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Murió al saltar en paracaídas: la familia apunta a la escuela, las dudas sobre el rol del instructor y por qué no abrió el paracaídas de seguridad
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Héctor Vaccaro murió a los 62 años tras un salto fallido el domingo del Día del Padre: no se le abrió ninguno de los dos dispositivos.
Domingo 18 de junio, Día del Padre. Héctor Vaccaro, 62 años, director de Mantenimiento y Talleres de Aysa, se sube a una avioneta de la escuela de paracaidismo del Aero Club Fortín, en Lobos, a 110 kilómetros de la Capital. Amable, saluda al piloto y a su instructor. Son las dos de la tarde. El cielo está despejado y la temperatura es de unos 15 grados. Se escucha el ruido del motor, la nave acelera y despega. Desde arriba, las casas se ven como pequeños bloques distribuidos sobre el verde del campo. A 3.800 metros de altura (un avión comercial vuela entre los 10.000 mil y los 12.000), Vaccaro toma impulso y se arroja al vacío acompañado de su instructor. Con casco y gafas, cae a unos 250 kilómetros por hora. A los 1.500 metros de altura intenta abrir el paracaídas principal. No lo consigue. Sin tiempo, el paracaídas de seguridad tampoco logra desplegarse. A Vaccaro y a su instructor, que debe acompañarlo, les quedan segundos para realizar algún gesto salvador. Pero no hay milagro para él. En un terreno vecino al Aero Club, golpea su cabeza contra el pasto y muere.
¿Qué pasó con los paracaídas que no abrieron? ¿Por qué el instructor no logró evitar el accidente cuando están entrenados y existe un protocolo para eso?
Según la escuela, Vaccaro no pudo abrir el paracaídas principal porque se “desestabilizó” al saltar de la avioneta y, cuando quiso recurrir al paracaídas complementario, se enredó en el pilotín que debía accionarlo y eso impidió que se desplegara.
Su cuerpo fue enviado a la morgue de La Plata, donde le realizaron la autopsia en el marco de la investigación judicial por averiguación de “causales de muerte”. Allí, los especialistas comprobaron que Vaccaro había fallecido por “traumatismo encéfalocraneano grave, politraumatismos y shock hipovolémico (por la pérdida de sangre, el corazón es incapaz de bombear lo suficiente)”. Un golpe sin margen de sobrevida.
Radicado en el juzgado de garantías de Saladillo a cargo de la jueza Patricia Altamiranda, en el caso intervienen Gisela Dupraz, ayudante fiscal de Lobos, y Nicolás Cepeda, auxiliar letrado. “Estamos esperando que Gendarmería haga el peritaje de los paracaídas para tener mayores certezas de lo que ocurrió en el aeródromo de Lobos”, responde Cepeda.

