Tecnología
Le pidieron al ChatGPT que escribiera un paper científico: por qué hizo un papelón
Publicado
2 años atráson
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Científicos israelíes le ordenaron que procesara datos de una investigación sobre salud. Lo hizo en tiempo récord, pero las conclusiones decepcionaron.
“Pusieron en marcha el sistema y se fueron a almorzar”. Así resume la revista Nature, en una nota publicada los últimos días, la experiencia de dos científicos israelíes que pusieron a prueba la capacidad de ChatGPT para escribir un paper científico. Crearon un software que le fue dosificando a esta inteligencia artificial (IA) información de base sobre un tema de salud, se fueron a comer y, promediando la digestión, el trabajo estaba hecho. Pero, como se verá, no todo lo que brilla es oro.
Aunque los resultados fueron generados con una velocidad inalcanzable para un ser humano (se procesó y analizó una base de datos de 250.000 personas consultadas sobre diabetes, su consumo de frutas y verduras y su nivel de actividad física), estuvieron lejos de ser brillantes.
Sin embargo, inquietan. Es un contexto de gran preocupación, no solo por el avance -vendido como irrefrenable- de la inteligencia artificial sino por los riesgos de la desinformación y las fake news en todos los órdenes de la realidad.
O sea, no solo en la política sino también en el ámbito científico. Y de hecho (informaba este medio hace unos meses), la punta de ese iceberg son los cientos de papers retractados cada año por las propias revistas científicas que los habían revisado y publicado.
La pregunta es por las implicancias de que un par de científicos hayan probado confeccionar un paper con ChatGPT y si podrían multiplicarse aquellos con información cuestionable o floja. Y, lo más importante (precisamente el título de Nature): ¿Fue bueno el resultado de este paper en particular?

La calidad del paper de ChatGPT
La respuesta a lo último es “más o menos”. El texto está online y lleva fecha del 23 de junio. Desde ya, no tiene autoría, si bien la dupla impulsora fueron los israelíes Roy Kishony (biólogo y experto en ciencia de datos) y su alumno Tal Ifargan, ambos del Technion, el instituto de Tecnología de Israel en Haifa.
Crearon un software que pudiera interactuar con ChatGPT. Máquina vs. máquina. Ellos se fueron a comer. Luego de compartirle la base de datos de 250.000 encuestas telefónicas, el sistema creado por los humanos le pidió a la IA que determinara un objetivo de estudio. ChatGPT obedeció.
Además, se le ordenó generar una plan de análisis de datos y “código”, término clave en el mundo informático, que podría definirse como un alfabeto que incluye las instrucciones, algoritmos o fórmulas (lo que importa es el trazo grueso de la idea) con el que se podrá -entre otros- extraer patrones de comportamiento.
Dicho de otro modo, se le pidió a ChatGPT la ambiciosa tarea de ser humano programador, analista de datos, científico y, además, encontrar algo nuevo.
El resultado fue algo trivial: la determinación de que comer más frutas y verduras y hacer ejercicio está relacionado con un menor riesgo de desarrollar diabetes.
ChatGPT, ¿un copiloto en apuros?
Nature describe el uso que los científicos le dieron a ChatGPT como el de quien apela a un “copiloto”, concepto también usual en este mundillo. Es, no obstante, un término discutible: un copiloto asiste, pero también debe estar en condiciones de tomar el mando. ¿Podría ChatGPT asumir ese rol más allá de lo formal?
Porque Nature apunta que “el artículo fue fluido, perspicaz y se presentó en la estructura esperada de un artículo científico”, pero admite, citando a los propios investigadores, que “hay muchos obstáculos que superar antes de que la herramienta pueda ser realmente útil”.
Para comprender la gran falla de este trabajo hay que explicar un concepto: la “alucinación”, un problema común de la IA llamada “generativa” (productiva por sí misma, como el cerebro humano).
ChatGPT alucinante
Juan Gustavo Corvalán es director y cofundador del Laboratorio de Innovación e Inteligencia Artificial de la UBA (IALAB). Según explicó, “se dice que ‘alucina’ cuando, ante cierta solicitud, orden o prompt (el nombre técnico que se usa), la IA genera contenido falso o sin sentido. Esto ocurre porque el sistema no razona en términos humanos; no puede contestar ‘no sé‘ porque fue creada para intentar analizar el contexto de la solicitud humana y, en base a su aprendizaje, construir una respuesta”.
