Sociedad
Los buscaron por 11 años y descubrieron que habían muerto de forma trágica a los dos días: el drama de los NN y una historia que se repite
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Ailén del Valle López, de 17 años, desapareció en febrero de 2013 junto a su novio, Ariel Santas, de 19, en el sur del GBA.
La mamá de la chica impulsó una búsqueda incansable que tuvo su cierre recién ahora: los habían arrollado dos días después de verlos por última vez.
Entre su casa y el lugar de la tragedia hay casi ocho kilómetros de distancia, pero nunca cruzaron la información.
María López (53) tiene la tristeza instalada en la cara. Durante 11 años se movió detrás de cualquier rastro de su hija desaparecida. Corrió ante pistas falsas a hospitales y comisarías; golpeó puertas de fiscalías y ministerios; buscó entre los rostros de chicas perdidas que deambulaban por Constitución; recorrió ciudades y asentamientos; vendió un auto para financiar la búsqueda; comenzó a tomar ansiolíticos y terminó internada.
Durante más de 4.000 días buscó a su hija viva, pero Ailén Del Valle López, de 17 años, y su novio, Ariel Hernán Santas, de 19, habían muerto atropellados por un tren dos días después de desaparecer. Estaban enterrados como NN en un cementerio de Florencio Varela, a menos de 10 kilómetros de su casa.
Cuaderno N° 1, búsqueda de Ailén. El primer anotador donde María comenzó a registrar cada detalle de los días sin su hija es chiquito, de unos pocos centímetros. Depositó en ese cuaderno de escasas páginas la esperanza de una historia breve.
“Me torturaron durante todos estos años. Con una Justicia que no existió para Ailén ni para Ariel. Hoy me pregunto cuántas personas empujaron a mi hija abajo del tren y cuántas veces. No fue sólo Ariel, fueron la Justicia, las fiscalías, los comisarios y los medios. La pisaron y la pisaron. Es trágico y doloroso como familia soportar todo esto. Cuánto dolor nos hubiesen ahorrado si hubiesen hecho las cosas bien”, lamenta María y su mirada fatigada se llena de lágrimas.

En Argentina el drama de los NN -personas cuya identidad no se conoce- tiene números difusos. El Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu) tiene registradas 7.896 personas en esta condición en todo el país. De las cuales 6.652 están muertas y otras 1.244 están vivas en distintas instituciones de salud.
Sin embargo, reconocen que el número nunca va a ser exacto porque el trabajo de identificación y registración depende de las jurisdicciones y no todas tienen un padrón de NN.
Para el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que se ocupa de la búsqueda e identificación de cadáveres, el país no cuenta con números precisos porque la carga de datos en el sistema unificado es voluntaria y no una obligación.
Señales de alarma de una relación tóxica
Para María, la vida de su hija comenzó a romperse en un momento más o menos preciso: el día que conoció a Ariel, su primer y único novio. Hasta ese momento, Ailén estudiaba en el colegio nacional de la coqueta localidad de Adrogué; le gustaba escribir y escuchar música; soñaba con ser profesora de Historia o de Literatura; pasaba horas con su hermanita Magalí y su mamá.
Por amigos de amigos conoció a Ariel, “Pipi”, un adolescente sin contención familiar que dormía muchas noches fuera de casa. Él la esperaba a la entrada y a la salida del colegio; la llamaba a toda hora.
Con el correr de los meses, Ailén empezó a rendir menos en la escuela; a alejarse de las amistades de siempre y a pasar pocas horas en su casa. Llegó un día que los novios hasta comenzaron a vestirse y a peinarse parecido
Detrás de una calle de tierra, de una vereda sin baldosas, de una entrada de pasto mullido, está la casa donde vivía Ailén. La entrada es un comedor sencillo, prolijo y oscuro. María está sentada en la punta de una mesa donde hay desparramadas algunas fotos impresas de su hija y un cartel que dice “Siempre te seguimos esperando. Te amamos, tu familia”.
Para la mujer, el noviazgo de su hija y Ariel era tóxico. “Fue una relación complicada. Había hostigamiento por parte de él. Decía que ella le pertenecía. Él también era chico, pero vivía con los amigos, estaba emancipado de los padres, conocía bien la calle. Nuestra familia, humilde y trabajadora, tenía una contención para ella. Eran entornos diferentes”.

