El posteo de un flyer para pedir ayudar económica para Ana Díaz (79) se hizo viral y en 4 días causó impacto: se recolectaron $18 millones.
“Es brava la señora, tiene pocas pulgas”. “Ufff, tiene un carácter podrido, mamita…”. “No la ayuda la forma que tiene de decir las cosas”. “Es lo más desconfiada, encima, lo es con la gente que la ayuda”. Un puñado de apreciaciones de los vecinos del edificio del barrio cordobés Alto Alberdi pintan de cuerpo entero a Ana Margarita Díaz, la jubilada de 79 años cuyo video en el que expresaba que no podía pagar el alquiler y que se iría a vivir a la terminal de ómnibus, se hizo viral.
“El departamento lo iba a dejar mañana, pero como llueve y está pronosticado mal tiempo, la dueña me deja hasta el lunes”, contaba Ana, con voz resquebrajada, en el video dado a conocer a fines de octubre. “Yo estaba pagando 80 mil pesos por este dos ambientes chiquito y para la renovación el alquiler me pasaría a 170 mil pesos. Y yo no puedo hacerme cargo, si por mes cobro un poco más de 200 mil pesos con mi jubilación y la pensión de mi marido. Nunca me quedé sin techo en mi vida, pero no tengo opción, me iré a la terminal”, decía la mujer que perdió a su marido en 2011 y a su hija en 2014. Sus palabras atravesaban como un puñal.
Este es el flyer que realizaron los vecinos de Ana, que se viralizó y provocó lo inesperado: una colecta millonaria.
“Está muy sola y le pasó de todo, pobre mujer, yo la entiendo pese a que creyó que yo me quería quedar con la plata”, dice sobrepasada por la situación Agostina Salado (20), la chica del cuarto piso del edificio donde vive Ana, que tomó la iniciativa, motorizó la campaña solidaria, ofreció su alias bancario “para juntar entre 150 y 200 mil pesos entre todos los departamentos”, sin imaginar que desde el whatsapp vecinal el flyer podía viralizarse.
No sólo la respuesta de miles de personas sorprendió sino que en menos de 72 horas la cuenta de Mercado Pago de Agostina contaba con más de 10 millones de pesos. “Yo no entendía nada, no podía creer lo que estaba pasando y me asusté un poco, porque ese monto con tamaña cantidad de ceros jamás lo había visto en una cuenta mía. Pero te juro que el importe no paraba de creer a cada hora. De 10 millones saltó a 14 millones y finalmente 18 millones de pesos. Tuve que pedir por favor que no transfirieran más”, hace saber la salteña que vive en Córdoba.
Orgullosa de la iniciativa, Agostina reconoce que de haber sabido de antemano la repercusión que tendría, “no sé si hubiese puesto mi alias, pero ya está, fue por una buena causa”, dice la chica de 20 años, que trabaja de niñera y limpia casas y gana unos 120 mil pesos por mes.
Cara de pocos amigos: Ana Díaz, en la escribanía, esperando que se acredite el primer pago de lo recaudado en la campaña solidaria.
Cuando la chica le iba comentando a Ana lo que estaba sucediendo con las arcas de su cuenta, ocurrieron varias cosas con la jubilada: primero, se mudó de manera temporaria a un departamento en el mismo edificio; segundo, modificó su actitud y de transmitir lo que estaba viviendo se aisló y no respondió más mensajes. Y tercero, empezó a ver fantasmas donde no los había. “Me empezó a reclamar el dinero, me insistía y presionaba, sin entender por qué -legalmente- no se lo podía transferir”.
De buenas a primeras, Ana contrató a una abogada y Agostina, que vive con lo justo, mantuvo la calma y decidió asesorarse y hacer las cosas de manera transparente. “Fui a la AFIP, conté lo que había ocurrido con la colecta y me dijeron que había cometido un grave error en ofrecer mi cuenta de Mercado Pago para una causa solidaria, ya que podría tener consecuencias fiscales o tributarias ante semejante cifra. Y me recomendaron que consultara con un abogado”.
