada 3 de junio se conmemora el Día Mundial de la Bicicleta, una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que busca fomentar su uso por sus múltiples beneficios sociales, ambientales y de salud.
En 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un análisis al respecto de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien apuntó: “Caminar y andar en bicicleta mejora la salud y hace que las ciudades sean más sostenibles. Cada paso que damos y cada paseo ayudan a reducir la congestión, la contaminación atmosférica y las enfermedades. No obstante, debemos hacer que los desplazamientos a pie y en bicicleta sean seguros, para que más personas opten por estas opciones más saludables y ecológicas”.

Caminar o andar en bici: sus beneficios para la salud cardiovascular
Tras analizar a 82.297 personas durante 18 años, el trabajo concluyó que “en comparación con los desplazamientos no activos, el uso de la bicicleta se asoció con un menor riesgo de mortalidad por todas las causas, un riesgo un 24% menor de hospitalización por enfermedades cardiovasculares, prescripción de medicación cardiovascular y prescripción por problemas de salud mental”. En cuanto a la caminata, el mismo estudio señaló que las personas “que caminaban al trabajo tenían un riesgo 10% menor de hospitalización por enfermedad cardiovascular y de recibir medicación para tratarla”.
Sin embargo, el trabajo también advirtió sobre un riesgo mayor de lesiones entre ciclistas: “Quienes se desplazaban en bicicleta tenían casi el doble de riesgo de hospitalización por colisiones de tráfico en comparación con los no activos, aunque este fue un evento relativamente infrecuente (83 hospitalizaciones en 18 años)”. Estos eventos reflejan la necesidad de infraestructuras seguras para garantizar los beneficios del ciclismo sin aumentar riesgos viales.

En 2022, la OMS publicó un informe en el que apuntó: “Andar en bicicleta y caminar puede ayudar a combatir el sobrepeso y reducir la inactividad física. Los desplazamientos activos se asocian con una disminución de aproximadamente el 10% del riesgo de enfermedad cardiovascular y una disminución del 30% del riesgo de diabetes tipo 2″.
Fortalecimiento muscular, según la intensidad que se busca
Tanto caminar como andar en bicicleta activan los músculos de las piernas. Según una revisión de Public Health England, “el ciclismo se asocia con mejoras en la composición corporal” y permite reducir el porcentaje de grasa corporal cuando se lo realiza con frecuencia.
El mismo informe destacó que andar en bicicleta “beneficia la capacidad cardiorrespiratoria en adultos”, lo que implica también un refuerzo de la musculatura involucrada en la resistencia aeróbica. Por su parte, caminar actúa sobre músculos estabilizadores, fortalece los tobillos y las caderas, y mejora el equilibrio, especialmente en personas mayores o con movilidad reducida. Además, se asocia con mejoras en la salud musculoesquelética de mujeres posmenopáusicas y personas con dolor lumbar crónico, según precisó el análisis.
Si bien el ciclismo podría promover un fortalecimiento más marcado debido a la carga mecánica del pedaleo, caminar también ofrece beneficios relevantes, particularmente en términos de mantenimiento de la masa muscular con bajo impacto en las articulaciones, de acuerdo a los expertos.
Bajar de peso: ambas son buenas alternativas
Ambas actividades son aliadas eficaces en estrategias de control del peso. La OMS ha indicado que caminar “durante 30 minutos o andar en bicicleta durante 20 minutos la mayoría de los días reduce el riesgo de mortalidad en al menos un 10%”.

En el informe de Public Health England detallaron que caminar con regularidad genera descensos en el índice de masa corporal, el perímetro de cintura y el peso, particularmente en personas inactivas o con sobrepeso. El ciclismo, por su parte, está significativamente asociado con una menor grasa corporal en estudios de cohorte y ensayos clínicos, lo que lo posiciona como una herramienta útil para reducir el exceso de peso.


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