El ruido de una vida que comenzaba a resquebrajarse sonó fuerte una tarde de enero de 2013. Después de hablar (y de llorar) una hora por teléfono con Ariel, Ailén se escapó por primera vez de su casa. María fue a hacer la denuncia, pero se topó con un obstáculo en una carrera que tendría muchos más.
“Es muy rápido, señora, ya va a volver, vaya a su casa”. Desobediente, salió a buscarla y la encontró dos días después debajo de un puente en Ingeniero Allan, Florencio Varela, cerca de donde vivía Ariel.
“Cuando volvimos a casa, Ailén lloraba todo el tiempo, no hablaba. La llevamos al psicólogo del municipio, a uno particular, a otro de la obra social. Muchas personas me dijeron que todo esto pasaba porque yo era una madre sobreprotectora. Ariel llamaba y preguntaba todo el tiempo por ella. Y no es que no quería que ellos fueran novios, quería que le diera su espacio, pero ella quería verlo”, cuenta María con la mirada fija en una foto en la que Ailén está radiante con los brazos abiertos, mientras mira a la cámara y parece lanzar un beso. Ese día cumplía 15 años.
El abrazo final y una llamada premonitoria
Jueves 14 de febrero de 2013,10.30 de la mañana. Ailén se levanta irascible. Trata mal a su mamá y a su hermanita. “Mamá, yo me quiero ir, me tengo que ir, tenés que dejarme ir”. Agarra de los brazos a María, dice que la va a lastimar, pero no le hace nada. Después la abraza y le promete que va a volver. Corre y se escapa saltando el paredón de la entrada.
“¿Otra vez se le fue su hija, señora?”, le dijo un policía cuando la vio entrar a la comisaría. La primera noticia de la chica llegó cerca de las 22. Desde la Dirección Departamental de Investigaciones (DDI) de Esteban Echeverría se comunicaron con Ariel, confirmaron que Ailén estaba con él en su casa de Florencio Varela y le advirtieron que su novia debía regresar porque su familia la estaba buscando.
La madre de “Pipi” los acompañó a la esquina, en dirección a la parada, pero nunca se tomaron el colectivo. Al otro día, María recibió una llamada de Ariel. Le dijo que nunca más iba a ver a su hija.
Según el acta del Departamento Judicial de Quilmes, el sábado 16 de febrero a la 0.45 de la mañana, dos personas fueron arrolladas por un tren de la línea Roca que se dirigía de la estación Ingeniero Dante Ardigó a la de Florencio Varela.
De acuerdo al acta de declaración del chofer y de su ayudante, dos chicos subieron juntos a las vías y se pararon frente a la formación, que alcanzó a tocar bocina, pero no a frenar. Se trató de un suicidio. Los cuerpos fueron sepultados como NN el 27 de abril de 2013 en la manzana 20 del cementerio de Florencio Varela.
“Días después de la desaparición de Ailén, fui personalmente a una comisaría de Varela, con las fotos, a preguntar si los habían visto. Nadie sabía nada y nunca me dijeron que dos chicos habían muerto ahí cerca. Nunca les importó. Seguro cuando vieron los cuerpos dijeron ‘son unos drogadictos que se perdieron’. Por eso yo acuso a la Justicia. Porque abandonaron el cuerpo de mi hija y el de Ariel. Yo la buscaba viva, pero me destrataban por pobre y me decían ‘su hija debe estar por ahí con el novio’. Aunque yo les decía que Ailén no podía estar mucho tiempo sin llamarme”, lamenta.
Margarita Meira, fundadora de Madres Víctimas de Trata, organización que acompañó a María en la búsqueda de su hija, ilustra con sus palabras como la injusticia es una mancha negra que se extiende con el tiempo cubriéndolo todo. “¿Cómo se reparan 11 años de dolor? Una mamá destruida y una hermanita, Magalí, que desde los 6 años ve llorar a su madre por la desaparición de Ailén. Magalí una vez escribió en la escuela que ya no aguantaba más ver llorar a su mamá y caminar buscando a su hermana. Y Ailén estaba enterrada”.
Depender de la casualidad
El cementerio municipal de Florencio Varela se parece bastante a todos los del conurbano. Filas eternas de tumbas decoradas con flores de plástico, bóvedas grises sin mantenimiento e hileras de árboles flacos que no ofrecen sombra. El rincón más vivo es la bóveda de Adrianita Taddey, una nena fallecida a los 11 años, en 1969, a la que los visitantes consideran una santa pagana y llenan de ofrendas todos los días. Adrianita se disputa la atención popular con la tumba de El Noba, el cantante de “Cumbia 420” que murió en 2022 en un accidente de motos. Cerca, en un lugar no identificado, sin visitas, sin rezos, sin ofrendas, están los restos de Ailén y de Ariel.
El abogado Juan Ignacio Bellocchio sabía que el paso de los años sin rastros de vida de los adolescentes era una mala señal. Por eso, en 2023 decidió repetir un pedido que ya se había hecho en 2013: preguntar en cementerios de la zona si no habían inhumado los restos de una chica con las características de Ailén. Envió oficios a los de La Plata, Berazategui, Ensenada, Almirante Brown, Lomas de Zamora y Florencio Varela. Este último fue el único cementerio que contestó.
Mariana Segura, antropóloga del EAAF, remarca que en el proceso de búsqueda e identificación, el cementerio es el último repositorio del cuerpo. “Los cementerios no hacen ninguna etapa de identificación. Ellos inhuman los restos por orden de los departamentos judiciales. Si hay un fiscal comprometido detrás de un caso y tiene restos sin identificar, debe poner en la orden ’no innovar’ para que esos restos no puedan pasar a un osario común y se pierdan”.
Aunque la familia de Ariel hizo meses después la denuncia de su desaparición, la mamá de Ailén la hizo el primer día con la hipótesis de que la joven estaba con el novio. Entonces, ¿por qué no registraron que esos dos cuerpos adolescentes que yacían en las vías del Roca podían ser los de los jóvenes buscados en la zona?
“Hay algo más grave: la causa de averiguación de paradero de Ariel Santas la llevó el Departamento Judicial de Florencio Varela. Es decir, la búsqueda estaba en el mismo edificio donde estaba la causa del hallazgo de los cuerpos arrollados por un tren. Nunca cruzaron la información”, cuestiona el abogado.