“Empacada y cansada”. Así definen a Ana por estos días. “Sólo quiere la plata y estar sola”, dicen en el edificio de Alto Alberdi.
Sin beberla ni comerla, Agostina se encontró en una encrucijada. Debía contratar a un abogado y a un escribano para que se constatara la legalidad de la colecta y se procediera a una transferencia transparente. Y no tuvo opción: incumplió con su trabajo abonado por hora. Para colmo, los mensajes de Ana, reclamando el dinero, inundaban su casilla de teléfono.
“Se puso intensa, pero con la ayuda de Pablo, mi pareja, intenté serenarme, no entrar en el apuro de Ana y fui haciendo las cosas como correspondía. Conseguí un abogado, le expliqué toda la situación y me dijo que tenía que acreditar que el dinero recibido pertenecía a donaciones y que yo debía hacer la transferencia a Ana ante escribano público. Todo esto se lo expliqué a ella, que no me creía y su trato hacia mí había cambiado notoriamente”.
Vladimir Yzet, abogado de Agostina Salado, dialogó con Clarín. “Me pareció muy loable lo de esta chica, que siendo tan jovencita actuó con una adultez, transparencia y sinceridad dignas de destacar. Ella podía haberse quedado con unos cuantos pesos, que vaya si los necesita, y procedió con una responsabilidad para aplaudir. A ella habría que hacerle la nota -enfatiza y describe-. Y la acompañé a ver a una escribana para labrar un acta con todos los antecedentes relacionados a las donaciones”.
Reconoce Yzet que no sólo se sorprendió por “la bondad y sinceridad de Agostina, sino que en los 35 años que llevo de abogado nunca había constatado una campaña solidaria con 4.301 transferencias en 96 horas por un monto superior a los 18 millones de pesos. El total que mi clienta percibió fue de $18.322.635,74. La donación más alta fue cercana a los 800 mil pesos y, por lo que pude averiguar, varias personas mandaron dinero desde España y Estados Unidos”.
Las transferencias comenzaron el jueves último, ante escribana y con prints de pantalla como comprobantes oficiales y firma de actas, y terminarán este miércoles “porque la cuenta de Mercado Pago tiene un monto límite de 4,5 millones de pesos diarios”, avisa Yzet. “Esperemos que la señora (Ana) tenga un gesto hacia Agostina, porque sin su iniciativa hoy probablemente estaría en la calle”.
Clarín intercambió mensajes con Ana Díaz que sólo transmitían malestar y enojo. “Estoy re mal. Me juntaron dinero de todos lados y no me lo quieren dar, por eso puse a una abogada. Ahora estoy en un lugar provisorio, pero me parece que me mudaré por seguridad”, había comentado días atrás.
“Yo la acompañé la semana pasada, antes de que se desatara toda esta locura solidaria, a ver departamentos, pero no le gustaron hasta que, finalmente, le conseguimos uno temporario en el mismo edificio. Me movilizó mucho su historia y que estuviera sola, por eso decidí ayudarla… Yo prácticamente no la conocía, algún ‘hola que tal’ de pasada, pero nada más”.
Agostina convive con su novio Pablo y entre ambos juntan ingresos por 285 mil pesos y pagan un alquiler de 110 mil. “Imaginate lo que es ver en mi cuenta 18 millones de pesos, te juro que te quita el sueño. Yo no toqué un centavo, no me pertenece nada y actué correctamente. Gente conocida me decía por qué no había agarrado algo… Yo tengo la esperanza de que Ana tenga un gesto, pero está muy distante, enojada, no entiendo por qué, apenas si me saluda cuando me la encuentro en la escribanía”.
En una visita a un hospital psiquiátrico, un médico notó que dos pacientes gritaban tristes por la memoria María. Ambos estaban enamorados, pero uno había sido su pareja y el otro no. El espejismo de vivir una buena vida cuando se alcanza un objetivo
El médico sanitarista estaba supervisando distintos establecimientos asistenciales. Un día le tocó el turno a un hospital psiquiátrico. Conversó un rato con el director y salieron juntos a recorrer la institución.
