El hurón llegó a ser la tercera mascota más popular después del perro y el gato.
Florencia Pergañeda (48) dice que “es tanto el amor que te dan” los hurones que sin dudas volvería a tener uno en su hogar. Sin embargo, es también por amor que no lo hará. Al menos, no en estas condiciones: importados con solo meses de vida, después de un conjunto de procedimientos que define como “crueles” y con problemas de salud que los vuelven muy delicados.
Los hurones llegaron a la Argentina en los noventa y se volvieron –al menos hasta hace unos años– el tercer animal de compañía en la Argentina, solo después de perros y gatos. Son simpáticos, juegan a buscar la pelotita o cazar con una caña de pescar, igual que un gato, pero también salen a pasear con correa por la calle, como un perro.
La picardía los caracteriza en miles de videos virales en TikTok. También lograron fascinar a personalidades como Oriana Sabatini y su mamá Catherine Fullop (que tuvieron a Coco), a Facundo Arana (Staks) y a Candelaria Tinelli (Ranji).
Otro rasgo que a esta especie que pesa entre 0,7 y 2,3 kilos es la fama bien ganada de ser “muy ladrones”. A Florencia y a su hijo les sigue escondiendo las medias a zapatos en lugares impensados, como el interior del sommier.
“Ella es un cohete. Los hurones duermen entre 18 y 20 horas por día, pero cuando están despiertos son una máquina de hacer macanas y, sobre todas las cosas, necesitan jugar. Lorenza va, viene, salta. Le tiro una pelota y me la trae, hago como que aparezco y desaparezco con un almohadón, le puse unos túneles para que corra y también unos peloteros”, cuenta Florencia.
En Estados Unidos y Europa, los hurones siguen manteniéndose como la mascota más popular de todas, dentro de lo que se conoce como animales domésticos no tradicionales. En criollo, todo animal doméstico que no sea el perro y el gato.
Florencia, su hijo Mateo y Lorenza, la hurona.
En Buenos Aires, la realidad es bien diferente. Dejaron de importarse con la llegada de la pandemia y los que quedan ya son en su mayoría adultos que se acercan a la expectativa de vida promedio de 7 años –pueden vivir hasta los 9.
Como Lorenza, la hurona de Florencia, los ejemplares más jóvenes llegaron al país en 2019, por lo que ya tienen unos cuatro años. Y la tendencia, por razones ambientales y de protección ambiental, parece indicar que serán los últimos, a excepción del mercado negro o de adopciones no responsables.
“Lorenza es de la última camada”, explica Florencia. La hurona nació en diciembre de 2018, fue importada por una veterinaria especializada a principios de 2019 y encontró su hogar en Flores, en marzo de 2019.
Fue casi una cosa del destino. “Con mi papá siempre mirábamos videos de hurones, nos hacían reír mucho. Al tiempo que murió, se fue también Homero, el perro de la familia. Y mi nene estaba super triste, así que pensé en adoptar un perrito. Y justo ahí, conocemos a una persona que nos habla de los hurones. Y la verdad es que fuimos a ver cómo eran para pensarlo y terminamos trayéndonos a Lorenza a casa”, relata.
Mateo y la hurona Lorenza, cuando la adoptó, en 2019.
¿Qué pasa en la Argentina?
Hoy, los hurones están permitidos. “(La adopción) es legal siempre que estén debidamente comprados a criaderos”, aclararon a Clarín desde la Agencia de Protección Ambiental. En ese sentido, es importante aclarar que se refieren a la raza doméstica de hurones, que es la mustela putorius. Los hurones silvestres, cuyo nombre científico es galictis cuya, son los que se encuentran en el campo.
“El hurón silvestre es un animal que no se debe tener en cautiverio. El que estaba antiguamente en los campos y lo encerraban en un galpón para cazar ratones, cosa que no se usa más”, detalla a Clarín Fernando Pedrosa, presidente del distrito 1 del Colegio de Veterinarios de la provincia de Buenos Aires y especialista en animales “no tradicionales”.
Y contrasta: “Los hurones domésticos son animales que vienen de criadero, sobre todo de Estados Unidos, de un criadero que se llama Marshal, y que fueron importados hasta la pandemia. Ahora no entran más, a excepción de gente que se vino desde Europa o Estados Unidos y los han traído, o de argentinos que viajan a esos países para poder traerlos”.