Aunque el número no es estático, en Missing Children buscan todos los días a 75 chicos y a otros 40 que ya cumplieron la mayoría de edad pero siguen sin aparecer. Con una experiencia de 25 años en la búsqueda de personas, Ana Llobet, presidenta de la organización, señala los errores en el entrecruzamiento de datos.
“Sin llegar a estos límites de descubrimientos de tantísimos años, en las que las familias están desesperadas en la búsqueda, vemos que hay fallas de conexión entre fiscalías, comisarías, juzgados y organismos como Renaper o registros de personas donde se deberían hacer los cotejos de huellas dactilares”, sostiene.
La primera fiscalía en tomar la investigación por la desaparición de Ailén fue la Nº 9 de Lomas de Zamora. María asegura que los cinco años que la causa estuvo en esa unidad fueron de maltrato e inacción.
En abril de este año, tras pasar por varias manos, la causa de 1.200 páginas recayó en la Nº 18 del mismo juzgado. Fuentes de esta fiscalía se niegan a cuestionar el trabajo de sus antecesores y advierten que hace unos 10 años existían limitaciones tecnológicas para cruzar datos que ya no existen.
“Igual somos conscientes que muchas de las herramientas o bases son dentro de un mismo distrito y a veces no se cruzan con otras que están a metros”, reconocen.
Para que no se repita
Mariela Tasat desapareció cuando tenía 14: la buscaron 15 años y había muerto dos días después de su desaparición. Luciano Arruga desapareció cuando tenía 16: lo buscaron seis años y había muerto tres horas después de su desaparición. Maida Natalí Castro desapareció cuando tenía 17: la buscaron cinco años y había sido asesinada un día después de su desaparición. Salomé Anahí Valenzuela desapareció cuando tenía 12: la buscaron seis años y la habían asesinado horas después de su desaparición. Ailén del Valle López y Ariel Santas desaparecieron cuando tenían 17 y 19, respectivamente: los buscaron 11 años y habían muerto un día y medio después de su desaparición.

