Sociedad
El chipá para el mundo: una cocinera correntina ganó uno de los premios de cocina más importantes
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1 año atráson
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Gisela Medina obtuvo la primera mención del concurso del Basque Culinary Center.
Cómo la Red de Cocineros del Iberá logró poner en valor la tradición de la gastronomía local.
“Lo viví como la final del Mundial”. Gisela Medina (44) no es futbolista, sino cocinera. Pero esta semana, sí, llegó a la final de su Mundial: fue la primera argentina en ser reconocida por el Basque Culinary Center, una de las instituciones gastronómicas más prestigiosas del mundo, que tiene su sede en el País Vasco y en su consejo están chefs de la talla de Ferran Adrià, Michel Bras y Gastón Acurio.
Gisela no tiene un restaurante con una estrella Michelin ni premiado por el 50 Best. Por eso, la primera mención en el Basque Culinary World Prize es aún más valiosa. Gisela empezó a cocinar en su casa en Mburucuyá, y esa cocina de las casas de esta región correntina es la que con un grupo de más de 100 cocineros están, literalmente, haciendo conocer por el mundo: Cocineros del Iberá.
Es la primera red de cocineros populares institucionalizada en el país. Gisela es su coordinadora, y cuenta que se inspiraron en una red mucho más pequeña de cocineras en Tilcara, Jujuy. Tanto crecieron los Cocineros del Iberá que las autoridades entendieron el valor de lo que la gastronomía aporta al turismo, a la economía y a la identidad cultural local, y el Gobierno los incluyó dentro de un programa formal provincial, que por ejemplo les garantiza un espacio que ellos nunca podrían pagar en la convocante Fiesta Nacional del Chamamé, que se hace todos los años durante 10 días de enero en la ciudad de Corrientes.
“Trabajamos mucho la calidad de los alimentos cuidando nuestra marca, posicionándonos como equipo y que todos puedan sentirse orgullosos. En cada evento, participamos todos juntos pero tenemos nuestras reglas. El del Chamamé es el más grande, son miles de personas y participan entre 15 y 18 cocineros”, explica.

Como no tienen una cocina de producción, en los días previos cada uno de los cocineros empieza a preparar algo y eso lo lleva al arranque del festival. Uno trae 15 kilos de relleno de empanadas de carne, otro 50 kilos de mandioca hervida y freezada para hacer las mandiocas fritas, y así.
Con eso arrancan los primeros días del festival, y el resto trabajan sin parar en la producción y el despacho en el mismo predio, con una logística bien organizada que incluye el servicio de paquetería como le dicen a los remises y fletes que se encargan de movilizar toda esa comida.

“Recibimos todos los productos desde Iberá. No se compra nada en el supermercado de Corrientes: se le compra a Fulano el almidón y la carne al carnicero de siempre. Es un laburazo. Pero cuando te corrés un poquito, ves lo que genera”, grafica sobre cómo la gastronomía impacta directamente en toda la economía de un lugar.
Los cocineros participan también en otros festivales y eventos locales, y promueven la cocina desde distintas maneras. Los turistas llegan al Parque Nacional Iberá a través de los distintos portales por los que se ingresa a los mágicos esteros, uno de los lugares de la Argentina de mayor belleza y biodiversidad. Muchos de los cocineros de la red cocinan para estos turistas, ya sea con viandas que se puedan llevar al parque o directamente les abren las puertas de sus propias casas para que prueben las delicias de la cocina tradicional correntina.