“Antes, si un chatbot conversacional agotaba su fuente de conocimiento, liberaba una respuesta por defecto del estilo de ‘disculpa, no tengo información sobre lo que estás preguntando‘, lo que no significaba que contara con la inteligencia humana como para identificar aquello que no sabía. Era código de programación que determinaba una respuesta por defecto ante ciertos casos”, recordó, y agregó que “estos nuevos sistemas intentan, en todos los casos, brindar alguna respuesta”.
Se ve que, al costo que sea. Porque, volviendo al paper sobre diabetes, los investigadores intentaron evitar esos vacíos llenados psicodélicamente y le permitieron al chat acceder a los motores de búsqueda de la literatura sobre el tema. O sea, consultar otros papers.
Aun así, el resultado derivó en un gran error de ponderación.
Lugares comunes (aun para ChatGPT)
ChatGPT consideró que había arribado a un hallazgo cuando en realidad enunciaba un saber vox populi. Con grandilocuencia, el paper anuncia que “este estudio aborda un vacío en la literatura al proporcionar evidencia sobre los efectos protectores de consumo de frutas y verduras y actividad física en relación con el riesgo de diabetes”.
Lo más llamativo es que (cuenta el artículo de Nature), el software de los investigadores israelíes incluso había abierto dos conversaciones de ChatGPT para recrear un virtual sistema de revisión por pares (lo que se conoce como arbitraje, referato o “peer review”).
Así, se le indicó al chatbot actuar como científico y escribir el artículo, y en una segunda caja de diálogo, hacer las veces de “revisor” y compartirle al “científico” comentarios constructivos. Pero el trabajo en tándem no ayudó.
Lapidario, el científico informático de la Universidad Hebrea de Jerusalén Tom Hope (citado por Nature) resume que los resultados no podrían sorprender a nadie y que el paper “no está ni cerca de ser novedoso”.
Inteligencia artificial y desinformación
Nada de esto sería tan problemático sino fuera porque (por información falsa, errónea, mal calculada, copiada…) cada año, cientos de revistas científicas pasan por el papelón de retractar el aval que le habían dado a papers revisados y publicados en sus propias páginas. Cabe preguntarse si esta herramienta informática representa una amenaza de mayor proliferación de papers retractados.
El tema preocupa, ya que casi 4.000 trabajos son “echados para atrás” cada año, y la cifra crece porcentualmente sobre el total de publicaciones, informó a Clarín Ivan Oransky, uno de los creadores del famoso observatorio con sede en Estados Unidos llamado Retraction Watch, del que se destaca una jugosa base de datos histórica.
Consultado por este tema, Oransky se mostró indignado: “No es que ChatGPT sea una amenaza ahora. Hace años que muchos de los papers que luego son retractados fueron creados por herramientas de inteligencia artificial”.
Sin embargo, para Oransky “el problema no es tanto éste sino la presión que tienen los científicos de muchos países por publicar, si quieren sostener sus sueldos y puestos de trabajo”.
Un poco de contexto en IA
La resonante carta firmada por celebrities de la informática (más de 1.000 expertos; entre ellos, Elon Musk y el cofundador de Apple, Steve Wozniak) que en marzo planteó un escenario apocalíptico si se seguían lanzando nuevas versiones del programa, contrasta con las noticias sobre los errores del chat.
Ahora bien, cualquier relativización tranquiliza frente a las amenazas de que la IA generativa nos llevará a prescindir de nosotros mismos, al punto de sufrir un recorte mundial de 300 millones de empleos full time, si ChatGPT avanza sin freno.
¿Es posible que ese recorte incluya a los propios científicos? O, por lo pronto, ¿les vendría bien relegar la escritura de papers a la IA?
La IA, según dos científicos argentinos
Clarín habló con dos virólogos investigadores del Conicet: Andrea Gamarnik, de la Fundación Instituto-Leloir, y Jorge Quarleri, del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y Sida (INBIRS). Coincidieron en que la instancia de redacción de un paper es una parte irrenunciable en el proceso de investigación.
