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El baterista de Callejeros habló a 18 años de Cromañón: “Aunque volvimos a tocar, nunca volvimos a ser los mismos”

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“Ni bien vi que apenas una llama chiquita se había prendido, automáticamente paré de tocar”, recordó Eduardo Vásquez, baterista de la banda Callejeros, sobre los primeros momentos del incendio ocurrido hace 18 años en el boliche República de Cromañón, que provocó la muerte de 194 personas y cerca de 1.500 heridos y por el que ya cumplió una pena de seis años de cárcel, a pesar de lo cual sigue en prisión por el femicidio de su esposa, a quien roció con alcohol y prendió fuego en 2010.

“Los gritos desgarradores quedaron en mi cabeza muchos años”, rememoró Vázquez en una entrevista con Télam sobre lo ocurrido la noche del 30 de diciembre de 2004, cuando con su banda cerraba el año con una serie de tres recitales en Cromañón, el boliche de la calle Mitre al 3000, a metros de la plaza Miserere, en el barrio porteño de Balvanera.

Vásquez, quien cumple prisión perpetua por femicidio en el Complejo Penitenciario Federal 1 de Ezeiza, fue condenado en 2012 a seis años de cárcel por “estrago culposo seguido de muerte y cohecho activo”, en el marco de la causa por la llamada “tragedia de Cromañón”.

Esa noche, Callejeros presentaba “Rocanroles sin destino”, su último trabajo discográfico con el cual ya había tocado dos veces en el estadio Obras y en la cancha de Excursionistas.

“La noche del 30 el aire estaba pesado, había un clima enrarecido en el lugar. Por otra parte, el 2004 fue el año que más conciertos habíamos dado, por ende, estábamos algo agotados, pero un cansancio que nos daba mucha felicidad”, contó el baterista a Télam.

Luego recordó que cuando se sentó en la batería vio a su mamá, Dilva Paz (62), en el primer piso de Cromañón junto a otros familiares de los músicos, llegó a tirarle un beso y comenzó a tocar. Pero instantes después una candela fue disparada hacia el techo por alguien del público y rápidamente todo empezó a prenderse fuego.

“Tocamos una estrofa, y yo miraba fijamente a alguien arriba de los hombros de otro, con esa pirotecnia que definen como candela, que disparaba luces que impactaban contra el techo. Ni bien vi que apenas una llama chiquita se había prendido, automáticamente paré de tocar”, sostuvo.

Eduardo Vásquez, baterista de "Callejeros", está preso, acusado de femicidio por prender fuego a su mujerEduardo Vásquez, baterista de “Callejeros”, está preso, acusado de femicidio por prender fuego a su mujer

“Salté de la tarima y me fui hacia una playa de estacionamiento que estaba detrás. A los dos minutos escuché los gritos del terror, me asomé para adentro y vi que habían cortado la luz, que el techo estaba en llamas y que se desprendió un pedazo del tamaño de un colchón”, describió.

“Volví al estacionamiento por la misma puerta por la que ya salía un humo negro, espeso. La gente estaba desesperada, caían al piso o ya los sacaban desvanecidos. Por el shock dejé de escuchar, solo sentía un fuerte zumbido y no me pude mover más, me paralicé y perdí la noción del tiempo. Cuando reaccioné, el estacionamiento estaba repleto”, agregó.

El músico enumeró distintas situaciones que vivió al sacar gente del boliche, los llamados desesperados con su hermana para saber dónde estaba su mamá, los gritos de personas buscando a sus amigos y familiares y el sonido de sirenas de bomberos, policías y ambulancias.

En su libro “Callejero de la vida”, editado este año, el baterista relata sus vivencias en las horas posteriores al incendio, la búsqueda de su madre en el hospital Ramos Mejía y el momento en el que le confirmaron que había fallecido a raíz del incendio.

Días después, según cuenta en el libro, se enteró de su imputación y la del resto de los Callejeros: “De ahí hasta que caí qué significaba eso, pasó tiempo. Fue un proceso que no se dio de un día para el otro”, aseguró.

“Yo salí con dos palillos, uno en cada mano, a tocar música y alguien comenzó un incendio debajo del escenario (…) ¿Cómo iba enfrentar, imaginar o entender que nos imputen? Yo perdí a mi mamá, pero con mis compañeros perdimos a más de 40 personas entre familiares y amigos”, sostuvo.