Que tiene un emblema, sí, el chipá, pero no es el único. “Nos identifican con el chipá porque es la parte más visible y más comercial. Es nuestro pan, no hay lugar donde no haya chipá. Pero la cocina de Iberá es mucho más que eso. Hay un montón de otras comidas derivadas de la mandioca, o la polenta de harina de maíz, el mbaipy, que es la comida que en Iberá todo el mundo te convida y bien hecha es increíble. O la carne a la olla, que nosotros llamamos asado olla: es una carne que se cocina en su jugo, se desarma y se sirve con mandiocas recién hervidas: es de otro mundo”, destaca.
La cocina de Iberá es artesanía. Y nace en sus productos, por eso en la red están integrados muchos productores y por eso, ahí, está un poco la explicación del nombre. ¿Por qué “cocineros del Iberá” y no “cocineras”? “Bueno, la mayoría de las cocineras somos mujeres, pero hoy somos 120 incluidos los productores y de ellos la mayoría son hombres”, dice Gisela sin darle importancia a la cuestión del género sino poniendo el foco en el trabajo integrado que define a este proyecto.
De la medicina a la cocina
Gisela nació en Corrientes, pero vivió su infancia en Formosa. En la adolescencia, cocinaba pastelitos, empanadas y pasta frola con el libro de Doña Petrona “para juntar plata para ir al boliche o para el viaje de estudio”. Hija de padre médico, empezó a seguir ese camino. Estudió Medicina, después se pasó a la carrera de Obstetricia y a Enfermería, y en ese mismo tiempo nació su hijo Ignacio. Era la época del boom de los canales de cocina, y ella iba a la facultad y estudiaba, pero todo su tiempo libre “me lo pasaba mirando El Gourmet y Utilísima”.
Hasta que el padre de su hijo le sugirió que buscara por ahí. “Me daba vergüenza hablar con mi papá, ¿qué iba a ser cocinera si la idea era ser una profesional universitaria? Recuerda que la cuota de la escuela de cocina salía 150 pesos. “Metele, hija”, le dijo su papá y la ayudó. “Fue un viaje de ida”, asegura Gisela.

Arrancó con un emprendimiento de catering. Como todos sus compañeros de la red, cada uno de manera independiente. La Fundación Rewilding, que impulsó el Parque Nacional Iberá, comenzó a trabajar con las comunidades locales y allí se armó el proyecto en el que se sumó la Fundación Yetapá con capacitaciones a los cocineros, y luego Estefanía Cutro del INTA acercó a los productores locales. Empezó como algo chiquito y terminó siendo un boom.
“Hemos ganado territorio, visibilizado y empoderado a un montón de gente, ellos mismos se fueron encargando de posicionar a la red de cocineros. La visibilización de estar en Buenos Aires y en otras provincias, miles de participaciones, las ferias, los cocineros más famosos nombrándonos… todo eso sumó”, analiza Gisela el camino recorrido.

Narda Lepes los conoció en 2016 en un festival de cocina en Concepción y quedó fascinada con lo que comió y con su trabajo. Los invitó a la Feria Masticar. Y ese fue el punto de inflexión: se subieron al escenario principal con Narda y Germán Martitegui. Desde allí, la escalada de Cocineros del Iberá siguió.
Vinieron a Capital a más Masticar, a la Feria Mappa y al Festival de la Empanada; la chef Patricia Courtois se inspiró en su receta tradicional del chipá s o’o para el plato con el que ganó el Prix Baron B; Doña Eulidia –una de las primeras cocineras de la red– fue a la TV Pública a Cocineros Argentinos; Gisela estuvo cocinando en Casa Vigil; Juan Gaffuri –el chef ejecutivo del Four Seasons– tomó una de las versiones del chipá para preparar un plato que sirvió en la presentación de la Guía Michelin Argentina… Y ahora, el premio del Basque Culinary.

“Los cocineros están felices y entendiendo que esto es por ellos. Ellos son los portadores del conocimiento y los dueños de la tierra, los productos, las recetas. Van tomando dimensión de lo que es nuestra gastronomía”, enfatiza.
Pero su sueño, su gran sueño, es que en cada localidad haya un restaurante de un integrante de la red. Que ya no sea “la casa de fulana”, sino que haya un espacio hecho y derecho, con mesas y reservas. Y un cartel en la puerta que diga “Cocineros del Iberá”.
AS
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Once días atado, racismo y un dedo amputado: el brutal secuestro que reveló un nuevo perfil criminal en la Argentina
Publicado
22 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia
“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.
Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano. Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.

Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.
Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.
Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.

Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.
Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.
El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.
La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.
Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.

De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.
La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.
Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.
Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.
La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.
Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.
En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.
Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.
Sociedad
Indignación y repudio por el disfraz de un alumno en Bariloche: se vistió de “mujer violada” en su viaje de egresados
Publicado
1 día atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas
Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville, en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.
Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.
En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.

En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.
El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.
Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.
Esta no es la primera vez en el año que un grupo de alumnos de una escuela que estaba en medio de su viaje de egresados en Bariloche queda envuelto en un hecho polémico. A finales de septiembre, unos estudiantes de una escuela de Canning fueron filmados mientras realizaban cánticos antisemitas.
“Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.
De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.
En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.
“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.
Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.
En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.
Sociedad
Aerolíneas Argentinas retiró preventivamente ocho aviones tras la falla en el vuelo con destino a Córdoba
Publicado
1 día atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia
Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.
Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.

La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.
También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.
“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.
El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.

Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.
Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.
El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.
Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.


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