“Una vez que tenés los resultados científicos, la escritura de un trabajo demora meses. Depende del tipo de trabajo, pero es un proceso de mucho aprendizaje y de elaboración de los resultados científicos. Comunicar el hallazgo al sistema científico es parte clave de la investigación”, resumió Gamarnik.
Quarleri desconfía de la idea de que un algoritmo reemplace la escritura de un paper, que “es mucho más que metodología y experimentos”.
“La generación de conocimientos plasmada en una publicación para que luego pueda ser tomada por la comunidad incluye muchos factores, más allá de lo estrictamente científico”, apuntó.
En concreto, “se arranca con una pregunta y se termina con alguna o varias respuestas, pero en el medio hay muchas instancias: idas y vueltas que son registradas en documentos del equipo de trabajo. Todo eso se saca a la luz, pero no de cualquier modo: debe ser de una manera seductora, apetecible, que invite a la lectura”.
Ciencia y corazón: el punto ciego de ChatGPT
Para Quarleri, la IA difícilmente pueda dar cuenta del “componente emocional que incluye la redacción de un trabajo científico”.
“ChatGPT puede ser muy útil para responder algunas preguntas, pero no parece ser la solución frente al desconocimiento”.
Corvalán es de la idea de que hay un futuro concreto en ChatGPT como herramienta de redacción de papers. Sin embargo, en línea con Quarleri, remarca que la clave es “tomar conciencia de las limitaciones de la IA”.
En este sentido, se da una paradoja: “Hoy, ChatGPT es más útil para quienes cuentan con un conocimiento técnico en cierta temática y lo emplean como asistente que para quienes no cuentan con conocimiento y desean explorar un área”.
La creatividad y la calidad, reconoció, son dos cuentas, en muchos casos, pendientes. El entorno de trabajo debe ser, sin dudas, en tándem (IA-humanos), enfatizó.
Pero cómo quitarle la pasión a científicos como Quarleri: “La escritura de un trabajo es como ser examinado por alguien. Ese alguien es uno mismo”.
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Sociedad
Montaron una empresa en la que todos los empleados son IA y los resultados fueron desconcertantes
Publicado
3 semanas atráson
19 mayo, 2025Por
Admin
Una universidad estadounidense hizo el experimento para medir cuán eficiente es la inteligencia artificial sin supervisión humana. ¿Qué tareas lograron resolver y en cuáles fracasaron? En diálogo con Infobae, los investigadores analizaron los límites en la autonomía de las máquinas.
Durante algunas semanas, nadie tomó un café en la oficina, no hubo almuerzos compartidos, no hubo charlas cara a cara, mucho menos festejos de cumpleaños ni momentos recreativos. Sin embargo, la empresa funcionó. O al menos lo intentó.
La escena pareciera salida de una novela de ciencia ficción: una compañía de software donde todos los empleados, desde los programadores hasta los responsables de recursos humanos, son agentes de inteligencia artificial. Una empresa sin personas. La idea no surgió en Silicon Valley, sino que nació como un experimento académico en la Carnegie Mellon University (CMU), una de las universidades más prestigiosas del mundo en ciencia y tecnología.
El equipo de investigadores creó The Agent Company, una empresa simulada con tareas inspiradas en el trabajo del mundo real: desarrollo de software, análisis de datos, gestión de proyectos, administración y finanzas. Cada rol fue ocupado por un agente de IA distinto. El objetivo era claro: evaluar si la IA, operando en conjunto, puede realizar el trabajo de una empresa real. Más bien, si los humanos ya somos reemplazables en su totalidad. Un informe de Goldman Sachs de 2023 ya había indicado que la IA podría sustituir el equivalente a 300 millones de empleos a tiempo completo. Quedaba demostrarlo.
“Mucho se habla sobre si los agentes de IA reemplazarán tareas humanas, pero no existía un entorno que simulara realmente el día a día de una oficina”, explicó el investigador Yufan Song, uno de los autores del estudio, en diálogo con Infobae. Por eso, decidieron crear una empresa ficticia desde cero. Armaron equipos, asignaron proyectos, integraron herramientas reales —como navegadores web y software de documentación— y hasta simularon conversaciones entre compañeros.