Sobre las responsabilidades en Cromañón, el músico consideró que “confluyeron una serie de variables y fenómenos aleatorios que se venían naturalizando”, como el uso de la pirotecnia, que “se había colado en la cultura del rock sin pedir permiso” y que “fue una construcción que no hizo Callejeros”.

El baterista dijo que no hace juicios de valor sobre quiénes emplearon pirotecnia, aunque cuestionó la inacción de las autoridades: “Ni siquiera tomaron criterios preventivos, nada, no hicieron absolutamente nada antes de Cromañón”.

Y destacó: “Yo estoy en las tres categorías: condenado, víctima y sobreviviente, por eso no encuentro culpables, pero sí responsabilidades en los actores que se esconden detrás de las abstracciones como la corrupción, las miserias humanas, la política, los intereses, todas cuestiones que no se vinculan ni por casualidad con una banda de música”.

Vásquez junto a los integrantes de Callejeros.Vásquez junto a los integrantes de Callejeros.

No obstante, para la Justicia, Vásquez y el resto de los Callejeros sí tuvieron una clara responsabilidad en lo sucedido en Cromañón.

Según falló la Cámara Federal de Casación Penal que los condenó, “al tomar y ejecutar conjuntamente la decisión de presentarse en un local cerrado y excesivamente sobrevendido, incluso ante la certeza práctica de que allí se detonarían artefactos pirotécnicos, la conducta de los integrantes del grupo musical excedió el ámbito de una expresión artística, violó deberes de cuidado exigibles y, así, expuso a los asistentes a un riesgo inaceptable”.

El baterista dijo que tras la tragedia de Cromañón continuó la relación con sus compañeros de Callejeros, aunque ese evento marcó un antes y un después.

“Seguimos como pudimos, hasta que pudimos. Hubo un antes y un después del hostigamiento que significo el juicio. Aunque volvimos a tocar, nunca volvimos a ser los mismos (…) Elegí quedarme con el recuerdo de la felicidad construida de nuestra vida como banda previa a Cromañón, esa felicidad nos fue extirpada, la perdimos”.

El incendio de Cromañón, considerado una de las más grandes catástrofes no naturales de la Argentina, ocurrió el 30 de diciembre de 2004 y provocó la muerte de 194 personas y cerca de 1.500 heridos.

A poco de comenzado el concierto, una candela prendió fuego la mediasombra del techo del local y generó un humo tóxico que fue aspirado por los miles de jóvenes que estaban adentro y que no pudieron salir a tiempo, ya que las puertas de emergencias estaban cerradas con candados.

En el juicio que estuvo a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal 24, los músicos fueron absueltos y el resto de los imputados condenados a distintas penas, pero luego de las apelaciones, la Cámara Federal de Casación Penal también halló responsable a Callejeros.

Tras un largo derrotero judicial, en 2016 la Corte Suprema de Justicia dejó firme las condenas por “estrago culposo seguido de muerte, cohecho e incumplimiento de los deberes de funcionario público”, oportunidad en la que volvieron a ser detenidos todos los imputados.

Los condenados fueron el gerenciador de Cromañón, Omar Chabán, quien falleció en 2014 cuando cumplía su pena de prisión; su mano derecha, Raúl Villarreal, el líder de Callejeros Patricio Fontanet, los guitarristas Elio Delgado y Maximiliano Djerfy -fallecido-, el bajista Christian Torrejón, el saxofonista Juan Alberto Carbone, el escenógrafo Daniel Cardell, el manager Diego Argañaraz y Vásquez, el único que sigue en prisión pero por el femicidio de su esposa cometido el 10 de febrero de 2010.

Vázquez junto a Taddei
Vázquez junto a Taddei

También fueron condenadas las exfuncionarias porteñas Fabiana Fiszbin y Ana María Fernández y el ex subcomisario Carlos Díaz.

En otro juicio posterior, fue condenado el dueño de Cromañón, Rafael Levy, a quien mediante una ley sancionada a fines de octubre pasado le expropiaron el predio donde funcionaba Cromañón para convertirlo en un espacio para la memoria.