En el recorrido, el director le señalaba las principales áreas, quiénes trabajaban ahí, cuáles eran sus roles. En determinado momento le propuso ir al pabellón donde estaban los enfermos.
Pasaron por distintos lugares hasta que llegaron a un lugar en donde estaban los pacientes más enfermos. Cada uno se encontraba solo en un cuarto, el cual tenía las paredes acolchadas por si se querían golpear o autolesionar. Varios, adicionalmente, tenían un chaleco de fuerza, el cual restringía mucho los movimientos, especialmente los brazos, con el mismo fin de intentar protegerlos de sí mismos. Tanto el director como el supervisor observaban por la pequeña ventana que tenía cada habitación para poder ver a los pacientes.
En un momento se escuchaban los gritos de una persona. En la medida que se fueron acercando a esa habitación, se podía escuchar con nitidez los gritos desesperados del paciente.
-¡María! ¡María! ¡Maríaaaa!
Ambos médicos observaron al paciente por la ventanilla, y cuando siguieron caminando, el supervisor le preguntó al director:
-¿Qué le pasó a este paciente?
–Se enamoró de María, pero lamentablemente fue un amor no correspondido. Y quedó totalmente trastornado, fuera de sí.
El supervisor escuchó y los dos siguieron visitando a otros pacientes.
Más adelante, nuevamente se fueron escuchando otros gritos. En la medida que se acercaron, pudieron entender qué decían:
-¡María! ¡María! ¡Maríaaaa!
Al llegar frente a la habitación acolchada, y ver al paciente con chaleco de fuerza, como todos los de ese sector, el supervisor miró al director, buscando un diagnóstico.
-¿Este también fue un amor no correspondido?, preguntó entre risas.
-No. Este hombre también se enamoró de María, solo que en este caso, ella se enamoró de él, así que fue un amor correspondido. Y así quedó…
Dos problemas tiene la vida: no conseguir lo que queremos y conseguir lo que queremos.
Nos pasamos la vida persiguiendo objetivos. Convencidos de que si los logramos, nuestra vida cambiará para siempre. De una vez por todas será buena, como nosotros nos merecemos.
Sin embargo, la realidad nos enseña que al igual que estos dos pacientes, esa mirada es una trampa. Pensar que la vida será buena cuando logremos tal o cual cosa es solo un espejismo.
Si no logramos nuestro objetivo, nos sentimos frustrados. Y si lo logramos, descubrimos que no ofrece la plenitud y felicidad que buscábamos.
¿Entonces? ¿Para qué seguir persiguiendo la línea del horizonte, que se mueve cada vez que nos acercamos?
En EE. UU. habían estudiado cuál era el sueldo que hacía más felices a las personas. Eran 4.200 dólares. O sea que solo servía para satisfacer las necesidades básicas de tener casa, comida, un seguro de salud, una educación. No es poco.
Lo curioso es que de todas las variables que analizaban para medir la felicidad de esas personas (centralmente qué tan tranquilos y contentos vivían), cuanto más ganaban, peor era. O sea que una persona que ganaba 6.000 dólares vivía peor que la que tenía ingresos por 4.000. Y si ganaba 10.000, peor aún.
Pensar que cuando pase este problema o logremos aquel objetivo, finalmente seremos felices, nunca resulta. O somos capaces de ser felices con nuestra vida tal como es, o no lo seremos nunca.
¿Y vos? ¿Cuál es esa trampa inaccesible que te impide ser feliz?
* Juan Tonelli es speaker y escritor. El texto es parte del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”. www.youtube.com/juantonelli
La madrugada del temporal, la casa y el lugar de trabajo de Evangelina Benítez quedaron bajo casi dos metros de agua. Su hijo menor, que estaba solo en la vivienda, logró salvarse trepando a la terraza con su gato en brazos
La noche del jueves 6 de marzo, Evangelina Benítez cenó con sus dos hijos en su casa de Bahía Blanca. Antes de despedirse, le propuso al menor, Luca, que se quedara a dormir, pero él prefirió volver a su hogar, ubicado en la calle Sarmiento 824, donde vive junto a su padre, Luis Alberto “Titi” Chiaradía, y su hermano mayor, Marco. “Sabíamos que iba a llover porque estaba pronosticado, pero estábamos más pendientes de la posibilidad de que cayera granizo, como había pasado a principios de febrero”, cuenta Evangelina a Infobae.