Bianca Vaccaro, 19 años, estudiante de Sonido y Producción Musical en la ORT de Almagro, es la hija de Héctor y tiene muchas dudas sobre el accidente. Aún de duelo, le apunta a la escuela de paracaidismo. “El sábado 17, un día antes de su muerte, mi papá había ido a Lobos para hacer el cuarto salto del curso que había contratado, que en total era de siete clases. Saltó acompañado de dos instructores, cada uno con su paracaídas. Despegados, pero cerca. Los instructores le dijeron después que tenía que repetir el salto al día siguiente, porque había abierto el paracaídas antes de lo conveniente. Entonces, me pregunto: ¿por qué el domingo mi papá no saltó bajo las mismas condiciones que el sábado? ¿Por qué si el sábado saltó con dos instructores el domingo lo hizo con uno solo? Y hay más cuestiones que no quedan claras…”.
-¿Cuáles?
-En la escuela dicen que a mi papá se le enredó el pilotín y por eso no pudo abrir el segundo paracaídas. Pero según el testimonio de un policía, que fue el primero en llegar al lugar del accidente, mi papá no tenía nada enredado en el cuerpo… Yo vi el acta en la que figura la declaración de ese policía.
-También deber haber fotos del cuerpo de tu papá.
-Suponemos que sí. Por eso con mi familia estamos peleando para que nos entreguen las imágenes. Además, si a mi papá se le enredó algo en el cuerpo, le debería haber dejado alguna marca por la fuerza del viento. Pero en la autopsia no se encontró nada de eso.
En teoría, durante la especialidad de caída libre, los paracaidistas profesionales descienden a una velocidad variable de entre unos 180 km/h y 300 km/h, lo que les permite, al regular la velocidad y desplazarse, reproducir de un modo relativo la sensación de “volar”. Según la página web SkyDive Danielson, perteneciente a una escuela ubicada en el estado de Connecticut, Estados Unidos, el salto en paracaídas no se siente como una caída ni con el vértigo de una Montaña Rusa. “La razón por la cual el paracaidismo no produce esa sensación es porque no hay pausa o desaceleración en velocidad”, se lee en la página. Y en la descripción agrega: “Mientra caes en caída libre a 190 km/h (120 mph) tu mente trata de comprender las sensaciones y las vistas a su alrededor. El cerebro trata de mantenerse al día con lo que está sucediendo. Llamamos a este sentimiento ‘sobrecarga sensorial’. Es como si su cerebro estuviera unos minutos tarde, mirando al suelo después de que su cuerpo haya salido y esté en caída libre. El paracaidismo es ventoso, con adrenalina e intenso. Para cuando se abre el paracaídas, su cerebro aún está intentando acostumbrarse a la sensación de caída libre. Todo termina antes de que esté listo para terminar y es difícil recordar exactamente lo que acaba de pasar”.
La descripción ayuda a entender por qué un instructor salta junto a quien realiza sus primeros intentos. Si la “sobrecarga sensorial” o algún desequilibrio impidiera que el alumno acciones su paracaídas, quien lo acompaña debe corregirlo. Pero el relato profundizará el tema más adelante.
-El paracaídas de seguridad también debió accionarse automáticamente -sigue explicando Bianca Vaccaro-. Porque si saltás y te desmayás, por ejemplo, debe haber algún dispositivo que te proteja. Si no, nadie se arriesgaría a tirarse. Por eso pensamos que en el caso de mi papá pudo pasar que no hayan programado la computadora que debe activar ese paracaídas a una altura y velocidad determinadas. Hay muchas cosas que no cierran… Además, sólo se secuestró el paracaídas y no se allanó el aeródromo ni la avioneta. Y encima nos dijeron que el salto de mi papá no se había filmado, cuando se hace siempre para detectar errores de los alumnos y poder corregirlos.
Bianca Vaccaro habla sin dramatizar. Su foco está puesto en tratar de entender qué pasó y por qué. Y en las respuestas de la escuela del Aero Club de Lobos. “Lo que también me dolió fue que el lunes 19, después de lo que había pasado el día anterior, el aeródromo siguió funcionando con normalidad. No lo clausuraron para proteger las pruebas. Ni siquiera lo mantuvieron cerrado por respeto a mi papá. Y estamos hablando de una muerte, no de una fractura de tobillo”. Baja la voz y termina: “Como era el día del padre teníamos previstos juntarnos a cenar. Pero no pudo ser”.
Una vida en Aysa
Héctor Vaccaro vivía solo en su casa de Villa Devoto. Se había divorciado de Roxana Spieler a fines de 2020. Además de Bianca, tienen otro hijo, Juan Ignacio, de 25 años, gamer, jugador profesional de League of Legends (LOL). “Mi hermano y yo nos quedamos con mamá en Agronomía. Pero aunque no vivíamos juntos el contacto con papá seguía siendo muy fluido”, cuenta Bianca, que acaba de rendir un final de su carrera pero no pierde la energía.
Criado en Mataderos, Vaccaro se había recibido de técnico electrónico en la ENET Número 17, Cornelio Saavedra, de Parque Avellaneda. Su primer trabajo lo consiguió en 1982 en Sade Techint. Un año después, cuando todavía se llamaba Obras Sanitarias de la Nación, se sumó a la que sería Aysa y lo destinaron a la planta depuradora sudoeste, en Aldo Bonzi. A mediados de los ’90 se incorporó a los talleres del Establecimiento Varela, en el Bajo Flores, donde se acondicionan las bombas y maquinarias de la empresa. Su idea era seguir los pasos de su padre Ignacio, italiano, que le dedicó toda su vida a esta compañía.
Perfeccionista, le apasionaba la robótica y era capaz de ponerle levantavidrios eléctrico o alarma con audio a su auto Fiat 147, cuando esas prestaciones no venían de fábrica. Sus amigos y parientes recurrían a él cada vez que necesitaban arreglar algún electrodoméstico. “Le encantaba resolver problemas. Decía que eso le mantenía la mente ágil”, recuerda Bianca.