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Once días atado, racismo y un dedo amputado: el brutal secuestro que reveló un nuevo perfil criminal en la Argentina

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Ariel Strajman tenía 27 años cuando fue raptado mientras entraba al garaje de su edificio en Villa Urquiza. Su caso marcó un cambio del mapa delictivo: bandas sin prontuario, de jóvenes de barrios acomodados con una crueldad metódica. A más de veinte años, su historia sigue siendo un espejo incómodo de la violencia de aquellos años. El encuentro a solas con él a la distancia

“Si a Maradona le cortaron las piernas en el Mundial de Estados Unidos, a mí me arrancaron el corazón, la mente, todo”, me confió en la única entrevista que dio Ariel Strajman, sentado en el living del departamento de su familia en Villa Urquiza, casi un par de años después de que una banda improvisada pero feroz lo secuestrara y le amputara el dedo meñique de su mano derecha para cobrar el rescate.

Estaba triste, pero firme y con mucha bronca acumulada: “Pedí pena de muerte y al cabecilla le dieron 22 años. ¿Qué diferencia, no? Estas cosas incentivan para irse del país. Después de saber el veredicto quedé arruinado. Me cortaron un dedo y me anunciaron que después venía la mano. Y que me despedazarían lentamente, mientras me llamaban ‘judío de mierda’ y se reían. Después me quemaron el pecho y los labios con encendedores y me colocaban jamón en la boca y me daban alcohol para emborracharme. Estaba atado de pies y manos, me dieron pastillas de Lexotanil para dormir. En el juicio aseguraron que no hicieron nada de eso. Y Adrián Sommaruga se solidarizó con mi familia en el debate oral. Ahí me paré y me fui a la mierda, para no armar un quilombo y terminar preso yo. Sentí que en ese fallo se me fue la vida y el futuro”.

Alberto Sommaruga, el mayor de los integrantes de la familia de secuestradores

Las frases no fueron en caliente, sino en una charla en la que intentó poner en palabras el hueco que dejó aquel rapto que lo convirtió, sin quererlo, en símbolo de una época de violencia social contenida. Su historia, como la de tantos otros secuestros exprés de comienzos de los 2000, mezcló juventud, impunidad y un nivel de planificación que asombró incluso a los investigadores más experimentados, más allá de los errores garrafales que los delincuentes cometieron.

Transcurría 2002, la crisis económica había mutado en algo más peligroso: una crisis moral. Mientras el país intentaba recuperar cierta normalidad, en el conurbano bonaerense germinaban bandas improvisadas, sin prontuario, formadas por patovicas, empleados y estudiantes universitarios que vieron en el secuestro un negocio rápido. La de Ariel fue una de las más insólitas: sus captores eran jóvenes, de barrios acomodados de la ciudad de Buenos Aires, con autos importados y la misma torpeza que violencia.

Ocurrió el 16 de octubre de ese año. Strajman, de 27 años, empresario, hijo de joyero, llegaba a su departamento. Fue interceptado por un grupo armado que lo subió a un auto y lo trasladó hasta una casa cercana ubicada en la calle Holmberg, que luego se comprobó era de la familia Sommaruga, de donde provenían la mayoría de los componentes de la banda. A patadas y empujones le hicieron bajar una escalera resbalando en cada peldaño hasta un sótano donde lo ataron tan fuerte que apenas podía respirar.

Lo encadenaron de pies y manos. Después lo llevaron a otra vivienda en el Complejo La Josefina, en la esquina de Tulipanes y Las Glicinas en la ciudad de Pilar, lugar donde lo mantuvieron encerrado y lograron cobrar un primer rescate, algo así como mil dólares, seiscientos pesos y alhajas. Y como les salió bien intentaron pedir más dinero.

Pablo Sommaruga, otro de losPablo Sommaruga, otro de los integrantes condenados de la banda (NA)

Durante los días siguientes, lo golpearon, lo humillaron y, para demostrarle a su familia que hablaban en serio, le cortaron el dedo meñique de la mano derecha. Esa imagen dentro de una bolsa la recibió su familia exigiendo un rescate de 30 mil dólares, y luego recorrió oficinas policiales, redacciones y despachos judiciales. Era el símbolo de una crueldad que ya no tenía fronteras de clase. “Esto que vas a sufrir no se compara ni con el Holocausto”, lo torturaban.