Horas después, la peor tormenta en la historia de la ciudad dejó la casa familiar, donde también funcionaba su estudio jurídico, sumergida bajo 1,85 metros de agua. “Perdí todo. Desde la terraza, mi hijo vio cómo los expedientes y mis libros flotaban junto a un escritorio donde tenía 10 mil dólares guardados bajo llave en un cajón”, detalla, a una semana del temporal que dejó un saldo de 16 fallecidos y 200 evacuados, según el último parte que emitió el Municipio.
Adelante de la casa funcionaba el estudio jurídico de Evangelina, que es abogada y escribana (Foto/Gustavo Gavotti)
“Mamá, entró agua a casa”
Evangelina tiene 54 años, dos hijos de 19 y 25, y es abogada y escribana. Según recuerda, el viernes pasado se despertó a las 4 de la madrugada con el sonido de la lluvia. Dos horas después, su teléfono sonó. Era Luca. “Mamá, entró agua a casa y ya me llega a los tobillos. ¿Qué hago?”, le dijo el joven, que estaba solo en el domicilio. Desde su casa, en una zona alta de la ciudad, ella intentó tranquilizarlo. “Subí lo que puedas a la mesa, poné todo a resguardo”, le dijo.
Hasta ese momento, lo que más le preocupaba a Luca era su auto: un Ford fiesta azul que había dejado estacionado enfrente de su casa. “Tengo que correrlo porque me lo va a llevar el agua”, pensó. Cuando quiso salir, se dio cuenta de que si abría la puerta el agua entraría de golpe. “Lo que hice fue abrir la ventana del estudio de mi vieja, que daba a la calle, y salí por ahí”, le cuenta Luca a este medio.
Al auto entró por el baúl. Descalzo y en cuero lo llevó hasta una estación de servicio cercana y volvió corriendo. Al regresar, el agua ya le llegaba a las rodillas. “Agarré un balde y empecé a sacar, pero por cada uno que llenaba, entraban cinco más”, detalla. “El agua entraba por todos lados, de a chorros”, dice, todavía incrédulo.
Antes del temporal, Evangelina con sus dos hijos: Luca (19) y Marco (25) (Foto/Gentileza de la entrevistada)
Desde su domicilio, a unas 25 cuadras, Evangelina intentaba comunicarse con su hijo, pero Luca no contestaba. “Me desesperé: llamaba al padre, que estaba en Monte Hermoso; a mi otro hijo, que estaba en la casa de su novia”, recuerda.
“No le contestaba el teléfono porque estaba hablando con mi viejo”, explica ahora Luca. Según cuenta, su papá intentó calmarlo y le indicó que subiera a la terraza. Cuando se dispuso a hacerlo, el vidrio de la puerta de entrada se rompió y el agua ingresó a la casa con la misma fuerza que cuando se abre una compuerta. “Perdimos todo, perdimos todo”, alcanzó a decirle antes de que la llamada se cortara.
Desesperado y con el agua a la cintura, Luca siguió el consejo de su padre e intentó subir a la terraza. “En el camino me chocaba con la mesa, las sillas, los colchones, todo…”, cuenta. Cuando finalmente llegó a la ventana de la cocina, trató de abrirla, pero estaba trabada. “Ya está, me muero acá”, dice que pensó. Después de forcejear un rato, logró destrabarla, trepó al techo y se metió debajo del tanque de agua. Desde ahí, dice, vio a sus vecinos con sus perros y entonces recordó a su gato, Rocky. Sin pensarlo, volvió a bajar.
“El agua seguía entrando de a chorros”, cuenta. Llegó hasta la cocina y lo vio: estaba subido a la heladera, que flotaba a pocos centímetros del techo. Trató de agarrarlo, pero el animal, aterrorizado, se resistió. Tomó una canasta de mimbre, lo metió adentro y volvió a subir.