Las tareas fueron diversas. Algunas, simples para un humano como completar un documento, buscar información en un sitio web, escribir un archivo en formato Word. Otras, más complejas: resolver bugs en Python, gestionar bases de datos, mantener coherencia en una cadena de decisiones. Para ejecutarlas, usaron un sistema llamado OpenHands, respaldado por modelos avanzados como Claude Sonnet 3.5, Gemini 2.0 y GPT-4o.
Los resultados fueron una mezcla de asombro y frustración. El mejor agente, impulsado por Claude 3.5 Sonnet, logró completar apenas el 24% de las tareas. Y no porque fuera perezoso o poco sofisticado. Simplemente, hay instrucciones que aún no entiende.
Por ejemplo, una de las tareas requería guardar un archivo como answer.docx. Cualquier persona sabe que eso implica abrir Word o usar una herramienta compatible. Pero la IA lo interpretó como texto plano. Pequeños detalles que revelan que la IA todavía no tiene sentido común, falla en cuestiones muy simples.
“Los modelos de lenguaje fallan en cosas que para nosotros son naturales, como interpretar instrucciones implícitas o detectar convenciones culturales”, apuntó el investigador Boxuan Li, otro de los encargados del experimento. “Y a veces directamente hacen trampa”, remarcó. En una tarea, un agente debía contactar a un empleado. Como no lo encontraba en el sitio interno, optó por cambiar el nombre de un compañero cualquiera por el del objetivo para que el sistema le permitiera avanzar.
También hubo fallas más técnicas. Los agentes tuvieron problemas para leer correctamente páginas web, una tarea que requiere interpretar estructuras visuales o acceder al contenido a través del “árbol de accesibilidad” que usan los navegadores. OpenHands solo admite este método, más económico pero limitado. El reconocimiento de imágenes —más parecido a cómo lo haría un humano— aún está fuera de su alcance.
Y, sin embargo, hubo momentos brillantes. El mismo sistema, con respaldo de Gemini 2.5 Pro, completó uno de los proyectos más complejos del curso de base de datos de la universidad: navegar por un sitio privado, configurar un entorno local, modificar múltiples archivos fuente, compilar y testear. Lo hizo en 8 minutos y por apenas 2,41 dólares.
“Como era de esperar, los agentes de vanguardia actuales no resuelven la mayoría de las tareas, lo que sugiere que hay una gran brecha para que realicen de forma autónoma lo que haría un trabajador humano en un día laboral, incluso en un entorno de evaluación comparativa relativamente simplificado como el que aplicamos”, explicó Li.
La paradoja es evidente. Los agentes de IA pueden resolver tareas difíciles, pero fracasan en otras que un pasante resolvería en dos clics. Y aunque el 25% de efectividad pueda sonar bajo, marca un hito: nunca antes se había probado la IA en condiciones tan cercanas al trabajo real.
¿En qué tareas fallan?
El mayor valor del experimento, según los investigadores, no está en los éxitos, sino en los fracasos. “Queríamos entender por qué no pueden completar ciertas tareas. Eso es más útil que celebrar lo que ya hacen bien”, explicó Song.
Una de las principales conclusiones fue que los agentes de IA aún tienen serias limitaciones en tareas con alta carga social, como colaborar, escalar problemas o simplemente esperar una respuesta. En una tarea específica, se indicaba que si un compañero no respondía en 10 minutos, había que escalar al director de tecnología (CTO). Ningún agente lo hizo bien. Uno de ellos “supuso” que habían pasado los 10 minutos y actuó en consecuencia sin motivo aparente.
Según Li, este tipo de errores revela una fragilidad de fondo: “Los agentes todavía no son buenos en tareas a largo plazo, ni en seguir instrucciones condicionales con contexto temporal. Eso los hace poco confiables para delegar procesos completos sin supervisión humana”, expresó.
Otra gran debilidad es la interacción con interfaces diseñadas para personas. Muchos programas empresariales, sitios de gestión interna o formularios tienen reglas no escritas, flujos lógicos implícitos y estructuras visuales complejas. Todo eso sigue siendo un obstáculo para los modelos actuales. Sin acceso a imágenes o simulaciones realistas, su desempeño se frena.