A los 50 años, Vaccaro decidió estudiar una carrera universitaria y se recibió, con mejor promedio, de licenciado en Higiene y Seguridad del Trabajo en la Universidad FASTA (Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino). Después le agregó a su currículum el diploma de Gestión de activos y mantenimiento de la UTN. “Mi papá era un libro abierto”, sigue Bianca. “Siempre estaba estudiando, en alguna institución o por su cuenta. Le preguntabas cualquier cosa y lo sabía… Y si no, te pedía un tiempo, lo averiguaba y te respondía. En uno de los últimos mensajes que intercambiamos, mientras yo estudiaba para rendir otro final, me dijo: ‘no te olvides que la velocidad del sonido es directamente proporcional a la temperatura del ambiente'”.
En 2017 fue nombrado director de Aysa. Pero actuaba como si fuera uno más de los trabajadores. Aunque tenía la posibilidad de hacer home office, en pandemia decidió seguir yendo a la oficina. Además de su tarea habitual, participaba en las Olimpiadas Sanitarias, competencias que se organizan en Colombia y los Estados Unidos, y gana, por ejemplo, quien arregla más rápido una tubería. Su oficina lucía los trofeos. “Algunos de sus compañeros me dijeron que existe la posibilidad de ponerle el nombre de mi papá a una nave de la compañía, un gran tinglado donde hay máquinas y oficinas”, dice Bianca.
Al enterarse de su muerte, el sindicato de empleados de Aysa lo despidió con un mensaje afectuoso: “Héctor era una persona destacada en su profesionalismo y calidad humana. Queremos expresar nuestro más sincero pésame a su esposa e hijos en este momento tan difícil. También deseamos extender nuestras condolencias a todos los compañeros del Establecimiento Varela, donde Héctor prestaba sus servicios”.
Gusto por el riesgo
En los ratos libres, Vaccaro escuchaba música clásica. Y jugaba al ajedrez. Si bien era simple con las comidas, como buen descendiente de italianos se perdía con el tiramisú. Lo que más lo movilizaba, de todas maneras, era su pasión por lo que le generara adrenalina. Como buzo profesional había estado en diferentes aguas, como el Mar Rojo. También manejaba motos de alta cilindrada y, por si fuera poco, había conseguido un certificado de timonel para navegar con su lancha. “Disfrutaba pasar el día en el Delta del Tigre”, describe Bianca, que enseguida recuerda las vacaciones familiares en Cipoletti, Río Negro, y Villa Pehuenia, Neuquén.
-¿De dónde venía la pasión de tu papá por el riesgo?
-Para él, estas actividades eran un desafío, las hacía como una búsqueda de superación personal. En 2010 había sufrido un ACV, pero no perdió el habla ni nada por el estilo. Quedó muy bien. De todos modos, hubo quienes le recomendaron que dejara de bucear. Pero él siguió consultando a especialistas y lo volvió a hacer. Y nunca tuvo ningún problema.