Las llamadas eran constantes, con tono burlón y precisión militar. Algunos trabajaban como patovicas en boliches de la zona norte, otros estudiaban carreras universitarias. Su presunto líder, Pablo Sommaruga, había sido custodio en locales nocturnos y mantenía contactos con el ambiente del fisicoculturismo. Los investigadores descubrieron que no se trataba de una banda común: no había delincuentes históricos, sino una mezcla de soberbia y amateurismo que, en conjunto, resultó devastadora.

El secuestro duró once días. Ariel fue liberado tras el pago de un rescate parcial y un operativo encubierto de la Policía Federal. Llegó al hospital deshidratado, con el cuerpo lleno de hematomas y la mano. “No sé cómo voy a volver a dormir”, reflexionó mirando al piso. Los médicos le explicaron que el dedo no se podía reimplantar, tampoco la vida anterior.

La investigación fue un rompecabezas. Los secuestradores habían dejado rastros en los teléfonos, en las cabinas y hasta en los billetes del rescate. Cayeron uno a uno. Cuando se conocieron sus identidades, la sorpresa fue general: jóvenes de entre 25 y 35 años, sin antecedentes, con buen aspecto y vínculos sociales. Los medios los bautizaron como “La banda de los patovicas”, aunque en el expediente figuran como una “asociación ilícita dedicada al secuestro extorsivo”.

Venían cometiendo delitos en la zona aledaña de Saavedra y Villa Urquiza. Pero la sensación de impunidad con que se movían los llevó a cometer errores, algunos garrafales, como utilizar el mismo teléfono para hacer las llamadas para pedir las sumas de los rescates, por lo que rápidamente se identificó el número de un celular, a través del cual se obtuvieron los datos del titular de la línea.

Ariel Strajman junto a suAriel Strajman junto a su padre a la salida de los tribunales de Comodoro Py donde se realizó el juicio (NA)

De esa forma sencilla la policía llegó a la casa de la calle Holmberg donde al principio tuvieron a Strajman. Atendió María Esther Gottig, esposa de Alberto Juan Sommaruga, propietarios de la vivienda y reconoció que el teléfono le pertenecía. Pero la embarró más aún cuando intentó aclarar y mencionó que su hijo lo utilizaba para “trabajar”. Terminó detenida junto a su marido y sus hijos, Adrián y Pablo, y el resto de los sospechosos, uno de ellos llamado Diego Sibio –hijo solo de Gottig- y otros que no pertenecían a la familia.

La policía ordenó cuidadosos allanamientos. Uno fue clave para llegar a la vivienda de Pilar y poder liberar a Ariel Strajman. En otros pudieron secuestrar dos pistolas calibre nueve milímetros, otra 11.25, un revólver Magnum 357, un 32 con numeración adulterada y una ametralladora Mini Uzi automática de fabricación israelí.

Todos fueron imputados desde el comienzo por los delitos de “secuestro extorsivo, asociación ilícita, tormentos, con el agravante de odio racial, lesiones gravísimas, uso de documento de identidad falsificado y tenencia ilegal de armas de guerra”. María Esther Gottig fue alojada en la cárcel de mujeres de Ezeiza y los hombres en el penal de Villa Devoto. Dos años más tarde, la última semana de setiembre de 2004, el Tribunal Oral Federal Nº 1 que por entonces estaba integrado por Mario Gustavo Costa, Martín Federico y Jorge Gettas dictó sentencia: 22 años de prisión para Adrián Sommaruga; 16 para su hermano Pablo; 14 para Osvaldo Keroa; seis para María Esther Gottig; cinco para Alberto Sommaruga y Diego Sibio; y tres para Nicolás Barlaro.

Durante el juicio, el contraste entre la víctima y los acusados fue brutal. Ariel, de traje oscuro y voz temblorosa, describía las noches sin luz, los insultos, el dolor. Del otro lado, los imputados se mostraban serenos, casi altivos. En sus declaraciones, ninguno mostró arrepentimiento real.

La justicia los calificó como una organización “que actuó con extrema frialdad y desprecio por la vida humana”. El caso fue emblemático porque marcó un cambio en el mapa criminal argentino. Ya no eran bandas marginales las que secuestraban, sino grupos con educación, contactos y ambición económica. Los investigadores compararon su estructura y su método con aquellos secuestros familiares de los ochenta que habían conmocionado a la sociedad, aunque esta vez sin la solemnidad de un clan ni la mística de un apellido como el de los Puccio, por ejemplo. Era el reflejo de un tiempo en el que todo parecía posible, incluso lo impensado.