También fallan en razonamiento matemático y cálculo avanzado, algo que limita su uso en áreas como finanzas, ingeniería o logística. Incluso cuando parecen entender, muchas veces improvisan respuestas para “salir del paso”, lo cual puede resultar peligrosamente persuasivo. “Los humanos, al enfrentarnos a problemas que no podemos resolver, podemos admitir honestamente nuestro fracaso. Sin embargo, los agentes pueden usar métodos torpes para fingir que lo resolvieron y luego dar el resultado con confianza”, remarcó Song.
Y esto no es solo un problema técnico. En un mundo donde la IA toma decisiones con impacto real —recomendaciones financieras, diagnósticos médicos, estrategias empresariales—, una respuesta errónea dicha con confianza puede ser mucho peor que un simple “no lo sé”.
“No creo que reemplacen puestos de trabajo en su totalidad, pero sin duda transformarán nuestra forma de trabajar. Son potentes y los seres humanos podemos aprovecharlos para aumentar la productividad, pero, al menos por ahora, no pueden reemplazar ningún puesto de trabajo por completo”, aseguró Li.
A la luz de los resultados, los investigadores insisten en que no estamos ni cerca de reemplazar trabajos completos. Lo que sí vislumbran es un futuro cercano de colaboración forzada, donde los humanos actúan como jefes, auditores o socios estratégicos de los agentes.
El futuro del trabajo (y los nuevos jefes de la IA)

La pregunta inevitable es: ¿y ahora qué? ¿Qué rol tendrán estos agentes en el trabajo del futuro?
Según Song, la clave estará en quién sepa usarlos mejor. “El poder de la IA está directamente relacionado con el nivel del usuario. Alguien que entienda bien la herramienta, que sepa cómo descomponer una tarea en partes, podrá aprovecharla al máximo”, sostuvo. En ese escenario, los trabajadores se convierten en diseñadores de procesos, y los agentes en ejecutores rápidos, precisos y escalables.
El nuevo panorama puede caer bien entre quienes ya están formados, pero implica un dilema para los que recién empiezan a interactuar con la inteligencia artificial. Un agente hoy es más barato que un junior, y comete errores diferentes, pero no necesariamente peores. Eso puede acelerar la automatización de tareas simples y empujar a los trabajadores humanos hacia funciones más abstractas o creativas.
Según Song, los trabajos que implican interactuar con el mundo físico son los más “resistentes” hoy. “Por muy potentes que sean los modelos a gran escala, al menos ahora no pueden interactuar adecuadamente con el mundo real”, explicó.
Para roles como programadores, redactores, asistentes, diseñadores y atención al cliente, existen muchas startups centradas en mejorar su productividad. Sin embargo, cree, no significa que sean vulnerables. “En estas profesiones la IA puede acelerar significativamente la producción, pero de la mano con ese aumento, pueden surgir nuevas demandas ocultas”.
La colaboración humano-IA no será simétrica. Las personas marcarán el rumbo, pero dependerán de su capacidad para coordinar inteligencias artificiales de forma efectiva. La habilidad ya no será solo saber hacer algo, sino saber cómo enseñárselo y cómo indicárselo 一el nuevo arte de promptear一 a la máquina.
A mediano plazo, el equipo de Carnegie Mellon University no espera una revolución, sino una transición gradual. Los agentes, poco a poco, ocuparán nichos específicos: análisis de datos, redacción de reportes, documentación técnica. Tareas monótonas, repetitivas, estructuradas, pero no tomarán decisiones ni liderarán equipos.
Los agentes de IA avanzan a toda velocidad, pero aún enfrentan límites cuando se trata de adaptarse al mundo real. No pueden improvisar, colaborar ni tomar decisiones con verdadero criterio humano. En los próximos meses, The Agent Company 一y otros experimentos que puedan surgir一 harán más pruebas. Es que ahora al futuro, antes de alcanzarlo, se lo simula.