El problema hoy es “político”, asegura Matías Wullich, de Centro Pet, una veterinaria que desde 1999 se especializó en animales pequeños de compañía, como jerbos, canarios o hamsters, entre otros. Con los hurones, comenzaron hace 15 años y eran el principal importador en la Argentina, hasta 2020.
Lorenza hoy, con casi cinco años.
“El hurón estuvo muy de moda acá. Es un animal doméstico hace más de 5.000 años, de la época de los egipcios, que es carnívoro, un bichito que corre, salta, es muy expresivo, inquieto, muy nocturno y no hay persona que lo haya tenido que no los ame. Son muy divertidos y ladrones, porque cuando algo les llama la atención lo cazan y se lo llevan. Muchas veces son medias, porque les gusta el olor de los pies”, describe el hombre.
Sin embargo, cuando se regularizaron los vuelos, según Wullich, el Ministerio de Ambiente de la Nación no autorizó su comercio. “Hoy en día, yo tengo la autorización para importarlos pero no para venderlos. Dicen que es porque los consideran animales silvestres, lo que habla de mucho desconocimiento porque la especie de hurón que nosotros importamos directamente no existe en la naturaleza, fue creada en laboratorio”, afirma.
Y sigue: “Esto tiene que ver con una tendencia muy proteccionista, de intentar quedar bien, pero es muy grave, porque cuando el Estado no permite traer animales de criaderos, lo que surge es el contrabando de animales, que se provee de criaderos irregulares y animales silvestres”.
Una especie que requiere muchos cuidados
Más allá de las trabas para conseguir uno, Pedrosa señala que también existe más conciencia sobre la condición de salud que suelen presentar los hurones. “Es como elegir hoy tener un bulldog francés, con toda la información que tenemos. Sabés que es para tener problemas”, compara Pedrosa, quien también es propietario de Fauna Vet, su propia veterinaria especializada en animales no tradicionales.
“Un problema que encontramos generalmente en los animales que se importaron desde Estados Unidos es la presencia de una suma de patologías, vinculadas a tumores, sobre todo linfomas, que podrían deberse a una cuestión de consanguinidad o a orígenes virales”, establece.
Y en segundo lugar destaca que los animales “llegan con una mala alimentación, basada en alimento balanceado, que tiene alto contenido de hidratos de carbono, cuando los hurones, al ser carnívoros, tienen sus sistemas digestivos preparados para consumir proteínas, lo que produce una patología que se llama insulinoma”, detalla.
En Villa Devoto, un hombre pasea con uno de sus tres hurones.
Son “delicados”, define Florencia, y cuenta que además hay que estar muy atentos a que no coman algo raro. En su caso, la hurona tuvo que ser sometida a una operación por obstrucción intestinal, tras romper y tragar una parte de una mantita de plush que le habían comprado para su jaula. “Un hurón que atendió mi veterinario en un descuido se comió un pochoclo y con eso solo se le obstruyó el intestino, porque no lo pueden ni expulsar, ni devolver ni absorber”,
“Son geniales, pero tenés que saber que vas a tener mucho cuidado con algunas cosas y que es costoso”, explica. En regla general, hay que considerar dos vacunas al año, pero además hay que tener en cuenta que pueden precisar otros tratamientos. Eso, y todo lo que se necesita para adaptar la casa: lo más caro es poner enrejados en las ventanas, porque “son curiosos, y se pueden tirar”.
De todas formas, Florencia asegura que no volvería a adoptarlos. “Hoy soy consciente de todo lo que sufren cuando son chiquitos para llegar acá”, dice. Es que para ingresar al país, tienen que estar castrados, se les coloca un microchip en la espalda a la altura del cuello para poder identificarlos y también se les quita la glándula odorífera, para que no tengan olor y sea compatible vivir con ellos en ambientes cerrados.
“Son seres maravillosos. Vos interactuás y te das cuenta de lo especiales que son. No podría explicarlo y mirá que tuve un montón de animales y los amé. Ya tomé la decisión de no volver a adoptar uno por lo que sufren, pero cada tanto me meto a Facebook para leer del grupo solo de hurones, donde hay familias que tienen o han tenido, y cada vez que escucho que uno cruzó el arcoíris, como decimos nosotros, me pongo a llorar”.