También en Lobos, la primera vez que Vaccaro saltó en paracaídas fue en febrero de 2022. Lo hizo con su hija Bianca y su sobrino Agustín, de 22 años. Quedaron fascinados con la experiencia de volar como pájaros. Justo un año después, en febrero de 2023, padre e hija saltaron por segunda vez. Y desde principios de mayo Héctor pretendía completar el curso de siete clases. “Los primeros saltos los hicimos, como se dice, en tándem: papá enganchado con un arnés a su instructor, y yo enganchada al mío. Son los que se conocen como saltos de bautismo”, detalla Bianca.
-¿Tu hermano Juan Ignacio no tuvo ganas de saltar con ustedes?
-No. Era algo que compartíamos mi papá y yo.
Según especifica la escuela de paracaidismo, no cualquiera puede saltar. Hay que ser mayor de edad (a los 17 años es posible con un permiso de los padres). Además, recomienda no pesar más de 90 kilos, no sufrir problemas de corazón y, para evitar dolor de oídos, no estar congestionado. También, para evitar complicaciones en el descenso, es importante no usar ropa holgada ni llevar cadenitas, aros ni anillos que puedan engancharse en el paracaídas.
En plena ruta aérea, Alejandro Montagna, habitual saltador en el municipio de Lobos, abrió el paracaídas y se enredó todo. El deportista quedó colgado a 3.300 metros de altura, y según reveló tenía “1.300 metros o unos 60 segundos para resolver“. pic.twitter.com/n0c67DVbJr
— El Ciudadano de Cañuelas (@ElCanuelense) April 4, 2021
Otros casos
En abril de 2021, Alejandro Montagna, porteño de 51 años, sobrevivió a una falla en el momento de abrir su paracaídas principal. También en Lobos, y después de haber hecho más de 3.700 saltos, a Montagna se le enredó el paracaídas pero pudo desplegarlo a tiempo. “Me quedaban 1.300 metros ó 60 segundos para resolver. Con mucho esfuerzo logré sacar el nudo. Pero salí agotado…”.
Un estudio publicado por el sitio español Xatka Ciencia profundizó sobre las causas de muertes en paracaídas: “James Griffith, experto en accidentes de paracaidismo y profesor de psicología en la Universidad de Shippensburg, Estados Unidos, ha estudiado todos los informes sobre accidentes de paracaidismo producidos desde el año 1993”.
Y continua: “Según Griffith, cada año, alrededor de 35 personas mueren en accidentes de paracaidismo de los aproximadamente 2,5 millones de saltos que se llevan a cabo. Eso supone una muerte por cada 75.000 saltos. Lo fascinante del 10 % de las muertes que se producen en paracaidismo es que el motivo parece ser el llamado problema del “no tirar” o de tirar a baja altitud o tirar con poca determinación (en referencia a la manija que activa el paracaídas)”.
Otra razón más inquietante de estos accidentes “es el bloqueo cerebral, tal y como expone Ben Sherwood en su libro El club de los supervivientes: tras saltar de un avión con el corazón latiendo fuertemente y las hormonas del estrés a toda máquina, no resulta sorprendente que nuestra mente se congele durante unos segundos (la sobrecarga sensorial del comienzo). Podemos llegar a olvidar, literalmente, dónde nos encontramos y qué estamos haciendo. Eso nos sucede a todos cada día (nuestro cerebro se paraliza), pero normalmente estamos sentados en nuestra mesa de trabajo o empujando un carrito en el supermercado. Cuando caemos a 190 kilómetros por hora en dirección a la tierra, puede ser fatal si no nos recuperamos a tiempo”.
El texto concluye: “El psicólogo Christian Hart entrevistó a paracaidistas que no tiraron de las manijas de sus paracaídas y se salvaron justo unos segundos antes de impactar contra el suelo gracias a sus dispositivos de activación automática: está convencido de que, cuando nos encontramos bajo una terrible presión, aparecen dos tipos de personalidades. El primer tipo sigue tratando de solucionar los problemas, independientemente de lo que suceda. Estas personas se niegan a rendirse y algunas veces mueren tratando de salvarse. El segundo tipo se rinde enseguida. Son personas que se resignan a su suerte y arrojan la toalla”.
En la Argentina hubo varios casos de personas que murieron al saltar en paracaídas. En 2008, en Mar del Plata, el instructor Ignacio La Puente y su alumno Héctor Zubiyaga perdieron la vida mientras practicaban saltos en terrenos del Parque Industrial, sobre la ruta 88, cerca de Batán.

Otro accidente fatal fue el de Julio Acosta, buzo táctico de la Armada y cabo principal que murió durante un entrenamiento en Bahía Blanca, en 2017, en la Base Aeronaval Comandante Espora. Ese mismo año, en Rosario, el experimentado paracaidista Arturo Julio falleció en el Aeródromo de Alvear. Según trascendió, una falla habría disparado el sistema de emergencia en simultáneo con la apertura de la contención principal.
Francisco Vegetti, de 45 años, es dirigente e instructor del Club Escuela de Paracaidismo Santa Fe, que funciona en el Aeródromo de Esperanza. Empezó a practicar este deporte a los 17 y ya suma unos 3.000 saltos. “El paracaidismo se empieza a entender después de los 150 saltos. Y ya podemos estar en presencia de un paracaidista cabal después de los 350”, afirma, con autoridad.
“De modo estándar”, sigue Vegetti, “se puede saltar en paracaídas a 3.500/4.000 metros, y después de esa altura se necesita usar oxígeno en el avión”, avanza. El récord mundial lo tiene Félix Baumgartner, el austríaco que en 2012 saltó desde una cápsula, afuera de la estratósfera, a 38.900 metros. “A veces tenés que ir hasta lo más alto para entender qué tan pequeños sos. Ahora, regreso a mi hogar”, dijo Baumgartner para la televisión, antes de su caída libre. Su descenso duró cuatro minutos y 19 segundos.

