Los dueños de las propiedades empezaron a aceptar contraofertas para cerrar operaciones a último momento.
Son muchos los veraneantes que hacen consultas por estadías de pocos días.
Hay una dinámica que cambió entre quienes llegan a la Costa Atlántica para recibir el Año Nuevo: buscan vacaciones más cortas; recorren carteles de alquiler y comparan precios; especulan con la reserva y, en muchos casos, prefieren decidir el destino en el momento. En Pinamar, el ojo del sector inmobiliario y hotelero está puesto en el nivel de ocupación que hay para la primera quincena de enero, el cual mermó durante buena parte de diciembre y repuntó recién en los últimos días. El promedio general de plazas turísticas para este inicio de temporada es del 70% en toda la ciudad.
“El año pasado, para este momento, estábamos por arriba del 80% de ocupación. El anteaño estábamos al 100%, una ocupación absoluta. Nunca recordé un Pinamar con tanta gente. Por lo que vengo escuchando la situación no ocurre solo acá, también en los diferentes destinos turísticos del país”, cuenta a Clarín Mariano Damiani, martillero y dueño de una inmobiliaria que lleva su nombre.
Explica que el nivel de reservas hasta noviembre era bueno. Luego, con la llegada de diciembre –con el cambio de Gobierno y los anuncios económicos– las concreciones se ralentizaron. Ahí se encendió una alarma en el rubro de turismo de la que no escapó Pinamar.
Desde el Observatorio Turístico y Económico del Partido de Pinamar informaron que el promedio general de reservas de plazas turísticas para este enero alcanza el 70% en toda la ciudad y el 80% en Cariló. El año anterior para esta misma fecha las reservas ascendían al 77% en todo el partido.
El Gobierno Nacional definió cuáles serán los feriados “con fines turísticos” de 2024.
En este partido hay 380.000 plazas totales, de las cuales 25.000 son plazas hoteleras habilitadas; el resto se comprende entre casas y departamentos en alquiler.
“La ocupación que tenemos, en líneas generales, está entre un 65% y un 70% para esta primera quincena. Quizás está un poco mejor para la segunda de enero, pero para la primera todavía hay disponibilidad. Yo creo que la pandemia ha dejado una vara muy alta con respecto a las temporadas anteriores. Esta pretemporada está costando un poco más cerrar operaciones”, detalla Damiani.
En Pinamar aun se consiguen alquileres para la primera quincena de enero. Foto Federico López Claro
Un dato no menor para explicar esta baja en la demanda: los alquileres aquíse cierran en dólares. Damiani comenta que desde julio vienen cerrando ofertas con valores que resguardan a los propietarios ante un “panorama incierto”.
Las casas con tres dormitorios en zonas residenciales, por ejemplo, están en el orden de los 2.500 dólares la quincena. Según esta inmobiliaria, un departamento de dos ambientes ronda los 800 o 850 dólares la quincena.
“Yo creo que lo que queda disponible va a tener que bajar en precios porque cuando no hay tanta demanda se tienen que bajar los valores para que se pueda negociar. Los propietarios, entre no alquilar y bajar un poco, prefieren bajar un poco“, destaca.
Eugenio Hoffmann, propietario de otra inmobiliaria, coincide en los porcentajes de ocupación que hay por el momento. Dice que para la segunda quincena se completó en un 80%.
Los carteles de propiedades disponibles todavía se pueden ver en las calles de Pinamar ya sobre el arranque de la temporada. Foto Federico López Claro
“La primera quincena a veces es un poco más lenta y quedó más o menos un 30% de disponibilidad. Esto, de alguna forma, quedó un poco quieto en este último tiempo. Empezaron consultas más de semana, que a nivel inmobiliario no son posible canalizarlas porque nadie alquila por menos de 15 días. Son consultas más para apart hotel, básicamente personas que están buscando semanas con presupuestos no muy altos”, señala Hoffmann.
El titular de Eugenio Hoffmann Propiedades asegura que existe una incertidumbre que se venía palpando. “Pero yo creo que también cuando se producen procesos electorales hay un cierto momento en el cual la gente quizás se detiene por temores, y después están pendientes de ver qué cambios hay a nivel económico”.
“Dadas todas las medidas –que son muchas– la gente las está recién asimilando. Eso ha influido en que muchos tomaron una actitud de cautela y creo que se lleva al plano inmobiliario y también hotelero. Creo que va a ser una temporada sin duda de menos gente y de un consumo más prudente“, agrega.
Hoffmann adelanta que hay propietarios que seguramente acepten alguna contraoferta y otros optarán por venir a ocupar sus propiedades o, en todo caso, por prestarlas. Como reflejó Clarín, esta temporada resurgió un rebusque de otra época: recorrer los lugares de veraneo en busca de carteles de alquiler.
Un departamento de dos ambientes en Pinamar ronda los 800 o 850 dólares la quincena. Foto Federico López Claro
“Creo que muchos dueños dijeron: ‘Tendremos que quedarnos nosotros o ir nosotros a Pinamar’. Digamos que ya con el porcentaje que tienen alquilado en algunos casos les da para pagar los gastos de mantenimiento de todo el año, que no son bajos en Pinamar. El que alquiló en algún período ya se siente medianamente tranquilo. Creo que es un año de reacomodamiento y que la temporada siguiente será diferente a esta”, añade.
Detalla que un departamento de dos ambientes en zona céntrica para alquilar en enero promedia, por quincena, los 700 dólares. Maneja el mismo precio que Damiani en las casas de tres dormitorios con dos baños.
Por otro lado, el sector hotelero también advierte que el cierre de operaciones se convirtió en uno de los problemas de la pre-temporada.