En una visita a un hospital psiquiátrico, un médico notó que dos pacientes gritaban tristes por la memoria María. Ambos estaban enamorados, pero uno había sido su pareja y el otro no. El espejismo de vivir una buena vida cuando se alcanza un objetivo
El médico sanitarista estaba supervisando distintos establecimientos asistenciales. Un día le tocó el turno a un hospital psiquiátrico. Conversó un rato con el director y salieron juntos a recorrer la institución.
En el recorrido, el director le señalaba las principales áreas, quiénes trabajaban ahí, cuáles eran sus roles. En determinado momento le propuso ir al pabellón donde estaban los enfermos.
Pasaron por distintos lugares hasta que llegaron a un lugar en donde estaban los pacientes más enfermos. Cada uno se encontraba solo en un cuarto, el cual tenía las paredes acolchadas por si se querían golpear o autolesionar. Varios, adicionalmente, tenían un chaleco de fuerza, el cual restringía mucho los movimientos, especialmente los brazos, con el mismo fin de intentar protegerlos de sí mismos. Tanto el director como el supervisor observaban por la pequeña ventana que tenía cada habitación para poder ver a los pacientes.
En un momento se escuchaban los gritos de una persona. En la medida que se fueron acercando a esa habitación, se podía escuchar con nitidez los gritos desesperados del paciente.
-¡María! ¡María! ¡Maríaaaa!
Ambos médicos observaron al paciente por la ventanilla, y cuando siguieron caminando, el supervisor le preguntó al director:
-¿Qué le pasó a este paciente?
–Se enamoró de María, pero lamentablemente fue un amor no correspondido. Y quedó totalmente trastornado, fuera de sí.
El supervisor escuchó y los dos siguieron visitando a otros pacientes.
Más adelante, nuevamente se fueron escuchando otros gritos. En la medida que se acercaron, pudieron entender qué decían:
-¡María! ¡María! ¡Maríaaaa!
Al llegar frente a la habitación acolchada, y ver al paciente con chaleco de fuerza, como todos los de ese sector, el supervisor miró al director, buscando un diagnóstico.
-¿Este también fue un amor no correspondido?, preguntó entre risas.
-No. Este hombre también se enamoró de María, solo que en este caso, ella se enamoró de él, así que fue un amor correspondido. Y así quedó…
Dos problemas tiene la vida: no conseguir lo que queremos y conseguir lo que queremos.
Nos pasamos la vida persiguiendo objetivos. Convencidos de que si los logramos, nuestra vida cambiará para siempre. De una vez por todas será buena, como nosotros nos merecemos.
Sin embargo, la realidad nos enseña que al igual que estos dos pacientes, esa mirada es una trampa. Pensar que la vida será buena cuando logremos tal o cual cosa es solo un espejismo.
Si no logramos nuestro objetivo, nos sentimos frustrados. Y si lo logramos, descubrimos que no ofrece la plenitud y felicidad que buscábamos.
¿Entonces? ¿Para qué seguir persiguiendo la línea del horizonte, que se mueve cada vez que nos acercamos?
En EE. UU. habían estudiado cuál era el sueldo que hacía más felices a las personas. Eran 4.200 dólares. O sea que solo servía para satisfacer las necesidades básicas de tener casa, comida, un seguro de salud, una educación. No es poco.
Lo curioso es que de todas las variables que analizaban para medir la felicidad de esas personas (centralmente qué tan tranquilos y contentos vivían), cuanto más ganaban, peor era. O sea que una persona que ganaba 6.000 dólares vivía peor que la que tenía ingresos por 4.000. Y si ganaba 10.000, peor aún.
Pensar que cuando pase este problema o logremos aquel objetivo, finalmente seremos felices, nunca resulta. O somos capaces de ser felices con nuestra vida tal como es, o no lo seremos nunca.
¿Y vos? ¿Cuál es esa trampa inaccesible que te impide ser feliz?