El mejor lugar para practicar paracaidismo en la Argentina es, según el mismo Vegetti, la localidad de La Cumbre, en Córdoba. “También es muy interesante hacer paracaidismo sobre el mar. Y en Esperanza, por supuesto, donde se puede saltar todo el año: la región pampeana es muy previsible en cuanto a meteorología…”. En la escuela santafesina el salto de bautismo tiene un costo para el alumno de unos 60.000 pesos. Y en los distintos aeródromos de la Argentina se cobra más o menos lo mismo, alrededor de 100 dólares.
Vegetti aporta desde su experiencia: “A partir de los años ’80 hubo una gran revolución y los equipos que se utilizan son muy buenos, de gran tecnología, con alas completamente rígidas. Un paracaidista en su casco lleva un altímetro sonoro, y en su muñeca un altímetro visual, lo que hace que le suenen distintas alarmas que lo alertan del momento de abrir el paracaídas. Por eso, en el 99% de los casos, el paracaídas se va a abrir, aunque puede abrirse de una manera no deseada.
-¿Qué significa que un paracaidista se “desestabilice” al saltar del avión?
-El paracaidista puede sufrir un bloqueo mental, o que el cuerpo se le ponga rígido y quede boca arriba. O que gire varias veces… Todo eso se potencia en personas de mayor edad. Los instructores tienen que evitar esas situaciones.
El punto es clave para entender qué pudo ocurrir en el accidente mortal de Vaccaro. El protocolo utilizado en las escuelas indica que en el salto el instructor debe estar pegado a su alumno, como para poder agarrarlo con los brazos y darlo vuelta si quedara boca arriba o de costado. Si el alumno queda abajo después de saltar, el instructor tiene que lograr ubicarse a la par. Para eso hay técnicas, como cambiar la posición de su cuerpo para caer más rápido. A la altura desde la que se hacen los saltos, y en pleno descenso, la comunicación oral es nula. Entonces, con señas debe ayudar al alumno a recuperar la posición ideal para abrir el dispositivo. Y si hace falta, es el instructor quien tira del agarre del paracaídas. Tiene que sostener a su alumno hasta que abra su paracaídas, recién ahí lo suelta y luego acciona su propio dispositivo.
– ¿Y si eso no se lograra, el paracaídas de seguridad debe abrirse solo?
-Claro. Es automático. Si yo salto del avión y quedo nocaut porque choco mi cabeza con una rueda o con alguno de mis compañeros, a unos 400 metros de altura debe abrirse el paracaídas de reserva que lleva un dispositivo muy chiquito que funciona como una boya, que queda inflado y lo abre si es necesario.
Una última aclaración de Vegetti hace eco con las preguntas aún sin respuesta de Bianca Vaccaro: “Cuando los alumnos están más avanzados se pueden tirar con un instructor. Pero si no, para estar más controlados, tienen que hacerlo con dos”.
¿Estaba Vaccaro, en su cuarto salto, preparado para hacerlo con un solo instructor?
…………………………………………………….
“Con lo meticuloso que era, no podemos creer que a mi papá le haya pasado lo que le pasó”, retoma Bianca Vaccaro. “Es más, para practicar estos saltos, él había hecho el curso teórico. Y como le pareció pobre, se imprimió un manual de paracaidismo de unas 150 páginas y lo tenía arriba de la mesa todo subrayado: se lo estudió de punta a punta… Mi papá era un aventurero pero no un inconsciente”.
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Sociedad
Qué son los exosomas y por qué podrían ser claves en la lucha contra el Alzheimer
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15 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
Un reciente avance científico señala que la función de estas diminutas estructuras celulares resulta decisiva para el intercambio de señales entre neuronas y ofrece nuevas perspectivas para comprender y abordar enfermedades neurodegenerativas hereditarias
Un equipo de la Universidad de Aarhus realizó un hallazgo importante para entender el Alzheimer familiar, una forma hereditaria de esta enfermedad que afecta la memoria y capacidades cognitivas.
El papel de SORL1 y los mensajes celulares
El estudio, dirigido por Kristian Juul-Madsen y Thomas E. Willnow, en colaboración con el Max-Delbrueck-Center for Molecular Medicine de Alemania, se centró en la variante N1358S del gen SORL1. Esta mutación se encontró en casos de Alzheimer de inicio temprano.

El gen SORL1 es responsable de fabricar una proteína llamada SORLA, que tiene la tarea de organizar el transporte de sustancias dentro de las células cerebrales. Hasta ahora se sabía que SORLA ayudaba a evitar la formación de depósitos dañinos relacionados con el Alzheimer, pero los científicos quisieron saber si su función iba más allá de este proceso.
Uno de los grandes descubrimientos es que, aunque la mutación N1358S no cambia la interacción de SORLA con la sustancia relacionada con la formación de placas en el Alzheimer, sí altera el grupo de proteínas con las que suele trabajar.

El análisis detallado reveló que los cambios afectan principalmente a la producción y liberación de exosomas. Estas son pequeñas vesículas que las células utilizan para enviarse mensajes e instrucciones entre sí.
Cuando los científicos compararon células con y sin la mutación, vieron una clara disminución en la cantidad de exosomas liberados por células que tenían la variante N1358S o que carecían del gen SORLA.
Además, los exosomas de estas células eran algo más pequeños y presentaban una consecuencia aún más importante: perdían su capacidad para ayudar en el crecimiento y desarrollo de otras neuronas. En las pruebas, exosomas normales aplicados a neuronas jóvenes estimulaban su maduración, mientras que los provenientes de células con la mutación ya no ofrecían ese beneficio.