“Se nos habían ralentizado las consultas. Y ahora, parece, que hay un poco más de consulta y más de concreciones. Se tienen que acomodar los precios. Los años electorales no ayudan a vender más, hay más incertidumbre“, indica Juan Ignacio Serra, titular de la Asociación Empresaria Hotelera Gastronómica de Pinamar.
El promedio de ocupación en Pinamar es del 70%. Foto Federico López Claro
“Para fin de año el promedio es de 73% de ocupación en todo el partido, esto sobre los establecimientos asociados que son aproximadamente 180 hoteles”, señala. En el promedio se tienen en cuenta Pinamar, Valeria del Mar y Cariló.
Y agrega que para la primera quincena de enero, hay un 65% de ocupación en todo el partido. Para la segunda, está en un 63%.
“Comparativamente con el año pasado estamos abajo. Y es normal porque uno también se va a empezar a cuidar porque no sabe lo que puede llegar a pasar. El clima es un factor que también nos juega en contra, porque todavía no empezó a hacer mucho calor“, añade.
También aclara que la tendencia del turista empieza a tener marcado énfasis en estadías cortas y sobre el momento. Dice que en eso tiene que ver lo que generó la pandemia en el turismo.
Una habitación doble, en un hotel tres estrellas, con desayuno, está alrededor de los 65.000 pesos por noche. Un hotel dos estrellas, aproximadamente 55.000 pesos.
“Aconsejamos que averigüen. Que la gente camine un poco más y que vea el precio, vea el servicio. Y bueno, si le cierra todo eso y está conforme, que vaya y lo cierre. Porque hay mucha oferta, y para todos”
Y concluye: “Un hotel que te da el servicio sobre la playa, que te da pileta climatizada, pileta descubierta, que te da una carpa en la playa. Comparala con los mismos servicios y en la misma ubicación de un hotel en Brasil. Hay que comparar de igual a igual“.
Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia
“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.
Estaba quebrado, con los ojos vidriosos a causa de tanto sufrimiento, pero no se callaba, confesaba: “Todavía siento dolor y trato de no tener lugar para el odio. Intento recuperarme de todo lo que me hicieron estos tipos como puedo. No me olvido más, te juro. Volvía de laburar, eran las ocho y media de la noche cuando entré con el auto al garaje del edificio. Antes de que el portón se cerrara vi que dos tipos se metían. Me amenazaron con armas y empezaron a darme trompadas. Estoy seguro de que querían entrar a mi casa, pero había movimiento afuera en la calle. En venganza como se les frustró el plan de meterse en mi vivienda me metieron a patadas en el auto al grito de ‘perdiste, gil’”.
Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano.Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.
Alberto Sommaruga, el mayor de los integrantes de la familia de secuestradores
Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.
Transcurría 2002, la crisis económica había mutado en algo más peligroso: una crisis moral. Mientras el país intentaba recuperar cierta normalidad, en el conurbano bonaerense germinaban bandas improvisadas, sin prontuario, formadas por patovicas, empleados y estudiantes universitarios que vieron en el secuestro un negocio rápido. La de Ariel fue una de las más insólitas: sus captores eran jóvenes, de barrios acomodados de la ciudad de Buenos Aires, con autos importados y la misma torpeza que violencia.
Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.
Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.
Pablo Sommaruga, otro de los integrantes condenados de la banda (NA)
Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.
Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.
El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.
La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.
Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.
Ariel Strajman junto a su padre a la salida de los tribunales de Comodoro Py donde se realizó el juicio (NA)
De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.
La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.
Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.
Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.
La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.
Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.
En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.
Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.
El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas
Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville,en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.
En las imágenes, el adolescente se muestra con un vestido estampado roto, el cuerpo pintado con manchas rojas y la palabra “violada” en la espalda. A la vez, sus compañeros lo rodean, se ríen y realizan gestos que refuerzan la banalización de la violencia de género.
Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.
Frente a la magnitud de lo sucedido, la división a la que pertenece el estudiante involucrado difundió un comunicado en el que ofrecieron disculpas públicas.
En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.
No obstante, la otra división del IPET 267 emitió un mensaje con un tono más severo, en el que manifestó su repudio absoluto a lo ocurrido.
El comunicado de la otra división de la IPET 267 de Bell Ville, Córdoba
En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.
El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.
Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.
“Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.
De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.
Repudio de la Escuela Humanos tras cantos antisemitas en viaje de egresados
En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.
“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.
Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.
En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.
La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia
Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.
“Se trata de propulsores fabricados por la compañía CFM (GE Aerospace y Safran Aircraft Engines), con un tipo específico de componente que provocó estas fallas”, indicó la empresa en un comunicado. La decisión fue adoptada durante el plenario del Comité de Seguridad de la compañía, del que participan sus máximas autoridades.
Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.
Aerolíneas remarcó que sus tripulaciones “realizan entrenamientos recurrentes que contemplan este tipo de eventos” y que la situación “forma parte de los escenarios que tanto pilotos como tripulantes de cabina conocen y ensayan en profundidad”. En la empresa destacaron además que todos los procedimientos se cumplieron “de acuerdo con los estándares internacionales de seguridad”.
El avión con destino a Córdoba debió aterrizar en Ezeiza
La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.
Según explicó la firma, el fabricante CFM recomienda una revisión al cumplirse los 17.200 ciclos —entre aterrizajes y despegues—, aunque “ninguno de los motores que registraron fallas estaba cerca de alcanzar ese umbral”. Por ese motivo, Aerolíneas solicitó al fabricante “una opinión técnica antes de reincorporar estos equipos al servicio”.
También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.
“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.
El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.
Aerolíneas Argentinas
Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.
Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.
El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.
Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.