Para Ariel las noches seguían siendo un campo minado. En 2020, el apellido Sommaruga volvió a escena: Pablo, con la condena ya cumplida por el secuestro de Strajman, vivió un acto de agresión mientras gozaba de salidas transitorias de la Unidad 14 de Esquel en una causa por portación de armas. Sucedió en las inmediaciones del barrio Vepam cuando vecinos lo increparon y lo golpearon.

En ámbitos judiciales los fiscales aún recuerdan la causa como una de las más complejas de la década. No por su extensión, sino por su impacto emocional. “Ariel fue un testigo de excepción —dijo uno de ellos años después—. No solo narró su cautiverio, también nos obligó a mirar de frente una forma nueva de criminalidad”. El secuestro de Strajman se convirtió en un espejo difícil de mirar donde podía verse el sadismo más cruel.

Él mismo aceptó que no busca revancha, sino olvido. “No odio, pero no quiero ni recordarles la cara”. Y aunque los nombres de sus captores ya forman parte de un archivo judicial, el trauma persiste en él como una sombra imposible de soslayar.

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Indignación y repudio por el disfraz de un alumno en Bariloche: se vistió de “mujer violada” en su viaje de egresados

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El grupo de jóvenes de Bell Ville difundió el video a través de la cuenta de Instagram de la promoción. Allí, uno de ellos aparece con un vestido estampado roto y el cuerpo pintado con manchas rojas

Un grupo de estudiantes del Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) N.º 267 de la localidad de Bell Ville, en la provincia de Córdoba, protagonizó un repudiable hecho durante su viaje de egresados, cuando uno de ellos fue grabado usando un disfraz en el que simulaba ser una víctima de abuso sexual. El video, difundido inicialmente en la cuenta de Instagram de la promoción, se viralizó y provocó un fuerte rechazo social por trivializar el tema.

Según informó el medio local El Doce, la rápida difusión del video motivó pedidos de sanción y un fuerte repudio por parte de la comunidad educativa y de la sociedad en general.

En el mensaje, los alumnos reconocieron: “Somos conscientes de la gravedad de lo sucedido. Queremos aclarar que este hecho está desligado de nuestra institución, acompañantes y no representa los valores enseñados. Somos adolescentes y entendemos que es un tema delicado y que no debemos fomentarlo. Pedimos disculpas”.

El comunicado de la otraEl comunicado de la otra división de la IPET 267 de Bell Ville, Córdoba

En sus palabras, los estudiantes afirmaron: “Queremos expresar nuestro más absoluto repudio por las recientes publicaciones. Nos sentimos totalmente conmocionados por la violencia de las imágenes y consideramos que el comunicado posterior resulta insuficiente para justificar lo sucedido”.

El texto de este segundo comunicado profundizó en la reflexión sobre el contexto social y la responsabilidad individual, al señalar: “La mayor parte de nosotros somos mayores de edad. Esto forma parte de una manera de mirar el mundo, de naturalizar las violencias contra nuestros cuerpos, de creer que algunos pocos tienen la licencia de reírse de cualquier cosa. Nos sentimos abrumados, tristes”.

Por último, solicitaron la intervención de las autoridades escolares para que se tomen medidas concretas. “Pedimos que se revisen y sancionen a los responsables, nos despegamos de ellos y abrazamos a nuestra escuela y docentes que nos están conteniendo en tan tremenda situación”, concluyeron.

Esta no es la primera vez en el año que un grupo de alumnos de una escuela que estaba en medio de su viaje de egresados en Bariloche queda envuelto en un hecho polémico. A finales de septiembre, unos estudiantes de una escuela de Canning fueron filmados mientras realizaban cánticos antisemitas.

Hoy quemamos judíos”, era la frase que se repetía en el micro y que se puede escuchar en el video que se viralizó en las últimas horas. En las imágenes difundidas, se puede ver cómo un hombre, que sería el encargado del grupo, se sumó a los cánticos que generaron rechazo en las redes sociales.

De acuerdo con lo que se conoció hasta el momento, las imágenes datan del pasado 10 de septiembre, cuando en Bariloche estaban los alumnos de la Escuela Humanos de Canning.