El contenido de los exosomas también se vio afectado. Los exosomas de las células modificadas llevaban menos microARNes que apoyan el desarrollo neuronal, y más microARNes con efectos opuestos. Este desequilibrio se asoció con la incapacidad de los exosomas alterados para apoyar la maduración de otras neuronas.
Nuevas pistas para el entendimiento y tratamiento
El descubrimiento llevó a los autores a concluir que SORLA regula la cantidad y la calidad de los exosomas que las células liberan, y que cuando esto falla, la comunicación entre las células se ve interrumpida. Este defecto en el envío de mensajes entre las células cerebrales, y no solo la acumulación de sustancias dañinas, podría estar en el origen del Alzheimer familiar.
La investigación también observó que el papel de SORLA en la fabricación de exosomas existe tanto en neuronas como en microglía, lo que sugiere que su función es amplia dentro del cerebro.
Los investigadores concluyen afirmando que este avance ofrece la posibilidad de desarrollar nuevas estrategias para diagnosticar y tratar la enfermedad, dirigidas a restaurar la comunicación entre las células cerebrales y mejorar la calidad de vida de los pacientes con Alzheimer familiar.
Sociedad
Así luce Britney Spears hoy, a los 44 años
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16 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
Admin
La artista transita una etapa de cambios profundos, con reconciliaciones familiares, vida más reservada en México y nuevos desafíos en torno a su bienestar y privacidad
El 2 de diciembre, Britney Spears celebra su cumpleaños número 44 en medio de una etapa marcada por la transformación y la búsqueda de equilibrio personal. La referente indiscutida del pop desde finales de los 90 festeja un nuevo año de vida tras superar retos personales y familiares, y al iniciar su residencia en México, donde procura mayor tranquilidad y privacidad.
Desde el final de su tutela en 2021, retomó el contacto con sus hijos, Sean Preston y Jayden James, intentando fortalecer los lazos con su familia. Su reciente aparición junto a Kim y Khloé Kardashian en Hidden Hills, California, evidenció su nuevo impulso social y su apertura a vínculos públicos.

En 2025, protagonizó un episodio mediático durante un vuelo privado al encender un cigarrillo y consumir alcohol, lo que provocó una amonestación de las autoridades a su llegada a Los Ángeles. A pesar de estos contratiempos, la cantante asegura estar enfocada en su recuperación y aprendizaje, priorizando su privacidad y salud mental. La búsqueda de autonomía y protección familiar es uno de los pilares en este nuevo capítulo.
Cómo fue la carrera de Britney Spears
Su imagen evolucionó paralelamente a los cambios en la industria y desafíos personales. Spears enfrentó la presión extrema de los medios, factores que propiciaron la tutela legal en 2008. Sin embargo, continuó lanzando música y colaborando con grandes figuras, manteniendo su popularidad y relevancia.

En Las Vegas marcó un precedente al inaugurar una residencia exitosa que inspiró a otros artistas. Talento escénico y espíritu de reinvención permitieron que su figura permaneciera activa durante más de dos décadas en el panorama musical internacional.
Qué le pasó a Britney Spears
En 2008, Britney Spears fue sometida a una tutela que la privó del control sobre sus finanzas y muchas decisiones personales, con el argumento de proteger su salud mental y seguridad. Jamie Spears, su padre, fue nombrado tutor principal, lo que deterioró el vínculo entre ambos.
El arduo proceso legal para terminar la tutela se extendió hasta 2021, convirtiéndose en un caso emblemático de debate público y de movimientos de apoyo. Una vez recuperada su libertad, Spears confesó haber sufrido “daño cerebral” por experiencias traumáticas del régimen legal y expresó sentirse afortunada de “estar viva” tras superar ese periodo adverso. El lanzamiento del libro de Kevin Federline, su exmarido, con nuevas acusaciones sobre la vida familiar, volvió a encender la discusión pública.

Pese a los desafíos prioriza recuperar los vínculos con sus hijos y hermanos, y busca el equilibrio en su salud mental. Después de publicar sus memorias y superar distintas controversias, la artista decidió enfocarse en proyectos personales y mantener distancia de los escenarios por el momento.
Qué se sabe de la vida amorosa de Britney Spears en la actualidad
Tras su separación de Sam Asghari en 2024, Britney Spears optó por la reserva en su vida sentimental. Las noticias actuales no la vinculan con una pareja estable y la cantante protege la intimidad sobre sus relaciones.
Spears privilegia su bienestar y la reconstrucción de su entorno familiar. Eventos sociales como su encuentro con las Kardashian generaron especulaciones en redes, pero la artista evita confirmar novedades amorosas y elige centrarse en su independencia emocional y personal. Su entorno más cercano destaca que respeta su propio tiempo y espacio en esta etapa.

