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Sociedad

Pinamar: cómo es el nuevo perfil de turista que le pelea a los alquileres en dólares y la inflación

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  • Mucho más que en veranos anteriores, los habitués de Pinamar están en modo “rebusque”.
  • Baúles llenos de comida, cenas en casa y menos churros en la playa son algunos de los cambios de hábitos de la temporada 2024.

La economía nuestra es comer en casa. Pero vamos viendo los precios. A lo sumo compramos alguna cosita en la playa, como un churro o un choclo, o un helado, pero tratamos de comer en casa”, remarca Marcelo Veliz.

Llegó con su familia a Pinamar el 29 de diciembre para pasar Año Nuevo y la primera quincena de enero. No es la primera vez que vienen, pero confiesan que disfrutar de estas vacaciones es “rebuscárselas” más que otros veranos.

Marcelo, Cecilia y el hijo de ambos disfrutan de los días en las playas de Pinamar en medio de otras tantas familias que han decidido empezar a recortar gastos para extender el presupuesto lo que más se pueda. Vienen desde Tucumán y este es el cuarto verano que eligen esta ciudad balnearia. El precio del alquiler del departamento les subió 200 dólares desde la última vez, en enero de 2023.

Cecilia explica que ellos ya tenían el contacto del propietario y que recién les dieron precio durante los primeros días de octubre: “Pagamos un dólar de 880. No era tan bajo tampoco, pero no un dólar a 900 o 1.000. Todavía no se sabía qué iba a pasar con el dólar y preferimos pagar en ese momento y no esperar a que siguiera aumentando“.

Los Veliz viajaron en auto desde Tucumán, y con ellos trajeron “un baúl lleno de mercadería” para pasar estas semanas sin tener que hacer grandes compras en Pinamar, más que solo algunas pequeñas a modo de “refuerzo”. Agregan que, de por sí, los precios en Tucumán son muy altos también.

Ambos comentan que la fiesta de Año Nuevo fue “una cena más austera, menos producida” dentro del departamento alquilado. No eligieron ningún parador frente al mar, ni reservaron ningún restaurante para esa noche de cierre de año.

Ignacio Pettinari llegó a Pinamar el 28 de diciembre junto a los otros cuatro integrantes de su familia. A diferencia de los Veliz, ellos pagaron 1.800 dólares la primera quincena de enero por un departamento a cinco cuadras de la playa.

“Nos cobraron 100 dólares más por los 4 días de diciembre. O sea, 1.900 dólares en total por 18 días. Además, por el 10% de comisión de la inmobiliaria tuvimos que dejar 400 dólares de depósito, por si algo se rompe. El departamento tiene dos dormitorios, dos baños, un comedor grande, una parrilla, y arriba tiene una pileta”, señala Ignacio. Su hija descansa en una carpa que trajeron para protegerse del calor del sol.

Viene de Santa Fe y cuenta que es el destino que más elige para vacacionar. Sin embargo, no niega que los precios de las cosas (también las comidas “playeras”) los sorprendieron mucho.

La familia Pettinari se instaló en Pinamar pagando un alquiler de 1.900 dólares: "Una cosa de locos la inflación que tenemos". 

Foto: Federico López ClaroLa familia Pettinari se instaló en Pinamar pagando un alquiler de 1.900 dólares: “Una cosa de locos la inflación que tenemos”. Foto: Federico López Claro

“Compramos dos churros ayer, y nos salieron 1.000 pesos. La última vez que vinimos la docena de los churros El Topo estaban a 500 pesos. Ahora está a 5.000 pesos. O sea, multiplicado por 10 en dos años. Una cosa de locos la inflación que tenemos. Pero bueno, ojalá se pueda bajar”, remarca Ignacio.

Su hija añade que recientemente en uno de los paradores de la playa ordenaron con su hermano dos milanesas con puré, una porción de papas y dos aguas: “Nos salió 15.000 pesos entre los dos. Unos 7.500 pesos cada uno”.

Para la noche de Año Nuevo, en cambio, la familia también optó por algo más “casero”. El gasto lo hicieron en un supermercado de la zona.

“Dos kilos de papa, dos kilos de cebolla, una batata, dos morrones, un kilo y pico de asado, bife de chorizo y unos chorizos nos salieron más o menos 25.000 pesos. Hicimos esas compras en el supermercado y los precios nos parecieron esperables para lo que fue la crecida de la inflación en los últimos meses”, concluye.

En la recorrida de Clarín por la playa de Pinamar no solo se ven familias que recortan presupuestos trayendo alimentos o conservadoras cargadas, sino además otras que llegaron para habitar sus propias casas o departamentos en alquiler por no haber podido cerrar ninguna operación.

Foto: Federico López ClaroFoto: Federico López Claro

Ese es el caso de Susana, quien prefirió no dar su apellido: “Si podíamos alquilar alguna quincena lo hacíamos, pero está todo muy difícil. Algunos te dicen que te falta el aire acondicionado, otros te ponen algún otro pretexto. Queda a 10 cuadras de la playa”.

“Los que buscan lo hacen por unos días, una semana, o un fin de semana. No está más el te alquilo un mes o te alquilo 15 días. Se hacen una escapada de fin de semana largo, o de jueves-viernes-sábado-domingo, nada más. Así está la situación, no hay plata“, concluye.

Las ventas en la playa: fuertes subas y cautela de la gente

Los precios están a la vista en muchos casos, en otros los turistas se acercan a consultar y ver qué les conviene comprar. El choclo está 2.000 pesos, la unidad de churro está 500 pesos, los helados en algunos casos llegan hasta 2.500 pesos.