* Juan Tonelli es speaker y escritor. El texto es parte del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”. www.youtube.com/juantonelli
La madrugada del temporal, la casa y el lugar de trabajo de Evangelina Benítez quedaron bajo casi dos metros de agua. Su hijo menor, que estaba solo en la vivienda, logró salvarse trepando a la terraza con su gato en brazos
La noche del jueves 6 de marzo, Evangelina Benítez cenó con sus dos hijos en su casa de Bahía Blanca. Antes de despedirse, le propuso al menor, Luca, que se quedara a dormir, pero él prefirió volver a su hogar, ubicado en la calle Sarmiento 824, donde vive junto a su padre, Luis Alberto “Titi” Chiaradía, y su hermano mayor, Marco. “Sabíamos que iba a llover porque estaba pronosticado, pero estábamos más pendientes de la posibilidad de que cayera granizo, como había pasado a principios de febrero”, cuenta Evangelina a Infobae.
Horas después, la peor tormenta en la historia de la ciudad dejó la casa familiar, donde también funcionaba su estudio jurídico, sumergida bajo 1,85 metros de agua. “Perdí todo. Desde la terraza, mi hijo vio cómo los expedientes y mis libros flotaban junto a un escritorio donde tenía 10 mil dólares guardados bajo llave en un cajón”, detalla, a una semana del temporal que dejó un saldo de 16 fallecidos y 200 evacuados, según el último parte que emitió el Municipio.
Adelante de la casa funcionaba el estudio jurídico de Evangelina, que es abogada y escribana (Foto/Gustavo Gavotti)
“Mamá, entró agua a casa”
Evangelina tiene 54 años, dos hijos de 19 y 25, y es abogada y escribana. Según recuerda, el viernes pasado se despertó a las 4 de la madrugada con el sonido de la lluvia. Dos horas después, su teléfono sonó. Era Luca. “Mamá, entró agua a casa y ya me llega a los tobillos. ¿Qué hago?”, le dijo el joven, que estaba solo en el domicilio. Desde su casa, en una zona alta de la ciudad, ella intentó tranquilizarlo. “Subí lo que puedas a la mesa, poné todo a resguardo”, le dijo.
Hasta ese momento, lo que más le preocupaba a Luca era su auto: un Ford fiesta azul que había dejado estacionado enfrente de su casa. “Tengo que correrlo porque me lo va a llevar el agua”, pensó. Cuando quiso salir, se dio cuenta de que si abría la puerta el agua entraría de golpe. “Lo que hice fue abrir la ventana del estudio de mi vieja, que daba a la calle, y salí por ahí”, le cuenta Luca a este medio.
Al auto entró por el baúl. Descalzo y en cuero lo llevó hasta una estación de servicio cercana y volvió corriendo. Al regresar, el agua ya le llegaba a las rodillas. “Agarré un balde y empecé a sacar, pero por cada uno que llenaba, entraban cinco más”, detalla. “El agua entraba por todos lados, de a chorros”, dice, todavía incrédulo.
Antes del temporal, Evangelina con sus dos hijos: Luca (19) y Marco (25) (Foto/Gentileza de la entrevistada)
Desde su domicilio, a unas 25 cuadras, Evangelina intentaba comunicarse con su hijo, pero Luca no contestaba. “Me desesperé: llamaba al padre, que estaba en Monte Hermoso; a mi otro hijo, que estaba en la casa de su novia”, recuerda.
“No le contestaba el teléfono porque estaba hablando con mi viejo”, explica ahora Luca. Según cuenta, su papá intentó calmarlo y le indicó que subiera a la terraza. Cuando se dispuso a hacerlo, el vidrio de la puerta de entrada se rompió y el agua ingresó a la casa con la misma fuerza que cuando se abre una compuerta. “Perdimos todo, perdimos todo”, alcanzó a decirle antes de que la llamada se cortara.
Desesperado y con el agua a la cintura, Luca siguió el consejo de su padre e intentó subir a la terraza. “En el camino me chocaba con la mesa, las sillas, los colchones, todo…”, cuenta. Cuando finalmente llegó a la ventana de la cocina, trató de abrirla, pero estaba trabada. “Ya está, me muero acá”, dice que pensó. Después de forcejear un rato, logró destrabarla, trepó al techo y se metió debajo del tanque de agua. Desde ahí, dice, vio a sus vecinos con sus perros y entonces recordó a su gato, Rocky. Sin pensarlo, volvió a bajar.