Tecnología
El secreto inquietante de la IA revelado por un líder tecnológico
Publicado
1 mes atráson
8 mayo, 2025Por
Admin
Dario Amodei destaca la falta de transparencia en la IA, un desafío crucial para desarrolladores. Resalta que entender la inteligencia artificial es esencial antes de que transforme radicalmente nuestro futuro
El CEO de Anthropic, Dario Amodei, acaba de confirmar lo que muchos sospechan, pero pocos se atreven a admitir sobre la inteligencia artificial (IA): nadie comprende realmente cómo funciona.
“Cuando un sistema de IA generativa realiza una tarea, como resumir un documento financiero, no tenemos idea, a un nivel específico o preciso, por qué toma las decisiones que toma: por qué elige ciertas palabras sobre otras, o por qué ocasionalmente comete un error a pesar de ser generalmente preciso”, admite sin rodeos el director ejecutivo en su publicación.

Una tecnología opaca en su naturaleza
Amodei explica esta paradoja comparando los sistemas de IA generativa con organismos vivos. “Es un poco como cultivar una planta o una colonia bacteriana: establecemos las condiciones de alto nivel que dirigen y dan forma al crecimiento, pero la estructura exacta que emerge es impredecible y difícil de entender o explicar”, señala en su análisis.
El problema fundamental, según el ejecutivo, es que al examinar estos sistemas, “lo que vemos son vastas matrices de miles de millones de números que de alguna manera realizan importantes tareas cognitivas, pero exactamente cómo lo hacen no es obvio”.

Los riesgos de no comprender lo que creamos
El CEO de Anthropic identifica varios riesgos derivados de esta opacidad. Entre ellos destaca la posibilidad de “sistemas desalineados que podrían tomar acciones dañinas no previstas por sus creadores”. La incapacidad para entender los mecanismos internos hace imposible predecir ciertos comportamientos problemáticos o descartarlos de manera confiable.
Otros problemas incluyen la vulnerabilidad ante “jailbreaks” (técnicas para eludir las restricciones impuestas), la resistencia a adoptar sistemas de IA en entornos críticos o financieros por falta de explicabilidad, y las barreras legales que surgen cuando las decisiones deben ser justificables, como en evaluaciones hipotecarias.
La carrera por la interpretabilidad
Frente a estos desafíos, Amodei anuncia un ambicioso plan para desarrollar lo que denomina una “resonancia magnética para IA” en la próxima década. Este proyecto busca crear herramientas que permitan examinar el funcionamiento interno de los modelos y diagnosticar problemas potenciales antes de su implementación.
“Nuestra aspiración a largo plazo es poder examinar un modelo de vanguardia y esencialmente hacer un ’escaneo cerebral‘: un chequeo que tenga una alta probabilidad de identificar una amplia gama de problemas, incluyendo tendencias a mentir o engañar, búsqueda de poder, fallas en jailbreaks, fortalezas y debilidades cognitivas”, detalla el CEO.
Este enfoque funcionaría de manera similar a cómo un médico utiliza diagnósticos para identificar enfermedades y monitorear tratamientos, permitiendo evaluar y corregir el comportamiento de los sistemas de IA de forma sistemática.
Una carrera contra el tiempo
El CEO reconoce que existe una competencia entre el avance de la interpretabilidad y el desarrollo de modelos cada vez más potentes. “Me preocupa que la IA misma esté avanzando tan rápido que podríamos no tener siquiera este tiempo. Como he escrito en otros lugares, podríamos tener sistemas de IA equivalentes a un ’país de genios en un centro de datos‘ tan pronto como 2026 o 2027″, advierte con preocupación.
En esta carrera contra el tiempo, el líder de Anthropic ha establecido 2027 como fecha límite para que Anthropic desarrolle métodos de interpretabilidad que puedan “detectar de manera confiable la mayoría de los problemas del modelo”.

El experto concluye su reflexión con un llamado a investigadores, empresas, gobiernos y la sociedad para acelerar el desarrollo de técnicas de interpretabilidad. Entre sus recomendaciones destaca la necesidad de:
- Aumentar los recursos dedicados a la investigación en interpretabilidad, tanto en empresas como en entornos académicos.
- Implementar regulaciones gubernamentales “de toque ligero” que fomenten la transparencia en las prácticas de seguridad.