Repudio de la Escuela Humanos tras cantos antisemitas en viaje de egresados

En ese marco, la propia institución educativa sacó un comunicado haciendo alusión a lo ocurrido. Allí señalaron que “la Escuela Humanos repudia enérgicamente el accionar de un grupo de alumnos durante su viaje de egresados”.

“De igual manera, repudiamos la actitud de la empresa organizadora y del coordinador a cargo, aclarando que nuestra institución no tiene vínculo alguno con sus prácticas ni mensajes”, continúa el escrito.

Y cierra: “Los cánticos difundidos no representan en absoluto los valores de nuestra escuela, basada en el respeto, la inclusión y la convivencia democrática. Se adoptarán las medidas correspondientes y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo una comunidad más humana e inclusiva”.

En sus redes sociales, la escuela destaca que desde 2019 lleva el título de Embajadores Mundiales de la Paz. Esta distinción fue entregada por la agrupación Mil Milenios de Paz en un acto que se realizó en el Senado de la Nación.

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Aerolíneas Argentinas retiró preventivamente ocho aviones tras la falla en el vuelo con destino a Córdoba

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La compañía investiga, junto al fabricante CFM y a otras aerolíneas de la región, el origen del desperfecto en uno de los motores del Boeing 737-800 que debió aterrizar en Ezeiza de emergencia

Aerolíneas Argentinas anunció este jueves la suspensión preventiva de las operaciones de ocho aeronaves Boeing 737-800 equipadas con motores fabricados por CFM, tras la falla registrada en el vuelo AR1526 que partió ayer desde Aeroparque con destino a Córdoba. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, informaron.

Como informó este medio, el vuelo AR1526 presentó una falla técnica en uno de sus motores poco después de iniciar el despegue. La tripulación siguió los procedimientos de seguridad y dirigió la aeronave al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes. “Los pasajeros desembarcaron con total normalidad”, señaló la línea aérea.

El avión con destino aEl avión con destino a Córdoba debió aterrizar en Ezeiza

La compañía informó que el mantenimiento de todos sus motores “tiene un cumplimiento absoluto en términos de las verificaciones indicadas por los fabricantes”. Sin embargo, reconoció que “este es el cuarto suceso registrado en el último año con un mismo tipo de motor”.

También pidió la evaluación de otras aerolíneas de la región que operan con la misma motorización y “tuvieron sucesos similares”. Además, notificó a las autoridades regulatorias locales, con las que trabaja “para fijar un criterio de resolución”.

“Esta suspensión preventiva es consecuencia de la aplicación de criterios de altísima exigencia”, subrayó la empresa. “El foco de la medida está puesto en los propulsores, y no en otro elemento de las aeronaves”, aclaró el texto oficial.

El incidente del miércoles afectó a más de 160 pasajeros del vuelo AR1526 de Aerolíneas Argentinas, que habían despegado ayer por la mañana del Aeroparque Jorge Newbery, en CABA, con destino a la ciudad de Córdoba. Allí, un motor del avión sufrió una falla y debió modificar su ruta inicial hacia el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, en Ezeiza, donde aterrizó sin inconvenientes.

Aerolíneas ArgentinasAerolíneas Argentinas

Como consecuencia del hecho, la terminal aérea metropolitana permaneció cerrada durante algunas horas, hasta que, pasadas las 11.30, reabrió sus puertas y reanudó sus actividades habituales. No obstante, algunos vuelos programados para esta jornada registraron demoras y reprogramaciones menores.

Fuentes de la aerolínea señalaron que “el motor estaba en condiciones normales y correctamente mantenido”. Tras la inspección de pista, el fabricante fue informado sobre la incidencia con el objetivo de determinar el origen de la falla.

El Boeing 737-800 fue liberado luego de que los operarios completaron las tareas de revisión y limpieza en la pista. La empresa precisó que la medida preventiva no implica la cancelación de rutas, pero sí “una reorganización temporal de la programación de vuelos mientras duren las verificaciones técnicas”.

Aerolíneas indicó que continúa en contacto con el equipo técnico del fabricante CFM y con las autoridades aeronáuticas locales e internacionales “para definir los pasos a seguir antes de reincorporar las aeronaves al servicio”.

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