“El agua seguía entrando de a chorros”, cuenta. Llegó hasta la cocina y lo vio: estaba subido a la heladera, que flotaba a pocos centímetros del techo. Trató de agarrarlo, pero el animal, aterrorizado, se resistió. Tomó una canasta de mimbre, lo metió adentro y volvió a subir.
Rocky, el gato de Luca (Foto/Gentileza de la entrevistada)
“Volver a casa fue horroroso”
Mientras Luca estaba en el techo con Rocky, su hermano mayor, Marco, logró contactarse con unos vecinos, que juegan con ellos al rugby en el Club Sportiva Bahía Blanca, para que rescataran al joven. “Cuando me enteré de que estaba a salvo, me calmé un poco, pero hasta que no lo vi con mis propios ojos no estuve tranquila”, cuenta Evangelina.
Al día siguiente, cuando el agua bajó, regresó a la casa. “La sensación fue espantosa. Horrorosa. Estaba todo destruido. De los 16 muertos que reportaron, diez fueron de esa zona. Es que estamos a 40 metros del arroyo Napostá“, indica.
Lo primero hizo apenas ingresó fue sacar sus títulos universitarios y algunos cerificados que se salvaron porque estaban colgados bien altos. “De las carpetas con los expedientes no quedó nada”, lamenta.
“La respuesta de los amigos de mis hijos me emocionó”, aseguró Evangelina (Foto/Gustavo Gavotti)
Así quedó el auto de Luca (Foto/Gentileza de la entrevistada)
Todos somos uno
Además de perder la casa familiar y su estudio jurídico, también se esfumó el dinero que guardaba en su escritorio: 10.000 dólares. “Yo los tenía bajo llave en un cajón y el mueble se fue flotando. Lo peor fue que en el momento que mi hijo me llamó, cuando recién arrancó la tormenta, no se lo comenté porque no se me cruzó por la cabeza. Jamás imaginé que podía pasar algo así. Creo que nadie en Bahía Blanca lo pensó”, dice.
Y sigue: “Es como que uno no termina de caer. El lunes recién me aflojé y me vine a llorar a mi casa para que no me vieran mis hijos. Igual lo mío son todas cosas materiales. El resto, mientras tengamos salud, de alguna manera lo vamos a solucionar”.
Al día siguiente, los amigos de Luca y Marco, del Club Sportiva de Bahía Blanca, fueron a ayudar a limpiar la casa (Foto/Gustavo Gavotti)
Al día siguiente, Evangelina regresó a la casa. Las marcas del agua se ven en la pared y en la tulipa de vidrio de la lámpara (Foto/Gentileza de la entrevistada)
Entre la angustia por pérdida material, Evangelina dice que sintió una sensación “plancentera y feliz” al saber que sus hijos eran queridos. “La respuesta de sus amigos me emocionó. Al día siguiente, cuando íbamos a empezar a limpiar, comenzaron a llegar de a poco. Eran como 20. En un momento me quedé parada mirando cómo entraban y salían, sacaban, ponían. Me dejó una sensación tan linda”, cuenta y comparte un video de ese día.
En la secuencia, que figura a continuación, se ve cómo los jóvenes acomodan muebles en la vereda, sacan barro con el secador y basura.
“Yo les decía a Luca y Marco: ‘A pesar de todo, ustedes hoy tienen dónde dormir o dónde darse una ducha de agua caliente; pero hay gente a la que no le quedó nada’. Lo importante es poder brindar ayuda a esas personas a las que no les quedó nada”, se despide.
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Video del día después de la inundación
¿Cómo ayudar?
En medio de la emergencia, las campañas solidarias se extendieron a nivel nacional para asistir a las miles de familias que han perdido sus pertenencias, enfrentando ahora condiciones de extrema vulnerabilidad.
Para sumarse como voluntario y colaborar con limpieza, logística (vehículo), salud o clasificación de recursos, carga y descarga hacer click en este link.