Foto: Federico López ClaroFoto: Federico López Claro

Lorenzo Maciel es una de las tantas personas que trabajan en la playa vendiendo su producto, en este caso, chipás. El cuenta que los precios se colocaron en 3.500 pesos la docena y 2.000 pesos la media docena.

“El verano pasado la docena estaba 1.500 pesos. Todo subió porque subió la mercadería también. La bolsa de almidón, por ejemplo, estaba a 10.000 pesos el año pasado, ahora está a 33.000 pesos. La bolsa de 25 kilos te dura un día. El queso, en horma, está 4.000 pesos el kilo. El aceite del litro está creo que a 2.500. Por suerte se vende, pero todo cuesta“, dice.

La visión de Miguel Carrera, que también es vendedor ambulante, es que las ventas “están mal”.

“Hay gente, pero yo bajé con 10 sándwiches y llevo vendidos tres. Ya me caminé de la muelle hasta acá. Y solo eso. Además tengo ensaladas. El tema es que la gente no compra mucho porque los alquileres ya de por sí son costosos y no conseguís nada abajo de 700 dólares”.

“Ahora aumentó todo. Por ejemplo, cada pan a mí me sale 500 pesos. El kilo de tomate, 1.200 pesos. La lechuga está 1.200. Más las bandejitas de plástico, el tenedor de plástico, el aceite, el vinagre, la sal, tenés que trasladar el precio. El kiwi, para los que hacen ensalada de fruta, está 10.000 pesos el kilo. La frutilla acá la venden a 4.000 o 5.000 pesos el kilo”, enumera.

Uno de los vendedores de la reconocida marca de churros El Topo señala a este medio que todavía “no se vende nada a comparación de la temporada anterior”. Además de la unidad a 500 pesos y la docena a 5.000 pesos, ofrecen la media a 2.800 pesos.

Foto: Federico López ClaroFoto: Federico López Claro

“Ayer, como mucho algunos compañeros vendieron 30 o 40 docenas, de ahí no pasa. A esta misma fecha en 2023 estábamos vendiendo el doble, pero antes salía 1.500 pesos la docena. A la gente se le hace mucho gasto“, destaca.

Para comer en los paradores, los precios de las entradas de los paradores oscilan entre 4.000 y 5.000 pesos en lugares como Marbella. En otros, como El Dorado, alcanzan valores de hasta 13.500 pesos. La dinámica se repite en muchos restaurantes de los balnearios: gente que llega y solicita la carta antes de ingresar o sentarse a comer.

También en el alquiler de la sombra se ve en los paradores el impacto inflacionario. Las carpas en los lugares consultados por Clarín tienen precios para enero que van desde 29.000 pesos hasta 35.000 pesos diarios. En algunos, están todas cubiertas. En otros, aún hay disponibilidad.

Las carpas consultadas por Clarín tienen precios que van desde 29.000 pesos hasta 35.000 pesos diarios. 

Foto: Federico López ClaroLas carpas consultadas por Clarín tienen precios que van desde 29.000 pesos hasta 35.000 pesos diarios. Foto: Federico López Claro

Gloria Cortés alquiló carpa hasta diciembre: cuando la reservó salía 10.000 pesos por día: “Está todo caro, para enero ya no la reservé porque me querían cobrar 30.000 y me pareció mucho. La alquilé en diciembre porque tenía a mis nietos, pero ya se fueron, y con mi marido solos era un gasto inútil que podíamos ahorrarnos”.

Pinamar. Enviada especial

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Once días atado, racismo y un dedo amputado: el brutal secuestro que reveló un nuevo perfil criminal en la Argentina

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Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia

“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.

Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano. Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.

Alberto Sommaruga, el mayor de los integrantes de la familia de secuestradores

Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.

Transcurría 2002, la crisis económica había mutado en algo más peligroso: una crisis moral. Mientras el país intentaba recuperar cierta normalidad, en el conurbano bonaerense germinaban bandas improvisadas, sin prontuario, formadas por patovicas, empleados y estudiantes universitarios que vieron en el secuestro un negocio rápido. La de Ariel fue una de las más insólitas: sus captores eran jóvenes, de barrios acomodados de la ciudad de Buenos Aires, con autos importados y la misma torpeza que violencia.

Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.

Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.

Pablo Sommaruga, otro de losPablo Sommaruga, otro de los integrantes condenados de la banda (NA)

Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.

Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.

El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.

La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.

Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.

Ariel Strajman junto a suAriel Strajman junto a su padre a la salida de los tribunales de Comodoro Py donde se realizó el juicio (NA)

De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.

La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.

Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.

Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.

La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.

Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.

En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.

Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.

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Indignación y repudio por el disfraz de un alumno en Bariloche: se vistió de “mujer violada” en su viaje de egresados

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El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas

Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville, en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.

Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.

En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.

El comunicado de la otraEl comunicado de la otra división de la IPET 267 de Bell Ville, Córdoba

En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.

El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.

Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.

Esta no es la primera vez en el año que un grupo de alumnos de una escuela que estaba en medio de su viaje de egresados en Bariloche queda envuelto en un hecho polémico. A finales de septiembre, unos estudiantes de una escuela de Canning fueron filmados mientras realizaban cánticos antisemitas.

Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.

De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.

Repudio de la Escuela Humanos tras cantos antisemitas en viaje de egresados

En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.

“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.

Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.

En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.

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Aerolíneas Argentinas retiró preventivamente ocho aviones tras la falla en el vuelo con destino a Córdoba

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La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia

Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.

Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.

El avión con destino aEl avión con destino a Córdoba debió aterrizar en Ezeiza

La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.

También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.

“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.

El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.

Aerolíneas ArgentinasAerolíneas Argentinas

Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.

Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.

El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.

Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.

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