Rocky, el gato de Luca (Foto/Gentileza de la entrevistada)
“Volver a casa fue horroroso”
Mientras Luca estaba en el techo con Rocky, su hermano mayor, Marco, logró contactarse con unos vecinos, que juegan con ellos al rugby en el Club Sportiva Bahía Blanca, para que rescataran al joven. “Cuando me enteré de que estaba a salvo, me calmé un poco, pero hasta que no lo vi con mis propios ojos no estuve tranquila”, cuenta Evangelina.
Al día siguiente, cuando el agua bajó, regresó a la casa. “La sensación fue espantosa. Horrorosa. Estaba todo destruido. De los 16 muertos que reportaron, diez fueron de esa zona. Es que estamos a 40 metros del arroyo Napostá“, indica.
Lo primero hizo apenas ingresó fue sacar sus títulos universitarios y algunos cerificados que se salvaron porque estaban colgados bien altos. “De las carpetas con los expedientes no quedó nada”, lamenta.
“La respuesta de los amigos de mis hijos me emocionó”, aseguró Evangelina (Foto/Gustavo Gavotti)
Así quedó el auto de Luca (Foto/Gentileza de la entrevistada)
Todos somos uno
Además de perder la casa familiar y su estudio jurídico, también se esfumó el dinero que guardaba en su escritorio: 10.000 dólares. “Yo los tenía bajo llave en un cajón y el mueble se fue flotando. Lo peor fue que en el momento que mi hijo me llamó, cuando recién arrancó la tormenta, no se lo comenté porque no se me cruzó por la cabeza. Jamás imaginé que podía pasar algo así. Creo que nadie en Bahía Blanca lo pensó”, dice.
Y sigue: “Es como que uno no termina de caer. El lunes recién me aflojé y me vine a llorar a mi casa para que no me vieran mis hijos. Igual lo mío son todas cosas materiales. El resto, mientras tengamos salud, de alguna manera lo vamos a solucionar”.
Al día siguiente, los amigos de Luca y Marco, del Club Sportiva de Bahía Blanca, fueron a ayudar a limpiar la casa (Foto/Gustavo Gavotti)
Al día siguiente, Evangelina regresó a la casa. Las marcas del agua se ven en la pared y en la tulipa de vidrio de la lámpara (Foto/Gentileza de la entrevistada)
Entre la angustia por pérdida material, Evangelina dice que sintió una sensación “plancentera y feliz” al saber que sus hijos eran queridos. “La respuesta de sus amigos me emocionó. Al día siguiente, cuando íbamos a empezar a limpiar, comenzaron a llegar de a poco. Eran como 20. En un momento me quedé parada mirando cómo entraban y salían, sacaban, ponían. Me dejó una sensación tan linda”, cuenta y comparte un video de ese día.
En la secuencia, que figura a continuación, se ve cómo los jóvenes acomodan muebles en la vereda, sacan barro con el secador y basura.
“Yo les decía a Luca y Marco: ‘A pesar de todo, ustedes hoy tienen dónde dormir o dónde darse una ducha de agua caliente; pero hay gente a la que no le quedó nada’. Lo importante es poder brindar ayuda a esas personas a las que no les quedó nada”, se despide.
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Video del día después de la inundación
¿Cómo ayudar?
En medio de la emergencia, las campañas solidarias se extendieron a nivel nacional para asistir a las miles de familias que han perdido sus pertenencias, enfrentando ahora condiciones de extrema vulnerabilidad.
Para sumarse como voluntario y colaborar con limpieza, logística (vehículo), salud o clasificación de recursos, carga y descarga hacer click en este link.
Para enviar de dinero, tanto desde Argentina como el exterior del país, siguen habilitados los alias BAHIAXBAHIA y BAHIAXBAHIA.USD. También se habilitó una caja de ahorro en dólares CA U$D 6229-516687/0 CBU: 0140305104622951668702
Ocurrió en el balneario municipal de Santa Elena. El joven habría cruzado la zona habilitada, que estaba delimitada por boyas
Un joven de 21 años murió ahogado este martes por la tarde tras adentrarse en las aguas profundas del río Paraná para recuperar una pelota. El trágico accidente ocurrió en el balneario Santa Elena, situado en la ciudad homónima, en Entre Ríos.