Los premios que recibió Britney Spears a lo largo de su carrera
En más de 20 años de trayectoria, Britney Spears ha sido reconocida con numerosos galardones internacionales. Recibió un Premio Grammy, varios MTV Video Music Awards, y premios en diferentes ceremonias internacionales. Sus discos han alcanzado múltiples certificaciones de platino y oro, consolidando su lugar en la historia musical.
Además de los premios estrictamente musicales, Spears ha sido homenajeada por su impacto en la cultura pop y su influencia en la industria del entretenimiento. Su residencia en Las Vegas revitalizó el formato y sus coreografías y videoclips han dejado huella en varias generaciones. En 2025, sorprendió con el anuncio de su línea de joyería, B Tiny, mostrando una faceta emprendedora y creativa.
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Las confesiones de la mujer que fue obligada a casarse a los 3 años con el líder de los “Niños de Dios”: “Mi mamá me entregó”
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16 horas atráson
2 diciembre, 2025Por
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Serena Kelley contó todo lo que vivió en la secta. “Era apenas una ficha dentro de un orden sagrado que solo admitía obediencia”, afirma. Los rastros de la organización de David Berg en Argentina
El tiempo parece no haber pasado en la memoria de Serena Kelley. Al cerrar los ojos, reconoce los pasillos de paredes descascaradas, el olor persistente de sopa recalentada en las cocinas colectivas, las colchas remendadas y los rezos monótonos que llenaban el aire. Pero nada pesa tanto como el día en que, a los tres años, fue obligada por los líderes de la secta Niños de Dios a casarse con su fundador, un hombre de sesenta y siete años llamado David Berg. Aquel “matrimonio” fue una ceremonia fría: nadie lloró, todos aplaudieron, y una multitud de adultos —hombres y mujeres sedientos de redención— entonaron himnos bajo una luz mortecina.
La secta Niños de Dios, nacida en Estados Unidos a finales de los años 60, creció bajo la voluntad absoluta de David Berg, quien exigía la sumisión más extrema y disfrazaba sus violencias con palabras de amor y promesas de salvación. Para los niños, la vida bajo su credo fue una condena: no les fue permitido jugar, dudar, ni siquiera crecer en paz.

Himnos y rutina: el instante donde murió la niñez
La ceremonia sucedió en una sala común, adornada con flores plásticas y mantas mal dobladas. Alguien, con voz solemne, murmuró junto al oído de Serena Kelley:—Sonríe, pequeña. Es un honor. Eres la elegida del profeta.
El trauma de ese instante quedaría suspendido para siempre. “Nunca tuve la sensación de ser una persona. Me percibía como un objeto, un bien que podía cambiar de manos según la decisión de los mayores”, contó Serena más de treinta años después.
La ceremonia no fue el fin, ni el peor de los males. Solo marcó el principio de una vida tejida en abusos, secretos y silencios impuestos por quienes juraban protegerla. Estados Unidos, América Latina y Europa. La secta dispersó a sus fieles en comunidades cerradas donde la infancia era solo un rastro difuso, rápidamente asfixiado.
La doctrina del abuso
David Berg, quien se hacía llamar “Moisés modernizado”, construyó una estructura cerrada e implacable. Sus seguidores —la familia espiritual— se regían por normas estrictas: rezos al despuntar el alba, trabajo doméstico, evangelización y absoluta devoción al profeta. Fueron miles los niños criados en este régimen. Él grababa cassettes y enviaba largas cartas manuscritas que todos debían memorizar.

Un día, en una de estas grabaciones, Berg insistió: “El Señor exige entrega sin peros. Los niños son del rebaño, y nosotros solo guiamos sus pasos hacia Su gracia”.
Cualquier duda, cualquier resistencia, era castigada con dureza. Temían más el rechazo de la comunidad que el afuera desconocido. Por las noches, mientras la oscuridad envolvía las casas comunes, la madre de Serena le susurraba:“Nada temas, hija. Todo ocurre porque Él lo dispone”.
Los juegos, cuando existían, eran premios fugaces por la obediencia, o máscaras detrás de las cuales se ocultaban castigos y pruebas de disciplina.