- Utilizar controles de exportación para crear un “amortiguador de seguridad” que otorgue más tiempo al avance de la interpretabilidad.
El mensaje final es contundente: “La IA poderosa dará forma al destino de la humanidad, y merecemos entender nuestras propias creaciones antes de que transformen radicalmente nuestra economía, nuestras vidas y nuestro futuro“.
Tecnología
Grabó todo lo que dijo durante tres meses y ahora la IA “reemplazó” su memoria
Publicado
1 mes atráson
6 mayo, 2025Por
Admin
El resultado fue una experiencia tan útil como inquietante, entre la eficiencia extrema y la pérdida total de privacidad
Durante varios meses, la periodista del The Wall Street Journal Joanna Stern se sumergió en una experiencia singular y desconcertante: llevar en su muñeca un dispositivo de apenas 50 dólares que registraba, sin interrupciones, cada palabra que pronunciaba.
Desde febrero, esta cronista utilizó el Bee Pioneer, una pulsera dotada de inteligencia artificial, que transforma conversaciones cotidianas en un archivo digital permanente.
A lo largo de ese tiempo, acumuló transcripciones de reuniones laborales, discusiones familiares, diálogos con colegas insatisfechos y hasta reflexiones solitarias durante las noches en el baño.
También puso a prueba otros dispositivos similares: el Limitless Pendant, de 199 dólares, y el Plaud NotePin, de 159 dólares.
El Bee Pioneer, en particular, se convirtió en un confidente digital que, apenas unas horas después de haber sido activado, ya era capaz de generar información útil a partir de murmullos y frases sueltas.
“Este brazalete es realmente espeluznante”, dijo la autora. A pesar de su precio modesto y su apariencia discreta, el Bee demostró tener un alcance profundo y una capacidad técnica sorprendente.
A lo largo del experimento, el Bee y el Limitless funcionaron de manera constante gracias a micrófonos incorporados que reconocen la voz de quien los lleva puestos.
Cuando detectan un diálogo, estos dispositivos envían el audio primero al celular, y luego a servidores remotos donde se lleva a cabo la transcripción automática. En pocos minutos, las aplicaciones asociadas presentan un resumen generado por inteligencia artificial.
La pulsera Bee no conserva los archivos de audio originales después de la transcripción. En cambio, Limitless sí los guarda y permite reproducirlos posteriormente.

De esta manera, el usuario recibe notificaciones que, en muchos casos, reflejan sus intenciones genuinas, como llamar a un profesional o hacer un seguimiento de un asunto laboral, pero también generan alertas improbables, como “agendar una nueva cita con el estilista para hablar sobre tu corte de pelo”.
A través de sus chatbots integrados, Bee y Limitless permiten también consultas específicas. La periodista, por ejemplo, pidió un análisis detallado de su vocabulario ofensivo, y obtuvo una estadística: 2,4 insultos diarios.
También preguntó qué modelos de inteligencia artificial utiliza Bee, y la respuesta del sistema fue precisa: una combinación de herramientas desarrolladas por Anthropic, Google y Meta.
Pero junto con la funcionalidad, emergieron dilemas legales y morales. Al informar sobre la experiencia, la autora señaló que la mayor parte de sus grabaciones fueron realizadas en Nueva Jersey y Nueva York, dos estados donde se permite que una sola persona consienta la grabación de una conversación.
En aproximadamente doce estados norteamericanos, en cambio, la ley exige que todos los involucrados aprueben ser grabados.

Si bien las personas ya confían datos sensibles como fotografías y registros médicos a servicios en la nube, la posibilidad de que un registro completo de sus conversaciones también termine almacenado fuera de su control resulta difícil de aceptar.
Las empresas fabricantes de Bee y Limitless aseguraron que los datos se almacenan encriptados, que pueden eliminarse al borrar la cuenta y que no se utilizan para entrenar modelos de inteligencia artificial.
La pregunta final que se impone es si resulta justificable llevar un dispositivo que graba todo lo que uno dice a cambio de listas de tareas pendientes y resúmenes de la jornada.
Pero a medida que los asistentes virtuales se vuelvan más sofisticados, comprensivos y “humanos”, los límites actuales podrían desdibujarse y tener consecuencias negativas para la sociedad.


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