A pesar de las duras críticas de la familia, Leticia Risco, encargada del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas, asegura que a lo largo de los años hicieron el cotejo de personas NN con personas buscadas y nunca tuvieron un match porque las huellas de Ailén y de Ariel no habían sido informadas. “Lamentablemente son las fallas de cómo se carga o cómo se solicita la información”, admite.
Risco destaca que entre 2014 y 2015 comenzó a desarrollarse el Sistema Federal de Comunicaciones Policiales (Sifcop), que permite conocer todos los casos de personas desaparecidas en tiempo real. “Esta plataforma es nacional. Tienen que cargar los datos, les dan enter y listo. Este sistema lo manejan todas las Fuerzas Federales y tienen acceso todas las policías provinciales”, puntualiza.
Para el EAAF, en casos como los de Ailén, Ariel, Luciano, Mariela, Salomé y tantos más “no podemos hablar de error humano”. La antropóloga Mariana Segura señala que “aunque tengas a los mejores fiscales investigando, siempre se encuentran con un muro y es que no hay un sistema unificado dónde consultar”.

“La búsqueda de un paradero es un proceso eterno, de respuesta uno a uno, y de respuesta errónea porque ninguna jurisdicción tiene al día cuántos NN han aparecido en esos departamentos. Desde 2017 estamos pidiendo una base federal que centralice todas las denuncias de personas desaparecidas y los NN. Y que sea de carga obligatoria porque si no entramos en un problema de federalismo: mis muertos, mis desaparecidos, mis causas, mi información. Cada caso estremece, pero después el impacto se diluye y no se aborda el problema”, puntualiza.
Y Segura concluye con una reflexión que también es alarma: “Pensábamos que Arruga era un antes y un después en un país que tiene una historia relacionada a las personas desaparecidas. No pasó nada y se puede repetir”.
EMJ
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Once días atado, racismo y un dedo amputado: el brutal secuestro que reveló un nuevo perfil criminal en la Argentina
Publicado
15 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia
“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.
Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano. Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.

Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.
Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.
Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.

Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.
Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.
El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.
La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.
Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.

De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.
La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.
Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.
Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.
La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.
Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.
En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.
Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.
Sociedad
Indignación y repudio por el disfraz de un alumno en Bariloche: se vistió de “mujer violada” en su viaje de egresados
Publicado
17 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas
Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville, en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.
Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.
En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.

En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.
El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.
Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.
Esta no es la primera vez en el año que un grupo de alumnos de una escuela que estaba en medio de su viaje de egresados en Bariloche queda envuelto en un hecho polémico. A finales de septiembre, unos estudiantes de una escuela de Canning fueron filmados mientras realizaban cánticos antisemitas.
“Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.
De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.
En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.
“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.
Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.
En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.
Sociedad
Aerolíneas Argentinas retiró preventivamente ocho aviones tras la falla en el vuelo con destino a Córdoba
Publicado
17 horas atráson
16 octubre, 2025Por
Admin
La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia
Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.
Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.

La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.
También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.
“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.
El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.

Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.
Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.
El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.
Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.


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