El despojo gradual: madre, niña y el silencio
Serena tenía prohibido preguntar por qué ya no dormía con otros niños; por qué la llamaban “esposa pequeña” en voz baja y “elegida” en público. Las respuestas nunca llegaban. Solo quedaba el miedo de los pasillos, el frío de las miradas y la certeza de que su madre ya no podía protegerla. “Iba perdiendo mi voz. Me reconocía cada vez menos cuando me miraba a los espejos polvorientos del lugar”, recuerda.
Salían poco a la calle. Cuando lo hacían, era custodiadas por adultos devotos —llamados “tíos” y “tías”—, que evitaban cualquier contacto con el mundo exterior, temerosos de agentes del demonio, curiosos, periodistas o policías. “Aquí afuera está el infierno. Solo la familia es segura, solo nuestro pastor sabe lo que te conviene”, sentenció un día la madre de Serena ante la menor duda.
La expansión de los Niños de Dios: redes de fe y dolor
La secta Niños de Dios nació en California a finales de los años 60, con David Berg a la cabeza. Pronto, su mensaje —una mezcla de carisma, radicalismo y devoción bíblica— logró arrastrar a decenas y luego miles. Prometía una familia extensa, una comunidad capaz de proteger a sus miembros del veneno del mundo.
La realidad era otra. El “amor libre” y la obediencia estricta camuflaban abusos y sometimiento. Cambiaban de ciudad a menudo, mudándose incluso de país, huyendo de las autoridades y de cualquier rumor peligroso para la organización.
La secta se expandió a América Latina y Europa. El horror se replicaba sin distinción geográfica: todos los niños, todas las niñas eran vulnerables. Nadie escapaba al mandato del profeta.

’}En 1993, la Policía Federal argentina realizó siete allanamientos en distintos puntos del país, ordenados por el juez Roberto Marquevich. La denuncia era de corrupción de menores y llegaba impulsada por el consulado estadounidense que buscaba a cuatro chicos secuestrados por la secta los Niños de Dios.
La Justicia rescató 268 menores que habían sido cooptados por los Niños de Dios, la secta liderada por Berg. Así lo contó la periodista Emilse Pizarro en una nota publicada en 2019 en Infobae.
La vida de una niña rota: años de miedo continuo
A los seis años, Serena Kelley ya no tenía recuerdos de antes de la secta. Cada cumpleaños era solo una fecha en el almanaque; un día igual a todos, con nuevas obligaciones y promesas de mayor entrega. La infancia, para ella y los demás, era solo una palabra.
—Pronto, el profeta te confiará una misión inmensa —le advirtió una vez una tía, con una sonrisa ahogada.
En la comunidad, la obediencia era condición para la supervivencia. El silencio, una manera de sobrevivir. Llorar o rebelarse traía castigos que iban desde la humillación pública hasta la segregación en habitaciones oscuras.
David Berg gobernaba con mano firme. Los niños eran herramientas, símbolos de pureza y objetos de propiedad espiritual y carnal.

La toma de conciencia fue lenta. Adolescente, Serena Kelley comenzó a escribir pequeños relatos y a leer libros clandestinos que circulaban entre los jóvenes rebeldes de la secta. Descubrió que el mundo exterior no era un abismo, sino una opción.
La huida no fue gloriosa. Llevó tiempo, dudas, amenazas de ostracismo y un trabajo minucioso para frenar el adoctrinamiento instalado desde la cuna. “La libertad aterra al principio. Te sientes incompleta, culpable, deseando volver solo para no tener que decidir sola,” cuenta Serena.
Tras su salida, las pesadillas fueron constantes. Los recuerdos volvían con frecuencia. La voz grave de Berg, las miradas de los fieles, las frases envenenadas por la devoción. Nadie la persiguió, pero la vergüenza y la sospecha nunca la abandonaron.
El testimonio y la recuperación
Solo al contar su historia, primero en círculos privados, después en reportajes y foros internacionales de víctimas de sectas, Serena Kelley halló un propósito difícil: luchar por la memoria colectiva y el reconocimiento de los horrores sufridos por los hijos de la secta Niños de Dios.

“No pido piedad ni ira. Solo exijo memoria y verdad, para que ninguna niña tenga que vivir en carne propia lo que a mí me arrebataron”, reclama Serena cada vez que toma un micrófono.
Decenas de personas contaron historias similares. Los patrones se repiten: control total, aislamiento, abuso físico y psicológico. Las estructuras legales no siempre llegaron a tiempo. La secta —dispersa y debilitada tras la muerte de Berg en 1994— sobrevivió en pequeñas células, amparada muchas veces por la inacción judicial y el olvido social.
En una carta pública leída en una conferencia para sobrevivientes de sectas en Los Ángeles, Serena Kelley resumió el sentido de su lucha:
“A quienes me piden que olvide, les digo: sigo siendo una niña de tres años, con un vestido viejo y la promesa del profeta clavada en el pecho. No dejaré que esto se olvide. Hablo por todas las que no pudieron, las que aún callan, las que murieron esperando otra oportunidad de ser libres”.
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