Fuentes policiales precisaron a Infobae que, alrededor de las 16 horas, un grupo de turistas jugaba con una pelota dentro del área delimitada por boyas. En determinado momento, la víctima perdió la pelota y cruzó la zona habilitada hacia aguas más profundas. Al no hacer pie y no saber nadar, comenzó a ahogarse.
El cuerpo no ha sido encontrado y la búsqueda continúa.
Si bien un compañero intentó ayudarlo, tuvo que soltarlo debido a que la víctima comenzó a arrastrarlo mientras se ahogaba. El joven fue identificado como Logan Daniel Videla, oriundo de La Matanza, provincia de Buenos Aires. En el caso intervinieron agentes de la Comisaría de Santa Elena, del Departamento La Paz, junto con personal de Prefectura Naval.
Hasta el momento, el cuerpo no ha sido encontrado y la búsqueda continúa hoy, confirmaron las fuentes. Las playas de Santa Elena, ubicadas a 150 kilómetros de la capital provincial, tienen una extensión de 300 metros.
El trágico accidente ocurrió en Río Ceballos (Foto: Prensa Policía)
Alarmante cifra de ahogamientos durante el verano
Un turista falleció el pasado 4 de febrero en Río Ceballos, Córdoba, convirtiéndose en la novena víctima fatal por ahogamiento del verano en la provincia. Identificado como Lucas Iván Paz, el joven de 24 años ingresó a un río en las proximidades del camino Pozos Verdes, en el barrio La Quebrada, con el objetivo de visitar una cascada junto a su hermana.
Según se pudo reconstruir, al notar que no podía mantenerse a flote, comenzó a pedir auxilio. A pesar de los esfuerzos de una persona que logró sacarlo del agua, ya no presentaba signos vitales, según informó El Doce TV.
En lo que va del verano, las víctimas fatales sufrieron accidentes en las localidades cordobesas de La Calera (Sierras Chicas), Nono (Traslasierra), Villa Rumipal (Valle de Calamuchita), Villa Carlos Paz (Valle de Punilla), el dique Piedras Moras (Calamuchita), Mina Clavero (Traslasierra) y Río Tercero (Tercero Arriba).
Las autoridades locales y los organismos de emergencia suelen emitir recomendaciones para evitar accidentes en los cursos de agua. Entre las medidas más comunes se encuentran evitar ingresar a zonas profundas, prestar atención a las corrientes y no nadar en áreas no habilitadas. Sin embargo, los incidentes registrados este verano reflejan que, en muchos casos, estas advertencias no son suficientes para prevenir tragedias.
Un turista de 65 años falleció en La Toma.
Solo dos días antes de la muerte de Lucas Iván Paz, falleció otro hombre identificado como Horacio Quiroga en la ciudad de Río Tercero. La víctima, de 37 años, disfrutaba de una jornada familiar cerca del balneario municipal; cuando ingresó al agua en la zona del predio del Centro Tradicionalista alrededor de las 19 horas. Testigos relataron que, tras lanzarse al río, Quiroga no volvió a salir a la superficie, lo que generó alarma entre los presentes.
Ante la emergencia, las autoridades locales y los Bomberos Voluntarios acudieron rápidamente al lugar. Según detalló Telefe Córdoba, lograron rescatar al hombre y trasladarlo de inmediato al hospital de la localidad. Sin embargo, pese a los esfuerzos médicos, se confirmó su fallecimiento horas después. Habría sufrido un paro cardiorrespiratorio tras ingresar al agua.
Días atrás, un hombre de 65 años, identificado como Norberto Jorge Amadeo, falleció en el balneario La Toma, ubicado en la localidad de Mina Clavero. El turista, oriundo de la provincia de Buenos Aires, resbaló mientras intentaba cruzar el río a nado, golpeó su cabeza contra una piedra y fue arrastrado por la corriente, lo que resultó en su trágico deceso.