Para enviar de dinero, tanto desde Argentina como el exterior del país, siguen habilitados los alias BAHIAXBAHIA y BAHIAXBAHIA.USD. También se habilitó una caja de ahorro en dólares CA U$D 6229-516687/0 CBU: 0140305104622951668702
Ocurrió en el balneario municipal de Santa Elena. El joven habría cruzado la zona habilitada, que estaba delimitada por boyas
Un joven de 21 años murió ahogado este martes por la tarde tras adentrarse en las aguas profundas del río Paraná para recuperar una pelota. El trágico accidente ocurrió en el balneario Santa Elena, situado en la ciudad homónima, en Entre Ríos.
Fuentes policiales precisaron a Infobae que, alrededor de las 16 horas, un grupo de turistas jugaba con una pelota dentro del área delimitada por boyas. En determinado momento, la víctima perdió la pelota y cruzó la zona habilitada hacia aguas más profundas. Al no hacer pie y no saber nadar, comenzó a ahogarse.
El cuerpo no ha sido encontrado y la búsqueda continúa.
Si bien un compañero intentó ayudarlo, tuvo que soltarlo debido a que la víctima comenzó a arrastrarlo mientras se ahogaba. El joven fue identificado como Logan Daniel Videla, oriundo de La Matanza, provincia de Buenos Aires. En el caso intervinieron agentes de la Comisaría de Santa Elena, del Departamento La Paz, junto con personal de Prefectura Naval.
Hasta el momento, el cuerpo no ha sido encontrado y la búsqueda continúa hoy, confirmaron las fuentes. Las playas de Santa Elena, ubicadas a 150 kilómetros de la capital provincial, tienen una extensión de 300 metros.
El trágico accidente ocurrió en Río Ceballos (Foto: Prensa Policía)
Alarmante cifra de ahogamientos durante el verano
Un turista falleció el pasado 4 de febrero en Río Ceballos, Córdoba, convirtiéndose en la novena víctima fatal por ahogamiento del verano en la provincia. Identificado como Lucas Iván Paz, el joven de 24 años ingresó a un río en las proximidades del camino Pozos Verdes, en el barrio La Quebrada, con el objetivo de visitar una cascada junto a su hermana.
Según se pudo reconstruir, al notar que no podía mantenerse a flote, comenzó a pedir auxilio. A pesar de los esfuerzos de una persona que logró sacarlo del agua, ya no presentaba signos vitales, según informó El Doce TV.
En lo que va del verano, las víctimas fatales sufrieron accidentes en las localidades cordobesas de La Calera (Sierras Chicas), Nono (Traslasierra), Villa Rumipal (Valle de Calamuchita), Villa Carlos Paz (Valle de Punilla), el dique Piedras Moras (Calamuchita), Mina Clavero (Traslasierra) y Río Tercero (Tercero Arriba).
Las autoridades locales y los organismos de emergencia suelen emitir recomendaciones para evitar accidentes en los cursos de agua. Entre las medidas más comunes se encuentran evitar ingresar a zonas profundas, prestar atención a las corrientes y no nadar en áreas no habilitadas. Sin embargo, los incidentes registrados este verano reflejan que, en muchos casos, estas advertencias no son suficientes para prevenir tragedias.
Un turista de 65 años falleció en La Toma.
Solo dos días antes de la muerte de Lucas Iván Paz, falleció otro hombre identificado como Horacio Quiroga en la ciudad de Río Tercero. La víctima, de 37 años, disfrutaba de una jornada familiar cerca del balneario municipal; cuando ingresó al agua en la zona del predio del Centro Tradicionalista alrededor de las 19 horas. Testigos relataron que, tras lanzarse al río, Quiroga no volvió a salir a la superficie, lo que generó alarma entre los presentes.
Ante la emergencia, las autoridades locales y los Bomberos Voluntarios acudieron rápidamente al lugar. Según detalló Telefe Córdoba, lograron rescatar al hombre y trasladarlo de inmediato al hospital de la localidad. Sin embargo, pese a los esfuerzos médicos, se confirmó su fallecimiento horas después. Habría sufrido un paro cardiorrespiratorio tras ingresar al agua.
Días atrás, un hombre de 65 años, identificado como Norberto Jorge Amadeo, falleció en el balneario La Toma, ubicado en la localidad de Mina Clavero. El turista, oriundo de la provincia de Buenos Aires, resbaló mientras intentaba cruzar el río a nado, golpeó su cabeza contra una piedra y fue arrastrado por la corriente, lo que resultó en su trágico deceso.